domingo, junio 04, 2006

Populismo "placement": el regreso del estado

K. Kraus sostenía que el nacionalismo era un hervidero en el que podía incrustarse cualquier otra idea. No cabe duda que el arte, aún el menor, expresa mejor los "estados" de civilización que los momentos de ruptura violenta. Las revoluciones no inventan inmediatamente el lenguaje artístico que corresponde al nuevo orden político sino que incluso cuando desean proclamar el hundimiento de lo viejo se sirven de las formas heredadas o incluso usurpan las más caducas e insólitas. Este síntoma se potencia en las contrarrevoluciones o las vías "prusianas" al socialismo nacional. Hablar del populismo latinoamericano es observar la irrupción de antiguas formas estético-autoritarias, el regreso del estado "sans phrase", tanto que se hace legítimo (indispensable) confrontar el estilo del acontecimiento político con el de sus símbolos e iconografías. Símbolo y acontecimiento populista se iluminan y oscurecen al mismo tiempo, tienen "valor de indicio" uno respecto del otro. Hablamos de banderitas tricolores, de la idea de Nación, la retórica antimperialista a lo Bandung, el ceremonial como engaño. En el Congreso (Parlamento) de Argentina (por cierto, que se reúne para deliberar tan sólo ocho veces al año) se debate con fervor patriótico-independentista un proyecto según el cual deberán colocarse enseñas patrias (banderitas) con los colores nacionales (celeste y blanco, sin el sol guerrero) en todas las películas de producción local financiadas con dinero público. Aquí la realidad supera la ficción. Hitchcok, que se trataba a sí mismo de "armario de grasa", convirtió su silueta en emblema comercial: desde "Blackmail" (1929) su presencia constituía un pequeño "gag" en medio de la intriga apareciendo y para los cinéfilos era todo un arte descubrirlo ( a veces oculto detrás de cristales). Era una "máscara" que individualizaba su genio y su humor. Lo mismo sucederá ahora con los films financiados por el estado argentino. Llevarán una "máscara", la máscara no ya del humor, sino de la manipulación; será un "anti-gag" con mucho de sinsentido, tragedia y corrupción. En un "post" anterior nos sorprendíamos del "product placement" en el Vaticano, para descubrir la amplia posmodernidad del populismo latinoamericano en este sentido. "Product Placement" según Dianne Lolli, presidenta de la empresa de inserción Motion Pictures Magic, Inc., significa productos utilizados en una exposición que crea un reconocimiento inconsciente en el público, produciendo un familiaridad que refuerza la confianza y fidelidad del consumidor hacia marcas y productos mostrados. En este caso la marca sería el propio estado populista, la ilusión estatal en una "Volksgemeinschaft" sin clases, en el ser nacional por sobre la identidad cosmopolita de clase. Al ciudadano-espectador se le obliga a un reconocimiento inconsciente con la idea corporativa de Patria y con las ilusiones estatales. Una imagen vale más que mil palabras: una enseña fija durante ocho segundos equivale en la aritmética de la burocracia a cien mil poemas al estilo "la banderita mía, se parece al cielo, es azul y blanca, con el sol al medio". El proyecto, ampliamente apoyado por la nomenklatura política (toda una Nueva Clase) y los empresarios del celuloide y que avanza (no es sorpresa que en una encuesta del diario "Clarín" lo apoye el 72% de sus lectores) solicita "la aparición de la bandera argentina en algún pasaje"(sic). Algún 'pasaje'. Tampoco exige la luminaria parlamentaria (senadora del Partido Justicialista por la provincia de Chubut: excelente carrerismo político, de concejala de una ciudad de provincias a senadora en pocos años) la obligación de incluir la idea de Patria en el "plot" principal, ni siquiera en la escena del desenlace. No, el populismo posmoderno es flexible y módico: se conforma con que aparezca en primer plano la Bandera Argentina (con mayúsculas, y según el texto nuestro "Símbolo Patrio Supremo"), para "reforzar" la identidad nacionalista. Tampoco se pide una secuencia-plano: sólo ocho módicos segundos. Aparte el populismo del siglo XXI es internacionalista: "Una aparición en escena que cobrará dimensión cuando estos filmes transpongan nuestras fronteras" (sic). Tampoco es cuestión de anacronismos: si se filma una película anterior a la creación de la bandera argentina por Belgrano (1812) el director no estará obligado (sería "irrisorio" reflexiona nuestra legisladora universal con largo aliento kantiano) a incluir el Símbolo Supremo (SS). La senadora finalmente agotada confiesa el alma central del proyecto: se trata de legitimar la acción del Estado. El símbolo patrio, bandera o escudito, refuerza la idea neocorporativa, la utopía negativa, la Océana de todos los populismos históricos. Si el estado aporta dinero a films insulsos y aburridos... ¿por qué no podrá colocar su Producto Supremo donde le plazca? Goebbels (sí, ese) era un poco más inteligente: promovía cine "escapista" (sin banderitas, ni jóvenes de la SA) que atraería a los espectadores a las salas, donde se verían obligados a ver los noticiarios de la U.F.A. recargados de agitación y propaganda (parece ser que los cines alemanes se cerraban con llave cuando empezaba la emisión). Por eso es que los films de la época nazi (por lo menos hasta 1941) se encuentran extrañamente libres de mensajes políticos burdos. Pero la legisladora universal no ha podido enterarse de esta novedad histórica: su currículum de profesora de Lengua no contemplaba el estudio de Europa de entreguerras. Qué pena... La historia del Símbolo Supremo es azarosa y fue motivada por razones similares: según su creador, Belgrano, para superar el desencanto y el escepticismo (el ejército rebelde había sido derrotado por los españoles en las batallas de San Nicolás y Huaqui), con ocasión de inaugurar unos cañones sobre un río, y "siendo preciso enarbolar una bandera y no teniéndola la mandé hacer blanco y celeste". El color tenía que ver con una escarapela usada previamente y no con los antepasados gallegos del general. El problema era que se combatía contra el imperio español hacía dos años y los rebeldes no tenían nada que los distinguiese como Nación. Bandera=idea de nación. Que la sangre "pueda derramarse por esa bandera" reflexionaba el general. De insignia de tropa desmoralizada a construcción de la ilusión de un capitalismo nacional. Parece que el dilema vuelve como farsa o que el populismo hace de un dilema una farsa. Los hombres notables del siglo XVI eran más prácticos y realistas: llamaban patria a sus ciudades (Maquiavelo y su Florencia o como los alemanes: "Heimat"); para los burócratas de la política populista "Patria" es banderitas que refuercen los pavlovianos reflejos obedientes de los súbditos descontentos o con cavilaciones marxistas. Hegemonía... ¿no es acaso el "mix" equilibrado de coerción más cohesión? Pero en el razonamiento senadoril se trasluce el brulote bonapartista: 1º) el Estado exige la devolución patriótica de sus préstamos, aún los culturales, o sea el mismo populismo descubre su ciclo perverso de legitimidad: el gasto estatal usado para reasegurar su servidumbre lo pagan los propios trabajadores; 2º) el cine como arte cinemático es un vehículo propagandístico de primer orden, ya no alcanzan los medios masivos manipulados con la propaganda oficial, ni las redes clientelísticas, ni la coerción del mercado de trabajo... y es que las relaciones de poder son también relaciones de resistencia: sostener la dominación requiere constantes esfuerzos de consolidación, perpetuación y adaptación. Algunos detractores del noble mecanismo peronista del "placement" subliminal de la maestra Giusti lo atacaron acusándolo de ser una medida de dictaduras totalitarias... Se equivocan: ni Goebbels se animó a obligar a los pocos directores alemanes que osaron quedarse en Alemania colocar banderitas alemanas. Ni siquiera un segundo...

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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6:15 p.m.  

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