El rodeo de los poderosos
En una entrevista reciente, el presidente de Argentina, Néstor Kirchner (su nariz pronunciada, remolino en la coronilla, ojos saltones, estrabismo, le valieron los apodos de Flaco, Cara con Mango, Tordo, Cuervo, hasta estabilizarse en Lupín/Lupo) confesó extasiado que lo más deseaba después de su paso por la política era retirarse a su asiática residencia en El Calafate y disfrutar de la vida contemplativa. Curioso: Menem, el ante-anterior presidente, también peronista, confesaba el mismo deseo, salvo por un cambio geográfico: su paz de estadista sería en otra región, en el Norte, en su impresionante refugio de Anillaco. También lo confiesa George W. Bush Jr. en Crawford, Texas. El anhelo de los herederos de Perón nos recuerda aquel relato que Michel Eyquem de Montaigne repetía sobre el famoso rey Pirro (no confundir con el amigo y poeta Piro), el mismo que desafió a Roma e inventó la "victoria pírrica", que sigue buscándose con fascinación. Contaba la leyenda que su consejero Kyneas escuchó con atención sus planes de conquistar la Magna Grecia, Italia, luego España y las Galias, para finalmente apropiarse de toda África. El sabio consejero le preguntó que haría después de ese triunfo absoluto, a lo que Pirro respondió lo mismo que el presidente Kirchner: un retiro en un lugar en el mundo. Acto seguido Kyneas le preguntó: "Oh, Pirro: ¿por qué entonces no desea hacer y dejar de hacer lo que, en cualquier caso, piensa hacer y dejar de hacer al final de tan grandes ambiciones?" La intución era fantástica: el consejo de seguir el camino más corto entre determinación y consumación comprende la idea de racionalidad perfecta en su estado más puro. El caso límite de una conquista sangrienta y temeraria del mundo o la perpetuación fáustica en el poder parece un inútil y costoso rodeo para alcanzar la siesta en Epiro o en Santa Cruz, un capricho extravagante para lograr, con las mayores dificultades y el dolor ajeno, algo que el rey Pirro o Kirchner podrían obtener con mucha facilidad. Incluso para una abdicación eventual ni siquiera tendrían que bajar su suntuoso nivel de vida. Pero: ¿tiene la sagacidad filosófica del consejero Kyneas algo que ver con la sabiduría de la naturaleza de los hombres poderosos?, ¿puede un hombre ebrio de poder e influencia gozar de un retiro sin haberse privado hasta el límite de este placer patológico? Arrastrar consigo, por una orbe entera o por cuatro años más, a millones de infelices teniendo la expectativa de un descanso imperial y glorioso es, sin dudas, el retiro absoluto. El otro punto ya es político: ¿puede irse al retiro un rey o un caudillo populista en tanto haya alguien en el mundo que lo pueda perturbar, aún cuando no se pueda saber si existe ese alguien que quiera hacerlo? Un autócrata, un cruel gobernante, un mandatario corrupto puede ser perturbado por todos aquellos que tengan poder para ello y el único medio de neutralizar ese miedo a las turbulencias, que pueden oscurecer la epifanía del retiro absoluto, es vencerlos siempre, antes y a todos. Por supuesto: una utopía reaccionaria y la demostración de una impotencia del poder. Porque el poderoso es omnipotente en su poder para destruir y bloquear la acción; pero impotente por su incapacidad de construir y crear, de salvarse del viejo topo de la historia. Y este no es el mal menor al que pueden exponernos nuestros Pirros posmodernos. Dejemos nuestros poderosos y su añoranzas de un retiro seguro y absoluta con unas palabras de Montaigne sobre los políticos, reyezuelos y demás farsantes: "¿Por qué la gente respeta el atavío y la apariencia más que el hombre?... a ese Emperador, cuya pompa te deslumbra en público... míralo detrás del telón, y no verás más que a un hombre corriente... las almas de los emperadores y los zapateros están fundidas en el mismo molde... sentados sobre el más elevado trono del mundo, seguimos sentados sobre nuestro culo (nostre cul)".
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