La tentación fascista de Maurice Blanchot
Revolución de la derecha: durante los años ’30 en Francia Maurice Blanchot fue, antes que nada, un intelectual comprometido, radicalmente engagé. Inimaginable si uno considera sus posiciones teórico-prácticas o sus discusiones contra Sartre de la posguerra. Impensable para la mayoría de sus admiradores de la escritura “pura”, ausente, de los márgenes. Un contraste cegador entre el esteta del silencio, el littératteur construido después de 1945 que pocos pueden imaginar. A modo de ejemplo, daré dos, un reciente biógrafo de Blanchot, Pierre Mesnard, en su libro “Maurice Blanchot: Le sujet de l’engagement”, define al escritor como “novelista y crítico, nacido en 1907, su vida fue devotamente entregada a la literatura”, y según el autor si bien coqueteó con la extrema derecha en 1938 ingresó en la literatura pura; en español, en especial el año de su muerte, aparecieron diversos homenajes autóctonos en el mundo español, la mayoría pequeñas páginas miserables de hagiografía, “copy&paste” y culto al teórico de la decepción, textos cercanos al extravío, como cuando un comentarista poco avispado nos previene que “al revés de sus ensayos, su obra narrativa es prácticamente desconocida en nuestra lengua”. Justamente lo poco conocido de Blanchot son sus ensayos, en especial aquellos que escribió entre 1930 y 1945, eminentemente políticos, y que suman la impresionante cifra de doscientos, muchos nunca republicados o traducidos al español. Otro comentarista lo llama el “maldito ilustrado” y aunque menciona sus artículos en la prensa chauvinista, todo queda como un accidente en la gran ruta del ser literario. Retrospectivamente podemos decir que si Blanchot estaba comprometido con su tiempo, lo estaba del lado equivocado: su escritura y su talento se pusieron al servicio de un arco rocambolesco de revistas y diarios de la extrema droite francesa. Blanchot era, sin lugar a dudas, un activista de la nueva derecha y violento ideólogo antirrepublicano. Participaba personalmente como militante en los grupos de disidentes maurrasianos (discipulos críticos de Charles Maurras, el fundador de la Action Française). Y su pluma se puso al servicio de un variopinto número de revistas y órganos protofascistas. Todas estas publicaciones pertenecían a la corriente conocida como Jeune Droite, que critican a los maurrasianos su inmovilismo, su aceptación del marco de lucha política liberal, su legalismo y falta de acción concreta. Es la deriva fascista de la Action Française, con una mezcla ideológica de neotradicionalismo, antimaterialismo y personalismo católico integrista. Se pueden distinguir dos grandes agrupaciones de los jeunesses: 1) Las cobijadas bajo el liderazgo de Jean-Pierre Maxence, que editaban revistas como “Les Cahiers”, “La Revue Française” y la furibunda antijudía “L’Insurgé”; 2) Y la troika de Robert Brasillach, Thierry Maulnier, Jean de Fabrègues, que editaban “Je suis partout”, “La Revue universelle”, “Réaction”, “1933” (luego “1934”), “Combat” (con Pierre Drieu la Rochelle), “La Revue du siècle”, “Civilisation” y “A l’assaut”, entre otras.
La ideología y la importancia de estos grupos y revistas es difícil de calibrar, pero todos tenían algunos denominadores en común con el amplio espectro del “modernismo reaccionario”: anti-democracia, anti-igualitarismo, anticomunismo, corporativismo neomedieval, crítica de los derechos del hombre y de las libertades civiles, anti-universalismo, racismo. A los ojos de estos círculos por más de un siglo las “ideas de 1789” habían sido responsables de la decadencia de la nación francesa, de su integridad, honor y virilidad. A la crisis económica de 1929, se le sumó el ascenso del nacionalsocialismo, la consolidación de Mussolini y la ascensión de las izquierdas en España y Francia con los frentes populares. Francia se dividió, y el polo de la extrema derecha se movió hacia el golpe militar y la insurrección. Paradójicamente, mientras la izquierda institucional representaba la defensa de la legalidad democrática burguesa, la derecha protofascista se hacía insurreccional y antisistema. Como Blanchot escribía en Le Rempart en el artículo “Quand l’Etat est revolutionnaire” (24 de abril de 1934), en el contexto de un intento de golpe de estado derechista fallido: “Hoy los signos de crisis política general están en todas partes. Después de haber vivido por muchos años con el sentimiento de orden y seguridad… nos encontramos enfrentados con una delegación de los intereses privados guardados celosamente por sus representantes: no hay estado a la izquierda”.
Derivas fascistas: “No es fácil escribir sobre Maurice Blanchot”, recordaba su amigo el filósofo Emmanuel Lévinas, y sabía por qué. ¿Lévinas conocía el viaje sin retorno de Blanchot al fascismo? Los primeros artículos del joven Blanchot datan de 1931, aparentemente son literarios. “Mahatma Gandhi”, el primero, fue publicado en el último número de una revista marginal, “Cahiers de littérature et de philosophie”, editada por estudiantes católicos reaccionarios, aunque se reclamaban “cristianos revolucionarios”. La idea blanchotiana es que la renovación espiritual europea, comparándola con la de la India en rebelión, sólo puede realizarse como una empresa de “purification nationale”. El editor de la revista es un seminarista apasionado y fanático de Maurras, ya lo nombramos, Jean-Pierre Maxence (por cierto: reciclado en la industria editorial francesa omitiendo su pasado); la ideología tiene mucho de la teología de Maritain y en ella se mezclan artículos literarios con conclusiones bien políticas. Se pueden leer artículos de Maritain, Bernanos, Chesterton, Marcel, Eliot, Jacob, Supervielle, incluso un monográfico dedicado a antimoderno Charles Péguy (una de las fuentes del fascismo, según palabras del mismo Mussolini). Al inicio de los años ’30 el discurso blanchotiano es una crítica literaria y cultural que se transforma progresivamente en pensamiento político y en llamada a la acción, a tal punto que lo literario queda eclipsado por lo político. Blanchot cree que la crítica literaria debe tener siempre un juicio de valor, esencialmente antimarxista y nationaliste. Todos los biógrafos y hagiógrafos coinciden en que existe un punto de ruptura entre los años 1931 y 1933: si en los primeros años de la década se mezclan artículos de crítica literaria con corolarios políticos más o menos solapados, ya en 1933 Blanchot se transforma en un escritor político puro y duro. Se trata de una radicalización y politización extrema de toda Francia, se diría epocal, los prolegómenos de una verdadera guerra civil encubierta, pero la de Blanchot en especial refleja casi sismográficamente la evolución de la “Jeune Droite” en particular. El cambio radical fue la coyuntura histórica de 1932, año fatal en lo económico (llegan los efectos del crack del ’29 a toda Europa) y político (las izquierdas se unifican en un Bloc des gauches, un experimento político inédito y están al borde de conquistar el poder por medios pacíficos). Blanchot declama contra la perspectiva demoníaca, no sólo del liberalismo, sino del previsible triunfo del Front Populaire liderado por el judío bolchevique Leon Blum. Negativamente habla de la necesidad de un renaissance político, contra el individualismo burgués, contra la decadencia democrática, “fille du nombre et de la quantité”, denuncia el estatismo y la lucha de clases. A su vez defiende la soberanía monárquica (el principo de gobierno decisionista de una sola cabeza), la sumisión de nuestra vida a un “bien común” corporativo (el orden católico integrista y su utopía comunitaria). Si Maurras y la vieja guardia se basaban en la filosofía política del neotomismo, la “Jeune Droite” se basa en la fenomenología existencial de Martin Heidegger y en las conclusiones políticas derivadas de su libro de 1927, “Ser y Tiempo” (Sein und Zeit). Ya en aquellos años la mentalidad protofascista francesa sacaba las conclusiones más reaccionarias de la filosofía heideggeriana sin problemas. El discurso revolucionario de Blanchot tendrá una estructura paralela a la forma de las críticas literarias que luego se condesaran en su obra “Faux Pas” (1943), netamente antimodernista (como por ejemplo, al rechazar la claridad como cualidad adecuada para evaluar la perfección de la literatura francesa) y nacionalista (como por ejemplo, en un artículo sobre el crítico alemán Curtius, al defender la especificidad francesa en los temas psicológicos del hombre y al defender una idea de hombre, no isolé et abstrait, sino la personne vivante, el hombre-en-el-mundo, en su relación más ontológica con la sangre y la tierra). Ya en esos años aparece una de las ideas fundamentales de la concepción literaria blanchotiana: la creación literaria exige la transformación de lo accidental en un orden y armonía necesarios. La literatura verdadera realiza l´harmonie concrète, entre lo puro y lo esencial y una acción real que cumple el destino de una persona existente. En sus artículos en Le Rempart, Blanchot polemiza agriamente contra la “inhumana Declaración de los Derechos del Hombre”, contra la “Idée 1789”, es decir, todos los ideales de la revolución francesa, que desde su punto de vista habría redefinido desastrosamente el concepto de libertad, descontextualizada de sus antecedentes históricos, liberada de las relaciones naturales (no es otra cosa que la crítica de Burke y De Maestre reciclada). La única solución al desencantado y disfuncional republicanismo decadente, observa Blanchot, es una insurrección de nuevo tipo, tal como lo demuestran las exitosas aventuras de Italia y Alemania: “cuando el estado es incapaz de trabajar para el estado y a favor de la nación, el bien público sólo puede ser defendido por la resistencia contra los poderes políticos… las aventuras de Italia y Alemania son, en este aspecto, plenas de promesas…” El 6 de febrero de 1934, en el contexto internacional del fortalecimiento de Hitler y la remilitarización de Alemania, y en el de una crisis gubernamental por el Affaire Stavisky, se produce un intento de golpe de estado de las organizaciones de la extrema derecha francesa en la Place de la Concorde. Los disturbios callejeros y represión policial dejen 15 muertos y 3000 heridos. El golpe falla al dudar el ejército y levantarse una oposición de la izquierda y los sindicatos. En un artículo en Combat, “Le Fin du 6 Février, 1934”, Blanchot recordará esta magna fecha y calificara al intento de putsch como “magnifico por la virtud de su ardor, por su devoción y sus acciones sublimes”. Otra vertiente ideológica de la Jeune Droite será, por supuesto, Nietzsche, aunque mucho de sus escritos no se han traducido al francés, el recurso ideológico vendrá de segunda mano. Las profecías neonietzscheanas concernientes a la declinación de las naciones blancas, la aristocracia de los mejores y más fuertes, al advenimiento de una nueva Edad Media, abundan entre Blanchot y sus compañeros de ruta. Thierry Maulnier (Jacques Talagrand), el editor de Combat y amigo de Blanchot, escribirá uno de los primeros estudios franceses importantes: “Nietzsche” (1933) y Drieu La Rochelle escribirá el mismo año “Nietzsche contre Marx”. Maulnier, dicho sea de paso, ha escrito la introducción exultante de la traducción al francés del libro protofascista del jungkonservative alemán Arthur Moeller van den Bruck Das Dritte Reich, “El Tercer Reich”.
Terrorismo de derecha y antisemitismo: de 1936 a 1939 Blanchot será un colaborador regular de dos revistas de la extreme droite: L’Insurgé y, como vimos, Combat. L’Insurge tenía un curioso lema: “Contre les oligarchies, au service du Peuple et de la Patrie” y poseía vínculos con una de las principales organizaciones terroristas de la extrema derecha activas durante la década de los ’30, la "Organisation secrète d'action révolutionnaire nationale", conocida como La Cagoule de Eugène Deloncle. La revista funcionará en las mismas oficinas de La Cagoule en la calle Caumartin. Brevemente la organización intentaba a través del terror desestabilizar la república (con asesinatos, uno muy famoso como la ejecución por orden de Mussolini de los hermanos Rosselli, dos intelectuales antifascistas exiliados en Francia; con atentados a la izquierda, contra aviones comprados por la República Española, o contra la derecha, contra la sede de la patronal francesa, para acusar a la izquierda). Con apoyo financiero de Mussolini y Franco (quien incluso le envía armas), La Cagoule intenta otro coûp de main en noviembre de 1937. Fracasa y unos 120 miembros son arrestados a lo largo del año 1938. La mayoría de sus integrantes y sus cuadros dirigentes luego de 1940 participarán en el gobierno fascista y colaboracionista de Vichy o en la zona ocupada por los alemanes. Se rumoreaba que en la organización paramilitar participaba incluso De Gaulle y otros generales en actividad.
(Imagen: Montaje de Maurice Blanchot con el escudo de la École de Uriage)
4 Comments:
Estimado. Maravillosos sus artículos, como siempre. Exceden largamente la calidad del blog, y la extensión (que por este medio a veces molesta) acá es un pretexto para colgarse en la lectura siempre apasionante y llena de datos esclarecedores.
No tengo palabras para elogiar lo suyo, estimado desconocido.
Muy bueno el artículo sobre Blanchot. Creo, sin embargo, que relacionás, de forma mecánica y prescindiendo de toda mediación, su compromiso con el fascismo y las concepciones que mantuvo sobre la literatura. ¿pueden despacharse como estetizaciones reaccionarias y escapistas sus ideas acerca de las aporías del lenguaje y el trabajo del escritor? ¿qué decir entonces de Heidegger, quien tuvo discípulos activos en la resistencia francesa? ¿Y del libro que Foucault le dedicó a Blanchot? Si resultan penosas las coartadas de los intelectuales, que edifican castillos tan aéreos como endebles a la hora de eludir su parte de responsabilidad en la historia concreta (ya porque no adoptaron ningún compromiso, y callar es una forma de actuar; o porque se comprometieron con una causa de la que ahora reniegan; o, finalmente, porque si bien todavía creen en ella, necesitan acomodarse a las nuevas circunstancias), tampoco creo que una parte de la obra de Blanchot sea una simple máscara destinada a ocultar la otra.
Saludos
Ningun comentario es inocente, nada puede permanecer al margen... sin embargo es indiscutible el milagro de la belleza...
Muy buen artículo, que se hunde en lo problemático de la biografía de Blanchot... Una cuestión difícil que se asemeja a veces (en otro registro,por cierto) a lo de Heidegger: lamentablemente, pensadores de esa talla se vieron extrañamente, seducidos por el fascismo.
Sobre Heidegger, precisamente, un comentario: me parece que la relación que haces a Sein und Zeit es, conceptualmente, algo arbitraria en tu texto, aunque por cierto dio en aquellos años incluso para lecturas como las que mencionas -pero no eso.
Creo que la relación de Blanchot con el fascismo -de moda por un tiempo en Francia,luego casi olvidado para convertirlo enautor de culto- es algo que debe darnos que pensar, que debe profundizarse en ello... Sobre todo a la luz de sus análisis posteriores sobre el "tipo judío" y la ausencia de mitos en la "cultura judía". Más aún, creo que debe indagarse su influencia en autores como Derrida, Nancy,Lacoue-Labarthe, etc.
Nuevamente, la aporía se impone,llenándonos de paradojas.
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