viernes, enero 12, 2007

La tentación fascista de Maurice Blanchot

Blanchot, el oscuro: Maurice Blanchot es indudablemente uno de los ensayistas y literatos más fascinantes de la posguerra. Tanto como crítico literario en sus contribuciones a las más prestigiosas revistas de lettres contemporáneas, ha ejercido una función canonizadora sobre la literatura contemporánea. No sólo eso: la importancia de Blanchot ha excedido y desbordado la mera teoría literaria: ya sea por su propio discurso literario o por la naturaleza filosófica de sus reflexiones, Blanchot a generado –¿sin proponérselo?– una corriente de pensamiento desde los años ’50 de larga influencia. Barthes, Bataille, Derrida, De Man o Foucault no han ocultado el impacto blanchotienne en sus obras. El filósofo Jacques Derrida, el día de la incineración de sus restos decía gravemente: “Un hombre del que admiro tanto la fuerza de exposición, en el pensamiento y en la vida, como la fuerza de retirarse, el pudor ejemplar, una discreción única en estos tiempos. Que le mantuvo siempre lejos, deliberadamente, por principio ético y político, de todos los rumores y de todas las escenas, de todas las tentaciones y de todas las seducciones de la cultura, de todo lo que nos urge y precipita hacia la inmediatez de los medios de comunicación, de la prensa, de la fotografía y de las pantallas.” Pero su importancia teórica se contrapone a un hombre misterioso, un escritor invisible. Aparentemente, según los hagiógrafos, es un caso de hombre invisible, que ha decidido llevar una existencia anónima, en un retiro de soledad essentielle. Su obra es como su vida: externa, silenciosa, no coincide con ninguno de los movimientos de la posguerra, ni con el existencialismo, ni con el estructuralismo, ni con el postestructuralismo. La lectura de su obra conocida y publicada contribuye todavía más a este halo misterioso: un lector corriente la encontrará aparentemente simple pero oscura, con un style denso, opaco, casi inaccesible (incluso para los estándares de la industria filosófica parisina). Deliberadamente Blanchot provoca en el lector falsos pasos, hacia atrás o hacia delante, en busca de una comprensión que no existe. Su lenguaje intenta independizarse de las cosas, ser lenguaje desnudo, extraño a toda matriz o a todo servicio. Muchos intento de comprender su obra (repetimos: su obra literaria más o menos consagrada), han terminado en fracaso debido a esta evanescencia perfectamente buscada y lograda. Resulta imposible relacionar obra y mundo histórico, una obra que parece estar ausente de lo contemporáneo. Pero que sucede si intentamos lo contrario, interrogar a Blanchot, no ya desde su consagración sino desde sus inicios e invertir la fórmula. Si la literatura en términos de Blanchot es el lugar de la experiencia original, busquemos los orígenes de la obra. Situar a Blanchot en sus inicios, en sus dudas, en sus elecciones teóricas, en su lento transformarse, para intentar descubrir las bases en que reposa la arquitectura de su ouvre. La reflexión ya no es un programa mitológico para comprobar el origen de la obra como experiencia imposible, sino más bien la más modesta tarea de cómo aparece y se elabora una reflexión política sobre la literatura. O cómo se elabora literatura desde el compromiso político. Silencio y neutralidad de la palabra literaria como problemática ideológica. Uno de los peligros que nos acechan es el llamado “Vichy Syndrome”. ¿De qué se trata? Su nombre se debe al gobierno de Vichy, establecido en 1940 en la parte de Francia ocupada, y que no sólo colaboró ampliamente con el esfuerzo nazi, sino intentó un fascismo a la francesa, autóctono y bien galo. Como nos lo recuerda el autor del mejor libro sobre el régimen de Vichy, Rousso, el síndrome de Vichy consiste en un sistema heterogéneo de síntomas, de manifestaciones, en particular en la vida política, social y cultural de Francia, que revelan la existencia de un enorme traumatismo generado por la Ocupación nazi entre 1940 y 1945, particularmente ligado a las divisiones internas, a los alineamientos políticos con respecto al invasor, traumatismo que se ha mantenido, e incluso se ha desarrollado y perfeccionado, mucho después del fin de la guerra. Como Rousso argumenta, este síndrome colectivo, en algunos casos promovido y generado desde el estado (la Vª república gaullista), ha producido que los conflictos abiertos en esos años continúen sin conclusión y que los propios franceses no se hayan reconciliado con su propia historia. Ha sido una política estatal “desconstruir” la colaboración francesa con el nacionalsocialismo… El caso Blanchot es uno de los mejores ejemplos del síndrome de Vichy, quizá paradigmático. Como señala un estudioso de Blanchot “es simplemente deshonesto adular piadosamente la dimensión de lo heterogéneo en los escritos de uno de los más grandes escritores del siglo… borrando totalmente el fragmento más indigerible de su obra”.

Revolución de la derecha: durante los años ’30 en Francia Maurice Blanchot fue, antes que nada, un intelectual comprometido, radicalmente engagé. Inimaginable si uno considera sus posiciones teórico-prácticas o sus discusiones contra Sartre de la posguerra. Impensable para la mayoría de sus admiradores de la escritura “pura”, ausente, de los márgenes. Un contraste cegador entre el esteta del silencio, el littératteur construido después de 1945 que pocos pueden imaginar. A modo de ejemplo, daré dos, un reciente biógrafo de Blanchot, Pierre Mesnard, en su libro “Maurice Blanchot: Le sujet de l’engagement”, define al escritor como “novelista y crítico, nacido en 1907, su vida fue devotamente entregada a la literatura”, y según el autor si bien coqueteó con la extrema derecha en 1938 ingresó en la literatura pura; en español, en especial el año de su muerte, aparecieron diversos homenajes autóctonos en el mundo español, la mayoría pequeñas páginas miserables de hagiografía, “copy&paste” y culto al teórico de la decepción, textos cercanos al extravío, como cuando un comentarista poco avispado nos previene que “al revés de sus ensayos, su obra narrativa es prácticamente desconocida en nuestra lengua”. Justamente lo poco conocido de Blanchot son sus ensayos, en especial aquellos que escribió entre 1930 y 1945, eminentemente políticos, y que suman la impresionante cifra de doscientos, muchos nunca republicados o traducidos al español. Otro comentarista lo llama el “maldito ilustrado” y aunque menciona sus artículos en la prensa chauvinista, todo queda como un accidente en la gran ruta del ser literario. Retrospectivamente podemos decir que si Blanchot estaba comprometido con su tiempo, lo estaba del lado equivocado: su escritura y su talento se pusieron al servicio de un arco rocambolesco de revistas y diarios de la extrema droite francesa. Blanchot era, sin lugar a dudas, un activista de la nueva derecha y violento ideólogo antirrepublicano. Participaba personalmente como militante en los grupos de disidentes maurrasianos (discipulos críticos de Charles Maurras, el fundador de la Action Française). Y su pluma se puso al servicio de un variopinto número de revistas y órganos protofascistas. Todas estas publicaciones pertenecían a la corriente conocida como Jeune Droite, que critican a los maurrasianos su inmovilismo, su aceptación del marco de lucha política liberal, su legalismo y falta de acción concreta. Es la deriva fascista de la Action Française, con una mezcla ideológica de neotradicionalismo, antimaterialismo y personalismo católico integrista. Se pueden distinguir dos grandes agrupaciones de los jeunesses: 1) Las cobijadas bajo el liderazgo de Jean-Pierre Maxence, que editaban revistas como “Les Cahiers”, “La Revue Française” y la furibunda antijudía “L’Insurgé”; 2) Y la troika de Robert Brasillach, Thierry Maulnier, Jean de Fabrègues, que editaban “Je suis partout”, “La Revue universelle”, “Réaction”, “1933” (luego “1934”), “Combat” (con Pierre Drieu la Rochelle), “La Revue du siècle”, “Civilisation” y “A l’assaut”, entre otras.

La ideología y la importancia de estos grupos y revistas es difícil de calibrar, pero todos tenían algunos denominadores en común con el amplio espectro del “modernismo reaccionario”: anti-democracia, anti-igualitarismo, anticomunismo, corporativismo neomedieval, crítica de los derechos del hombre y de las libertades civiles, anti-universalismo, racismo. A los ojos de estos círculos por más de un siglo las “ideas de 1789” habían sido responsables de la decadencia de la nación francesa, de su integridad, honor y virilidad. A la crisis económica de 1929, se le sumó el ascenso del nacionalsocialismo, la consolidación de Mussolini y la ascensión de las izquierdas en España y Francia con los frentes populares. Francia se dividió, y el polo de la extrema derecha se movió hacia el golpe militar y la insurrección. Paradójicamente, mientras la izquierda institucional representaba la defensa de la legalidad democrática burguesa, la derecha protofascista se hacía insurreccional y antisistema. Como Blanchot escribía en Le Rempart en el artículo “Quand l’Etat est revolutionnaire” (24 de abril de 1934), en el contexto de un intento de golpe de estado derechista fallido: “Hoy los signos de crisis política general están en todas partes. Después de haber vivido por muchos años con el sentimiento de orden y seguridad… nos encontramos enfrentados con una delegación de los intereses privados guardados celosamente por sus representantes: no hay estado a la izquierda”.

Derivas fascistas: “No es fácil escribir sobre Maurice Blanchot”, recordaba su amigo el filósofo Emmanuel Lévinas, y sabía por qué. ¿Lévinas conocía el viaje sin retorno de Blanchot al fascismo? Los primeros artículos del joven Blanchot datan de 1931, aparentemente son literarios. “Mahatma Gandhi”, el primero, fue publicado en el último número de una revista marginal, “Cahiers de littérature et de philosophie”, editada por estudiantes católicos reaccionarios, aunque se reclamaban “cristianos revolucionarios”. La idea blanchotiana es que la renovación espiritual europea, comparándola con la de la India en rebelión, sólo puede realizarse como una empresa de “purification nationale”. El editor de la revista es un seminarista apasionado y fanático de Maurras, ya lo nombramos, Jean-Pierre Maxence (por cierto: reciclado en la industria editorial francesa omitiendo su pasado); la ideología tiene mucho de la teología de Maritain y en ella se mezclan artículos literarios con conclusiones bien políticas. Se pueden leer artículos de Maritain, Bernanos, Chesterton, Marcel, Eliot, Jacob, Supervielle, incluso un monográfico dedicado a antimoderno Charles Péguy (una de las fuentes del fascismo, según palabras del mismo Mussolini). Al inicio de los años ’30 el discurso blanchotiano es una crítica literaria y cultural que se transforma progresivamente en pensamiento político y en llamada a la acción, a tal punto que lo literario queda eclipsado por lo político. Blanchot cree que la crítica literaria debe tener siempre un juicio de valor, esencialmente antimarxista y nationaliste. Todos los biógrafos y hagiógrafos coinciden en que existe un punto de ruptura entre los años 1931 y 1933: si en los primeros años de la década se mezclan artículos de crítica literaria con corolarios políticos más o menos solapados, ya en 1933 Blanchot se transforma en un escritor político puro y duro. Se trata de una radicalización y politización extrema de toda Francia, se diría epocal, los prolegómenos de una verdadera guerra civil encubierta, pero la de Blanchot en especial refleja casi sismográficamente la evolución de la “Jeune Droite” en particular. El cambio radical fue la coyuntura histórica de 1932, año fatal en lo económico (llegan los efectos del crack del ’29 a toda Europa) y político (las izquierdas se unifican en un Bloc des gauches, un experimento político inédito y están al borde de conquistar el poder por medios pacíficos). Blanchot declama contra la perspectiva demoníaca, no sólo del liberalismo, sino del previsible triunfo del Front Populaire liderado por el judío bolchevique Leon Blum. Negativamente habla de la necesidad de un renaissance político, contra el individualismo burgués, contra la decadencia democrática, “fille du nombre et de la quantité”, denuncia el estatismo y la lucha de clases. A su vez defiende la soberanía monárquica (el principo de gobierno decisionista de una sola cabeza), la sumisión de nuestra vida a un “bien común” corporativo (el orden católico integrista y su utopía comunitaria). Si Maurras y la vieja guardia se basaban en la filosofía política del neotomismo, la “Jeune Droite” se basa en la fenomenología existencial de Martin Heidegger y en las conclusiones políticas derivadas de su libro de 1927, “Ser y Tiempo” (Sein und Zeit). Ya en aquellos años la mentalidad protofascista francesa sacaba las conclusiones más reaccionarias de la filosofía heideggeriana sin problemas. El discurso revolucionario de Blanchot tendrá una estructura paralela a la forma de las críticas literarias que luego se condesaran en su obra “Faux Pas” (1943), netamente antimodernista (como por ejemplo, al rechazar la claridad como cualidad adecuada para evaluar la perfección de la literatura francesa) y nacionalista (como por ejemplo, en un artículo sobre el crítico alemán Curtius, al defender la especificidad francesa en los temas psicológicos del hombre y al defender una idea de hombre, no isolé et abstrait, sino la personne vivante, el hombre-en-el-mundo, en su relación más ontológica con la sangre y la tierra). Ya en esos años aparece una de las ideas fundamentales de la concepción literaria blanchotiana: la creación literaria exige la transformación de lo accidental en un orden y armonía necesarios. La literatura verdadera realiza l´harmonie concrète, entre lo puro y lo esencial y una acción real que cumple el destino de una persona existente. En sus artículos en Le Rempart, Blanchot polemiza agriamente contra la “inhumana Declaración de los Derechos del Hombre”, contra la “Idée 1789”, es decir, todos los ideales de la revolución francesa, que desde su punto de vista habría redefinido desastrosamente el concepto de libertad, descontextualizada de sus antecedentes históricos, liberada de las relaciones naturales (no es otra cosa que la crítica de Burke y De Maestre reciclada). La única solución al desencantado y disfuncional republicanismo decadente, observa Blanchot, es una insurrección de nuevo tipo, tal como lo demuestran las exitosas aventuras de Italia y Alemania: “cuando el estado es incapaz de trabajar para el estado y a favor de la nación, el bien público sólo puede ser defendido por la resistencia contra los poderes políticos… las aventuras de Italia y Alemania son, en este aspecto, plenas de promesas…” El 6 de febrero de 1934, en el contexto internacional del fortalecimiento de Hitler y la remilitarización de Alemania, y en el de una crisis gubernamental por el Affaire Stavisky, se produce un intento de golpe de estado de las organizaciones de la extrema derecha francesa en la Place de la Concorde. Los disturbios callejeros y represión policial dejen 15 muertos y 3000 heridos. El golpe falla al dudar el ejército y levantarse una oposición de la izquierda y los sindicatos. En un artículo en Combat, “Le Fin du 6 Février, 1934”, Blanchot recordará esta magna fecha y calificara al intento de putsch como “magnifico por la virtud de su ardor, por su devoción y sus acciones sublimes”. Otra vertiente ideológica de la Jeune Droite será, por supuesto, Nietzsche, aunque mucho de sus escritos no se han traducido al francés, el recurso ideológico vendrá de segunda mano. Las profecías neonietzscheanas concernientes a la declinación de las naciones blancas, la aristocracia de los mejores y más fuertes, al advenimiento de una nueva Edad Media, abundan entre Blanchot y sus compañeros de ruta. Thierry Maulnier (Jacques Talagrand), el editor de Combat y amigo de Blanchot, escribirá uno de los primeros estudios franceses importantes: “Nietzsche” (1933) y Drieu La Rochelle escribirá el mismo año “Nietzsche contre Marx”. Maulnier, dicho sea de paso, ha escrito la introducción exultante de la traducción al francés del libro protofascista del jungkonservative alemán Arthur Moeller van den Bruck Das Dritte Reich, “El Tercer Reich”.

Terrorismo de derecha y antisemitismo: de 1936 a 1939 Blanchot será un colaborador regular de dos revistas de la extreme droite: L’Insurgé y, como vimos, Combat. L’Insurge tenía un curioso lema: “Contre les oligarchies, au service du Peuple et de la Patrie” y poseía vínculos con una de las principales organizaciones terroristas de la extrema derecha activas durante la década de los ’30, la "Organisation secrète d'action révolutionnaire nationale", conocida como La Cagoule de Eugène Deloncle. La revista funcionará en las mismas oficinas de La Cagoule en la calle Caumartin. Brevemente la organización intentaba a través del terror desestabilizar la república (con asesinatos, uno muy famoso como la ejecución por orden de Mussolini de los hermanos Rosselli, dos intelectuales antifascistas exiliados en Francia; con atentados a la izquierda, contra aviones comprados por la República Española, o contra la derecha, contra la sede de la patronal francesa, para acusar a la izquierda). Con apoyo financiero de Mussolini y Franco (quien incluso le envía armas), La Cagoule intenta otro coûp de main en noviembre de 1937. Fracasa y unos 120 miembros son arrestados a lo largo del año 1938. La mayoría de sus integrantes y sus cuadros dirigentes luego de 1940 participarán en el gobierno fascista y colaboracionista de Vichy o en la zona ocupada por los alemanes. Se rumoreaba que en la organización paramilitar participaba incluso De Gaulle y otros generales en actividad.

En sus sesenta y siete artículos en L’Insurge, Blanchot profundizará sobre la tercera vía entre la democracia liberal y las ideas colectivistas del socialismo y el comunismo, y llamando al uso de la fuerza contra el régimen, hasta que en marzo de 1937 las autoridades lo detengan (hecho poco conocido entre sus admiradores), junto con cinco miembros del comité editorial, por incitación al asesinato. Desde la revista los articulistas pedían venganza a sus lectores y militantes por la reciente muerte de dos activistas de extrema derecha a manos de la policía, y la venganza debía recaer en las muertes de León Blum y el líder del PCF, Maurice Thorez. Blanchot razonaba que si la democracia no es capaz de proteger a sus ciudadanos, si su justicia es sectaria, es tiempo que los ciudadanos más conscientes tomen el asunto en sus manos. El periodismo literario-político de Blanchot será un ejemplo paradigmático de este ethos protofascista, insurrecionalista de derechas, sediciosamente extraparlamentario, donde el climax será el artículo “Le Terrorisme, méthode de Salut Publique” de 1936. A un poder injusto, a un parlamento que erosiona la economía nacional, tiránico, arbitrario, que anuncia “la ruine” de Francia, un ruina en la que confluyen la democracia liberal, el socialismo de los profesores y el marxismo, se opone un “juste révolte”, la promesa de una magnifica revolución “nécessaire et nationale”, que salvará a Francia y fundará un Orden verdadero. La democracia liberal, en ese momento gobernada por El Frente Popular, difama a la verdadera fuerza nacional y produce sólo desorden. La ideología republicana, basada en “l’absurde philosophie pacifiste” ignora o pretende subestimar la superioridad de la violencia. ¿Y el marxismo? No es ni un partido revolucionario, ni un ideal, ni puede pretender inspirar ninguna fuerza verdaderamente revolucionaria… el marxismo es sobre todo extraño a la idea, a la acción, a la fe revolucionaria, porque, como el socialismo, ignora la verdadera fuerza subversiva: la pulsión Nationale. Si localmente el acceso al poder de las izquierdas en junio de 1936 se vivió como una catástrofe en la nueva derecha francesa, en el preludio de la bolchevización de Francia, el golpe de estado de Franco en julio de 1936 en la España republicana despertó sus esperanzas. Blanchot se transforma en un entusiasta de la causa nacional de la Falange, argumentando fervientemente a favor de que Francia interviniera, al lado de la Alemania nazi y la Italia fascista, del lado de Franco. El artículo, “Les deux trahison? Le Front Populaire a ruiné l’internationalisme et ‘turquifié’ la France”, reclama que Francia apoye la lucha antirrepublicana del fascismo español para poder re-establecer sus credenciales de potencia en el juego de la geopolítica mundial; además, Blanchot daba la voz de alarma que como Hitler era el aliado más confiable de Franco, los franceses estaban perdiendo un esfera de influencia históricamente francesa. El antisemitismo y xenofobia normal de la extrema derecha de la época no se hace esperar: en un artículo sobre León Blum, titulado irónicamente “Blum, notre chance du salut”, se lo califica como “el representante de lo más despreciable de nuestra Nación… una ideología atrasada, una mentalidad senil, una raza extranjera”. En ese número en especial, para que calibremos el contexto de la diatriba, en la cubierta de la revista aparece una caricatura antisemita de Blum: el líder socialista aparece con los típicos rasgos judíos exagerados (nariz ganchuda, protuberancia craneal, ojos saltones, labios libidinosos) blandiendo un Menorah apoyado en una pila de ataúdes (una alusión a cinco trabajadores muertos por la Guardia Nacional en el curso de una marcha antifascista de la izquierda). Es la misma época en que Céline inicia su propia deriva antisemita con su pamphlet “Bagatelles pour un massacre”. Como bien señalan dos estudiosos de la cuestión judía en Francia, Paxton y Marrus, “el antisemitismo jugó un importante rol en la derecha francesa para oponerse violentamente al gobierno del Frente Popular de Blum. La sensibilidad antijudía del francés medio es remodelada desde una visión del mundo que engloba lo económico, lo social y lo político, transformándose en un arma combativa, el cri de coeur de un movimiento opositor que se presentaba como defendiendo a Francia de un cambio revolucionario”. La ensayística de Blanchot se encuadra perfectamente en estas coordenadas. Cuando Hitler reocupa militarmente la zona industrial y minera del Rhin en abril de 1936 (violando todos los tratados) y la guerra parece inminente, Blanchot escribe “Après le coup de force allemande” que “nada es tan pernicioso como la propaganda del ‘honor nacional’ promovida por sospechosos oficiales extranjeros [judíos] en las oficinas del Quai d’Orsay [Ministro de Relaciones Exteriores] que intentan forzar a jóvenes franceses a entrar en una guerra en nombre de Moscú o Israel”. En otro artículo de 1936 sobre el terror como método de salud pública, “Terrorismo comme méthode du salud publique”, Blanchot distingue un antisemitismo razonable en tanto anticapitalismo (recordemos que una de las fuentes del fascismo francés es la izquierda) del vulgar antisemitismo basado en la biología de los nazis. Vuelve sobre los temas trillados (antirepublicanismo, antiliberalismo, heroicidad y uso de la violencia sin límites) para calificar al gobierno de Blum de detestable, “eso que con solemnidad se ha llamado el experimento Blum… una espléndida unión, una alianza sagrada… de soviéticos, judíos e intereses capitalistas”. Allí está la paranoica conspiración de comunistas, judíos y plutócratas, un clásico de la demonología fascista y parte indisoluble de la imaginación paranoica de la extrema derecha. El 1º de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia y estalla la Segunda Guerra Mundial; poco tiempo después, entre mayo y junio de 1940, Francia es derrotada ignominiosamente en seis semanas por la Blitzkrieg alemana. Pero para los jóvenes turcos de la Jeune Droite la derrota es la oportunidad de un nuevo inicio y la demostración que la era de la indecisión y de la democracia liberal fue la causante de la humillación más grande vivida por los franceses. Como dijo el maestro, Charles Maurras, el triunfo extraño de Alemania fue una “sorpresa divina”. Blanchot también se comprometerá con este Nuevo Orden, y es quizá la parte de su vida más oscura.

(Imagen: Montaje de Maurice Blanchot con el escudo de la École de Uriage)

4 Comments:

Blogger Franco said...

Estimado. Maravillosos sus artículos, como siempre. Exceden largamente la calidad del blog, y la extensión (que por este medio a veces molesta) acá es un pretexto para colgarse en la lectura siempre apasionante y llena de datos esclarecedores.
No tengo palabras para elogiar lo suyo, estimado desconocido.

1:05 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy bueno el artículo sobre Blanchot. Creo, sin embargo, que relacionás, de forma mecánica y prescindiendo de toda mediación, su compromiso con el fascismo y las concepciones que mantuvo sobre la literatura. ¿pueden despacharse como estetizaciones reaccionarias y escapistas sus ideas acerca de las aporías del lenguaje y el trabajo del escritor? ¿qué decir entonces de Heidegger, quien tuvo discípulos activos en la resistencia francesa? ¿Y del libro que Foucault le dedicó a Blanchot? Si resultan penosas las coartadas de los intelectuales, que edifican castillos tan aéreos como endebles a la hora de eludir su parte de responsabilidad en la historia concreta (ya porque no adoptaron ningún compromiso, y callar es una forma de actuar; o porque se comprometieron con una causa de la que ahora reniegan; o, finalmente, porque si bien todavía creen en ella, necesitan acomodarse a las nuevas circunstancias), tampoco creo que una parte de la obra de Blanchot sea una simple máscara destinada a ocultar la otra.

Saludos

5:42 a.m.  
Blogger Humanoide said...

Ningun comentario es inocente, nada puede permanecer al margen... sin embargo es indiscutible el milagro de la belleza...

2:09 a.m.  
Blogger Jean-Paul said...

Muy buen artículo, que se hunde en lo problemático de la biografía de Blanchot... Una cuestión difícil que se asemeja a veces (en otro registro,por cierto) a lo de Heidegger: lamentablemente, pensadores de esa talla se vieron extrañamente, seducidos por el fascismo.
Sobre Heidegger, precisamente, un comentario: me parece que la relación que haces a Sein und Zeit es, conceptualmente, algo arbitraria en tu texto, aunque por cierto dio en aquellos años incluso para lecturas como las que mencionas -pero no eso.
Creo que la relación de Blanchot con el fascismo -de moda por un tiempo en Francia,luego casi olvidado para convertirlo enautor de culto- es algo que debe darnos que pensar, que debe profundizarse en ello... Sobre todo a la luz de sus análisis posteriores sobre el "tipo judío" y la ausencia de mitos en la "cultura judía". Más aún, creo que debe indagarse su influencia en autores como Derrida, Nancy,Lacoue-Labarthe, etc.
Nuevamente, la aporía se impone,llenándonos de paradojas.

4:57 p.m.  

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