El último poema de Georg Trakl
Georg Trakl es un producto del Imperio Austrohúngaro fin de siécle. Muchos anacrónicos desinformados han idealizado a Viena y Budapest, pero deberíamos hacernos una idea de lo retrógrado, clasista, aristocratizante y tardofeudal que era el reino de los Habsburgo para cualquier vanguardia cultural. Una aristocracia de 300 familias gravitaba en torno a la corte del anciano emperador Francisco José I (con 86 años, el monarca más longevo de la historia europea), que junto con su heredero, Francisco Fernando, era el prototipo de ultraconservador europeo. El grupo en el poder promovía y toleraba el antisemitismo, aunque los banqueros y empresarios judíos buscaban afanosamente favores imperiales, honores, títulos y emulaban los estilos aristocráticos. Todos, burgueses e Intelligentzsia, tenían una actitud ferviente de Kaisertreu, especialmente en los momentos de crisis internacionales. Aquella Hofadel obsesionada por mantener sus privilegios de casta y obstaculizar todo progreso, era básicamente de origen austro-alemán y latifundista. Un impotente Reichsrat, el parlamento, oficiaba de máscara ridícula para un verdadero Ancien Régime que administraba el poder de manera caprichosa y absoluta. Recién en 1907 se instauró, con muchas precauciones, el sufragio universal masculino. La joven socialdemocracia, subrepresentada por un sistema electoral que beneficiaba a los terratenientes, era mirada como una enfermedad urbana y judía que amenazaba el sano equilibrio. La cultura oficial del Imperio se sintetizaba en la fórmula “Bildung und Besitz” (educación clásica y propiedad). La misma economía era preindustrial. Para darnos una idea podemos ver el Jubileo de Diamante en el sexagésimo año del reinado (interminable) de su excelencia el Emperador Francisco José I (coronado luego del fracaso de las revoluciones de 1848), anno mirabilis 1908. Una fiesta nacional sin precedentes, donde se reunió el Kaiser con innumerables testas coronadas de archiduques, grandes duques, barones, todos con la genealogía sangreazul de Habsburgo. Toda la alta sociedad vienesa estaba reunida en el Hofoper, el impresionante teatro imperial vienés, escuchando una ópera especialmente escrita para la ocasión, “El sueño de un Emperador”, que celebraba la grandeza y los triunfos de la dinastía. En las primeras filas eran todos uniformes y medallas, prelados católicos, y, por supuesto, el emperador, con sus veinte títulos a cuestas y uniforme de mariscal, flanqueado por la Duquesa Maria Theresa von Württemberg y el resto de la familia real. Francisco José, en un acto de calculada magnificencia muy alabado por la prensa, decretó 4.020 ennoblecimientos, promociones y condecoraciones que señalaban quién mandaba en Austria. Faltaba Sissi para completar el real cuadro.
Contra la lectura deformante y desprolija que hizo de su poesía Heidegger en 1953 (“Poeta del Occidente aún oculto, de una nueva generación regenerada que sucederá a la actual”) debemos rebajar un poco esta hermenéutica milenarista y hagiográfica. Hasta nuevos especialistas han concluido que Trakl podía encajarse en la crítica marxista… Lo cierto que el poeta nació en Salzburg, el 3 de febrero de 1887 hijo de un ferretero. Vivió allí hasta los dieciocho años. Su educación fue católica, a decir verdad nunca abandonó el cristianismo (en una versión a lá Dostoievski). Salzburg, la ciudad de Mozart, fue una región que expulsó a protestantes y judíos durante la Contrarreforma, con un edicto famoso llamado con humor estatal Emigrationspatent. Una Provinz que estuvo bajo la égida del reino de Baviera y que siempre se sintió étnicamente alemana. El 99% de sus ciudadanos votaron fervorosamente el Anschluss, la anexión al Reich de Hitler en 1938. De tradiciones católicas ultramontanas e integristas, Trakl fue marcado por esta cultura provincial y periférica. Era un alumno mediocre y poco sociable. Decidió ser farmacéutico, una vocación que muchos creen debido a su adicción temprana a las drogas. Primero, la dormidera, el opio. No es raro que su adicción a la cocaína sea como consecuencia de un intento de cura. En esos años se pensaba que la coca ayudaba a debilitar la adicción a la morfina y los opiáceos. En sus poemas aparece con frecuencia (con la palabra Mohn):
“La madre llevaba al niño bajo la luna clara,
A la sombra del nogal, del viejo saúco
Ebrio del zumo del opio...”
“Sobre negra nube
cruzas ebrio de opio
El estanque nocturno”
De joven intentó ser cantautor (un fracaso) y escribió sus primeras poesías. Para realizar sus estudios se trasladó a Viena. Estudió dos años en la Universidad y de este entonces parece datar su repulsión a las grandes ciudades, a las que ve enfermas, poseídas por el espíritu del mal. Un número cada vez mayor de intelectuales y artistas atacaba a la ciudad como principal personificación del callejón sin salida maligno de la civilización europea. Centros urbanos sin alma, en descomposición y focos de decadencia. Trakl, como otros, se sentía al mismo tiempo repelido y fascinado por la neurastenia, la corrupción, la rutina mecánica y el aburrimiento que socavaban a Viena como fuente de creatividad y de conocimiento. Aunque la cuestión social está siempre visible (no hay que asustarse: el alcalde de Viena era el rabioso antisemita Karl Lueger):
“Callada, en oscuras cavernas, sangra una humanidad muda
Forjando con durísimos metales el rostro que ha de redimirla”
Desarrolla una angustia de pánico ante hombres extraños. En 1910 recibe su diploma de Magister der Pharmazie. Se enlista voluntariamente en el ejército imperial, con un contrato de un año. No es raro: en el imperio de la Doble Monarquía la única posibilidad de ascenso para un petit bourgeois plebeyo era el ejército o la burocracia. Al finalizar vuelve a su lugar natal, Salzburg. Su vida es un desastre y no logra estabilizarse como un pasable burgués. La conservadora ciudad de provincias ve con malos ojos este bohéme raro, paranoico y heterodoxo. Piensa una salida a lo Rimbaud; el escribe a un amigo que quiere emigrar a una colonia europea alejada y salvaje: Borneo. Desiste de la idea y se re-engancha en el ejército y es enviado como farmacéutico al hospital militar de Innsbruck, en el pintoresco Tirol. Allí se codeará con los círculos culturales, en especial con el grupo de la revista bimensual “Der Brenner Jahrbuch”, editada por Ludwig von Ficker (quién luego tendrá relaciones con Heidegger). Según Karl Kraus, la única revista cultural honesta en lengua alemana. La publicación reunía expresionismo, ensayos teológicos y radicalismo cristiano introspectivo, una rara síntesis. Gracias a este contacto podrá editar poemas, publicar su primer libro, conocer a un grupo importante de artistas y literatos (“Brenner-Kreis”) y recibir mágicamente el apoyo de una beca privada de la familia judía rica de un tal Wittgenstein. Para compensar su ostracismo social, la nobleza judía de dinero era patrocinante de las artes y gran donante a las obras de beneficencia. Hay una carta muy curiosa del luego famoso filósofo remitida a Ficker que dice: “yo no las entiendo a las poesías de Trakl, pero su tono me hace feliz”. Curiosidad: Ficker rechazó como editor la publicación del “Tractatus logico-philosophicus” por considerarlo inentendible para los lectores.
El estallido de la guerra en agosto de 1914 entre las Potencias Centrales (El Reich alemán y el imperio Austro-Húngaro más Turquía) y la Éntente (Francia, Japón, Reino Unido y Rusia, luego Italia, Portugal y Estados Unidos), desató una fiebre de nacionalismo, revanchismo y racismo entre todas las clases sociales. Años de adoctrinamiento y desinformación desde medios de prensa, escuelas y púlpitos prepararon el escenario del matadero voluntario. La primera medida del emperador-rey Francisco José fue cerrar el parlamento. El 24 de agosto de 1914 Trakl marcha al campo de batalla como farmacéutico en una columna sanitaria. Es un fervoroso voluntario. Cree en la causa y que la guerra es justa. Flicker va a despedirle a la estación de tren y lo encuentra animado y sonriente: lleva un clavel rojo en la gorra y antes de marcharse en un tren de mercancías, deja en la mano de Flicker un papel en el que ha garabateado un extraño poema. Trakl cree en la experiencia vital de la guerra y tiene un sentimiento instintivo y leal hacia la guerra del sabio monarca. Desborda fidelidad a los Habsburgo, la ciega Kaisertreu. No nos extrañemos: el mismo frío y analítico Wittgenstein, también voluntario entusiasta, en sus diarios habla de la guerra como la destrucción de lo artificioso y el retorno de lo auténtico y que sólo la muerte heroica otorga significado a la vida. Cuando tomó contacto con la realidad de la miseria y la matanza se quiso quitar la vida. Ni siquiera Freud se escapó a este virus nacionalimperialista.
En los primeros días de la guerra, el ejército del Zar, el más grande del mundo, atacó en sus fronteras con Austria-Hungría. La región se la conocía como la Galitzia (Galizien), y su capital era Lemberg (hoy Lviv, parte de Ucrania). Unas horas después Trakl llega a su destino: la aldea de Grodek (hoy Hórodok). En las cercanías se libra una dura batalla por la capital. Dentro de un granero de la aldea yacen noventa hombres heridos de gravedad en un Feldlazarett. Todos los horrores de la guerra se despliegan: hay hombres con miembros amputados muriendo desangrados, soldados que se sujetan la barriga para que no se les salga las tripas, hombres destrozados en todas partes pidiendo ayuda, gritos de dolor, de espanto, llantos y gemidos. Entre todo, se escucha una detonación: un “herido en la vejiga” se ha disparado en la cabeza para acabar con su dolor, y llena la pared del granero con su sangre. En las inmediaciones, una plaza con un grupo siniestro de árboles quietos. De cada uno de ellos pende ahorcado un hombre. El último de ellos se ha puesto la soga él mismo. Son rutenos, espías “rusófilos” o independentistas, capturados y ejecutados sin juicio. Ante el envión del ejército ruso la unidad de Trakl emprende una retirada táctica. Lo atraganta el pánico y la desesperación. Trata de quitarse la vida, sus compañeros lo impiden. Sufre de una “neurosis de guerra”, una enfermedad no reconocida en el ejército austro-húngaro (caía bajo la acusación de cobardía ante el enemigo). Es enviado a un hospital de Cracovia, para ser internado dado su estado mental y administrativamente estudiar su caso. Flicker, en el momento en el que sabe de su suerte, acude en su ayuda. Cuando se ven, Trakl cree (o quiere creer) que está internado por una simple angina y que podrá salir en breve; y le aprisiona el miedo a que le fusilen por haber querido desmoralizar a las tropas con su ataque de pánico histérico. Flicker relata así sus últimos momentos: “Siempre se le hacía difícil arreglárselas con el mundo exterior, al tiempo que iba ahondándose cada vez más en el manantial de su creación poética... Bebedor y drogadicto empedernido, jamás le abandonaba su porte noble, de un temple espiritual fuera de lo común; no hay hombre que haya podido verle jamás tambalearse siquiera o ponerse impertinente cuando bebía, si bien a horas avanzadas de la noche su forma de hablar, por lo demás tan delicada y como rondando siempre a un mutismo inefable, se endurecía a menudo con el vino de una manera peculiar y entonces podía aguzarse en una malicia relampagueante. Pero por debajo, solía sufrir él más que aquéllos sobre cuyas cabezas descargaba como un rayo la daga de sus palabras en el corro enmudecido; pues en tales momentos parecía de una veracidad tal que le partiera auténticamente el corazón. Por lo demás, era un hombre callado, ensimismado, pero en modo alguno reservado; al contrario, sabía entenderse bondadoso y humano como el que más con gente sencilla y franca de cualquier clase social, de la más alta a la más baja, con que tuvieran el corazón "en su sitio", en particular con los niños. Bienes apenas le quedaban, tener libros siempre le pareció superfluo, y acabó "liquidando" por lo que le dieran todo su Dostoievski, al que veneraba fervientemente... Entonces estalló la guerra, y Trakl tuvo que ir al frente en su antiguo puesto de farmacéutico militar con un hospital volante. A Galitzia. Al principio aquello pareció romper el hielo y arrancarle a su pesadumbre. Pero luego, tras la retirada de Grodek, recibí desde el hospital de plaza de Cracovia, adonde se le había llevado para observación por su estado psíquico, un par de cartas suyas que sonaban como llamadas de socorro de su alma. Me decidí sin tardar y salí hacia Cracovia. Allí tuve el último y conmovedor encuentro con mi inolvidable amigo. En Cracovia y de vuelta a Viena hice cuanto estuvo en mi mano por traerle de vuelta a los cuidados de casa. Pero apenas llegué allí [a Innsbruck] recibí la noticia de su muerte. Murió la noche del 3 al 4 de noviembre de 1914, tras un día de agonía, presuntamente por efecto de una dosis de veneno que ingirió; de todos modos su final está envuelto en la oscuridad, pues no se permitió estar a su lado a su asistente. Éste, un minero de Hallstatt adscrito a Sanidad, llamado Mathias Roth, fue el único ser humano que asistió de luto al entierro de Trakl”. Wittgenstein, su raro admirador, se dirige a Cracovia. Llega tarde. Tres días antes de su llegada, Trakl se ha administrado una sobredosis de cocaína, droga habitual en los hospitales. Duda que se trate de un suicidio y señala la posibilidad de un error médico encubierto. Wittgenstein escribe con tristeza al recibir el poema póstumo de Trakl, escrito de un tirón: “Ficker me ha enviado hoy poesías del pobre Trakl, que yo considero geniales, aunque no las entienda”. Entre ellas su última poesía dedicada a la pequeña aldea de Grodek, el infierno tan temido. Será publicada en “Der Brenner Jahrbuch”, 1915, p.14, con fecha de septiembre de 1914:
Grodek
En la tarde suenan los bosques otoñales
de las armas mortales, las praderas doradas
y los lagos azules; sobre todo el Sol
se hunde sombrío: la noche abraza
a guerreros moribundos, el salvaje lamento
de sus bocas destrozadas.
nubarrón rojo, donde habita un Dios en cólera,
la sangre derramada, frío de Luna;
Todas las calles acaban en una podredumbre negra.
Bajo el dorado ramaje de noche y estrellas,
por la arboleda silenciosa va la sombra de la Hermana vacilando,
para saludar el espíritu de los héroes, las cabezas sangrantes;
y suaves resuenan en los juncos oscuras flautas del otoño.
¡Oh, orgullosa tristeza! , sus férreos altares
la caliente flama del espíritu alimenta hoy un violento dolor,
De nietos nunca nacidos.
Von tödlichen Waffen, die goldnen Ebenen
Und blauen Seen, darüber die Sonne
Drüster hinrollt: umfängt die Nacht
Sterbende Krieger, die wilde Klage
Ihrer zerbrochenen Münder.
Doch stille sammelt im Weidengrund
Rotes Gewölk, darin ein zürnender Gott wohnt,
Das vergossne Blut sich, mondne Kühle;
Alle Straßen münden in schwarze Verwesung.
Unter goldnem Gezweig der Nacht und Sternen
Es schwankt der Schwester Schatten durch den schweigenden Hain,
Zu grüßen die Geister der helden, die blutenden Häupter;
Und leise tönen im Rohr die dunklen Flöten des Herbstes.
O stolzere trauer! ihr ehernen Altäre,
die heiße Flamme des Geistes nährt heute ein gewaltiger Schmerz
Die ungebornen Enkel.
(Traducción: Nicolás González Varela)
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