Del lado de los verdugos: sobre "Les Bienveillantes" de Littell
El Prix Goncourt fue creado en 1896 según la voluntad del testamento del historiador Edmond de Goncourt. El espíritu del premio fue expresado por Daudet como "le meilleur ouvrage d'imagination en prose paru dans l'année". Es decir: abría la posibilidad de que el autor fuera o no francés. Generalmente el premio se anuncia en noviembre en el restaurant Drouant (Place Gaillon, Paris). El jurado de diez miembros estaba compuesto por François Nourissier, Daniel Boulanger, Robert Sabatier, Françoise Mallet-Joris, Didier Decoin, Edmonde Charles-Roux, Jorge Semprún, Michel Tournier, Bernard Pivot et Françoise Chandernagor. Littell compitió hasta el final con una novela de un psicoanalista, “Marilyn, dernières séances”, de Michel Schneider (Grasset). El resto de los finalistas eran Alain Fleischer, “L'amant en culottes courtes” (Seuil) y François Vallejo, “Ouest” (V. Hamy). Los votos fueron de siete a favor de Littell contra tres para Schneider. El Goncourt fue entregado por primera vez en 1903, recibiéndolos escritores como Barbusse, Proust, Malraux, Simone de Beauvoir, Tournier, Mediano, Duras, Orsenna, Maalouf. “Les Bienveillantes” ha causado un verdadero terremoto cultural y político en Francia. Ha sido calificada de "Nouveau Guerre et Paix" (Le Nouvel Observateur), d'"évènement du siècle" (Jorge Semprun, miembro del jury Goncourt), de "livre le plus impressionnant jamais écrit sur le nazisme" (Le Monde), d'"éblouissant" (L'Express), de "passionnant" (Le Figaro), d'"impressionnant hommage à la langue française" (Renaud Donnedieu de Vabres, ministro de Cultura), sin olvidarnos de los calificativos más rimbombantes: "Chef d'oeuvre", "Ovni littéraire", "Hors norme". Lo mejor de la prensa cultural anglosajona lo alaba sin dudar (New York Times, Publishers Weekly). Hay voces discordantes: Claude Lanzmann ha acusado a la novela de ser profundamente antijudía, lo que ha avivado la polémica sobre el libro (y por supuesto, sus ventas). Su autor es Jonathan Littell, de padre norteamericano de origen judío (el escritor de novelas de espías, Robert Littell, que es además un periodista de “Newsweek” especializado en el Cercano Oriente) y madre francesa, su único antecedente literario es una oscura novela de ciencia ficción escrita a los veinte años que abomina: Bad voltage (Signet Book, 1989). Curioso pero parte de la novela transcurre en la catacumbas de Paris. Nació en New York en 1967, diplomado en la U. de Yale en Arte y Literatura, trabaja desde hace un tiempo, siete años, en la ONG “Action contra la Faim”; en su trabajo visitó países lacerados por la guerra y la limpieza étnica: Afganistán, Yugoslavia, Chechenia y el Congo. Esta vivencia límite lo marcó: “es una experiencia que me ha permitido empezar a comprender qué es lo que convierte a las personas en verdugos, en asesinos. Ése es el tema central de mi novela”. Actualmente vive en Barcelona con su mujer belga y dos niños. Parece que habla y escribe en cinco lenguas (inglés, francés, ruso, serbo-croata y ¡español!). Ha confesado en reportajes la influencia sobre su escritura de Sade, Flaubert, Genet, Blanchot, Bataille, pero también de la novelística testimonial de Vasiili Grossman y de la línea clásica de Dostoievski y Melville. Seguramente de Flaubert ha copiado su trabajo de laboratorio: la recopilación documental es impresionante, durante cuatro años ha visto archivos fílmicos y sonoros sobre la guerra y el genocidio, estudiado los organigramas administrativos y militares, leído estudios históricos e interpretativos (¡200 libros!) sobre Hitler, la Alemania nazi y en particular sobre la guerra en el frente del Este. Además ha visitado personalmente los lugares por donde pasará Aue: Karkhov, Kiev, Piatigorsk, Stalingrado… siguiendo las señales sangrantes de los grupos de exterminio en el avance profundo a partir de junio de 1941.
Por supuesto: Littell ha sido comparado con Shakespeare, Dante, Tolstoï, Dostoïevski, Balzac, Genet, Grossman, Visconti, Malaparte,…Céline. Semprún ha dicho que “a humanidad sabrá dentro de cincuenta años, lo que ocurrió en Europa gracias a esta novela” y agregó: “no es una novela francesa sino una novela escrita en francés. Su modelo es la gran novela rusa del XIX, Tolstói o Dostoievski. Para la cultura francesa lo que es importante es que el autor haya elegido el francés como idioma. Eso prueba que sigue siendo una gran lengua de expresión cultural”.
Littell no cayó del cielo en el Barrio Latino, es un producto manufacturado al mejor estilo editorial posmoderno. Fue llevado al mercado editorial francés por el agente literario inglés Andrew Nurnberg, amigo de su padre y representante literario. Según la leyenda urbana parisina, Nurnberg presentó el manuscrito original (de 1.500 páginas, según las malas lenguas en un mauvais francés) a cuatro editores (Grasset, Calmann-Lévy, Lattès y Gallimard) con el seudónimo de Jean Petit. El editor de Gallimard sabía la identidad del verdadero autor y vislumbró en la temática de la novela un posible Goncourt. Con un adelanto excesivo para una primera obra (30.000 euros), la casa editora deriva el manuscrito a un négre, el cual reescribe la obra en un francés correcto y reduciéndola al formato final, sin modificar el estilo sombrío de Littell. En junio de 2006 esta novela prefabricada es presentada a influyentes del mundo cultural parisino, escritores y journalistes littéraires, que se presenta en el dossier de prensa como una gran oeuvre littéraire. Littell adopta un aire misterioso, anti-vedette, al mejor estilo Pynchon: no hace declaraciones, no acepta ir a la televisión, no acude a la lectura de la decisión del jury y no prestó la tradicional conferencia de prensa del ganador. El 21 de agosto sale la primera tirada de 12.00 ejemplares. Las signatures de la prensa, muchos del catálogo de Gallimard, el bombardero de los mass-media más el buzz parisino, hacen que se haya batido todos los records para una primera obra en el mercado editorial francés: 250.000 ejemplares vendidos. Desde septiembre aparece a la cabeza de los mejores libros vendidos de ficción. En la Feria del Libro de Frankfurt batió cifras en las ventas de derechos al exterior: 400.000 euros para la edición alemana; un millón de dólares para la edición en EE.UU…. La industria editorial cerró el círculo: el 26 de octubre Littell recibe el Grand Prix du Roman de l'Académie Française por mayoría absoluta. La cultura francesa oficial está con una rara tendencia: tres de los grandes premios literarios franceses han recaído en 2006 en autores cuyo idioma materno no es el francés. Es el caso de Littell pero también de la canadiense Nancy Houston, que ha obtenido el Femina por “Lignes de faille” (Actes du Sud), y el del congoleño Alain Mabanckou, quien ganó el premio Renaudot. con sus “Mémoires de porc-épic” (Seuil). La versión castellana de "Les Bienveillantes" no se editará hasta principios de 2008. La editorial es RBA, que publicará la traducción en España. Las 900 páginas serán traducidas al castellano por la premio nacional de traducción de España, María Teresa Gallego Urrutia. Parece que la complejidad de la novela, su intertextualidad y trasfondo histórico, hace muy difícil su traducción rápida. “Las benévolas" o “Las benevolentes” son los dos títulos que se barajan para la traducción, una obra por la que la editorial “luchó incluso a través de una subasta por conseguir sus derechos en castellano”.
Parece que el trabajo de Littell es una novedad creativa: una memoria desde el punto de vista del verdugo. La perspectiva de una bestia parda voluntaria y militante. Este es el lado más banal y criticable de la novela, pero como señala Semprún “hay quienes critican a Littell porque aseguran que se identifica con su protagonista y retrata a Aue haciéndolo atractivo. No es cierto. O si lo es, entonces hay que decir que Dostoievski también se identifica con Raskolnikov en Crimen y castigo”. El perspectivismo del verdugo no es una novedad. Este cronista recuerda la novela, en forma no de memoria sino de epistolario, del gran escritor serbio Borislav Pekic (perseguido por el régimen de Tito emigró a Inglaterra en 1971). titulada en inglés: “How to Quiet a Vampire” (“Kako upokojiti vampiro”, 1977) (Now Northwestern University Press, 2004). Allí, también un ex nazi, en este caso Konrad Rutkowski, profesor de historia medieval en la Universidad de Helidelberg, que retorna a la Dalmacia yugoeslava (vacaciones a Dubrovnik) en 1965, el lugar en que estuvo como oficial de la GeStaPo, Obersturmbannführer, en 1943. Es una novela de ideas desde el lugar del crimen. En sucesivas y cada vez más profundas cartas (veintiséis en total) a su hermano político, a su editor, a su antiguo comandante (un nazi convencido) y a un psiquiatra, va recordando sus experiencias de guerra y ocupación, conciliando su ideología liberal con su pasado de instrumento del terror. Fundamentando sus ideas aparecen Marco Aurelio, Platón, San Agustín, Abelardo, Bergson, Hume, Locke, Nietzsche, Kant, Hegel, Wittgenstein, entre otros. Él era un liberal que colaboró con al SS-Staat para cambiarlo desde adentro. En los argumentos y justificaciones de Rutkowski queda implicada, en la conformación del fascismo y el nacionalsocialismo, toda la alta cultura europea. Es una mirada al interior de la bestia y de cómo el anti-iluminismo, el modernismo reaccionario, la utopía racial podían corroer hasta las costuras un espíritu culto. En sus remembranzas crueles recuerda cómo arruinó su primer interrogatorio enviando a la horca a un vendedor inocente y en otro caso como golpeó hasta la muerte a un detenido. Pekic mismo reflexiona sobre la ilusión perdida del liberal europeo: “Rutkowski está equivocado cuando cree que simplemente por ser un producto de la civilización cristiana y de la tradición pequeñoburguesa era inmune a los impulso atávicos y bárbaros”. Los horrores que vuelven se representan con un vampiro al cual él desea silenciar. Alucina que el vampiro habita un paraguas que poseía el vendedor ahorcado; el paraguas perseguirá a Rutkowski hasta causarle la muerte. En el nacionalsocialismo (y en futuras perversiones) se muestra la tradición occidental como un sistema artificial, autoritario, opresivo, disociado de la espontaneidad y la simplicidad de la vida. Las ideologías totalitarias están ahí, incubándose y esperando reaparecer en circunstancias cambiantes. Como dice el personaje: “Hay todavía mucha gente que no ha hecho frente a sus propios vampiros”. Por supuesto otra novela desde el interior del Behemot es la de Martin Amis sobre un médico nazi que trabajó en los experimentos de Auschwitz, “Time’s Arrow, or the Nature of the Offence” (Vintage, 1992) (“La Flecha del Tiempo”, Anagrama, 1993) o la extraordinaria colección de cuentos y nouvelles de William T. Vollmann, “Europe Central” (Viking Press, 2005), 2005 National Book Award Winner Fiction, una serie de historias, sketches, cuentos pareados, por ejemplo la del Feldmariscal Friedrich Wilhelm Ernst Paulus, comandante del Sexto Ejército alemán aniquilado en Stalingrado, tomado prisionero y colaborador del regímen de Stalin, titulada: “The Last Fieldmarshall” y la del brillante general Andreï Andreïevitch Vlassov, titulada “Breakout”, prisionero y luego colaborador de los alemanes y ejecutado después de la guerra por Stalin. Todas las historias se centran en un arco temporal entre la década del ’30 y la posguerra, tanto en la Alemania nazi y la URSS, donde los dilemas morales se subsumen en un extraordinario esfuerzo de los personajes por intentar ir más allá en sus decisiones de las determinantes de la cultura autoritaria de sus épocas. A Vollmann, como a Littell, se le acusa de ser ambiguo con los personajes nazis, de dudar de la incorrección moral del totalitarismo.
¿Es válido escribir y tratar de entender desde el lado de los verdugos? ¿Se puede aprender de la epopeya de un asesino de estado? El escritor y editor francés Jean Cayrol, él mismo antiguo deportado a Mauthausen, al comentar las biografía novelada escrita por Robert Merle sobre el comandante de Auschwitz Höess, “La Mort est mon métier” (1952) en una artículo en la revista Esprit, había denunciado la novela como un intento indebido de materializar en un cuerpo novelesco “à ce qui n'était qu'un monstre impossible à décrire”. En el caso de Littell parece aplicarse el mismo virulento precepto moral. Aunque, coincidiendo con muchos especialistas y viendo el florecimiento no sólo de novelas sino de estudios históricos, sociales y sociológicos desde el lado de los verdugos (y como caso piloto la discusión sobre Günter Grass o Jürgen Habermas), que nos estamos interrogando sobre el fenómeno del totalitarismo por primera vez de una manera nueva. Escandalosamente nueva, diríamos ontológica, que nos permite preguntarnos por los mecanismos de adhesión más profundos, por la estructura de legitimidad, por el nivel micropolítico, por la fascinación hacia Hitler o Stalin, sobre el pasaje de la ideología a la acción. ¿Qué elecciones individuales hubiéramos hecho, nosotros cómodos lectores, si hubiéramos vivido en Alemania entre 1933 y 1945?
4 Comments:
Excelente artículo sobre Litell, buena la mención a raskolnikov. Claro que es lícita la perspectiva. Recuerdo ahora una novela inconclusa de Dalton Trumbo, perseguido él durante la caza de brujas en EUA, cuyo título aquí me parece que fue La noche del urogallo, editada por Divinsky. Allí Trumbo asume la perspectiva del joven posteriormente nazi para desentrañar los vericuetos de una conducta sociopática. La obra quedó inconclusa por la muerte de Trumbo, pero contiene las notas del narrador y guionista como una addenda más que interesante (en particular las que aluden al Mal y su poder de victimización, así como aquellas que refieren a la tensión que le provoca "asumir" el personaje).
No: la novela, recordé, es La noche del Uro.
Descubro a Littel, gracias. Leeremos.
W
Felicidades por tu blog. No he leído la novela de Litell, ni pienso hacerlo, me cansan estos ejercicios pirotécnicos para mostrar lo que todo el mundo puede saber si lee cualquier libro bien documentado sobre el Holocausto. Por otra parte, seguro que el tal Litell no le llega ni a la suela de los zapatos a Ernst Jünger, que estuvo en el ojo del huracán y no tomando copas en Les Deux Magots con su editor. Aprovecho para decir que odio a Houllebecq y la Nothomb y adoro a Pierre Michon. Salud.
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