Parias Globales: de Haedo a la Banlieue parisina
“¿Que te pensabas? ¡Esto es Bagdad!”
(Diálogo en el film “Banlieue 13”, 2004)
MIB (Mouvement des Inmigrants et des Banlieues)
Rockin’ Squat. MC de Assassin
dirimían frivolidades en el Parlamento
se decidía en sindicatos y fábricas”
Erase una vez una película: En francés, “Banlieue” es un término neutro que se utiliza para designar cualquier suburbio de cualquier ciudad. Es sinónimo de extrarradio, periferia, arrabal, suburbio o “afueras”. La palabra se compone de “Ban”, el bando que emitía el burgomaestre, y “lieue”, que es legua, es decir: en el inicio de la burguesía significaba una legua alrededor de la ciudad en la que era efectivo el bando del ayuntamiento. A los trenes suburbanos o de cercanías se los llama “Train de banlieue”. A las “banlieues” tradicionales, llamados “cinturones rojos” por su composición social y política homogénea, las de la posguerra con un PCF hegemónico (los treinta gloriosos en la mitología política de la Vº República), les dedicó un álbum de fotos exquisito Robert Doisneau y un poema-canción el inclasificable Boris Vian. Este antiguamente llamado “cinturón rojo”, era el bastión inexpugnable del Partido Comunista, municipios modélicos de viviendas públicas (gobernados por la izquierda participativa) que constituían las ciudades obreras arraigadas en el fordismo gracias al empleo industrial masculino, fuerte cultura obrerista, conciencia de clase corporativa y sindical y la incorporación ciudadana a través de una densa red burocrática de organizaciones semiestatales que generaba una identidad inclusiva entre trabajo-hogar-voto reformista. Su crisis y descomposición, impensable hace tan solo 20 años, fue rápida e inesperada. Sin embargo, a partir de los años ’80 ha ido adquiriendo nuevas connotaciones sociales y políticas. El posfordismo las ha transformado en “áreas urbanas sensibles” (ZUS en francés), sensibles a la revuelta y al “emeuté”, sensibles a la exclusión permanente y a la precariedad, sensibles a la segmentación y a la “palestinización”, sensibles a la “tolerancia cero” del capital. Se las llama con ironía “Harlem”, “Bronx” o “Chicago”, como en Argentina. Cuando se habla de banlieue es bastante probable que se esté haciendo referencia a la realidad cotidiana de los habitantes pobres –en su mayoría descendiente o inmigrantes, pero también galos puros– de los extrarradios de las grandes ciudades francesas (sobre todo del norte de París, Marsella y Lyon). La construcción en los años 60 de las grandes torres de pisos que conforman el paisaje de estos barrios, las “Cités”, (similares a Lugano I y II en Buenos Aires o las 3.000 en Sevilla) fue vista como símbolo de un capitalismo “welfare” decoroso, republicano e integrador, que había pactado con la clase obrera para dotar a los trabajadores metropolitanos de unas condiciones de vida dignas. La irrupción del paro masivo en los años 70, el inicio del postfordismo, golpeó especialmente a los inmigrantes que habían llegado a Francia para satisfacer la demanda de trabajadores “no cualificados” y que, años después, se habían convertido en el nuevo proletariado perdedor del modelo. El ocaso de la figura del trabajador inmigrante se inicia a partir de la desaceleración y luego la interrupción de la inmigración laboral de 1973 y 1974. Hasta entonces, la inmigración laboral poscolonial había provisto a la patronal de una mano de obra barata, manejable y sumisa para los trabajos menos preciados de una economía con pleno empleo (como casi en toda Europa). Puede hablarse de una alteridad providencial posterior a las representaciones de la guerra colonial, donde el inmigrante-tipo oscilaba entre el indígena y el fellagha, es decir, una alteridad de guerra, y anterior a la que hoy nos ocupa. La economía de desempleo masivo y la decadencia del Estado social (posfordismo) desestabilizaron las referencias simbólicas, la mirada sobre el Otro, la percepción de la amenaza, y obligaron a los discursos dominantes a reformularse para no resultar totalmente desacreditados. Y el Otro empezó a superponerse a las banlieues… Barriadas muy degradadas, en las que unos cinco millones de habitantes (la mayoría no va a votar) -de los 61 que tiene Francia- sobreviven en edificios de más de 9 plantas, calificados de ejemplo letal de “barroquismo” vertical. Ha surgido una segunda generación de “homelessness” pero con vivienda, una nueva pobreza ya no solo social sino, además, espacial y territorial.
El nuevo gobierno de la excedencia se vio reflejado en la expansión sin control de los “quartiers-ghettos” en una sola generación: en 1984 eran 148, ahora son 751 las zonas urbanas calientes en toda Francia, y en Paris, la llamada sarcásticamente “Petite Couronne”, cuenta con nada menos que 78 ZUS (Val-de-Marne, Paris, Seine-Saint-Denis y Hauts-de-Seine). ¡Hasta los territorios de ultramar tienen sus propias y peligrosas ZUS! Los indicadores son propios del Tercer Mundo: desempleo del 21% (40% si son jóvenes entre 18 y 30 años, en Argentina es del 26%, aunque un 53% de los jóvenes no participa del mercado de trabajo);la renta anual familiar no llega a los 19000 euros (en Francia es de 30000 euros). La realidad de las “cités” y la “Intifada” espontánea de 1991, se reflejó en un film de culto del año 1995, “La Haine” (El Odio) de Mathieu Kassovitz, que relataba un día trágico en la vida de tres jóvenes banlieusards (un africano, un argelino y un judío) y su existencia sin sentido, encerrados en el espacio muerto de la urbanización, permanentemente vigilados, sin futuro y sin otra esperanza que matar a un policía. En el film ya se observaba la tendencia posfordista en las ciudades globales: pronunciado ascenso de la desigualdad urbana y la cristalización de nuevas formas de pobreza capitalista y marginalidad socioeconómica, que se alimentaba de procesos de segregación espacial. En la situación francesa además irrumpía, también en la película, la diseminación postcolonial y tensión etnorracial o xenófobas como consecuencia del aumento simultáneo de la segmentación entre el trabajador nativo y el inmigrante, la desocupación persistente, la precariedad laboral y el asentamiento de poblaciones inmigrantes de trabajadores con residencia temporaria. Por supuesto, el pasaje global al posfordismo exhibe notorios factores comunes y recurrentes (ya que es una fórmula exitosa de aumento de ganancias para el capital) que superan las fronteras nacionales: desempleo de larga data, actividad ocupacional precaria o falsamente autónoma, flexibilidad, trabajo en negro o infantil, recortes del salario indirecto, achicamiento de las redes sociales, acumulación de privaciones en barrios obreros, desaparición de las agencias del estado o desmantelamiento de la infraestructura de asistencia pública, etc. Todas estas tendencias pueden observarse en el Gran Buenos Aires. El cocktail explosivo del posfordismo es una fórmula que puede sintetizarse así: desempleo estructural, discriminación étnica social, decadencia barrial. Por supuesto: más de un trabajador pobre argentino desearía vivir como banlieusard sin dudarlo: en Francia sólo hay dos millones de pobres contra el 47% de la población argentina.
El posfordismo: una lógica institucional de segregación y excedencia: el control de la multitud excedente se da en varias vías: una, la más sofisticada, es la segmentación creciente del mercado laboral, la creciente brecha salarial y de derechos sociales entre un núcleo privilegiado de trabajadores formales, luego entre los del sector privado y el público, entre estos y los trabajadores informales, y finalmente entre estos en conjunto con los precarios y semiocupados, y luego entre estos y los trabajadores negados o excluidos por el capital (los mal llamados desempleados). Tal es la laboriosa división interna del movimiento obrero, una complejidad política, un jeroglífico para la recomposición. Pero a esto se le suma una degradación territorial: según la escala de exclusión aparecen “vaciaderos” masivos para pobres, para trabajadores pobres, “underclass”, hogares de trabajadores con movilidad descendiente o en decadencia, grupos juveniles marginales, desposeídos simbólicamente de todo, verdaderos parias sociales, “outcasts” posmodernos, iguales o muy parecidos a los que viajan todos los días en los trenes suburbanos. Es la nueva pobreza urbana que recluye a los pobres (y ya pobre no significa carecer de empleo) en espacios restringidos, segregados, verdaderos “barrios de exilio”, nuevas “franja de Gaza” del capital, en las que se ven condenadas las poblaciones superfluas y condenadas a la inutilidad social por la reorganización posfordista del proceso de trabajo y la nueva forma “Capital-parlamentaria” del estado. Es justamente este estigmatización en su vida cotidiana lo que contribuye a explicar y entender la lógica de acción colectiva, la estrategia de enfrentamiento y escape, con que la multitud responde a esta guerra civil encubierta, a un colonialismo interno de baja intensidad, ya sea en la estación de Haedo como en el barrio de Clichy-sous-Bois. Y es que el sujeto posfordista internacional sufre la misma condena del capital globalizado. El posfordismo este nuevo régimen de pobreza y exclusión, produce los mismos efectos: para una persona de bajos ingresos vivir en los banlieues o en los suburbios populares del Gran Buenos Aires, es estar confinado a un espacio degradado que se vive como trampa o un encarcelamiento abierto, o incluso una reserva o parking de lo excluido por el poder dominante. Porque más allá de las causas que producen y reproducen desigualdad y pobreza el nuevo complejo de producción y la estructura social de acumulación que se ha consolidado desde los años ’90 ha emergido un gobierno de la excedencia que debe controlar la creciente inseguridad económica general y las nuevas formas de pobreza centradas en el empleo y en el trabajo negado (desempleo). Los procesos posfordistas, que impactan en Haedo y Paris, pueden ser vistos como tres procesos, excluyendo la desocupación permanente: 1) creciente desigualdad en las capacidades de producción de ganancias de diferentes sectores económicos y en las capacidades de obtención de ingresos de los distintos tipos de trabajadores (los ganadores de la devaluación en 2001 y sus superganancias); 2) las tendencias a la polarización incorporadas en la organización de las industrias de servicios y en la precarización de la relación salarial del empleo (segmentación del mercado laboral, “outsourcing”, subcontratas y trabajo en negro); 3) producción de una marginalidad urbana nueva, particularmente como resultado de nuevos procesos estructurales de crecimiento económico más que de aquellos motivos clásicos que producían marginalidad en el fordismo (se cae la vieja imagen del “pauper” y el pobre del populismo). En todas las urbes capitalistas son estos tres procesos los que operan con la cobertura y legitimidad del poder político. El posfordismo está produciendo un nuevo tipo de economía urbana, por lo que el desarrollo de las ciudades no puede ser entendido aislado del pasaje al posfordismo, así como tampoco las rebeliones, los “riots”, las revueltas y la guerrilla urbana espontánea de los parias globales. La pregunta es: ¿existe una violencia colectiva posfordista?
Violencia posfordista, revuelta y desorganización social: ¿Cuál es el origen de estas explosiones, estas seminsurrecciones espontáneas, estas revueltas de odio contra lo establecido, este furor contra los símbolos del poder? El “Capital-Parlamentarismo” mantiene como ideología la idea republicana de representación democrática, la igualdad formal y la ciudadanía, por lo que la idea misma de relegación a un espacio separado de inferioridad e inmovilidad social institucionalizada por el estado (no lo olvidemos) representa una violación moral flagrante de la “Gemeinschaft” burguesa, una ideología en la cual creen y abrazan tanto los jóvenes de las “cités” como los pasajeros proletarios de Haedo. Existe en los académicos y en la cultura de izquierda en general la idea de que las formas de protesta violentas y espontáneas son una desviación temporal e ineficaz de la línea principal de cambio social, sin percibir que las explosiones de violencia urbana tienen relación, como en el pasado del capitalismo, con grandes estructuraciones sociales, pasajes internos de un régimen a otro (basta aquí señalar la inmigración del campo a la ciudad, la desaparición del artesanado, etc.). Es decir: la violencia colectiva aparece siempre y cuando nuevos grupos o clases sociales conquistan una posición en la comunidad política y viejos grupos o clases la pierden: es decir con lucha por el control de posiciones existentes en la estructura del poder. La forma histórica de la violencia colectiva ha cambiado acompañando las metamorfosis del capital, pudiendo clasificarlas en tres formas básicas: la violencia primitiva, la violencia reaccionaria y la violencia fordista. La forma primitiva prevalece cuando los estados centralizados comenzaron a introducir a los individuos en la vida política estatal, sobre una escala más amplia que la local, alrededor del 1600, aunque declino lentamente sólo se manifiesta raramente y en los márgenes de la vida política burguesa, Sus características son su dimensión reducida, la implicancia local, la participación de miembros de comunidades, objetivos no explícitos y no-políticos. Algunas de sus formas son la “faire” (venganza colectiva medieval), grescas, trifulcas armadas entre miembros de corporaciones o de rivales, combates de grupos religiosos, incluso ciertas formas de bandidismo social. La característica de esta violencia es la movilización de grupos sociales comunitarios con base localista, en cuanto tales, que normalmente se oponen a otros grupos. La reaccionaria (y el término usado aquí significa que es una “reacción a…”) son de dimensión limitada, y oponen a miembros de clases débilmente organizada con los representantes políticos que detentan el poder, por lo que se incluye una crítica al modo en que el poder es ejercido. La ocupación por la fuerza de campos y bosques comunales por los campesinos sin tierra, revueltas contra los impuestos o los recaudadores, levantamientos contra las levas militares o la conscripción, tumultos por el precio del pan, ataques contra las máquinas (luddismo), cortes de ruta de farmers por el precio del gas-oil o subsidios agrícolas, etc. son las formas más conocidas de violencia reaccionaria. Se entiende aquí el sentido reaccionario: los participantes se niegan a cualquier modificación que les prive de los derechos que gozaban en el pasado. Y no es una fuga de la realidad, tiene una conexión estrecha con el dominio político normal. El “tumulto del pan”, típico en Europa hasta 1848, es una forma clásica de violencia reaccionaria: los hombres y mujeres sentían que estaban siendo privados de un derecho y que a través de la sublevación podían restaurar una apariencia de ese derecho, aunque sea en forma temporal. Tales explosiones recurrentes, espontáneas y sin organización sofisticada, se realimentaban de la estructura política burguesa local, y lejos de ser una anécdota, los “motines del pan” han signado la centralización del estado-nación así como la urbanización capitalista. La violencia reaccionaria muestran a un segmento significativo de las clases populares que se rebela contra la élite local político-administrativa y los representantes del poder central; su organización es rudimentaria: son esencialmente agrupados en una “organización espontánea de la vida cotidiana”: usuarios del mercado, artesanos, pequeños comerciantes, jóvenes en edad de leva, madres, niños, ancianos, curiosos, etc. El denominador común de estas rebeliones eran acciones directas contra la integración forzosa y violenta de clases populares en la nueva estructura social de acumulación y en el estado-nación. Se defendía, de alguna manera, una identidad económico-política que se estaba disolviendo o en curso de hacerlo. El pasaje de este tipo de violencia a la fordista, que convive entre nosotros con la primitiva, se caracteriza porque las revueltas se dan en un contexto organizacional más complejo y durable, objetivos cada vez más explícitos y de largo término, y prospectivas de acción directa en progreso, así como medios de negociación más sofisticados. La violencia colectiva fordista ya asume esas características: asociaciones especializadas con objetivos definidos, configuradas para la acción política o económica: la mutación de la forma-estado, la incorporación y legalización de la clase obrera en sindicatos nacionales reconocidos, impone la “demostración de fuerza”, que ya no son intrínsecamente violentas. Movilizaciones y huelgas, son dos ejemplos claros (la violencia fordista tienen como paradigma los métodos del movimiento obrero histórico), y la modernidad es que los participantes tienen conciencia de luchar por derechos que quieren ampliar o que no han podido ser ejercidos: por eso eran revueltas hacia el futuro. Los datos históricos indican que los procesos de urbanización y de re-estructuración de la producción (acumulación), en sí mismos, transforman el carácter y la forma de la acción colectiva de las masas. Un primer estadio caracterizado por la respuesta caótica y espontánea a la acumulación primitiva: un segundo estadio de desarrollo de una clase obrera militante predispuesta a la acción directa; un tercer estadio “maduro” y terminal caracterizado por la cooptación-integración fordista de la clase en el sistema político y económico. Los fenómenos más importantes del pasaje de la violencia reaccionaria a la fordista fueron: 1) la victoria del estado-nación sobre todos los poderes rivales, la política burguesa fue nacionalizada y centralizada; 2) la instalación de formas de “welfarismo”, de estado ampliado, que integró al estado asociaciones complejas como partidos políticos, empresas, sindicatos, clubs, cámaras, organizaciones criminales. La violencia colectiva fordista realiza un pasaje de una base material comunitaria-grupal a una eminentemente asociativa. Estamos ahora en el pasaje del fordismo al posfordismo y vemos formas perversas y mixtas de violencia colectiva que no acaban de madurar o estabilizarse. La violencia colectiva posfordista es por ahora una acción directa de transición, que mezcla viejas y nuevas formas de la lucha de clases, pero que como atributo de una nueva subjetividad se asemeja de un lado al tumulto primitivo, de otro a la insurrección. Es decir: tumulto, en el sentido de violencia de grupos relativamente espontánea y contraria a las normas tradicionales; insurrección, en el sentido táctico, ya que se emplean principios del arte, como la gran superioridad numérica absoluta en tiempo y lugar, la búsqueda del primer éxito, consignas adecuadas y la necesidad de la ofensiva (en el caso francés incluso formas nuevas de lucha callejera que los especialistas han bautizado como “guerrilla de tumulto”).
“Jóvenes posfordistas”: ¿una categoría materialista?: es francés pero se siente “extranjero” como sus padres y abuelos (árabes, magrebíes o africanos), apenas terminó los estudios primarios, tiene entre 14 y 30 años, si tiene mayoría de edad será un desocupado o semiocupado en trabajos miserables, o de una changa ocasional, o viven de la economía informal del delito, no pasan hambre como sus pares argentinos, tienen sus subsidios de reinserción (RMI) y representan casi el 50% de los 8 millones de personas de la corona de Paris. Es el protagonista de la rebelión de casi doce días, son la “Racaille”, la chusma, la escoria del postfordismo, y no están solos: tienen en sus “cités” miles de compatriotas auténticamente galos con el mismo estigma de pobreza y “no future”. Si un antagonismo dominante recorre hoy los trasmundos del capitalismo posfordista (en Argentina y Francia) no se trata ni de exclusivamente los trabajadores negados (desocupados), ni tan siquiera los precarios e informales, mucho menos la clase fordista (la nueva aristocracia obrera) ni tampoco con la simplificación de los medios (que simplemente “copy & paste” el discurso oficial de la derecha política francesa como si fuera una descripción científica de la realidad) que opone a los inmigrantes de segunda y tercera generación con los franceses nativos (montando la grilla del ghetto negro del West Side sobre las banlieues al estilo “Gangs o New York”), sino un nuevo clivaje discriminatorio que divide a todos los jóvenes juntos, nativos y extranjeros pero pobres que sólo pueden vender su fuerza de trabajo, de todas las demás categorías de clases sociales. Así como la fuerza de choque en la revuelta de Haedo (y en el 2001) fueron los jóvenes “conurbanos”, los banlieusards son a la vez causa y víctimas del nuevo gobierno de la excedencia y su violencia cotidiana, y aunque tiene una existencia más digna que sus contrapartes nacionales, encuentran una salida en la furia permanente del condenado en vida. Actualmente, 1 de cada 3 jóvenes entre 20 y 25 años de edad tiene bajo nivel de educación de los cuales el 90% ya dejó de estudiar en Argentina, mientras casi un 30% de los jóvenes está desempleado: ¿para qué estudiar si de toda manera no tendrá trabajo o tendrá uno miserable y precario? Son las mismas conclusiones de los banlieusards: cinismo político, nihilismo retórico, fatalismo existencial, que se condensa en la glorificación de la depredación per se y la violencia como métodos de acceso a la esfera del consumo (paradigma posfordista de ciudadanía) y que, al no poder modificar o atenuar los mecanismos del gobierno de la excedencia, se centra en la figura más odiada: la policía, la “cana”. Para los jóvenes de las “cités” las características personales están por encima de la pertenencia étnica: sus redes solidarias horizontales (como se ve en la película “La Haine”) atraviesan sistemáticamente las fronteras de color y los agrupamientos por nacionalidad, es más: no existe clima de intolerancia racial o desprecio xenófobo, como si hay en Chicago o en las barriadas inglesas de inmigrantes. La “Banlieue” es sinónimo de convivencia multicultural, no existen las jerarquías étnicas, la dicotomía “inmigrante/nativo” existen en la ideología de los mass-media: ningún “quartier” es territorio exclusivo de un grupo o nacionalidad específica, no existe en Francia el control social segmentado de espacio urbano, como en EE.UU.. Las “cités” se componen de una mayoría de familias nativas francesas y un estimado 25% de agrupamiento de hogares mixtos de quince o más nacionalidades diferentes (lo extranjeros son el 11% de la población total), pero esta situación no es por una segmentación etnorracial planificada desde el estado, sino resultante de su composición de clase desequilibrada (Wacquant), es decir: es en esencia una función de la posición social, de clase, de las poblaciones, esto es: un subproducto de la ubicación mucho más baja de las familias inmigrantes en la estructura posfordista de clases. Los barrios más ruinosos y miserables de los suburbios tampoco se superponen simétricamente con los barrios con más extranjeros. La experiencia vital, la estrategia de supervivencia y la identidad simbólica de los jóvenes posfordistas de antecedentes franceses o argelinos es semejante (Bordieu), como es semejante la de un argentino de tres generaciones o el criollo hijo de un inmigrante italiano o español que malvive en Merlo. Las bandas juveniles no se forman de acuerdo a división de inmigrantes versus nativos (como los Cobra Kings hispanos de Chicago o los Skinhead de Londres), sus lazos locales y de clase son más fuertes que las raíces nacionales, étnicas y religiosas. Las bandas de rap francés, en contraparte con las norteamericanas, son multiétnicas, “black-blanc-bleur” (negro-blanco-árabe) y sus letras son más clasistas. Como en los EE.UU. estamos viendo desarrollarse la tercera generación de bandas juveniles, mucho más autónomas, politizadas, con sofisticación media, liderazgos policéntricos y en el umbral de la guerra en la Red. El pánico mediático por la “integración” o la falta de ella, es un síntoma del nuevo gobierno capitalista de la multitud y la desaparición del trabajo asalariado fordista como centro de equilibrio de la dominación. Y tanto en Paris como en el Gran Buenos Aires, con las diferencias nacionales del caso, el posfordismo genera una tipo nuevo de agitación urbana que se nutre de las mezclas de categorías etnonacionales (vivienda y escuela) y el acercamiento de la brecha económica, social y cultural entre los inmigrantes y las fracciones estancadas, excluidas e inútiles de la clase obrera francesa. Y tanto en los dos casos es la punta del iceberg de una crisis social provocada por el “Capital-Parlamentarismo”, por las modificaciones en la estructura social de acumulación, que necesita desocupación, subocupación, precarización, flexibilidad persistente, sistemática y planificada, además de la conjunción espacial de la exclusión educativa, la miseria habitacional, la indigencia en los transportes, la amenaza del “Gulag” penal…en el contexto del derrumbe de los mecanismos fordistas de representación que traducían y diluían esos conflictos en demandas y votos en el sistema político. Las nuevas subjetividades posfordistas aparecen profundamente atomizadas y segmentadas, exteriores a los procesos de ciudadanía fordistas, irrepresentables en el estado de partidos del “Capital-Parlamentarismo”, con un instinto de resistencia al nueva ciclo de explotación del capital que asemeja sus revueltas a los tumultos primitivos, con presencia de creencias generalizadas y acción instrumental, son una mezcla de revuelta “hacia atrás” (derechos perdidos) con rebelión “hacia delante” (lucha por crear derecho), son autónomos y el desafío más grande con que se enfrenta hoy el capitalismo globalizado, de Haedo a Clichy-sous-Bois, y además la encrucijada de época para la vieja izquierda y su paradigma de construcción de clase.
1 Comments:
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