Boche es un sustantivo y adjetivo que proviene del argot francés. El significado es peyorativo, pudiendo traducirse como “cabeza cuadrada” o “cabeza de asno o burro”. La version más razonable de su origen (algunos deliran suponiendo que proviene de la marca alemana Bosch) es la que figura en el “Dictionnaire de la langue du 20e siècle”: desde 1886 se inscribe en el argot militar como sinónimo de alemán. Es una aphérèse de caboche o alboche, un procedimiento en el cual una palabra pierde una sílaba o varias letras en su parte inicial. Boche es un sufijo muy común en el argot francés, en especial en el de Marsella, palabra que deriva del italiano boccia. Tiene significado de libertino, mala persona. La idea propagandística era que todos los alemanes eran brutos, bestiales, sádicos, sin sentimientos humanos. De allí se deriva toda una familia: bocheux (=alemán), Bochemanie (=Alemania), bocherie (=crueldad alemana); tire-boche o tourne-bouche (=bayoneta), etc. Existe otra versión, más peregrina: se cuenta que en la guerra de 1870 unos soldados prusianos entraron en un pueblo francés gritando: “Wir sind alle Burschen!” (“¡Somos todos hermanos!”), de allí se derivó a alleburschen, y de allí a alboche. Los insultos, el racismo de baja intensidad, la caricatura del enemigo y su deshumanización es típico de la ideología de guerra imperialista: la alta cultura francesa ha llamado a sus vecinos del Este con nombres tribales (visigoth, escribía Voltaire), vándalos, tudesques, teutones, uhlans, hunos, fridolines, frisons, pruscoffs, hasta… ¡góticos!. Algunos insultos patrióticos eran originales: cochons (los alemanes comían mucho cerdo y chucrut) o doryphores, por una plaga de coleópteros que castigó la campiña francesa antes de la guerra. Los franceses consideraban a los alemanes, al no haber sido influidos por la cultura greco-romana, como seres más inferiores, toscos y poco civilizados. Un pueblo con poco gusto y refinamiento, de inteligencia elemental. En la Gran Guerra también se utilizó el apodo despectivo “Fritz”, diminutivo del nombre más común en los alemanes, Friedrich y con reconocible ligazón con la dinastía Hohenzollern, que gobernaba el Segundo Reich. Los medios de comunicación saturaron toda Francia con el desprecio por el enemigo y la propagación de mentiras propagandísticas centradas en la figura diabólica del Boche alemán. Es más fácil matar sin miramientos a un ser inferior, incluso en un peldaño más bajo que los animales superiores. Robert von Ranke Graves (su primer apellido era alemán, descendía del famoso historiador) participó en la Gran Guerra como voluntario y con prontitud descubrió la miseria cotidiana de la muerte industrial en las trincheras. Como Theodor Adorno, desechó por problemas sociales su apellido germánico. Será famoso mundialmente por sus novelas, en especial “Yo, Claudio” (seguido de la miniserie de la BBC) y sus ensayos sobre mito y religión. Destacado en el frente del Somme, participó de la gran carnicería masiva iniciada el 1 de julio de 1916, junto con otros grandes poetas, Siegfried Sassoon, David Jones (a quién Eliot y Auden consideraba el mejor poeta del siglo XX), Ellis Humphrey Evans, alias Hedd Wyn (muerto en el frente en Boezinge, Bélgica en 1917). Todos ellos estaban por el azar reunidos en el regimiento Royal Welch Fusiliers. A Graves le tocó la primera línea, tuvo heridas mortales, se le consideró muerto (incluida una pomposa esquela mortuoria oficial en “The Times”). Acampados en el bosque cercano al pueblo de Mametz, Graves se interna en la espesura en busca de tabardos de muertos alemanes que pudieran ser usados como mantas, para combatir el inclemente frío. El bosque estaba lleno de cadáveres, gigantescos y pequeños. No había un solo árbol que no estuviera desgajado. Allí descubre un cuerpo que llama su atención y anota en su diario: “Hice el viaje de ida y el de regreso por la única ruta posible, pasé junto al cadáver hinchado y fétido de un alemán con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Llevaba gafas. Tenía la cara verdusca y el cabello cortado casi al rape; unos coágulos de sangre le manchaban la nariz y la barba.” Al llegar, tomó su notebook y garabateó este poema debajo de otro titulado "The Last Post". Una cura contra la sed de vidas inocentes, un documento contra la victoriana grandeza de Blood and Fame. Será incluido en su libro de poemas antibélico “Fairies and Fusiliers” (1918) y calificado por la mayoría de los especialistas como el punto de ruptura de un nuevo realismo poético: A Dead Boche
To you who’d read my songs of War
And only hear of blood and fame,
I’ll say (you’ve heard it said before)
"War’s Hell!" and if you doubt the same,
Today I found in Mametz Wood
A certain cure for lust of blood:
Where, propped against a shattered trunk,
In a great mess of things unclean,
Sat a dead Boche; he scowled and stunk
With clothes and face a sodden green,
Big-bellied, spectacled, crop-haired,
Dribbling black blood from nose and beard.
Un Boche Muerto
Tú que lees mis canciones de Guerra
Y solamente oyes de sangre y de fama,
Te voy a decir (habrás oído esto anteriormente)
“¡La Guerra es el Infierno!” y si todavía tienes dudas,
Hoy encontré en el Bosque de Mametz
Cierta cura para el anhelo de sangre:
Donde, apoyado contra un tronco destrozado,
En un gran lío de cosas sucias,
Sentado un Boche muerto; tiene mal gesto y apesta.
Con una mojadura verde en ropa y cara
Gran barriga, anteojos, pelo largo,
Goteando sangre negra de nariz y barba.
(Traducción: Nicolás González Varela)
3 Comments:
Excelente post, como siempre he quedado fascinada al leerte. Celebro el lenguaje cuidado, lleno de deliciosas curiosidaddes lingüísticas y literarias que me complazco en disfrutar.
La relación naturaleza nazismo tiene singulares antecedentes. En sus comienzos, la noción de "propalar" se hizo común entre los wandervogel, en los campamentos de los jóvenes arios que, inducidos a establecer vínculos con el medio natural, recibían mañana, tarde y noche canciones patrias a través de altavoces distribuidos en las tiendas de campaña. Gracias Mosca por ir a estos lugares que no deben olvidarse jamás.
Borges visito a Graves en la bucolica aldea Mallorquina de Deia.Ambos eran ciegos y dice un testigo que el Argentino pidio tomarle la mano y se emociono profundamente al hacerlo
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