domingo, octubre 29, 2006

Kronstadt: el destino de la democracia soviética

“Un relámpago que iluminó la realidad mejor que cualquier otra cosa”, dijo Vládimir Illich Uliánov, Lenin. “Una tragedia necesaria” sentenció Liev Davídovich Bronstein, Trotsky. “Un faro que permanece encendido iluminando la ruta correcta y haciéndose cada vez más brillante”, concluía el historiador anarquista Vsevolod Mikhailovitch Eichenbaum, Volin. En marzo de 1921, finalizada la guerra civil contra los blancos, los marineros, soldados y trabajadores de la fortaleza naval del Golfo de Finlandia, “orgullo y gloria” de la revolución rusa, “los más rojos entre los rojos” (Trotsky), se levantan en una revuelta contra el gobierno bolchevique, al cual ellos mismos habían ayudado a acceder al poder. Bajo la palabra de orden “¡Soviets libres!”, establecieron una comuna revolucionaria que sobrevivió dieciséis días, hasta que se concentraron dos ejércitos para aplastarla. Después de una larga lucha, los sublevados fueron derrotados. Muchos de los sobrevivientes fueron fusilados sobre el campo de batalla, otros enviados a campos de trabajo forzado y una mayoría huyó hacia la vecina Finlandia. Por largos años fue un tabú en toda la izquierda y un episodio oscuro de la historia. El hecho maldito del bolchevismo. Ahora podemos conocer sus protagonistas, sus contradicciones, sus falsificaciones, separar propaganda de hechos gracias a los nuevos trabajos de investigación sobre los archivos rusos abiertos a partir de la caída de la URSS.

Kronstadt era un puerto-fortaleza y base naval, situada en la isla de Kotlin (que significa marmita o caldero) en el Golfo de Finlandia. Sobre una bahía donde desemboca el río Neva surge de improviso una isla en forma de triángulo elongado que domina la entrada al estuario. Tiene 13 km. de largo por 2 km. de ancho. La ciudad, que se estableció en el extremo oriental de la isla, está situada a menos de treinta kilómetros de San Petersburgo y es el cerrojo para la entrada y salida de tráfico marítimo. La rodea una antigua y gruesa muralla y su punto principal de acceso es la “Puerta de Petrogrado” situada al este. Por el lado sur de la isla se encuentran los puertos y los diques secos que podían acoger a un acorazado de la época. Dominando el centro de la ciudad se encuentra la notable catedral de San Andrés, con su cúpula dorada y sus paredes ocres, y la gran Plaza del Ancla (con capacidad para 30.000 personas) con su enorme Catedral de los Marinos. Durante las revoluciones de 1905, 1917 y 1921 sería el foro revolucionario y la asamblea permanente de los rebeldes. Su importancia estratégica nunca estuvo en duda: su historia moderna como fortaleza militar comenzó con el dominio del mar Báltico por los suecos y su reconquista por Pedro El Grande (el que había decretado un impuesto a las barbas), en una guerra que duraría veinticinco años. El triunfo le permitió a Rusia expandirse, anexionándose Finlandia, Lituania, Estonia y la zona de Ingria, donde pensó en fundar la nueva capital de su imperio. San Petersburgo se estableció en la antigua ciudad sueca de Nyen. La idea era proteger su nueva capital en Occidente y tener una base segura para la expansión imperial hacia el Báltico. En 1710 comenzó obras consideradas entonces como faraónicas, que transformaron a Kronstadt en la ciudad más fortificada e inexpugnable del mundo. La ciudad-puerto, con diques, polvorines, canales internos y su bellísima catedral, se estableció al sureste de la isla. No sólo se fortificó la isla misma: el zar construyó islas artificiales donde se asentaron fuertes numerados, dispuestos en posición de barbette, además en la costa norte y sur del continente se dispuso una segunda línea de fortificaciones y baterías para apoyar a Kronstadt. Peter Alexeyevich Romanov podía dormir tranquilo. Un canal maestro construido en 1875 (Morskoi), que pasa por el sur de la isla, permitía por medio de rompehielos, que las comunicaciones marítimas estuvieran abiertas los doces meses del año. El zarismo invirtió en ella millones de rublos, de horas-hombre y trabajo forzado para concluir un cerrojo confiable a los ataques desde el mar. Siguió ampliándose en el siglo XIX hasta llegar a cuarenta y dos fuertes, con cañones Krupp en cúpulas, un faro, talleres y modernos sistemas de comunicación (allí el ingeniero Alexandre Popov inventó la primera radio en 1896). En ese lugar mismo asentó sus reales la novísima Flota del Báltico.

En la revolución rusa de febrero de 1917, Kronstadt tenía una población de 82.000 almas (compuesta por 20.000 soldados, 12.000 marinos y 50.000 civiles, la mayoría trabajadores calificados, técnicos y administrativos). La guarnición y la ciudad habían adquirido una reputación formidable, mezcla de vida severa y muy regimentada, autonomía política y rebeldía indómita. La reputación había nacido en los motines espontáneos de la revolución de 1905 (iniciados por el desastre de la flota del Báltico en Tsushima). Incluso Kronstadt pecaba de precocidad revolucionaria: algunas células habían nacido ya en 1902 en la sección de Torpederos, inspiradas por socialrevolucionarios (SR’s) y socialistas. La revolución de 1905 fue en Kronstadt un poco caótica: fue espontánea, poco política (se reclamaba menos años de servicio, buen trato, buena comida, etc.) y derivó en saqueos, amagos de progroms y salvajismo. La represión zarista fue benigna: 3.000 marineros y soldados fueron arrestados; de ellos fueron juzgados 208 y sólo 41 penalizados por motín. No hubo ninguna condena a muerte. Los marineros y trabajadores aprendieron la lección de esta turbia revuelta y esperaron. En 1906 se constituiría un “Comité Unido de la Organización Militar-Revolucionaria de Kronstadt”, inspirado por los SR’s, que intentaría un nuevo motín en julio de ese año, en combinación con el levantamiento en tres bases navales, una chispa que levantaría a San Petersburgo después que el zar liquidara la tibias medidas democráticas tomadas en 1905, el semi-constitucionalismo y algunas libertades civiles. Se trataba de reiniciar 1905. Si su motto fue populista, “¡Tierra y Libertad!”, en la práctica fue furiosamente anti-oficiales y jerarquías superiores. La represión fue violenta y fulminante: muchos fueron fusilados en forma sumaria (incluidos militantes social revolucionarios) y de los detenidos, 3.000 marineros, 200 torpederos, 100 zapadores y 80 civiles fueron juzgados; de ellos 36 fueron ejecutados. El informe final confirmaba que el personal de la Flota del Báltico era políticamente peligroso y 2.127 hombres fueron radiados a destacamentos de castigo o a lejanos destinos geográficos. Se estableció un régimen de aislamiento y vigilancia policial de todos los cuarteles y barcos de la flota.

En febrero de 1917 el zarismo mantuvo un aislamiento total de la fortaleza con el continente, se prohibieron los diarios y la visita de civiles. Pero fue en vano. En Kronstadt se declarará la revolución mas intensa y violenta de toda Rusia. Los obreros y técnicos de Kronstadt se declaran en huelga. Informados de los sucesos en Petersburgo, marineros y soldados encolerizados atraparon al almirante Viren y lo ejecutaron sin más en la Plaza del Ancla bajo el grito: “¡Larga vida a la revolución!”. Fueron ejecutados finalmente cuarenta oficiales de la armada y el ejército. Una ola de violencia cayó sobre la Flota del Báltico, sus barcos y bases: 76 altos oficiales navales, incluidos almirantes y comandantes, fueron ejecutados por resistirse a la revolución popular. De allí en más, Kronstadt pasó ser la flor y nata de la revolución, de su profundización y de un espíritu libertario desenfrenado. Construyó su propia Comunne revolucionaria, el Soviet de diputados trabajadores y soldados, que era dirigido por una alianza de mencheviques, anarco-comunistas, socialistas revolucionarios y radicales autónomos sin partido. Recordemos que soviet es la palabra rusa que denomina a un consejo o asamblea, es decir: una corporación representativa, de carácter consultivo y ejecutivo, que representa directamente a las clases más bajas. Es una forma de representación que superaría la democracia por delegación del modelo liberal. En la historia hay muchísimos ejemplos populares de soviets, desde las comunidades de los burgos medievales, los cantones, los concils de los soldados ingleses en el siglo XVII, la Comunne de Paris de 1871. La idea consejista más amplia implica la idea que el pueblo puede auto-organizarse a través de un sistema de poder autónomo, unido a una determinada capa social explotada y superando las viejas formas alienadas de democracia formal. Los bolcheviques siempre se opusieron a los soviets, y despertaron su desconfianza desde el inicio: el principio consejista no tiene lugar en el leninismo. Incluso intentaron que el Soviet de Petrogrado aceptara el programa socialdemócrata so pena de retirarse del mismo. El soviet era un rival peligroso e indeseado. El primer soviet de la revolución rusa apareció a mediados de mayo de 1905 en Ivanovo-Voznesensk, un distrito textil de Moscú que comenzó por reivindicaciones económicas y sindicales: los trabajadores crearon un “Consejo de Delegados de Ivanovo-Voznesenk” (Ivanovo-Voznesenskij Sovet Upolnomocennych), contaba con 110 diputados y su obligación era dirigir la huelga, no permitir acciones o negociaciones separadas, cuidar una actitud ordenada y organizada. El soviet de Ivanovo dejó una huella inmensa por su democracia de base, su solidaridad institucional y por la larga duración de la huelga. El modelo se expandió por toda Rusia y tuvo su producto más famoso en el Soviet o Consejo de diputados obreros de Petrogrado. La revolución de febrero nació rodeada de instituciones sociales. Kronstadt también desarrolló su propio consejo, que superaba su mero papel de coordinador de huelgas y movilizaciones en un órgano político de representación general de los trabajadores, un “parlamento-ejecutivo” obrero inédito. El soviet de Kronstadt se rehusó a obedecer al gobierno provincial y se proclamó “único poder de la ciudad”. Desde este momento, el Soviet de Kronstadt se transformó en una verdadera república social, ejerciendo una autoridad política total, apoyado por asambleas multitudinarias en la Plaza del Ancla. Publicaba su propio diario, el “Kronstadt Izvestiia”. Según el testimonio de un anarquista, la plaza era “una universidad libre donde los oradores sostenían sus puntos de vista ante una multitud de trabajadores, marineros y soldados ansiosos por oírlos”. La red del nuevo poder constituyente se construía de abajo hacia arriba, a través de comités (por edificio, por barco, por taller, por fábrica). Se organizó una milicia armada para evitar intromisiones desde el exterior contra la soberanía. Defendió a Petersburgo del golpe de derecha del general Kornilov en agosto de 1917 y apoyó la consigna “¡Todo el Poder a los Soviets!” que llevó al poder a una coalición de bolcheviques, social revolucionarios de izquierda y mencheviques internacionalistas en octubre de 1917. Para apoyarlo movieron varios barcos de la flota hacia San Petersburgo por el río Neva. El crucero “Aurora” (que se puede visitar hoy día) disparó hacía las tropas de Kerensky munición de fogueo con el fin de desmoralizarlas. Iniciada la guerra civil, más de 40.000 marineros de la flota lucharon contra los blancos. Debemos señalar que Kronstadt nunca fue “bolchevique”, ni en sus mejores épocas: siempre tuvo mayoría social revolucionaria (de izquierda y maximalistas), así como una interesante minoría de anarco-comunistas. Trotsky señalaba en 1917 que Kronstadt era un atajo de anarquistas. Las primeras dudas de los marinos y trabajadores surgieron cuando Lenin organizó el primer gobierno exclusivamente con bolcheviques. En marzo de 1918 se disolvió el comité de la flota, que era elegido democráticamente, para los communards era el comienzo de la “Comisariocracia”, un término que será usado en el lenguaje de la rebelión. En abril del mismo año, los marineros se quejan del infame tratado de paz con el Imperio Alemán, “Tratado de Brest-Litovsk”, del cual reniegan. En la supresión de los social revolucionarios, acaecida en julio de 1918, muchos marineros participan del amago de insurrección en Moscú contra el régimen bolchevique. En octubre de 1918 la base naval de Petrogrado, que incluye a Kronstadt, vota una resolución en la que se condena el monopolio bolchevique del poder político, la represión contra anarquistas, social revolucionarios y mencheviques internacionalistas y se solicitan elecciones libres en los soviets. Cuando el gobierno bolchevique acaba con la autogestión en la economía y disuelve los comités en las fuerzas armadas, los marinos y trabajadores de la Flota del Báltico protestan enérgicamente. Cuando Trotsky re-introduce oficiales zaristas como especialistas (Voenspetsy) y los comisarios políticos, el desánimo es generalizado. Con el fin de la guerra civil la cosa empeoró: muchos marineros pudieron ver de primera mano, durante sus permisos, las arbitrariedades y represión en las provincias. Hacia 1920 se estableció una “Oposición de la Flota”, en sincronía con la “Oposición Obrera” dentro del partido bolchevique, que en su tosca plataforma exigía una armada tipo soviet, organizada bajo principios socialistas, comités por barco designados mediante elecciones y el fin de métodos dictatoriales. Ya en enero de 1921 abandonaron el partido comunista 5.000 marineros del Báltico que rompieron sus carnés. Entre agosto de 1920 y marzo de 1921 la organización bolchevique de Kronstadt perdió a la mitad de sus afiliados. Y casi inmediatamente el hambre y la escasez de combustible hicieron su aparición en toda Rusia. La Flota del Báltico se desintegraba: la tasa de deserciones se desbocó y al creciente descontento le acompañó una ola de huelgas obreras y fabriles, que se iniciaron en Moscú y Petrogrado, además de insurrecciones campesinas desde el Don a Siberia, desde Ucrania a Tambov. Sólo en febrero de 1921 se produjeron 118 rebeliones o disturbios rurales. En el primer semestre de 1921 el 77% de las fábricas urbanas habían participado en huelgas. A todas las oposiciones fuera del partido el régimen bolchevique las tildó de “bandidaje”. A esto se le sumaba el autismo del partido bolchevique y sus luchas de facciones, en este caso entre Zinoviev (presidente del partido de Petrogrado) y Trotsky (Comisario de Guerra), y entre estos y el grupo de Lenin. El debate público bolchevique fue ocupado por la cuestión sindical y el rol autónomo de los sindicatos. En este debate Trotsky sostuvo que el trabajo compulsivo (forzado) “era la base del socialismo”. Las tensiones estaban preparadas para un estallido. Los habitantes de Kronstadt, en una continuidad asombrosa con su propio pasado, habían logrado institucionalizar, a través de tradiciones y diseños organizativos, su fervor rebelde, su instinto revolucionario y su espíritu de independencia, en una línea política incorruptible, que no toleraba la arbitrariedad, la compulsión, cualquiera sea la fuente de donde proviniera. En marzo de 1921 estas virtudes encontrarían su expresión última, formidable y trágica.

El detonante fue una serie de huelgas y manifestaciones obreras en Petrogrado. La rebelión de Kronstadt es inexplicable si se la toma como algo aislado (algo que hizo la historiografía stalinista y la de la vertiente trotskista). En realidad, desde la mitad de 1918 los bolcheviques habían estado perdiendo gradualmente la representación de los intereses de los trabajadores urbanos, su último bastión político. Para finales de 1920 largos segmentos de la clase obrera, marineros, soldados y campesinos habían cesado de apoyar activa o pasivamente a los bolcheviques, y la evidencia era la ola de huelgas en Moscú, Petrogrado, Karkhov y otras ciudades. Los trabajadores se enfrentaban a Lenin. La coalición política de Octubre había finalizado. La composición de los detenidos por la Cheka y sus causas indican la misma situación: de más de 17.000 campos de detenidos, al 1º de noviembre de 1920, cuatro meses antes de la rebelión, obreros y campesinos constituían el grupo de presos mayoritario, con un 34% y 39% respectivamente. De 40.913 prisioneros declarados en diciembre de 1921 (el 44% por la Cheka) alrededor del 84% eran iletrados o con baja instrucción escolar, un índice de ser trabajador o campesino, ser pobre. Claramente las clases populares se oponían a la lenta dictadura del partido único. Los marineros y trabajadores de la isla, al enterarse de las huelgas y la posterior represión, envían una delegación a “Pedro Rojo” (como se le llamaba a la ciudad) para ver la situación sobre el terreno, y a la vuelta confeccionan un programa de 15 puntos, cuya reivindicación política más fuerte era elecciones inmediatas de soviets (voto secreto), libertad de expresión y prensa a los obreros y campesinos, a los anarquistas y a los socialistas de izquierda, libertad de reunión, sindicatos autónomos, amnistía de todos los presos políticos de los partidos socialistas y presos por cuestiones laboral o campesina, eliminar privilegios a comisarios y burócratas, acabar con el trabajo compulsivo y otras menores. Inmediatamente reclamaron la “tercera revolución” en Rusia (la primera había sido en febrero de 1917, la segunda en octubre de 1917). Pero la rebelión quedó aislada de los trabajadores de Petrogrado y la organización tuvo fallas decisivas. El momento estuvo mal elegido (el puerto estaba bloqueado por el hielo) así como los primeros pasos (no se aseguró depósitos de alimentos, municiones, combustible). Todo lo que demuestra su carácter espontáneo y no planeado. Los bolcheviques se enfrentaban con una crisis interna que los hacia tambalear, un situación revolucionaria en la mejor definición leninista, y se decidieron a poner fin a la revuelta lo más rápido posible.

La batalla de Kronstadt fue sangrienta y cruel, quizá peor que la Guerra Civil. Los bolcheviques no intentaron seriamente de llegar a un arreglo pacífico. Un ultimátum amenazaba a los rebeldes de que si no se rendían sin condiciones serían “acribillados como perdices”. Al mismo tiempo se estableció el estado de sitio y medidas excepcionales en Petrogrado. El partido bolchevique, ante la inquietud en el propio ejército, comenzó a reunir tropas confiables en el sur y norte de la isla, cadetes comunistas (kursanty), destacamentos de la Cheka y soldados traídos de todos los extremos del país: ucranianos, polacos, chinos, tártaros, baskires y letones. Los medios de comunicación, monopolizados, realizaron una campaña de desinformación y mentiras, acusando a los sublevados de ser agentes de la Entente, de los generales zaristas, etc. Trotsky, el encargado de la represión militar, y Zinoviev, con su triple cargo en Petrogrado, fueron los responsables, aunque detrás estaba toda la dirección del partido bolchevique (incluida la propia “Oposición Obrera”, que no sólo se deslindó de los apestosos sublevados, sino que se presentó como voluntarios para la operación militar). Zinoviev ordenó que se detuvieran como rehenes a todas las familias directas de los rebeldes (un sistema inaugurado por Trotsky en la Guerra Civil y luego perfeccionado por Stalin). Al mando de la operación se colocó al ex oficial zarista Tujachevsky (quién había fracasado en la invasión a Polonia en 1920), quien luego reprimiría a los campesinos rebeldes en Tambov con balas y gases letales. La operaciones militares comenzaron el 7 de marzo, aniversario del Día de las Trabajadoras, después de superar revueltas en los regimientos convocados e incluso confraternizaciones. Fue el comienzo de lo que Víctor Serge llamó “un horrible fratricidio”. Los atacantes cruzaban sobre el agua congelada, sin lugar para ponerse a cubierto, para enfrentarse a fuertes con torretas blindadas, ametralladoras y defensores bien protegidos. Para evitar deserciones, una segunda línea de tropas de la Cheka con ametralladoras disparaba contra los que se negaban a atacar o retrocedían. El 8 de marzo Lenin da un discurso en la sesión de apertura del Xº Congreso del Partido Comunista: “no abrigo ninguna duda… de que esta rebelión, por detrás de la cual asoma la figura familiar del general de la Guardia Blanca, será liquidada dentro de unos pocos días, sino horas”. Pero se equivocó: el asalto directo fue un fracaso y se perdieron muchos hombres sin abrir ni una brecha en la fortaleza. El Soviet de Kronstadt emitió un comunicado: “Que todos los trabajadores del mundo sepan que nosotros, los defensores del poder soviético, estamos protegiendo las conquistas de la revolución Social. Venceremos o moriremos sobre las ruinas de Kronstadt, luchando por la causa justa de la clase trabajadora. Los trabajadores del mundo serán nuestros jueces. La sangre de los inocentes caerá sobre las cabezas de los fanáticos comunistas, ebrios de poder. ¡Larga vida al poder de los Soviets!” El 17 de marzo, con refuerzos de tropas, artillería y aviones, se realizó el asalto final. Un ataque desde el sur y el norte, en su mayoría con cadetes militares comunistas, forzaron la entrada a la ciudad y finalmente, después de un combate casa a casa, llegada la medianoche, todo había acabado. Unos 800 refugiados, incluido el Comité Revolucionario, escaparon por el hielo hacia Finlandia, pero en total huyeron 8.000 hombres. Las pérdidas fueron muy grandes pero los bolcheviques tuvieron la peor parte, alrededor de 10.000 bajas; los rebeldes perdieron en combate a 600, con cerca de 1.000 heridos y más de 2500 prisioneros. Al día siguiente, 18 de marzo, todos los diarios de Moscú y Petrogrado traían grandes titulares conmemorativos del quinto aniversario de la “Comuna de Paris”. El anarco-comunista Berkman hizo una amarga anotación en su diario: “Los vencedores están celebrando el aniversario de la Comuna de 1871. Trotsky y Zinoviev denuncian a Thiers y Gallifet por el asesinato de los rebeldes de París”. Se capturaron 3.000 prisioneros durante la lucha y hasta el fin de abril la Cheka realizó 6500 arrestos. Ninguno de los rebeldes capturados fue sometido a juicio público. 13 fueron elegidos para ser juzgados en un tribunal secreto como cabecillas del motín. De los restantes ahora sabemos su fin: la Cheka conformó una troïka extraordinaria en la propia isla que ejecutó sumariamente a 2.168 (el 33% de las detenciones y entre ellos a cuatro mujeres) el resto es enviado (algunos con sus familias) a los campos de trabajo del norte (Solovki). Un informe estadístico de 1936 enumera sobre Kronstadt un total de 10.026 detenidos, sin especificar los ejecutados. Los sublevados durante el breve período de la Comunne habían detenido a 300 bolcheviques, a quienes trataron con total deferencia y no sufrieron ninguna herida o apremio. En Kronstadt los bolcheviques intentaron borrar toda huella del levantamiento popular: el Soviet se disolvió y nunca volvió a la vida política, un nuevo diario suplantó al tradicional, los buques fueron cambiados de nombre, la revolucionaria “Plaza del Ancla” pasó a llamarse “De la Revolución”, los marinos no confiables fueron expulsados o diseminados, los soldados que participaron del asalto final fueron dispersos y se les prohibió hablar del tema.

La bibliografía y los trabajos sobre la revuelta fluctuaron alrededor de su importancia relativa en la política del momento; a partir de la muerte de Lenin, la lucha por el poder entre fracciones, el ascenso de Stalin y luego el fascismo, hicieron que desapareciera como objeto de estudio destacado. Kronstadt fue un eco débil hasta bien entrados los años ’30. El primer panfleto-denuncia con documentos auténticos (primeras fuentes) fue editada por los social revolucionarios de derecha, con el título de Pravda o Kronshtadte” (“La verdad de Kronstadt”), editado en Praga por el grupo del diario “Volia Rosii” (donde actuaba Kerensky). Pero el primer análisis con rigor histórico se debió a la militante anarquista Ida Gilman, dit Mett, publicado en inglés en 1922: “The Kronstadt Urprising of 1921”, con un prólogo de Murray Boochkin (fallecido el 30 de julio pasado), en español se le conoce como “La Comuna de Cronstadt. Crepúsculo sangriento de los Soviets”. Es un trabajo con un estilo y un tono todavía insuperado. Luego le seguiría el trabajo de Alexander Berkman (anarquista testigo de esas jornadas en Petersburgo), “Die Kronstadt-Rebellion” (1923) y su diario político “Der Bolschewistische Mythos - Tagebuch aus der russischen Revolution 1920-1922” (1925). Kronstadt pasó a segundo plano hasta los debates en el movimiento internacional debido a la República Española, a la polémica entre el anarquismo, el stalinismo y el trotskismo como a los fenómenos de doble poder en la guerra civil. Al proponer Trotsky un Tribunal Internacional para juzgar los procesos de Moscú en 1937, un viejo marinero izquierdista alemán y ex diputado comunista, Wendelin Thomas, que era parte del tribunal, le recordó que además deberían juzgarse los crímenes cometidos en la represión de Kronstadt, de Mackhno en Ucrania y de las rebeliones campesinas bajo su mando como Comisario de Guerra. En estas discusiones, agrias y urgentes, participó el mismísimo Trotsky con dispar resultado con dos textitos, que repetían la propaganda mentirosa y los lugares comunes de la prensa bolchevique en 1921. Un sicofante de Trotsky, John Wright, escribió una defensa de su maestro, en el panfleto “The Truth about Kronstadt” (1938). A este revival se le acopló una re-edición de libro de Mett, una durísima contestación de la anarco-comunista Emma Goldman (testigo ocular de la revuelta): “Trotsky protest too much”(1938) y otro de Antón Ciliga, el Bórdiga yugoeslavo (quién estuvo en campos rusos por opositor), L'insurrection de Cronstadt et la destinée de la Révolution russe”, en La Révolution Prolétarienne (N°278,1938) de Pierre Monatte, donde escribían Simone Weil y un joven Daniel Guerin. Trotsky se llamó al silencio (en su autobiografía, “Mi Vida”, apenas le dedica media línea) y en una carta confesó que Kronstadt era un asunto serio, que no tenía tiempo para hacer un libro sobre el tema y que ese trabajo lo confiaba a su hijo León Sedov. En su libro inacabado sobre Stalin, repitiendo los mismos argumentos, hablará que la represión sobre Kronstadt fue una necesidad trágica

Kronstadt volvió a dormitar hasta que, desatada la guerra fría, historiadores americanos empezaron a echar un poco de luz, algunos con objetivos dudosos. Artículos de Hunter Alexander, Robert V. Daniels (un especialista en la oposición dentro y fuera del partido bolchevique), Georg Katkov, pasando por el valioso y póstumo libro de Volin, “La Revolution inconnue” (1947) hasta llegar al trabajo seminal del historiador americano del anarquismo Paul Avrich: “Kronstadt, 1921” (1970), ahora re-editado por la Universidad de Princenton. Su obra, (en español hay que buscarla en la edición argentina de 1973), a pesar del tiempo y de las nuevas fuentes documentales, sigue siendo insustituible. A continuación un silencio de diez años roto por el libro del historiador anarquista de las ideas Henri Arvon, su libro se titulaba: “La Revolte de Cronstadt 1921” (1980), editado en Bélgica y de poca difusión mundial. Le seguiría el trabajo más completo y documentado sobre Kronstadt, su historia como comuna y de sus protagonistas humanos y políticos: se trata de “Kronstadt: 1917-1921. The Fate of a Soviet Democracy” (1983), del historiador israelí Israel Getzler. Getzler ha realizado una nueva edición beneficiándose de la apertura de los archivos rusos después de la disolución de la antigua URSS.

Debemos contar una pequeña historia: en 1994 el presidente Boris Yeltsin rehabilita a los amotinados de Kronstadt y lo que es mejor, abre los archivos del estado desclasificando documentos secretos. En 1999 se publica una colección dispar de documentos del Archivo Estatal Ruso editadas por la casa editorial, el ROSSPEN, sobre Kronstadt, incluidos muchos informes secretos de la policía política (Cheka y GPU). Son dos gruesos volúmenes con el título de “Kronshtadtskaia tragediia 1921 goda, dokumenty v dvukh knigakh” (La Tragedia de Kronstadt, 1921. Documentos en dos volúmenes”). De estos materiales inéditos se han servido los últimos libros sobre el tema: Getzler ha hecho una edición ampliado con los documentos que han visto la luz (e incluso una serie de artículos anexos) y el penúltimo libro sobre la rebelión es “Cronstadt”, del historiador trotskista Jean- Jacques Marie (miembro de Courant Communiste Internationaliste y del Partido de los Trabajadores de Lambert), editado a fines de 2005 por Fayard. Marie es conocido además por ser un gran animador del Centre d’Etudes et de Recherches sur les Mouvements Trotskistes et Révolutionnaires Internationaux (CERMTRI), que edita una revista monográfica sobre la historia de la URSS: “Cahiers du mouvement ouvrier”. Recientemente ha aparecido en español su biografía crítica sobre Stalin. Su libro sobre Kronstadt es paralelo a otro libro sobre la historia de la guerra civil aparecido también en 2005, por lo que el historiador completó en realidad un solo trabajo en dos frentes. También Marie se beneficia de todos los libros sucesivos y de la apertura de los archivos rusos, utilizando los mismos textos que Getzler. Pero aquí acaban las diferencias formales.

Marie, aunque pretende mantener una objetividad formal (¡su editor es Fayard!), es parte del problema. No puede ocultar su simpatía por la represión bolchevique y repite, aunque de manera más académica y pausada, los tópicos viejos sobre el tema. En sus cuatrocientas y pico de páginas no encontramos ninguna novedad, cosa curiosa. Metodológicamente Kronstadt queda aislada de la dinámica bolchevique de la dictadura de partido único, del contexto autoritario del “Comunismo de Guerra”, de la lenta descomposición de la simpatía de las masas por el partido bolchevique, de la oleada de huelgas urbanas y levantamientos campesinos. Marie usa los archivos de la peor manera posible: sin aparato crítico, sin discernir el lenguaje esópico de los policías y represores de la Cheka de la verdad (es como describir la rebelión de las banlieues en Francia por los informes de la DCRG); disuelve las críticas de los communards a la “Comisariocracia” como mera propaganda monárquica y antisemita (p.224), aceptando que son infundadas; justifica la ferocidad de la represión bolchevique comparándola reactivamente… ¡con los generales zaristas! y nuevamente coloca en el centro de la investigación los dos anatemas historiográficos stalinistas y trotskistas: que los marineros de 1921 no eran los de 1917 (constantemente a los largo del libro los marineros son presentados como despolitizados, débiles, sin tradición urbana, p.142) y que la rebelión era la expresión de la exasperación pequeño-burguesa campesina cuyo objetivo era volver a la propiedad privada (p.295). Se repasan todos los mitos negativos sin encontrar nada nuevo, salvo confirmar que en la represión brutal el gobierno bolchevique tenía razón. Kronstadt se “despolitiza” y se le extirpa justamente su verdadera alma: el principio de autodeterminación y autonomía reivindicado por los rebeldes con su consigna: “¡Todo el poder a los Soviets!”. Por supuesto: todos estos argumentos han sido demolidos con anterioridad tanto por Avrich como por Getzler, por lo que Marie suena anacrónico y partidista. En suma: bandidismo, antisemitismo, despolitización, naturaleza pequeño burguesa de la insurrección, contrarrevolución campesina. El punto de vista de la Cheka no se ha perdido. La historia puede ser contada todavía como un expediente de la policía política, incluso cuando el estado bajo el cual operaba esa policía no exista más. La calumnia policial puede ser travestida de historia política. ¿Valía la pena investigar en los archivos, estudiarlos en lengua rusa, para indigestarse con este brulote?

¿Cuál es la importancia de Kronstadt? Quizá la mejor síntesis sea la que hace Volin: “Fue la primera tentativa popular enteramente independiente para librarse de todo yugo y realizar la revolución social, tentativa directa, resoluta y audaz de las masas mismas, sin pastores políticos, jefes ni tutores. Fue el paso inicial para la Tercera Revolución”. Con al derrota de Kronstadt, la represión y la liquidación de la tibia “Oposición de Izquierda” dentro del partido bolchevique, pasó a la historia la última demanda efectiva de que se instalara una verdadera forma política de autodeterminación de los trabajadores y campesinos. Los communards de Kronstadt, los huelguistas de Petrogrado, los campesinos de Tambov creían que el soviet era el exclusivo portador del poder constituyente y no una mera etapa insurreccional. En lo sucesivo el sistema de partido único, y con ello, la dictadura stalinista, sería el horizonte más probable. La derrota de Kronstadt sigue siendo el fracaso de todo un modelo de transición al socialismo.

sábado, octubre 21, 2006

Parias Globales: de Haedo a la Banlieue parisina

“¿Que te pensabas? ¡Esto es Bagdad!”
(Diálogo en el film “Banlieue 13”, 2004)

"¡Policía por todas partes, justicia por ningún lado!"
MIB (Mouvement des Inmigrants et des Banlieues)

“Si no te ocupas de la política, la política se ocupa de ti”
Rockin’ Squat. MC de Assassin

"El dinero es nada, el respeto es todo.
Mejor morir que vivir de rodillas"
(Skyblog del Banlieue 93, capital del rap francés)

“Es parecido a lo que sucedía en el XIX cuando el partido liberal y el conservador
dirimían frivolidades en el Parlamento
mientras el curso de la historia
se decidía en sindicatos y fábricas”

(A. Touraine, sociólogo, 2005)

“¡Esta noche será Bagdad!”
(Joven “banlieusard” a un reportero, 2005)

Un raro aniversario: nada ha cambiado desde las rebeliones de noviembre de 2005 en los barrios periféricos de las ciudades francesas. En el homenaje a los dos adolescentes muertos escapando de la policía en el suburbio de Clichy-sous-Bois, y conmemorando un año del levantamiento espontáneo de la periferia miserable, se podían leer pancartas con la inscripción: "Zyed et Bouna, morts pour rien". Muertos para nada, por nada. Existe una sensación de empate y espera en las banlieues. La guerra civil larvada sigue viva y activa. Diariamente se queman como forma de protesta, una media de 15 vehículos, además de algún autobús municipal. El primer semestre de 2006 se contabilizan la impresionante cifra de 21.000 automotores incendiados. Este texto fue escrito bajo la dinámica de los acontecimientos. Su fin era más militante que sociológico: encontraba un punto de contacto entre los banlieusards franceses y los bonaerenses que quemaban trenes suburbanos en Buenos Aires. Todos, a pesar de los localismos y tintes étnicos inevitables, conformaban una nueva generación de parias urbanos, una underclass que ya nada ni nadie querían ni podían integrar. La ciudad integradora del ‘900 había muerto: todos presenciamos a lo largo de los conservadores ’80 y ’90 su degradación y defunción. Ciudades en revuelta parecería ser la nueva cuestión social: Paris, Los Ángeles, Londres, Génova, Buenos Aires, San Pablo… ¿una época de riots ciegas, efímeras, destructivas y sin sentido? Dos grandes cuestiones de época se encuentran en el centro del problema, ambas estrechamente unidas: la globalización y el nuevo trabajo precario. Una socióloga francesa, Sophie Body-Gendrot, ha declarado con amarga ironía que, vista la situación en la que se encuentran las grandes metrópolis, lo que verdaderamente sorprende no es tanto que se sucedan revueltas, sino que ellas no sean más frecuentes.

Erase una vez una película: En francés, “Banlieue” es un término neutro que se utiliza para designar cualquier suburbio de cualquier ciudad. Es sinónimo de extrarradio, periferia, arrabal, suburbio o “afueras”. La palabra se compone de “Ban”, el bando que emitía el burgomaestre, y “lieue”, que es legua, es decir: en el inicio de la burguesía significaba una legua alrededor de la ciudad en la que era efectivo el bando del ayuntamiento. A los trenes suburbanos o de cercanías se los llama “Train de banlieue”. A las “banlieues” tradicionales, llamados “cinturones rojos” por su composición social y política homogénea, las de la posguerra con un PCF hegemónico (los treinta gloriosos en la mitología política de la Vº República), les dedicó un álbum de fotos exquisito Robert Doisneau y un poema-canción el inclasificable Boris Vian. Este antiguamente llamado “cinturón rojo”, era el bastión inexpugnable del Partido Comunista, municipios modélicos de viviendas públicas (gobernados por la izquierda participativa) que constituían las ciudades obreras arraigadas en el fordismo gracias al empleo industrial masculino, fuerte cultura obrerista, conciencia de clase corporativa y sindical y la incorporación ciudadana a través de una densa red burocrática de organizaciones semiestatales que generaba una identidad inclusiva entre trabajo-hogar-voto reformista. Su crisis y descomposición, impensable hace tan solo 20 años, fue rápida e inesperada. Sin embargo, a partir de los años ’80 ha ido adquiriendo nuevas connotaciones sociales y políticas. El posfordismo las ha transformado en “áreas urbanas sensibles” (ZUS en francés), sensibles a la revuelta y al “emeuté”, sensibles a la exclusión permanente y a la precariedad, sensibles a la segmentación y a la “palestinización”, sensibles a la “tolerancia cero” del capital. Se las llama con ironía “Harlem”, “Bronx” o “Chicago”, como en Argentina. Cuando se habla de banlieue es bastante probable que se esté haciendo referencia a la realidad cotidiana de los habitantes pobres –en su mayoría descendiente o inmigrantes, pero también galos puros– de los extrarradios de las grandes ciudades francesas (sobre todo del norte de París, Marsella y Lyon). La construcción en los años 60 de las grandes torres de pisos que conforman el paisaje de estos barrios, las “Cités”, (similares a Lugano I y II en Buenos Aires o las 3.000 en Sevilla) fue vista como símbolo de un capitalismo “welfare” decoroso, republicano e integrador, que había pactado con la clase obrera para dotar a los trabajadores metropolitanos de unas condiciones de vida dignas. La irrupción del paro masivo en los años 70, el inicio del postfordismo, golpeó especialmente a los inmigrantes que habían llegado a Francia para satisfacer la demanda de trabajadores “no cualificados” y que, años después, se habían convertido en el nuevo proletariado perdedor del modelo. El ocaso de la figura del trabajador inmigrante se inicia a partir de la desaceleración y luego la interrupción de la inmigración laboral de 1973 y 1974. Hasta entonces, la inmigración laboral poscolonial había provisto a la patronal de una mano de obra barata, manejable y sumisa para los trabajos menos preciados de una economía con pleno empleo (como casi en toda Europa). Puede hablarse de una alteridad providencial posterior a las representaciones de la guerra colonial, donde el inmigrante-tipo oscilaba entre el indígena y el fellagha, es decir, una alteridad de guerra, y anterior a la que hoy nos ocupa. La economía de desempleo masivo y la decadencia del Estado social (posfordismo) desestabilizaron las referencias simbólicas, la mirada sobre el Otro, la percepción de la amenaza, y obligaron a los discursos dominantes a reformularse para no resultar totalmente desacreditados. Y el Otro empezó a superponerse a las banlieues… Barriadas muy degradadas, en las que unos cinco millones de habitantes (la mayoría no va a votar) -de los 61 que tiene Francia- sobreviven en edificios de más de 9 plantas, calificados de ejemplo letal de “barroquismo” vertical. Ha surgido una segunda generación de “homelessness” pero con vivienda, una nueva pobreza ya no solo social sino, además, espacial y territorial.

El nuevo gobierno de la excedencia se vio reflejado en la expansión sin control de los “quartiers-ghettos” en una sola generación: en 1984 eran 148, ahora son 751 las zonas urbanas calientes en toda Francia, y en Paris, la llamada sarcásticamente “Petite Couronne”, cuenta con nada menos que 78 ZUS (Val-de-Marne, Paris, Seine-Saint-Denis y Hauts-de-Seine). ¡Hasta los territorios de ultramar tienen sus propias y peligrosas ZUS! Los indicadores son propios del Tercer Mundo: desempleo del 21% (40% si son jóvenes entre 18 y 30 años, en Argentina es del 26%, aunque un 53% de los jóvenes no participa del mercado de trabajo);la renta anual familiar no llega a los 19000 euros (en Francia es de 30000 euros). La realidad de las “cités” y la “Intifada” espontánea de 1991, se reflejó en un film de culto del año 1995, “La Haine” (El Odio) de Mathieu Kassovitz, que relataba un día trágico en la vida de tres jóvenes banlieusards (un africano, un argelino y un judío) y su existencia sin sentido, encerrados en el espacio muerto de la urbanización, permanentemente vigilados, sin futuro y sin otra esperanza que matar a un policía. En el film ya se observaba la tendencia posfordista en las ciudades globales: pronunciado ascenso de la desigualdad urbana y la cristalización de nuevas formas de pobreza capitalista y marginalidad socioeconómica, que se alimentaba de procesos de segregación espacial. En la situación francesa además irrumpía, también en la película, la diseminación postcolonial y tensión etnorracial o xenófobas como consecuencia del aumento simultáneo de la segmentación entre el trabajador nativo y el inmigrante, la desocupación persistente, la precariedad laboral y el asentamiento de poblaciones inmigrantes de trabajadores con residencia temporaria. Por supuesto, el pasaje global al posfordismo exhibe notorios factores comunes y recurrentes (ya que es una fórmula exitosa de aumento de ganancias para el capital) que superan las fronteras nacionales: desempleo de larga data, actividad ocupacional precaria o falsamente autónoma, flexibilidad, trabajo en negro o infantil, recortes del salario indirecto, achicamiento de las redes sociales, acumulación de privaciones en barrios obreros, desaparición de las agencias del estado o desmantelamiento de la infraestructura de asistencia pública, etc. Todas estas tendencias pueden observarse en el Gran Buenos Aires. El cocktail explosivo del posfordismo es una fórmula que puede sintetizarse así: desempleo estructural, discriminación étnica social, decadencia barrial. Por supuesto: más de un trabajador pobre argentino desearía vivir como banlieusard sin dudarlo: en Francia sólo hay dos millones de pobres contra el 47% de la población argentina.

El posfordismo: una lógica institucional de segregación y excedencia: el control de la multitud excedente se da en varias vías: una, la más sofisticada, es la segmentación creciente del mercado laboral, la creciente brecha salarial y de derechos sociales entre un núcleo privilegiado de trabajadores formales, luego entre los del sector privado y el público, entre estos y los trabajadores informales, y finalmente entre estos en conjunto con los precarios y semiocupados, y luego entre estos y los trabajadores negados o excluidos por el capital (los mal llamados desempleados). Tal es la laboriosa división interna del movimiento obrero, una complejidad política, un jeroglífico para la recomposición. Pero a esto se le suma una degradación territorial: según la escala de exclusión aparecen “vaciaderos” masivos para pobres, para trabajadores pobres, “underclass”, hogares de trabajadores con movilidad descendiente o en decadencia, grupos juveniles marginales, desposeídos simbólicamente de todo, verdaderos parias sociales, “outcasts” posmodernos, iguales o muy parecidos a los que viajan todos los días en los trenes suburbanos. Es la nueva pobreza urbana que recluye a los pobres (y ya pobre no significa carecer de empleo) en espacios restringidos, segregados, verdaderos “barrios de exilio”, nuevas “franja de Gaza” del capital, en las que se ven condenadas las poblaciones superfluas y condenadas a la inutilidad social por la reorganización posfordista del proceso de trabajo y la nueva forma “Capital-parlamentaria” del estado. Es justamente este estigmatización en su vida cotidiana lo que contribuye a explicar y entender la lógica de acción colectiva, la estrategia de enfrentamiento y escape, con que la multitud responde a esta guerra civil encubierta, a un colonialismo interno de baja intensidad, ya sea en la estación de Haedo como en el barrio de Clichy-sous-Bois. Y es que el sujeto posfordista internacional sufre la misma condena del capital globalizado. El posfordismo este nuevo régimen de pobreza y exclusión, produce los mismos efectos: para una persona de bajos ingresos vivir en los banlieues o en los suburbios populares del Gran Buenos Aires, es estar confinado a un espacio degradado que se vive como trampa o un encarcelamiento abierto, o incluso una reserva o parking de lo excluido por el poder dominante. Porque más allá de las causas que producen y reproducen desigualdad y pobreza el nuevo complejo de producción y la estructura social de acumulación que se ha consolidado desde los años ’90 ha emergido un gobierno de la excedencia que debe controlar la creciente inseguridad económica general y las nuevas formas de pobreza centradas en el empleo y en el trabajo negado (desempleo). Los procesos posfordistas, que impactan en Haedo y Paris, pueden ser vistos como tres procesos, excluyendo la desocupación permanente: 1) creciente desigualdad en las capacidades de producción de ganancias de diferentes sectores económicos y en las capacidades de obtención de ingresos de los distintos tipos de trabajadores (los ganadores de la devaluación en 2001 y sus superganancias); 2) las tendencias a la polarización incorporadas en la organización de las industrias de servicios y en la precarización de la relación salarial del empleo (segmentación del mercado laboral, “outsourcing”, subcontratas y trabajo en negro); 3) producción de una marginalidad urbana nueva, particularmente como resultado de nuevos procesos estructurales de crecimiento económico más que de aquellos motivos clásicos que producían marginalidad en el fordismo (se cae la vieja imagen del “pauper” y el pobre del populismo). En todas las urbes capitalistas son estos tres procesos los que operan con la cobertura y legitimidad del poder político. El posfordismo está produciendo un nuevo tipo de economía urbana, por lo que el desarrollo de las ciudades no puede ser entendido aislado del pasaje al posfordismo, así como tampoco las rebeliones, los “riots”, las revueltas y la guerrilla urbana espontánea de los parias globales. La pregunta es: ¿existe una violencia colectiva posfordista?

Violencia posfordista, revuelta y desorganización social: ¿Cuál es el origen de estas explosiones, estas seminsurrecciones espontáneas, estas revueltas de odio contra lo establecido, este furor contra los símbolos del poder? El “Capital-Parlamentarismo” mantiene como ideología la idea republicana de representación democrática, la igualdad formal y la ciudadanía, por lo que la idea misma de relegación a un espacio separado de inferioridad e inmovilidad social institucionalizada por el estado (no lo olvidemos) representa una violación moral flagrante de la “Gemeinschaft” burguesa, una ideología en la cual creen y abrazan tanto los jóvenes de las “cités” como los pasajeros proletarios de Haedo. Existe en los académicos y en la cultura de izquierda en general la idea de que las formas de protesta violentas y espontáneas son una desviación temporal e ineficaz de la línea principal de cambio social, sin percibir que las explosiones de violencia urbana tienen relación, como en el pasado del capitalismo, con grandes estructuraciones sociales, pasajes internos de un régimen a otro (basta aquí señalar la inmigración del campo a la ciudad, la desaparición del artesanado, etc.). Es decir: la violencia colectiva aparece siempre y cuando nuevos grupos o clases sociales conquistan una posición en la comunidad política y viejos grupos o clases la pierden: es decir con lucha por el control de posiciones existentes en la estructura del poder. La forma histórica de la violencia colectiva ha cambiado acompañando las metamorfosis del capital, pudiendo clasificarlas en tres formas básicas: la violencia primitiva, la violencia reaccionaria y la violencia fordista. La forma primitiva prevalece cuando los estados centralizados comenzaron a introducir a los individuos en la vida política estatal, sobre una escala más amplia que la local, alrededor del 1600, aunque declino lentamente sólo se manifiesta raramente y en los márgenes de la vida política burguesa, Sus características son su dimensión reducida, la implicancia local, la participación de miembros de comunidades, objetivos no explícitos y no-políticos. Algunas de sus formas son la “faire” (venganza colectiva medieval), grescas, trifulcas armadas entre miembros de corporaciones o de rivales, combates de grupos religiosos, incluso ciertas formas de bandidismo social. La característica de esta violencia es la movilización de grupos sociales comunitarios con base localista, en cuanto tales, que normalmente se oponen a otros grupos. La reaccionaria (y el término usado aquí significa que es una “reacción a…”) son de dimensión limitada, y oponen a miembros de clases débilmente organizada con los representantes políticos que detentan el poder, por lo que se incluye una crítica al modo en que el poder es ejercido. La ocupación por la fuerza de campos y bosques comunales por los campesinos sin tierra, revueltas contra los impuestos o los recaudadores, levantamientos contra las levas militares o la conscripción, tumultos por el precio del pan, ataques contra las máquinas (luddismo), cortes de ruta de farmers por el precio del gas-oil o subsidios agrícolas, etc. son las formas más conocidas de violencia reaccionaria. Se entiende aquí el sentido reaccionario: los participantes se niegan a cualquier modificación que les prive de los derechos que gozaban en el pasado. Y no es una fuga de la realidad, tiene una conexión estrecha con el dominio político normal. El “tumulto del pan”, típico en Europa hasta 1848, es una forma clásica de violencia reaccionaria: los hombres y mujeres sentían que estaban siendo privados de un derecho y que a través de la sublevación podían restaurar una apariencia de ese derecho, aunque sea en forma temporal. Tales explosiones recurrentes, espontáneas y sin organización sofisticada, se realimentaban de la estructura política burguesa local, y lejos de ser una anécdota, los “motines del pan” han signado la centralización del estado-nación así como la urbanización capitalista. La violencia reaccionaria muestran a un segmento significativo de las clases populares que se rebela contra la élite local político-administrativa y los representantes del poder central; su organización es rudimentaria: son esencialmente agrupados en una “organización espontánea de la vida cotidiana”: usuarios del mercado, artesanos, pequeños comerciantes, jóvenes en edad de leva, madres, niños, ancianos, curiosos, etc. El denominador común de estas rebeliones eran acciones directas contra la integración forzosa y violenta de clases populares en la nueva estructura social de acumulación y en el estado-nación. Se defendía, de alguna manera, una identidad económico-política que se estaba disolviendo o en curso de hacerlo. El pasaje de este tipo de violencia a la fordista, que convive entre nosotros con la primitiva, se caracteriza porque las revueltas se dan en un contexto organizacional más complejo y durable, objetivos cada vez más explícitos y de largo término, y prospectivas de acción directa en progreso, así como medios de negociación más sofisticados. La violencia colectiva fordista ya asume esas características: asociaciones especializadas con objetivos definidos, configuradas para la acción política o económica: la mutación de la forma-estado, la incorporación y legalización de la clase obrera en sindicatos nacionales reconocidos, impone la “demostración de fuerza”, que ya no son intrínsecamente violentas. Movilizaciones y huelgas, son dos ejemplos claros (la violencia fordista tienen como paradigma los métodos del movimiento obrero histórico), y la modernidad es que los participantes tienen conciencia de luchar por derechos que quieren ampliar o que no han podido ser ejercidos: por eso eran revueltas hacia el futuro. Los datos históricos indican que los procesos de urbanización y de re-estructuración de la producción (acumulación), en sí mismos, transforman el carácter y la forma de la acción colectiva de las masas. Un primer estadio caracterizado por la respuesta caótica y espontánea a la acumulación primitiva: un segundo estadio de desarrollo de una clase obrera militante predispuesta a la acción directa; un tercer estadio “maduro” y terminal caracterizado por la cooptación-integración fordista de la clase en el sistema político y económico. Los fenómenos más importantes del pasaje de la violencia reaccionaria a la fordista fueron: 1) la victoria del estado-nación sobre todos los poderes rivales, la política burguesa fue nacionalizada y centralizada; 2) la instalación de formas de “welfarismo”, de estado ampliado, que integró al estado asociaciones complejas como partidos políticos, empresas, sindicatos, clubs, cámaras, organizaciones criminales. La violencia colectiva fordista realiza un pasaje de una base material comunitaria-grupal a una eminentemente asociativa. Estamos ahora en el pasaje del fordismo al posfordismo y vemos formas perversas y mixtas de violencia colectiva que no acaban de madurar o estabilizarse. La violencia colectiva posfordista es por ahora una acción directa de transición, que mezcla viejas y nuevas formas de la lucha de clases, pero que como atributo de una nueva subjetividad se asemeja de un lado al tumulto primitivo, de otro a la insurrección. Es decir: tumulto, en el sentido de violencia de grupos relativamente espontánea y contraria a las normas tradicionales; insurrección, en el sentido táctico, ya que se emplean principios del arte, como la gran superioridad numérica absoluta en tiempo y lugar, la búsqueda del primer éxito, consignas adecuadas y la necesidad de la ofensiva (en el caso francés incluso formas nuevas de lucha callejera que los especialistas han bautizado como “guerrilla de tumulto”).

“Jóvenes posfordistas”: ¿una categoría materialista?: es francés pero se siente “extranjero” como sus padres y abuelos (árabes, magrebíes o africanos), apenas terminó los estudios primarios, tiene entre 14 y 30 años, si tiene mayoría de edad será un desocupado o semiocupado en trabajos miserables, o de una changa ocasional, o viven de la economía informal del delito, no pasan hambre como sus pares argentinos, tienen sus subsidios de reinserción (RMI) y representan casi el 50% de los 8 millones de personas de la corona de Paris. Es el protagonista de la rebelión de casi doce días, son la “Racaille”, la chusma, la escoria del postfordismo, y no están solos: tienen en sus “cités” miles de compatriotas auténticamente galos con el mismo estigma de pobreza y “no future”. Si un antagonismo dominante recorre hoy los trasmundos del capitalismo posfordista (en Argentina y Francia) no se trata ni de exclusivamente los trabajadores negados (desocupados), ni tan siquiera los precarios e informales, mucho menos la clase fordista (la nueva aristocracia obrera) ni tampoco con la simplificación de los medios (que simplemente “copy & paste” el discurso oficial de la derecha política francesa como si fuera una descripción científica de la realidad) que opone a los inmigrantes de segunda y tercera generación con los franceses nativos (montando la grilla del ghetto negro del West Side sobre las banlieues al estilo “Gangs o New York”), sino un nuevo clivaje discriminatorio que divide a todos los jóvenes juntos, nativos y extranjeros pero pobres que sólo pueden vender su fuerza de trabajo, de todas las demás categorías de clases sociales. Así como la fuerza de choque en la revuelta de Haedo (y en el 2001) fueron los jóvenes “conurbanos”, los banlieusards son a la vez causa y víctimas del nuevo gobierno de la excedencia y su violencia cotidiana, y aunque tiene una existencia más digna que sus contrapartes nacionales, encuentran una salida en la furia permanente del condenado en vida. Actualmente, 1 de cada 3 jóvenes entre 20 y 25 años de edad tiene bajo nivel de educación de los cuales el 90% ya dejó de estudiar en Argentina, mientras casi un 30% de los jóvenes está desempleado: ¿para qué estudiar si de toda manera no tendrá trabajo o tendrá uno miserable y precario? Son las mismas conclusiones de los banlieusards: cinismo político, nihilismo retórico, fatalismo existencial, que se condensa en la glorificación de la depredación per se y la violencia como métodos de acceso a la esfera del consumo (paradigma posfordista de ciudadanía) y que, al no poder modificar o atenuar los mecanismos del gobierno de la excedencia, se centra en la figura más odiada: la policía, la “cana”. Para los jóvenes de las “cités” las características personales están por encima de la pertenencia étnica: sus redes solidarias horizontales (como se ve en la película “La Haine”) atraviesan sistemáticamente las fronteras de color y los agrupamientos por nacionalidad, es más: no existe clima de intolerancia racial o desprecio xenófobo, como si hay en Chicago o en las barriadas inglesas de inmigrantes. La “Banlieue” es sinónimo de convivencia multicultural, no existen las jerarquías étnicas, la dicotomía “inmigrante/nativo” existen en la ideología de los mass-media: ningún “quartier” es territorio exclusivo de un grupo o nacionalidad específica, no existe en Francia el control social segmentado de espacio urbano, como en EE.UU.. Las “cités” se componen de una mayoría de familias nativas francesas y un estimado 25% de agrupamiento de hogares mixtos de quince o más nacionalidades diferentes (lo extranjeros son el 11% de la población total), pero esta situación no es por una segmentación etnorracial planificada desde el estado, sino resultante de su composición de clase desequilibrada (Wacquant), es decir: es en esencia una función de la posición social, de clase, de las poblaciones, esto es: un subproducto de la ubicación mucho más baja de las familias inmigrantes en la estructura posfordista de clases. Los barrios más ruinosos y miserables de los suburbios tampoco se superponen simétricamente con los barrios con más extranjeros. La experiencia vital, la estrategia de supervivencia y la identidad simbólica de los jóvenes posfordistas de antecedentes franceses o argelinos es semejante (Bordieu), como es semejante la de un argentino de tres generaciones o el criollo hijo de un inmigrante italiano o español que malvive en Merlo. Las bandas juveniles no se forman de acuerdo a división de inmigrantes versus nativos (como los Cobra Kings hispanos de Chicago o los Skinhead de Londres), sus lazos locales y de clase son más fuertes que las raíces nacionales, étnicas y religiosas. Las bandas de rap francés, en contraparte con las norteamericanas, son multiétnicas, “black-blanc-bleur” (negro-blanco-árabe) y sus letras son más clasistas. Como en los EE.UU. estamos viendo desarrollarse la tercera generación de bandas juveniles, mucho más autónomas, politizadas, con sofisticación media, liderazgos policéntricos y en el umbral de la guerra en la Red. El pánico mediático por la “integración” o la falta de ella, es un síntoma del nuevo gobierno capitalista de la multitud y la desaparición del trabajo asalariado fordista como centro de equilibrio de la dominación. Y tanto en Paris como en el Gran Buenos Aires, con las diferencias nacionales del caso, el posfordismo genera una tipo nuevo de agitación urbana que se nutre de las mezclas de categorías etnonacionales (vivienda y escuela) y el acercamiento de la brecha económica, social y cultural entre los inmigrantes y las fracciones estancadas, excluidas e inútiles de la clase obrera francesa. Y tanto en los dos casos es la punta del iceberg de una crisis social provocada por el “Capital-Parlamentarismo”, por las modificaciones en la estructura social de acumulación, que necesita desocupación, subocupación, precarización, flexibilidad persistente, sistemática y planificada, además de la conjunción espacial de la exclusión educativa, la miseria habitacional, la indigencia en los transportes, la amenaza del “Gulag” penal…en el contexto del derrumbe de los mecanismos fordistas de representación que traducían y diluían esos conflictos en demandas y votos en el sistema político. Las nuevas subjetividades posfordistas aparecen profundamente atomizadas y segmentadas, exteriores a los procesos de ciudadanía fordistas, irrepresentables en el estado de partidos del “Capital-Parlamentarismo”, con un instinto de resistencia al nueva ciclo de explotación del capital que asemeja sus revueltas a los tumultos primitivos, con presencia de creencias generalizadas y acción instrumental, son una mezcla de revuelta “hacia atrás” (derechos perdidos) con rebelión “hacia delante” (lucha por crear derecho), son autónomos y el desafío más grande con que se enfrenta hoy el capitalismo globalizado, de Haedo a Clichy-sous-Bois, y además la encrucijada de época para la vieja izquierda y su paradigma de construcción de clase.

Érase una vez otra película: en 2004 se estrena en Francia una película de política-ficción, mezcla de “Escape de New York” con el juego de Play Station “Metal Gear”, su título: “Banlieue 13 (B13)”. Proyectada en un futuro indeterminado pero muy cercano (año 2013), el film, que permite deleitarse con el “parkour” o “freerunning” urbano de una de sus estrellas (David Belle), nos muestra el Paris ya definitivamente “ghettizado” y palestinizado. Las banlieues son tierras de nadie, zonas de miseria “hobessiana”, suburbios sin afiliación a ningún contrato, barrios que están en extramuros, fuera no sólo del circuito del trabajo formal, sino del estado mismo. La publicidad del film recita premonitoriamente: “París 2013. Un muro de aislamiento rodea los ghettos de las ciudades. No hay reglas, ni derechos, ni leyes... Las bandas lo dominan todo”… ¿Será la nueva utopía del capital posfordista?... El film da una vuelta de tuerca: el Secretario del Interior, un político carrerista, tiene la solución final para la chusma proletaria suburbana: hacer explotar un misil atómico, una pequeña cabeza nuclear, en el barrio más peligroso y rebelde. Los nuevos pobres son intratables. Él mismo se confiesa al final de la película: es la única solución al problema (un sustituto del “Kärcher” de Sarkozy). Plan que se vendrá abajo gracias a nuestros héroes, un “bainlieusard” y un policía incorruptible, que descubren la trama… ¿Seguirá la realidad a la ficción? Abandonar a los supernumerarios, a los precarios, al proletariado pobre en la exclusión urbana y territorial, no es nada fantasioso como desarrollo normal del capitalismo excluyente. El nuevo gobierno de la excedencia sólo podrá erigir muros cada vez más altos, alambradas en sus fronteras, sensores infrarrojos, penalizar lo social, dibujar nuevos espacios “Schengen”, construir nuevas y privatizados “Gulags”, sancionar con fuerza de ley la única forma posmoderna de control de la multitud: arrojarla de una vez por todas a los trasfondos de sus metrópolis. (5 de noviembre, 2005)

sábado, octubre 14, 2006

El Héroe Nazi: Schlageter y Heidegger

El 26 de mayo de 1923 fue fusilado, en Golzheim, Albert Leo Schlageter (1894/1923), el llamado “primer soldado del Tercer Reich”. Schlageter, un antiguo estudiante formado en la Universidad de Freiburg y exoficial de artillería, fue acusado de participar en actos de sabotaje contra el ejército francés, la voladura de un viaducto. Recordemos que Francia había ocupado por la fuerza la región del Ruhr para presionar a que Alemania pagara sus indemnizaciones de guerra atrasadas. La petición por parte del gobierno alemán del canciller Wilhem Cuno de una moratoria de dos años para el pago de las indemnizaciones de guerra en dinero constante, fue rechazada por los gobiernos aliados en una reunión en Paris. Con la excusa de un retraso en la entrega de mercancias en maderas, Francia y Bélgica deciden ocupar el 11 de enero la mejor zona industrial de Alemania, el Ruhr. Se apoderó de Alemania una ola de indignación y de elemental furia nacionalista. En marzo soldados franceses ametrallaron a obreros de la fábrica Krupp en Essen, dejando trece muertos y heridos. Los grupos armados de la extrema derecha, los "Freikorps", se reorganizaron con la ayuda clandestina del ejército de Weimar, el Reichswehr. Estos comandos paramilitares, conocidos irónicamente como la "Schwarze Reichswehr" (Ejército negro), pero cuyo nombre clave para el estado mayor era "Organisation Heinz", realizaron actos de sabotaje y disturbios por toda la región.
Schlageter había combatido en la Primera Guerra Mundial en Flandes, las batallas-carnicerías del Somme y en la de Verdún. Llegó a ser teniente y recibir la Cruz de Hierro de 1ª y 2ª clase. Poco después de su fusilamiento su cadáver fue robado de la morgue de Düsseldorf por un grupo de SA (SturmAbteilung) al mando del Staatschef
Viktor Lutze (futuro jefe de las SA después de la purga de 1934 y organizador de los pogroms de 1938) quién llevo el cuerpo hacia una zona alemana no ocupada por Francia. Además su delación fue vengada: miembros del "Sturmabteilung Rossbach" que también combatió en el Báltico, comandados por Martin Bormann (futuro asistente personal de Hitler) y Rudolf Franz Hoess (futuro comandante del campo de concentración de Auschwitz) matan al maestro Walther Kadow, el supuesto culpable de denunciar a Schlageter a las autoridades francesas de ocupación. Desde ese momento el abanico de la nueva derecha alemana tenía un mártir y un mito.

El propio currículum de Schlageter lo ligaba políticamente al “National-bolchewismus”. Schlageter había comenzado su militancia en la nueva derecha ingresando en la “Jungdeutscher Orden”, la Jugdo, una de las más grandes organizaciones juveniles reaccionarias de la República de Weimar. La Jugdo pertenecía al amplio movimiento de la Bündisch Jugend. El líder de los Jugdo era el teniente Arthur Mahraun, con un pasado de “pájaro migratorio”. Su organización llegó a alcanzar los 40.000 miembros. Tanto por su inspiración como por su contenido, antisemita y anticomunista al mismo tiempo, estaba cerca ideológicamente a los conservadores-revolucionarios de los “Stahlhelm” (“Casco de Acero”). Su ideólogo era Reinhard Höhn, quién escribirá su libro dedicado a Mahraun con el esóterico título de “Der bürgerliche Rechtsstaat und die Neue Front” (“El Estado de Derecho burgés y el Nuevo frente”). La visión política que inspiraría a Schlageter es típica del modernismo reaccionario: volver a un pasado mítico y lejano, poner en tela de juicio al capitalismo liberal que “disuelve la antigua Comunidad popular racial”; que en lugar de la antigua comunidad articulada y formada en armonía, produce “una masa de individuos sin lazos de unión” en busca de manera compulsiva y egoísta “de sus propios méritos exclusivamente”. La Jungdo fue un verdadero semillero de cuadros para el futuro SS-Staat. Höhn mismo entrará al NDSAP y a las SS en 1933, y su brillante carrera lo llevará en 1942 a participar en la Wannsee-Konferenz, donde se decidió la solución final al problema judío. En esta práctica política y dentro de este arco ideológico se formó el corazón y la voluntad de Schlageter.

En 1919, recién desmovilizado, fue miembro de la Marine-Brigade von Loewenfeld, que reprimió las huelgas de marineros “rojos” y purgó a los batallones de “infección bolchevique”. Como miembro de los “Freikorps” (Cuerpos francos paramilitares de derecha) del Báltico que pretendían colonizar y constituir un Estado alemán del Este englobando, como en los tiempos de los caballeros teutónicos, a Prusia y el Baltikum como baluarte antibolchevique. Estuvo como combatiente extranjero en Kurland, la defensa de Riga contra la invasión a Polonia y los países bálticos del Ejército Rojo de Trotsky. También como “Freikorps” participó en acciones militares en la Alta Silesia y en el Ruhr al lado de Ernst von Salomon en la “Sturmsoldaten”(”Soldados de Asalto”) y el “Bund ehemaliger Erhardt-Offiziere” (”Liga de antiguos oficiales de Erhardt”); Erhardt era el Käpitan de corbeta Hermann Erhardt que había organizado en la base de Wilhelmshaven la II Brigada de Marina para reprimir a los “espartaquistas” y participar activamente en el putsch de ultraderecha de Kapp (en la época se lo consideraba como el enemigo número uno de la izquierda) que combatirán al KPD y al SPD en el levantamiento del Ruhr, el llamado Märzaufstand 1920. Schlageter rápidamente comprendió el papel central de Adolf Hitler en la reunificación de la nueva derecha y se afilió al joven NSDAP en 1922.

Schlageter va a transformarse en el héroe “deutsch-völkische” por excelencia, un mártir santo del nacionalismo extremo alemán, por lo que cada 26 de mayo se realizaban mítines conmemorativos en todas las organizaciones de la derecha radical. El culto a los mártires nacionalistas de la Primera Guerra Mundial, el llamado “Totenkults”, se transformó en un arma formidable del modernismo reaccionario y luego del nacionalsocialismo. Se producen héroes y se los “mediatiza” a través de propaganda impresa, folletos, pamphlets, libros, emisiones radiofónicas y ritos públicos. La nueva derecha organiza estos actos mediáticos en dos grandes grupos: los dedicados a los "Blutzeugen” (Testigos de la Sangre) y a los “Märtyrer der Bewegung”' (Mártires del movimiento). La iconografía es similar a la martiriología católica pero se exalta el culto a la muerte, a la llamada del destino colectivo, a la Kriegsideologie, a las leyes eternas de la raza. ¿Cómo se convierten las masas sino con nuevos mitos y con el sacrificio de los mejores? Los conservadores revolucionarios, los nazis, los cascos de acero, los nacionalbolcheviques, todo el espectro de la nueva derecha cree en el factor psicológico, en la sensación, el medio maestro de captación de la multitud: por lo tanto el Führer debe dar vuelta, invertir, la sensación de las masas, si desea causar una acción (y no mera comprensión).

Tan pronto como a fines de 1923 y a lo largo de 1924, el NSDAP comienza la construcción del mito de Schlageter mártir nacional. Se publican uno tras otro libros hagiográficos: "Rache für Schlageter!", "Schlageter war Nationalsozialist", "Denkt an Albert Leo Schlageter" y "Werde Du auch ein Schlageter!", mucho material de publicidad incluso un portfolio con fotos de la vida del mártir. Hitler lo nombrará en “Mein Kampf” (1925): "En la época de la más terrible humillación impuesta a nuestra patria rindió allá su vida por su adorada Alemania el librero de Nüremberg, Johannes Philipp Palm, obstinado 'nacionalista' y enemigo de los franceses. Se había negado rotundamente a delatar a sus cómplices, mejor dicho a los verdaderos culpables. Murió, igual que Leo Schlageter, y como éste, Johannes Philip Palm fue también denunciado a Francia por un funcionario”. Su admiración sin límites explica porqué muchos investigadores consideran a Schlageter el héroe arquetípico o primario de Hitler. Incluso aparece en los discursos y escritos tempranos de Himmler o en la novela (éxito de ventas) de Goebbels, “Michael. Ein deutsches Schicksal in Tagebuchblättern” (1926), donde el futuro ministro de propaganda del IIIº Reich le hace decir a su protagonista Michael-Schlageter: “La raza es la matriz de todas las fuerzas creadoras… El dinero es la medida del liberalismo. El dinero no tiene raíces. Está por encima de todas las razas. Liberal quiere decir ‘creo en el Dios Mammon’. El socialismo quiere decir ‘creo en el Trabajo’… Uno no debe preocuparse por sí mismo. Es necesario aceptar grandes cargas en la vida”. El "Schlageter-Kult" no fue exclusivo del NSDAP, todas las organizaciones de la derecha extrema le rendían culto como símbolo del futuro despertar de la nueva Alemania. Y no sólo la derecha: el partido comunista alemán, KPD, tuvo su propia fase “Schlageter”: el 20 de junio de 1923 Karl Radek pronuncia ante el comité ejecutivo de la Internacional comunista (EKKI) un discurso que adoptará un título casi heideggeriano: “Leo Schlageter, el Viajero de la Nada”. La aposición está tomada de una novela de un tal Freksa. Radek pone el dedo en la llaga al resumir contra quién quieren pelear los “Freikorps”: ¿contra la joven república Soviética como en el Báltico o contra el capital y el imperialismo de la Entente, como Schlageter en el Ruhr? En el segundo caso, Schlageter, “valeroso soldado de la contrarrevolución” según Radek, no será ya un viajero de la nada sino “el viajero de un porvenir mejor para la Humanidad entera”. El emisor de este discurso es el menos nacional de todos los protagonistas de la revolución rusa, el bolchevique más irónico y más auténticamente apátrida. Radek, siempre con su eterna pipa, era en febrero de 1918 un “comunista de izquierda”; pertenecía —con Nikolai Ivanovich Bujarin, con el creador de la CHEKA, Felix Edmundovich Dzerzhinsky, y con la bella Alexandra Kollontai a los llamdos "bolcheviques no leninistas". Se opuso muchas veces a las posiciones de Lenin y Stalin. Su destino no es difícil de adivinar: desaparecerá en la era del culto a la personalidad en el proceso de los diecisiete en Moscú en 1939.

La vida y muerte de Schlageter se transforma para los opositores a Weimar en un factor que enlaza de manera efectiva invectivas antisemitas y anticomunistas con filípicas antiburguesas y antisistema. Hasta mayo de 1933 aparecieron quince libros sobre Schlageter, además de folletines y novelas juveniles. El autor teatral oficial del régimen nazi, Hanns Johst, le dedicó una obra trágica, titulada “Schlageter”, que fue estrenada con pomposidad el día del cumpleaños de Hitler, el 20 de agosto de 1933, en el Staatlichen Schauspielhaus de Berlin y con la presencia personal del Führer y la jerarquía nazi. En la obra el personaje de Schlagater se pelea con su padre y le señala que sólo cree en la Comunidad del Pueblo (“Volksgemeinschaft”). Es curioso señalar que esta obra de teatro fue presentada con mucho suceso en toda Alemania por compañías del NSDAP hasta el año 1945. Schlageter juega un rol destacado en la que es considerada la primera película de propaganda nazi de gran producción, Blutendes Deutschland” (“Sangría Alemana”) del director Johannes Häussler. Schlageter…¡hasta tuvo su propia lotería nacionalsocialista!

Pero el régimen nazi lo honró de diversas maneras: editó toda su correspondencia, calles céntricas, plazas, esculturas, paseos, memoriales, monolitos, condecoraciones del partido, pines de propaganda. tuvo una escuela-fragata, la Segelschulschiffes "Albert Leo Schlageter"de la Kriegsmarine que dio la vuelta al mundo, regimientos del “RAD”, marchas marciales, un escuadrón de cazas de la Luftwaffe, marchas militares así como una división armada en las postrimerías de la derrota final.

A este arquetipo masculino del despertar nacional-racial le dedicará su discurso Martín Heidegger, el filósofo más importante del siglo XX, al conmemorarse diez años del fusilamiento de este héroe puramente alemán. Es curioso pero los editores, tanto en alemán como en francés, hicieron todo lo posible por expurgar a Schlageter de connotaciones nacionalsocialistas. Se trataba de proteger la reputación de Heidegger. El editor de los "Ècrits Politiques 1933-1966" de Heidegger en francés, el heideggeriano François Fédier, al publicar este discurso, intenta expurgarlo de dos maneras: 1) por medio de la traducción de los términos claves del la Lingua Tertii Imperii (Reich por Estado, por ejemplo) y 2) con un aparato de citas que neutralizan la carga política o directamente desinforman al lector. En el caso de Schlageter se oculta su pasado "Freikorps" e incluso Fédier señala de manera mentirosa que Schlageter "n'a jamais été nationalsocialiste", cuando sabemos que estaba afiliado al NSDAP desde su fundación. No es raro esta manipulación descarada de textos en la política editorial de Heidegger. Las ceremonias del “Schlagater-Kult” tenían lugar anualmente todos los 26 de mayo. En el día de Pentecostés de 1933 se le rindió homenaje en su provincia natal en Schönau (Selva Negra) con la presencia de más de mil notables de la política, la cultura y el arte del NS-Staat. Allí estaban el Oberbürgermeister (alcalde) de Freiburg el doktor Franz Anton Josef Kerber, el Führer de las SA, Hanns Elard Ludin, hasta el príncipe de Prusia, August Wilhem, como representante del gobierno del IIIºReich. El mismo día el Gauletier (gobernador)del Land de Baden Robert Wagner inauguraba con fanfarria un monumento en honor a Schlageter en la cima del monte Zugspitze. Como Heidegger, Schlageter había sido alumno de la misma escuela, el Liceo de Constanza (rebautizado Schlageter-Gymnasium en 1936) y más tarde alumno de bachiller en el Bertholds-Gymnasium. El diario oficial nazi para la zona sur de Alemania, el “Völkischer Beobachter” del 30 de mayo, nos pinta a grandes rasgos el homenaje friburgués: “La Universidad de Freiburg también ha sido convocada para honrar, con la mayor sobriedad, la muerte de nuestro héroe. Tras el discurso del camarada Heidegger, el millar de personalidades presentes en la ceremonia levantaron su brazo en silencio”. El cartel convocando la ceremonia ilustra estas páginas: bajo el título de “¡Alemania Despierta!” se puede ver de perfil al héroe con sus cruces de hierro y un sol que anuncia la instauración del IIIº Reich que unifica dos almas alemanas: la prusiana y la nacionalsocialista. Entre la bruma se perfila el monolito en su honor en su Heimat, la pequeña patria de Schönau.

En el texto de Heidegger se encuentran, concentrados y detrás de la retórica protocolar, todos y cada uno de los elementos centrales de la “Kriegsideologie” (Ideología de Guerra), el gran magma ideológico del nacional socialismo. Allí están la idea de Comunidad, el culto de la muerte, la idea de Destino colectivo, el de Resolución, la crítica a Occidente, el anticomunismo, el socialismo racial-popular. El coraje originario es el elemento esencial de la vida del hombre que debe saber interrogar, experimentar y superar las pruebas del “estar-ahí” (Dasein). En el enfrentar al peligro se debe dar prueba de la más dura Claridad (härteste Klarheit), dureza de la Voluntad (Härte des Willens), determinación por aceptar el designio de un destino ya no individual (Schicksal), sino comunitario-racial (Geschick). El modelo si bien remite a su libro “Sein und Zeit” (“Ser y Tiempo”), donde textualmente Heidegger señala que “Sólo el ser en libertad para la muerte da al Dasein su meta pura y simplemente tal… el Dasein elige su héroe”, en la praxis está encarnado en la figura de Schlageter. Schlageter es la muestra de una existencia auténtica, un ejemplo de cómo “la coparticipación y la lucha es donde queda en franquía el poder del Destino Colectivo”. Como le hacía decir Johst a su Schlageter teatral: “El individuo es solamente un crepúsculo en el total de la Sangre de un Pueblo”.

Albert Leo Schlagater por Martin Heidegger

En medio de nuestro trabajo, durante una pequeña interrupción en nuestras lecturas, nos permitimos recordar al estudiante de Freiburg, Albert Leo Schlageter, un joven héroe alemán (”junge deutschen Helden”) quien hace una década atrás murió en la más dificultosa y grandiosa de todas las muertes (”den schwersten und grössten Tod”).

Nos permitimos reflejar su Honor (“Ehrung”), por un momento, sobre su muerte justa y en orden, y que esa muerte nos puede ayudar a comprender nuestras vidas.

Schlageter murió la más dificultosa de todas las muertes. No murió en el frente de combate como líder (“Führer”) de su batería de artillería de campaña, no murió en el tumulto de un ataque, no murió en una rabiosa acción defensiva… no: él se paró inerme y sin defensa ante los fusiles franceses.

Pero él se mantuvo de pie y sostuvo la cosa más difícil que un hombre puede enarbolar.

Todavía se podía haber producido esto con un rápido final lleno de júbilo, tener una Victoria ganada y que la grandeza del despertar de nuestra Nación brillara adelante.

En lugar de esto… Oscuridad, Humillación, y Traición (”Finstern, Erniedrigung und Verrat”).

Y así, en su hora más difícil, él pudo alcanzar también la cosa más grande a la que un hombre es capaz. Solo, girando sobre su propia fortaleza interna, tenía que colocar ante su propia alma una imagen del futuro despertar del Pueblo (“Aufbruchs des Volkes”) honorificado y engrandecido de tal manera que podría morirse creyendo en ese futuro.

¿De dónde sacó esa dureza de la voluntad (”Härte des Willens”), que le permitió soportar la cosa mas difícil de todas? ¿De donde sacó esa claridad del corazón (”Klanheit des Herzens”), que le permitió vislumbrar lo que era más grandioso y más lejano y remoto?

¡Estudiante de Freiburg!, ¡Estudiante Alemán!…Cuando en tus marchas y excursiones pisas las montañas, los bosques y valles de la Selva Negra, la pequeña Patria (“Heimat”) de este héroe, aprende: que las montañas entre las que el joven hijo de campesinos creció son de piedra primitiva, de granito. Y ellas han estado mucho tiempo trabajando endureciendo la Voluntad.


El sol de otoño de la Selva Negra se pone bañando las cordilleras y bosques en la más gloriosa y clara luz. Ella ha nutrido por mucho tiempo la Claridad del corazón (”die Klarheit des Herzens”).

Cuando él estuvo de pié, parado indefenso frente a los fusiles franceses, la mirada interna del héroe sobrevoló sobre los orificios de las armas para alcanzar la luz del día y las montañas de su hogar para decir que se puede morir por el Pueblo Alemán y su Imperio (“das alemmanische Land für das deutsche Volk und sein Reich zu sterben”) con el paisaje campestre germánico ante sus ojos.

Con una Voluntad dura y un corazón claro, Albert Leo Schlageter murió su muerte, la muerte más difícil y la muerte más grandiosa de todas.

¡Estudiantes de Freiburg, permitan que la fuerza de las montañas maternas de nuestro Héroe fluya dentro de sus voluntades! (”lass die Kraft der Heimatberge dieses Helden in deinen Willen strömen”).

¡Estudiantes de Freiburg, permitan que la fuerza del sol otoñal de los valles maternos de nuestro héroe ilumine sus corazones!

Preserven a ambos dentro de Ustedes y llévenlos, dureza de la voluntad y claridad del corazón, a sus camaradas (“Kamaraden”) de las universidades alemanas.

Schlageter caminó estos lugares como un estudiante de Freiburg. Pero la ciudad no podía contenerlo por mucho tiempo. Él se obligó a ir al Báltico; él se obligó a ir a la Alta Silesia; él se obligó a ir al Ruhr (” er müsste ins Baltikum, er müsste nach Oberschelesien, er müsste an die Ruhr”).

Él no se permitió escaparse a su propio Destino (”seinem Schiksal”) de manera que murió en la más difícil y grandiosa de todas las muertes con dureza de la voluntad (”Harten Willens”) y claridad del corazón (”Klaren Herzens”). Honremos al héroe y levantemos nuestro brazo en un saludo silencioso.

¡Heil!.

(Traducción de Nicolás González Varela a partir de los discursos de Heidegger en alemán y las ediciones francesas e italianas de los escritos políticos)