domingo, septiembre 24, 2006

Suicidio y cuestión femenina: un Marx inusual

El griego clásico consideraba que si se sufre de algo, es necesario que exista un objeto para que ese sufrimiento exista. El sujeto de las sociedades posmodernas simplemente sufre, quizá porque él mismo ha internalizado que es el objeto verídico de su sufrimiento. Sufrimiento perpetuo y sin objeto, acompañado de depresión: una via regia al suicidio. Fue el abate Desfontaines en el siglo XVIII el primero que empleó el término suicidie (sui- sí mismo y cidius- matar). Séneca elogiaba el suicido heroico como glorioso y memorable (el gran modelo era Catón en su clásico memento mori) y en su bella prosa llamaba al suicida “el vengador de sí mismo”. La muerte, entiéndase la muerte voluntaria o aceptada en pleno conocimiento de causa, era para Hegel la manifestación de la suprema libertad, por lo menos de la libertad “abstracta” del individuo irremediablemente aislado. Si el hombre no pudiera matarse sin “necesidad” no sería hombre. Ser hombre es poder y saber morir. El hombre es un ser suicida, o por lo menos capaz de suicidarse, poseedor de la “Fähigkeit des Todes”. La propia dialéctica del Amo y el Esclavo, donde hay muerte y lucha por el reconocimiento, abre la posibilidad de angustia y suicidio: riesgo voluntario de y sobre la propia vida.

La depresión resiste en nuestros días a las diferentes facetas del malestar íntimo. La depresión es una zona mórbida, reveladora de las mutaciones de la individualidad en la sociedad del posfordismo, privilegiada para comprender el sujeto o su crisis. La depresión es la tragedia de la insuficiencia, es la sombra familiar del hombre o la mujer sin guía, fatigado de emprender su marcha al futuro apoyado solamente en su egoísmo y tentado de sostenerse (si puede lograrlo) hasta la compulsión por los productos, la costumbre o los comportamientos. La figura del anti-sujeto tiene hoy dos caras en la cultura posmoderna de la intimidad: el drogadicto y el fracasado. La depresión, que ha absorbido a la angustia, es una enfermedad auténtica; su gravedad puede medirse no sólo por su costo social, sino también por la consecuencia lógica: el suicidio. “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación” sentenciaba el argelino Albert Camus en su ensayo Le mythe de Sisyphe”. Sísifo personificaba la vida vacía, sórdida, el largo delirio del trabajo esclavizado que se vivía como una vida miserable y sinsentido. Como síntoma social tiene sus lagunas, algunas ligadas al tabú ancestral sobre decidir la muerte de la propia vida. En muchos países es la primera causa de mortalidad prematura entre los jóvenes de 25 a 34 años, más grave que los accidentes de tráfico o los muertos indirectos por el consumo de drogas. En España la tasa de suicidios ha crecido un 70% en los últimos quince años. Detrás de cada suicida efectivo, explican los especialistas, se deben contabilizar diez potenciales. Y la cuestión más alarmante es que detrás del teatro suicida se esconde el fantasma de la depresión. En la época moderna su explicación tuvo poca suerte: el primero en abordarla científicamente fue el sociólogo Émile Durkheim, inspirado por Flaubert, en su monografía “Suicide”, quién dedujo que el suicidio era un problema eminentemente sociológico, y como buen académico nos entregó una clasificación prolija. Habría suicidios altruistas, egoístas, anómicos y fatalistas. Durkheim no estaba interesado en el tema en sí, salvo como ilustración sociológica de la anomia de la sociedad (el subtítulo de su trabajo era Étude de sociologie) y el grado de integration del individuo. Su fetiche era la neurastenia, el concepto decimonónico bajo el que se pretendía explicar la depresión. Durkheim utilizaba al suicidio para su propia guerra intelectual académica contra Gabriel Tarde, la escuela opositora. Tarde, que también propuso una psicología de las masas inspirada en Le Bon, ya había tocado el tema del suicidio como manifestación de la decadencia de la religión o el alcoholismo, pero lo relacionaba con la imitation y el efecto contagio. Su idea, contra la de anomia, era que el suicidio generalmente expresaba una “surexcitation des désirs et des espérances”. Sobreexcitación de deseos y esperanzas… Freud no le prestó mucha atención: apenas cinco menciones sobre el suicidio en su vasta opera omnia. Estaba atraído por el problema de la angustia en el hombre culpable, y el suicidio era un caso de fenómeno sociológico eminentemente psicológico (invirtiendo la perspectiva durkheimiana). La angustia estaría ligada íntimamente a un sentimiento de culpabilidad, que sería “el problema capital del desarrollo de la civilización”. El suicidio sería el precio de mantener tenso el resorte del progreso humano. Inhumano, pero es falla y condición de la sociedad. León Binswanger encontró ya en 1896 un estrecho vínculo entre el suicidio y la vida moderna “la caza desenfrenada de dinero y de las posesiones materiales…”, las exigencias del combate para la vida y para el lujo. El trastorno funcional permitía, tímidamente, abrir la vía a la idea de que la vida social burguesa puede enfermarnos y asesinarnos.

En 1846, dos años antes del “Manifiesto Comunista” y veintiún años antes de la aparición del primer tomo de “Das Kapital”, un joven emigrée político de veintisiete años, casado, con una hija, publica en un revista socialista minoritaria, “Gesellschaftsspiegel” (Espejo de la Sociedad) un ensayo sobre el suicidio en las sociedades modernas titulado: Peuchet: vom Selbstmord (Zweiter Band, Heft VII, Elberfeld, Januar 1846). El motto de la revista era todo un programa político: “Órgano de las clases del Pueblo desposeídas y de esclarecimiento de la situación social del presente”. El artículo está basado en las memorias de un tal Jacques Peuchet (1758-1830), un personaje político de segunda línea, que fue sucesivamente artista, economista, estadístico y archivero de la Policía ¡durante la Restauración! Participó de la Revolución Francesa, para luego ser parte del partido realista, luego simpatizante de Napoleón. Una vida à la Chateaubriand. “Mémoires des archives de police de Paris pour servir à l'histoire de la morale et de la police depuis Louis XIV jusqu'à nos tours”, fue publicado en 1838 por Alphonse Levavasseur, el editor de Balzac, en cuatro voluminosos tomos. No era nuevo el llevar estadísticas confiables y completas. Francia comenzó a recolectar información numérica sobre el suicidio tan temprano como en 1817; se perfeccionaron durante la Restauration cuando se constituyó un Compte général de l'administration de la justice criminelle (1827) y los Annales d'hygiène publique et de médecine légale (1829). En 1840 se creará un Bureau de Statistique Générale. Pero ya antes de Peuchet muchos statisticiens razonarán en términos de correlaciones sociológicas. Así en 1835 el belga Adolph Quételet, padre de la estadística moderna, en su libro Essai de physique social trata al suicidio como un fait social y llama la atención sobre una horrorosa concordancia entre la regularidad del suicidio y un acto que parece sensiblemente vinculado a la voluntad del hombre: “debemos perder de vista al hombre tomado aisladamente, individualmente, y no considerarlo más que como una fracción de la especie”.

Marx comienza su para-ensayo con una breve presentación, una sucinta Bio de Peuchet, para luego extractar y traducir al público de lengua alemana los resultados sociales del capitalismo triunfante en París. Básicamente ha tomado un capítulo de las memorias, el LVIII “Du suicide et de ses causes” (t. IV, pp. 116-82). Por supuesto, no es una traducción literal, sino una transliteración editada, donde se suprimen partes, se agregan pensamientos propios y se deducen conclusiones a las que Peuchet no llega o que están entre líneas. La elección no deja de sorprendernos: no es ni un historiador, ni un economista, ni un político, sino el jefe del archivo de policía. El texto son pequeñas historias, anécdotas con comentarios morales y un poco de piedad cristiana. El nudo del texto son sucesos trágicos de la vida privada. Como nos cuenta Benjamín en su texto sobre Baudelaire, el suicidio como passion particulière de la vie moderne estaba al orden del día entre las clases trabajadoras del París del Segundo Imperio: “Las resistencias que lo moderno opone al natural impulso productivo del hombre están en una mala relación para con sus fuerzas… Lo moderno tiene que estar en el signo del suicidio, sello de una voluntad heroica que no concede nada a la actitud que le es hostil. Ese suicidio no es renuncia, sino pasión heroica… Por ese tiempo se hizo habitual en las masas proletarias la representación del suicidio… Incluso un obrero llega a entrar en la casa de Eugène Sue y se ahorca en ella… El suicidio pudo muy bien aparecer a los ojos de Baudelaire como la única acción heroica que le quedaba en los tiempos de la reacción a las multitudes maladives de las ciudades”.

El texto de Marx sobre el suicidio es curioso por muchas razones. Es la primera y última vez que tratará el tema de la opresión de género y la tiranía del pater y mater en la familia burguesa. Quizá una temática tangencial sea el artículo de 1858 Die Einkerkerung der Lady Bulwer-Lytton” (publicado en el “New York Tribune” del 4 de agosto como: “Imprisonment of Lady Bulwer-Lytton”, el caso de un conservador tory que interna a su mujer en un manicomio), pero no encontraremos algo parecido en toda su obra. Segundo, se observan importantes iluminaciones sobre el problema de género y la crítica a la alienación en el entonces “joven-joven” Marx. El texto se concentra sobre la opresión doble (económica y familiar) de la mujer en la Francia burguesa (de los cuatro casos de suicidio que considera, tres son protagonizados por mujeres). Tercero, es una prueba concreta del influjo en la propia evolución de Marx de los “jóvenes hegelianos”, en especial del primer socialista alemán de la época, Moritz (Moses) Hess (el editor, junto con Engels, de la “Gesellschaftsspiele”). Cuarto, podemos ver finalmente la metamorfosis de Marx en el ambiente obrero y socialista de París en la década de 1840, es decir, nuevamente el papel de la emigración en la mutación radical de su pensamiento. Cinco y último, el texto en sí mismo es muy curioso, ya que se trata casi de un Memoranda, un montaje, en el cual Marx traduce y comenta a Peuchet. No puede hablarse de un artículo de Marx, sino de una presentación y traducción selectiva. Tiene la manufactura del trabajo sobre Spinoza de 1841, de las notas sobre el texto de Bakunin sobre Anarquía y Estado, Staatlichkeit und Anarchie (1874-75) o de los extractos y comentarios sobre Morgan en los “Cuadernos Etnológicos”, Ethnologischen Exzerpthefte (1880-82). La diferencia es que el texto sobre el suicidio fue escrito y planificado para ser publicado. Y para ser leído por público obrero de la región natal de Engels, el Wuppertal (Renania). También es una prueba del “uso” de Marx de documentación anodina, de segunda categoría, materiales estadísticos del estado, de un Marx archivista, que utilizará en su madurez esta práctica con los informes fabriles, los “Blue Book” y Reports, para denunciar la condición social de las fábricas. Como la mayoría de los escritos de Marx, permaneció en el olvido hasta que el sabio y malogrado editor David Riazanov, lo publicó completo y con notas en la primera edición crítica de Marx y Engels, la Marx-Engels Gesammtasugabe (MEGA) en 1932. Actualmente no existe edición en español, apareciendo un extracto en la obra de Marx editada por Maximilien Rubel en Gallimard en 1982; una nueva edición en francés muy completa bilingüe de 1992; una edición en inglés trilingüe (inglés, francés, alemán) del año 1999 y una meritoria edición en portugués (brasileña) del 2006.

La obra de Jacques Peuchet tiene una anécdota exquisita: Le Comte de Monte-Cristo fue inspirado a Alexandre Dumas por el mismísimo Peuchet, factótum del escritor, que encontró en los archivos un suceso similar al de la trama de la novela, informó el actual jefe de los archivos de la prefectura, Claude Charlot, que realizó una investigación. Esta investigación fue publicada en el número de diciembre de 1998 de “Liaisons”, boletín interno de la prefectura de policía de París. Charlot cuenta que Dumas recurría a “asistentes” (eufemismo de Nègre, como August Maquet, quien realizaba una primera copia con datos y conocimientos históricos-sociales la cual re-editaba Dumas) para reunir la masa de un primer original. No nos extrañe que a Dumas se lo llamase Fabrique de romans. Maison Alexandre Dumas et Cie. Peuchet escribió sus memorias a partir de esos archivos, que contienen la historia de la policía francesa desde Luis XIV hasta principios del siglo XIX. Escribió asimismo cuentos, uno de los cuales, según el actual archivista, cuenta la auténtica historia de un zapatero que fue condenado injustamente a trabajos forzados durante siete años, y que volvió del presidio enriquecido porque un sacerdote italiano, vecino de celda, le legó su fortuna. El zapatero pasó el resto de su vida vengándose. Peuchet también perteneció a los economistas franceses neosmithianos y creía en la economía política como savoir administratif. Es probable que Marx le conociera indirectamente por sus estudios sobre economía política que empezó en París. También Marx estaba preparando una historia de la Convención revolucionaria y conocía a la perfección los personajes de segunda y tercera línea. Lo cierto es que Peuchet, como Balzac o Hugo, le permitían, como lo señala en su introducción, radiografiar la pulsión más íntima de la vida bajo el capital. Marx lo señala en su breve intro: el valor intrinseco de la crítica social francesa ("Die französische Kritik der Gessellschaft") a las condiciones sociales de la vida moderna, en especial a las relaciones de despotismo familiar y egoísmo propietario. Lo privado es político. Pero la inspiración no es meramente intelectual: debemos explicar cómo la propia vida modifica los puntos de vista de un “joven hegeliano”. Cómo el Scenario material (el ambiente comunista de los artesanos alemanes, París como capital revolucionaria) modifica y cambia para siempre la biografía de un liberal renano.

París en 1844 era la tierra prometida para todo revolucionario, desde el liberalismo hacia la izquierda. La capital francesa no era tan sólo el dominio del patético Luis Felipe y Guizot, sino también de Georg Sand y Musset, de Heine y Bakunin. Es una ciudad bohemia, suntuosa. Se construye por todas partes (como hoy en España). La burguesía, próspera y triunfadora, se pasea en llamativos carruajes. Victor Hugo rechaza la reforma de la ortografía aconsejada por al Academia Francesa y publica “Echec des Burgraves”; Balzac (amado por Marx) publica “Honorine et la Muse du département”; acaba de morir Stendhal. El futuro mediocre Charles Louis–Napoleón Bonaparte también edita su propio libro: “L’Extinction du paupérisme”. Ledru-Rollin (campeón del sufragio universal) funda el periódico “La Réforme”, tribuna desde la cual disparará sus invectivas el madrileño Louis Jean Joseph Charles Blanc. Frederic Chopin toca el piano en casa de la Condesa d’Agoult (quien tiene de amante a Liszt) para acariciar los oídos de Saint-Beuve e Ingres. Lujo y vanguardia son sinónimos parisinos; la miseria absoluta y el pauperismo también. París como climax de la libertad política; la marmita siempre en ebullición de las teorías más avanzadas; el laboratorio de las prácticas políticas de vanguardia. Aunque habían pasado muchas décadas desde que Francia fuera considerada la sede espiritual de la revolución, en los años cuarenta del siglo XIX la Europa continental era la democracia más real y avanzada. Era como Moscú en los años ’20 y ’30: un espantajo para los conservadores y monárquicos, una Mecca de los extremistas. Herzen, el escritor populista ruso, cuenta en sus memorias cómo conectaban sus contemporáneos “la palabra París con los grandes acontecimientos, las grandes masas, los grandes hombres de 1789 y 1793, recuerdos de una colosal lucha por una idea, por los derechos, por la dignidad humana… El nombre de París iba estrechamente unido a los más nobles entusiasmos de la humanidad contemporánea. Entré en París con reverencia, como se entra en Jerusalén y en Roma”. Hacia 1845 vivían como inmigrantes en la capital unos 80.000 alemanes, que se dividían en dos grandes grupos socioeconómicos: de un lado escritores y artistas, del otro los artesanos y trabajadores profesionales. Algunos oficios eran típicamente alemanes, como el de zapatero: “allemand” en la jerga parisina llegó a ser sinónimo de cordonnier. Los alemanes, como todos los emigrantes pobres actuales y pasados, hacían bajar en su desesperación los salarios medios de los franceses, por lo que eran muy comunes conflictos y campañas xenófobas. La puntillosa policía parisina registra que las primeras asociaciones secretas socialistas y comunistas alemanas datan de 1835. Marx llega expulsado de Alemania a mediados de octubre de 1843, se instala y comienza a trabajar en la edición del primer número de los Deutsch-französische Jährbucher, “Anales Franco-Alemanes”. Estas primeras asociaciones se componían de intelectuales y obreros autodidactas, como la luego famosa “Liga de los Justos” fundada por un médico (y compañero luego de Marx) August Hermann Ewerbeck (traductor al francés de Feuerbach). Fue él quién introdujo a Marx en las asociaciones revolucionarias alemanas y francesas de París. Según sus propias palabras “en las asociaciones de artesanos comunistas la fraternité no es una vana palabra, sino una realidad, y toda la nobleza de la humanidad resplandece en estos hombres endurecidos por el trabajo”. Marx se encuentra con Bakunin, ese antiguo y gigantesco oficial de la guardia imperial discutiendo y blandiendo siempre un cigarrillo. Visita los salones de los ricos rusos de tendencia liberal, como Annenkov y Tolstoi. Conoce a Proudhon. Agentes secretos prusianos ya andaban tras la pista de sus pasos: “En París comienza a surgir una nueva clase de escritores, artistas y obreros alemanes, la cual está decidida a provocar el derrocamiento por el camino de las reformas sociales. Al frente de dicho partido se encuentran los representantes de la doctrina hegeliana: Ruge, Marx… Resulta verdaderamente lamentable ver de qué forma algunos intrigantes engañan a los pobres obreros alemanes. Pero no sólo intentan arrastrar al comunismo a los obreros, sino también a jóvenes comerciantes, dependientes… Los comunistas alemanes se reúnen cada domingo ante la Barriere du Trône, en la sala de un tabernero en la carretera…Se reúnen normalmente 30, muchas veces 100 0 200 comunistas. Tienen alquilada la sala. Allí pronuncian discursos en los cuales se predica abiertamente la muerte del rey, la abolición de todos los bienes, la eliminación de los ricos, etc. En resumen: la más horrenda e inaudita locura. Le escribo a toda prisa, con el fin de que esos Marx, Hess… no continúen arrojando a la gente joven a la desgracia”. El espía prusiano no estaba alejado de la mutación que se estaba produciendo: el surgimiento de un nuevo tipo de escritor. Y es que el exilio político acarrea un doble corte: de un lado re-establece una libertad y una posibilidad de expresión imposible en Alemania; del otro una muerte simbólica de todo el pasado in toto. París es la fase de ruptura, de renovación práctica de la teoría, donde la exterioridad del exilio se transforma en objetivación de la filosofía bajo la Kritik al idealismo, preámbulo de la Kritik a la ideología. A fines de agosto de 1844 se produce un encuentro histórico: Engels pasaba por París desde Manchester de vuelta a Barmen y toma unas cervezas con Marx en el monumental “Café de la Régence”, uno de los más famosos cafés de París (muchos dicen que allí se inició la Revolución Francesa, entre sus clientes se contaron Voltaire, Diderot, Rousseau, Grimm, Musset). Allí, según palabras del propio Engels: “nuestro completo acuerdo en todos los campos teóricos se hizo claro y nuestro trabajo conjunto data de aquellos días”. En una mesa del café, Marx se comprometió a colaborar en una revista socialista que Engels editaba junto con el “rabino rojo”, o sea: Moritz Hess. Hess, primer socialista alemán, quién convirtió al owenista Engels al comunismo; creador del Sionismo y siempre cercano a Marx.

Marx escribe el texto sobre el suicidio en la segunda mitad de 1845. Ha sido expulsado de París en enero de 1845, junto con varios redactores del diario “Vörwarts!”, Bakunin y ¡un agente doble prusiano por equivocación!; parece que el rey exclamó: “¡Hay que purgar París de filósofos alemanes!”. Le dan veinticuatro horas para abandonar Francia. Vive en Bruselas, aunque no le gusta. Ciudad provinciana, capital de un pequeño país independizado hacía poco tiempo, con un gobierno católico-conservador, un fondeadero de emigrantes políticos de paso y con una gran libertad de expresión, la única satisfacción. Se le prohíbe escribir sobre política. Dirá de su paso por Bélgica: "le paradis et la chasse gardée des propriétaires fonciers, des capitalistes et des curés". Freddy Thielemans, actual bourgmestre de Bruselas ha inaugurado una placa conmemorando los tres años de vida de Marx. Acompañado por un amigo había llegado, vía Lieja, el 9º de febrero de 1845 y se alojó en una taberna en la rue du Bois-Sauvage, cerca de la majestuosa St. Michael. Llevaba una nota de instrucciones que le había dado su mujer, Jenny: conseguir alquilar una vivienda de cuatro habitaciones, que tuviera calefacción, el cuarto de estudio y el de los niños debía estar amueblado muy sencillamente, la cocina no importaba, ni si los dormitorios tenían colchones y sábanas, y concluía: “mi único deseo es que prestes atención a los armarios; juegan un papel muy importante en la vida de un ama de casa y son objetos realmente valiosos, que no hay que dejar a un lado. ¿Cómo disponer mejor de los libros?”. Alquilará una casa barata en los suburbios del este de la ciudad donde se habla flamenco, en St. Louvain. Residirá tres años, vivirá hasta que estallen las revoluciones de 1848. Allí nacerá su segunda hija, Laura. Subsiste con donaciones y préstamos. Vive al borde de la mendicidad. Le ataca el asma. En el interregno de su situación precaria intenta conseguir una visa para los Estados Unidos. Aunque vive en la pobre Bélgica, lo que vuelca en el ensayo es un emergente de su trabajo público publicista y privado en la temporada parisina. En especial se condensan las conclusiones teóricas de los manuscritos de 1844, los Ökonomisch-philosophischen Manuskripte von 1844 y Die Heilige Familie, “La Sagrada Familia”, primer trabajo conjunto del tandem Engels&Marx escrito a fines de 1844 y recién editada en 1845 (sin mucho éxito de lectores). En los Manuskripte, Marx ya había definido cómo “la propiedad privada se desprende, pues, mediante el análisis del concepto del trabajo alienado, es decir, del hombre alienado, del trabajo enajenado, de la vida enajenada, del hombre enajenado”. Y el concepto del trabajo alienado (de la vida alienada) “lo hemos obtenido en la economía política como resultado del movimiento de la propiedad privada”. Por primera vez conceptualiza la Entmfredung de los trabajadores bajo el capital. El trabajo bajo las relaciones sociales modernas “produce maravillas para los ricos, pero produce miseria y desamparo para el trabajador. Produce palacios, pero también tugurios para los que trabajan. Produce belleza, pero también invalidez y deformación para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero obliga a una parte de los obreros a retornar a los trabajos de la barbarie y convierte a otros en máquinas. Produce espíritu, pero produce también estupidez y cretinidad para el trabajador”. El trabajador vive esta objetivación (la realización de un trabajo por un salario) como una desrealización: “la objetivación se manifiesta como pérdida y servidumbre del objeto, la apropiación como enajenación, como alienación”. El obrero no es más hombre, sino una marchandise más, pero una mercancía “de las más desdichadas cualidades”. En el tercer manuscrito parisino, el capítulo “Privateigentum und Kommunismus”, Marx introduce en el antagonismo fundamental otros heredados y subsumidos, en especial la opresión de género, la dominación entre sexos (un pasaje subrayado por Simone de Beauvior y Raya Dunayevskaya): “En el comportamiento hacia la mujer, botín y esclava de la voluptuosidad común, se manifiesta la infinita degradación en que el hombre existe para sí mismo… Del carácter de esta relación se desprende en qué medida el hombre ha llegado a ser y se concibe como ser genérico, como ser humano: la relación entre hombre y mujer es la más natural de las relaciones entre uno y otro ser humano”. La opresión de la mujer, su estado y situación social, es una ratio infalible, tanto como las divisiones en clases, para medir el desarrollo humano de una sociedad.

Es en este novísimo framework que critica la alienada objetivación burguesa en el cual Marx rescatará las memorias de Peuchet. En “La Sagrada Familia”, el texto inmediatamente anterior al del suicidio, en el capítulo IV (escrito por Engels), "Die kritische Kritik" als die Ruhe des Erkennens oder die "kritische Kritik" als Herr Edgar”. Allí se realiza una defensa a toda la línea de la feminista comunista Flore Celestine Therèse Henriette Tristán Moscoso Laisney (¡otra emigrée!) y su libro “Union Ouvrière” (1843), impreso en la misma imprenta donde Marx y sus compañeros editaban sus periódicos. Flora era criticada por los jóvenes hegelianos, antiguos aliados, como una “dogmática femenil”. Allí, la autora, sentenciaba que el mejoramiento de la situación de miseria e ignorancia de los trabajadores es fundamental, porque “todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer”. Ella rehusaba mantener la emancipación de los trabajadores separada de las de las mujeres: “el hombre más oprimido puede oprimir a otro ser, que es su mujer. La mujer es la proletaria del mismo proletario”. Tristán había muerto a los 41 años, víctima de tifus, y antes de que Marx (o Engels) pudieran conocerla. Mártir de la opresión de género, maltrato marital y violencia doméstica (su esposo intentó asesinarla a tiros: tuvo una bala sin extraer en su pecho hasta su muerte). Otra reivindicación novedosa, y que cruza análisis de género con crítica de clase, es a las prostitutas. En el capítulo VIII, capítulo II, “Enthüllung des Geheimnisses der kritischen Religion oder Fleur de Marie, se defiende la cosmovisión de un personaje del novelista republicano de izquierda Eugène Sue, la puta Fleur de Marie en el roman-feuilleton Les Mystères de Paris (1843). La novela se incluía dentro de un género de crítica social-literaria, llamada mystères urbains, incluso historias de misterios de fábricas. Se describían aventuras y desgracias en los arrabales de las grandes ciudades, y en especial el modus vivendi de los obreros y desclasados. El capítulo lo escribe Marx : « Encontramos a Marie, como mujer de la vida, en medio de delincuentes, como sierva de la patrona en la taberna que frecuentan los maleantes. Pero, aunque sumida en ese envilecimiento, conserva una humana nobleza de alma, una naturalidad humana y una belleza humana que se imponen al ambiente que la rodea… sus cualidades sólo se pueden explicar por el despliegue de su condición humana en medio de la situación deshumanizada en que se halla… Fleur no considera la situación en que se encuentra como una creación libre, como una expresión de sí misma, sino como un destino que ella no se ha merecido… Mide sus situación vital con arreglo a su propia individualidad, a su esencia natural, y no al ideal del bien ». Y al final a Fleur de Marie, como pecadora arrepentida, sólo le queda el camino de la muerte. Recordemos que Tristán también había escrito y criticado la situación de la prostitución.

Marx comienza su artículo sobre el suicidio con unas palabras de Peuchet en las cuales el suicidio debe ser considerado el symptôme de un vicio constitutivo de la sociedad moderna. Se subraya que la más grande proporción de los suicidios se deben principalmente a la misère, aunque es un fenómeno multiclasista. Los defectos son constitutivos a la forma en que se organiza la sociedad. Marx no sólo traduce, sino que lo hace muy libremente. Destaca en itálicas que el suicidio, como cualquier otra manifestación social, difiere mucho de una sociedad a otra: « Toutes les societés n’ont donc pas les mêmes produits ». Cada sociedad produce sus propios monstruos. Nuestra sociedad, dice Peuchet citando a Rousseau, es un desierto poblado de bestias feroces. ¿De dónde puede surgir este deseo de vengarse de sí mismo? Marx-Peuchet nos lo aclaran: “La revolución [francesa] no ha derribado todas las tiranías; los poderes arbitrarios siguen subsistiendo en las familias; ellos causan crisis análogas a aquellas que provocan las revoluciones”. El suicido como tragedia de la vida íntima no es más que la medida y el síntoma de una lucha social, siempre flagrante, donde muchos combatientes se retiran cansados porque se saben siempre víctimas y porque se rebelan contra el sólo pensamiento de “prendre un grade au milieu des borreaux”. Marx toma cuatro casos detallados de los relatados por Peuchet. Tres son jóvenes mujeres; el otro un hombre ex-guardia real. Primer caso: es suscitado por la presión familiar, tanto materna como paterna, por perder la virginidad. Ella se suicida ahogándose en el Sena. El segundo caso implica abuso conyugal, tiranía marital y etnicidad, una joven originaria de La Martinica que sufre los celos sin límites que la llevan a arrojarse al Sena. Marx compara el maltrato de su marido comparándolo con la esclavitud, protegida por el Code civil y los derechos de propiedad. El tercer caso trata de los derechos de aborto: una joven de dieciocho años queda preñada del tío de su marido y se presenta a un médico para que le quite el embarazo bajo el juramento que se matará. También se ahoga en el Sena. El caso masculino es un hombre de edad mediana, ex-soldado, que ha perdido su trabajo, no consigue ninguno y su familia entra en la habitual espiral de pobreza, exclusión y marginalidad. No soporta la carga moral. Se ahorca. Peuchet cierra su relato diciendo que la clasificación de las diversas causas de suicidio podría ser la clasificación misma de los vicios de una sociedad. Al final del artículo Marx reproduce unas tablas estadísticas que analizan los suicidios en el año 1824 en París y la Banlieue. Los números fríos dejan ver cómo los suicidios femeninos son los más comunes. En el futuro Marx volverá sobre el tema del género y la crítica radical a la familia burguesa, en la “Deutsche Ideologie”, hablando de la división del trabajo entre sexos como la forma más original y primitiva y, por supuesto, en el “Manifiesto Comunista”, donde llama, no sin razón, a la superación-abolición, la Aufhebung, de la familia bourgeois, agregando : “La familia burguesa existe sólo plenamente para la burguesía y encuentra su obligado complemento en la carencia forzosa de familia de parte de los proletarios y en la prostitución pública… las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, resultan tanto más repugnantes cuanto más la gran industria desgarra todos los lazos familiares para los proletarios y convierte a los hijos en simple objetos del comercio e instrumentos de trabajo… El burgués ve en su esposa simplemente un instrumento de producción. Y al oír que los instrumentos de producción deben ser explotados en común, no pueden por menos de pensar, naturalmente, que también a las mujeres les tocará la misma suerte. No entienden que de lo que precisamente se trata es de acabar con la posición de la mujer como simple instrumento de producción”.

domingo, septiembre 17, 2006

Tanques y Orcos: Tolkien en la Gran Guerra

“El instante –relata Ernst Jünger– en que hacen aparición ante las posiciones alemanas en el Somme los primeros carros blindados impulsados por motores, es un momento de elevado rango en la historia de las guerras. El carro de asalto es un medio de expresión de una nueva época de la guerra”. La idea no era nueva, Jünger lo reconoce. Da Vinci ya había pensado un tanque propulsado por caballos u hombres con manivelas. H. G. Wells lo imaginó como “largos y torpes insectos negros” y a vapor en “Land Ironclads” (1903). Este fin de semana se cumplieron 90 años de la aparición en los campos de batalla de un arma monstruosa que cambiaría la forma de la intuición bélica: el Tanque. En realidad la fecha exacta es 15 de septiembre de 1916. Lo recordó, cómo no, la memoriosa BBC. El lugar geográfico del bautismo fue, bautizado irónicamente por los british, “the Chimpanzee Valley”. Se trata, tal vez, del lugar en la tierra que concentra más personas muertas de manera violenta y atroz: el triángulo formado por Baupame, Péronne y Albert, en el noroeste de Francia. Un lugar tenebroso que sin embargo inspiró poesía, prosa y literatura mayores, donde convivieron en la penuria los mayores talentos de Europa.

El tanque surgió como una nueva táctica del ejército inglés para quebrar el Stalemate de la guerra de trincheras. Se puso muchísima esperanza en la nueva arma maravillosa, que era una evolución de un tractor pobremente blindado que debía transportar artilleros, piezas y armamentos vadeando las trincheras. Winston Churchill, joven Lord del Almirantazgo, creía que los “caterpillar” podrían principalmente transportar armas, romper las alambradas y dominar la línea de fuego. Debían combinarse en ataques con infantería, humo y gas mortal. Su primer fabricante fue William Foster & Co Ltd of Lincoln, un manufacturero de trilladoras y máquinas de vapor móviles. Ya tenía un buen y suculento contrato en 1914 para proveer tractores con motores de petróleo de 105 HP y vagones artilleros al ejército. De casualidad, esos tractores fueron probados atravesando obstáculos varios, entre ellos una trinchera de 8 pies de ancho. Se pensó que el mismo tractor podía transportar su propio puente portátil. Se reemplazaron las tradicionales ruedas por una cadena llamada “Centipede Tracks” (luego serían cambiadas por el modelo americano). La idea estaba ahí. Las exigencias de Whitehall eran “to design a machine strongly armoured, carrying powerful guns, capable of negotiating reasonable obstacles in the battle area and crossing the opposite trenches”. Se exigía que pudiera cruzar una trinchera de 5 pies. Nada más, ni nada menos. En 37 días bíblicos se construyó el primer prototipo, “Little Willie”, que pesaba 14 toneladas y lo conducían tres hombres, marchaba a una velocidad de 2 millas por hora. Hoy se puede ver en el Bovington Tank Museum. Paradójicamente llevaba un confiable motor diseñado por el enemigo: Daimler. El prototipo se mejoró con el “Mark I” y la primera prueba fue un poco vergonzosa. De 49 tanques disponibles, sólo 36 estaban listos para partir; de ellos sólo dos cruzarían las complejas y profundas trincheras alemanas. La prensa chauvinista los llamó “Steel monsters”, “Land Cruisers”, “Hannibal’s elephant”. Uno se hizo muy famoso, lo habían bautizado “Creme de Menthe”. El avance sólo consiguió una ganancia de 4,8 km. con un costo de 420.000 bajas británicas (125.000 muertos). Sólo el primer día cayeron casi 60.000 soldados ingleses, la jornada más sangrienta en la historia militar del Reino Unido. Muchos críticos la llamaron la “Segunda Balaklava”. El matadero continuó sin descanso cuatro meses más…

La Primera Guerra Mundial, o “Great War”, sacudió las estructuras sociales, económicas y demográficas de Europa más profundamente que cualquier otro acontecimiento desde la Revolución Francesa. Desencadenó procesos y dinámicas que modificaron radicalmente la forma de ver, hacer y entender la política. Se derrumbó para siempre el Ancien Regime, sea la monarquía victoriana, el zarismo o el imperio Junker alemán. El gran matadero imperialista acabó, cosa que nadie se esperaba, con el viejo status quo y se despertaron y movilizaron nuevas figuras sociales, algunas creadas por la misma guerra. En la cultura se vivió la gran crisis de la middle class, una de las víctimas de la pobreza y principal soporte del costo de los gastos bélicos. El resultado fue hambre, explotación, éxodo, emigración y muerte. Esta decadencia tuvo consecuencias nefastas, tanto en lo político-ideológico (fascismos) como en lo económico: mayor concentración de la riqueza, depresión salarial. Lo cierto es que la guerra aceleró procesos ya existentes, preparó el terreno para las revoluciones, ya de derecha, ya de izquierda. No sólo Rusia y Alemania, toda Europa central, Italia y en parte Francia estuvieron al borde de la revuelta popular. Y un buen sismógrafo fue la misma cultura, la poesía y la literatura, incluso la fantástica.

John Ronald Reuel Tolkien describía en 1945 la Segunda Guerra Mundial como “the First War of the Machines”. De la primera guerra recordaba la matanza mecánica y el horror del servicio activo. Muchos biógrafos explican su monumental obra, mitad escrita y mitad pensada en medio de la mayor masacre de la época, como producto de la experiencia de la guerra y el desencantamiento del mundo victoriano. Es enlistado en el 11th Lancashire Fusiliers. Pasó su primera noche en Étaples, el centro logístico de la BEF en Francia. Luego es enviado al frente justo para la sangrienta y polémica ofensiva en la zona del Somme. En carta a su hijo, Tolkien la llama simplemente “la carnicería”. Después de una larga barrera de artillería británica sobre la red de trincheras, los oficiales gritaban a las tropas: “¡No vais a necesitar vuestros fusiles; todos los alemanes estarán muertos en sus trincheras!” Entra por primera vez en combate entre el 14 y 16 de julio. Una compañía completa de su división desaparece en la primera oleada del ataque contra un strong point alemán en Ovilliers. Una sola ametralladora arrasa a los hombres. Después de una carnicería de 48 horas es relevada del frente, sin ganancia alguna. Lo trasladan de un lado al otro del frente (¡cuarenta y tantas veces!). En la 25º división es oficial de señales (teniente). Ha aprendido el código Morse, el uso de señales y bengalas y los teléfonos de campaña (el “Fullerphone”). Septiembre lo encuentra enterrado en una trinchera en Ovillers. Para tanto horror Francia es una pobre compensación. Salvo el vino, odia la lengua (¿se inspiró en estos babélicos chapuceos al crear el lenguaje “Elvish”?) y la cocina francesa. Los franceses le parecen brutales, sucios e indecentes. Sufre de “Gallophobia”. Con el bautismo del primer ataque de tanques, su división es enviada el 26 de septiembre a Hédauville, apoyando la penetración hacia el este. En un sucio y maloliente dugout en Thiepval Wood revisa durante dos días y noches, en un notebook que no abandona, un cuento con un título provisorio: “Kortirion among the trees” (Kortirion a través de los árboles). Escribe un poema: “The Lonely Isle” (La isla solitaria) cuando cruza el Canal de la Mancha con su regimiento. Comienza parte del inconcluso “The Book of the Lost Tales” (El libro de los cuentos perdidos), editado póstumamente como “El Silmarillion”. En plena guerra de trincheras ha nacido toda su cosmogonía. En una carta al profesor L. W. Forster (31/XII/1960) le señala: “’El Señor de los Anillos’ fue, en realidad, empezado como obra independiente aproximadamente en 1937, y había llegado a la taberna de Bree antes de que asomara la sombra de la segunda guerra. Quizás el paisaje ‘Las Ciénagas de los Muertos’ y las inmediaciones de Morannon deben algo al norte de Francia después de la Batalla del Somme”.

El Mash Valley (Valle machacado), como llamaban los soldados a la carretera de Albert a Bapaume, se transformó en la segunda parte de “The Lord of the Rings” en la pavorosa marcha a través de las ciénagas putrefactas y llena de cadáveres de soldados anónimos. Sam y Frodo, guiados por Gollum, tratan tomar un atajo para llegar a Mordor: “A ambos lados y al frente de los viajeros se extendían grandes ciénagas y marismas, internándose al este y al sur en la penumbra pálida del alba. Unas brumas y vahos brotaban en volutas de los pantanos oscuros y fétidos. Un hedor sofocante colgaba en el aire inmóvil”, relata Tolkien en su novela. La No Man’s Land en el frente del Somme, como puede verse en muchas fotos, era una ciénaga monstruosa e inaudita, llena de cráteres y hondonadas revueltas en cadáveres, barro, armas, árboles tronchados y el olor nauseabundo de la muerte. Como en el Mash Valley, cubierto de humo y bruma, “pronto se perdieron en un paisaje umbrío y silencioso, aislado de todo el mundo circundante, desde donde no se veían ni las colinas que habían abandonado ni las montañas hacia donde iban”. Un paisaje inhumano, sin señales o vestigios de vida: “aquel pantano inmenso era en realidad una red interminable de charcas, lodazales blandos, y riachos sinuosos y menguantes. En esa maraña, sólo un ojo y un pie avezados podían rastrear un sendero errabundo… Nada de pájaros aquí. Hay serpientes, gusanos, cosas de las ciénagas. Muchas cosas, montones de cosas inmundas. Nada de pájaros”. Una Wasteland igual de artificial, creada por antecesores de Sauron y Saruman. En la parte más oscura de la ciénaga pueden ver las luces de los miles de cadáveres, como en el Mash Valley: “Sí, nos rodean por todas partes... Los fuegos fatuos. Los cirios de los cadáveres, sí, sí. ¡No les prestes atención! ¡No las mires! ¡No las sigas!...”. Sam, el verdadero héroe de la trilogía, es un personaje inspirado en el soldado inglés raso, el Tommy “rank-and-file”, en especial en la figura del “Batman”, el ordenanza de los oficiales (Tolkien dixit: "My Sam Gamgee is indeed a reflexion of the English soldier, of the privates and batmen I knew in the 1914 war, and recognized as so far superior to myself"). Hasta su nombre, tomado del inglés coloquial, es de reminiscencias populares. Sam cae en las aguas y horrorizado comprueba que “hay cosas muertas, caras muertas en el agua… ¡Caras muertas!” ¿Quiénes son? Frodo contesta como lo haría el teniente Tolkien: “caras horrendas y malignas, y caras nobles y tristes. Una multitud de rostros altivos y hermosos, con algas en los cabellos de plata. Pero todos inmundos, todos putrefactos, todos muertos. En ellos brilla una luz tétrica”. Todos muertos, todos descompuestos: alemanes, ingleses, franceses, “Elfos y hombres y orcos”. Muerte y pobreza para muchos; inaudita riqueza y seguridad para pocos. Como decía Clive Staple Lewis en una recensión en 1955, allí está todo lo que vivió su generación en la guerra (Lewis combatió y fue herido en Arras): vívida camaradería, comunidad vital entre los compañeros, fraternidad con el enemigo, enemistad con las estructuras burocráticas y clasistas, sinsentido de las tácticas, la desilusión de los veteranos, todas vívidas “war scenes”.
Tolkien sigue en guerra, participa de otro ataque sangriento y absurdo sobre un reducto fortificado alemán, el “Schwaben Redoubt” (actualmente hay un cementerio con 1.304 tumbas). Allí estaba su propio y sangriento Morannon: “Al pie de las colinas, de extremo a extremo, habían cavado en la roca centenares de cavernas y agujeros; allí aguardaba emboscado un ejército de orcos, listo para lanzarse afuera a una señal como hormigas negras que parten a la guerra. Nadie podía pasar por los Dientes de Mordor sin sentir la mordedura, a menos que fuese un invitado de Sauron, o conociera el santo y seña que abría el Morannon, la puerta negra”. Como Morannon, el “Schwaber Redoubt” tenía una vigilancia insomne…y mortífera.
El último ataque, esta vez exitoso, fue contra la peligrosa saliente de “The Pope’s Nose” a fin de septiembre. Tolkien y su compañía acaban con las letales ametralladoras, toma más de treinta prisioneros y conversa en correcto alemán con un joven teniente sajón a quién le ofrece agua fresca. Contrae la Trench Fever y es relevado del servicio a fin de ese año. Volviendo a la retaguardia se encuentran con una columna de fabulosos tanques, el arma secreta, arrastrándose como gusanos escandalosos hacia la línea de fuego. Un oficial de caballería herido le comenta: “Neither horses nor riders had ever seen, or heard, any tanks before” (Ni los caballos ni los jinetes habían visto, u oído, tanques antes). Tolkien no los olvidará: ahí estarán sus propias máquinas fantásticas, sus propios tanques y asesinos voladores en “Silmarillon”: los dragones-gusano como Glaurung; los Balrogs con alas. A su hijo le confesó años después que “I took to 'escapism': or really transforming experience into another form and symbol with Morgoth and Orcs and the Eldalië (representing beauty and grace of life and artefact)…”. O transformaba su amarga experiencia en otra cosa… o llegaba la locura.
En noviembre de 1917 llega al hospital de Birmingham, la ciudad donde vivió su adolescencia. Sobre un cuaderno de ejercicios escolares escribirá un título: “Tuor y el exilio de Gondolin”. Luego lo tachará rabioso, para escribir a continuación: “Un teniente en el Somme”. Las memorias nunca las escribirá. No hacía falta. Su extraordinaria mitología es, al mismo tiempo, una memoria de las trincheras y una crítica al racionalismo industrial, al orden monárquico, a la uniformidad de masas, a la sociedad de consumo. En la primavera de 1918 recibe la noticia que su batallón completo ha sido aniquilado o tomado prisionero en la batalla de “Chemin des Dames” (reflejada en la famosa película de Kubrick, “Paths of Glory”). En el Foreword a la primer edición de “The Lord of the Rings” escribe: “One has personally to come under the shadow of war to feel fully its opresión… By 1918 all but one of my close friends were dead.” Uno tiene que salir de debajo de la sombra de la guerra para sentir plenamente su opresión… Como decía un gran poeta de la guerra, Siegfried Sassoon (que combatía junto con Robert Graves muy cerca de Tolkien):

La guerra es nuestro azote, aunque la guerra nos hace sabios,
y, luchando por la libertad, somos libres.

lunes, septiembre 11, 2006

Riazanov, editor de Marx, disidente rojo

Marx, ese desconocido:
Un gran biógrafo de Marx, Boris Nicolaïevski, reconocía en 1937 que, de cada mil socialistas, tal vez sólo uno haya leído una obra de Marx; y de cada mil antimarxistas, ni uno. Cuarenta años antes, en 1897 un gran teórico y militante, hablo del italiano Antonio Labriola, se preguntaba si los escritos de Marx habían sido leídos enteramente por algún lector ajeno al grupo íntimo de sus amigos, colaboradores y albaceas. Concluía proféticamente si “este ambiente literario”, esta situación hermenéutica adversa, no era uno de los culpables de la mala asimilación, de la aparente decadencia y crisis del pensamiento de Marx. Con pesimismo recapitulaba en sentencia inspirada: ¿no sería el acceso adecuado a sus escritos un privilegio de “iniciados”? Nikolaïevski y Labriola –no sólo ellos– estaban convencidos que a Marx le esperaría siempre un destino de malas lecturas, infinidad de equívocos, pésimas exégesis, máscaras extrañas e invenciones gratuitas. Pero creían que a la obra marxiana le aguardaba un sino peor: encarnarse como ortodoxias en partidos o futuros estados que proclamarían retóricamente ser, sin más, su “obra viva”.

Labriola señalaba otro obstáculo, aún más profundo y riesgoso: la misma rareza de los escritos de Marx y su imposibilidad de contar con ediciones confiables. El lector intrépido debía pasar, según Labriola, por condiciones más extremas que la de cualquier filólogo o historiador para estudiar documentos de la Antigüedad. Por experiencia propia, se preguntaba: “¿Hay mucha gente en el mundo que tenga la paciencia suficiente para andar durante años… a la busca de un ejemplar de la Misère de la Philosophie… o de aquel libro singular que es la Heilige Familie; gente que esté dispuesta a soportar, por disponer de un ejemplar de la Neue reinische Zeitung, más fatigas que las que tiene que pasar en condiciones ordinarias de hoy día cualquier filólogo o historiador para leer y estudiar todos los documentos del antiguo Egipto?” (Discorrendo di socialismo e di filosofia, carta II). Pero señalaba un peligro mayúsculo, de más largo aliento y densidad: el daemon de la vulgarización: “¿cómo podemos asombrarnos que muchos y muchos escritores, sobre todo publicistas, hayan tenido la tentación de tomar críticas de adversarios, o de citas incidentales, o de arriesgadas inferencias basadas en pasos sueltos, o de recuerdos vagos, los elementos necesarios para construirse un Marxismo de su invención y a su manera?” Aquí sólo constataba una dificultad fáctica que nació con el marxismo mismo y que lo llevó como un estigma hasta nuestros días: las enormes dificultades por establecer y editar, con criterios científicos actualizados, sus obras completas. Labriola reclamaba al SPD, en posesión de los manuscritos (Nachlass), que “sería un deber del partido alemán el dar una edición completa y crítica de todos los escritos de Marx y Engels; quiero decir, una edición acompañada en cada caso de prólogos descriptivos y declarativos, índices de referencia, notas y remisiones… Habrá que añadir a los escritos ya aparecidos en forma de libros o de opúsculos, los artículos de periódicos, los manifiestos, las circulares, los programas y todas las cartas que, por ser de interés público y general, tengan una importancia política o científica”. Terminante concluía: “No hay elección que hacer: hay que poner al alcance de los lectores toda la obra científica y política, toda la producción literaria de los dos fundadores… incluso la ocasional. Y no se trata tampoco de reunir un Corpus iuris, ni de redactar un Testamentum juxta canonem receptum, sino de recoger los escritos con cuidado y para que ellos mismos hablen directamente a quien tenga ganas de leerlos”. Simplemente que Marx pueda hablar directamente… Además reconocía que la propia vida le había impedido escribir sus obras según los cánones del arte de faire le livre, por lo que su literatura eran fragmentos de una ciencia y de una política en devenir constante. El marxismo, si existe algo que pueda llamarse así, era eminentemente un sistema abierto. Labriola ya había marcado con suficiente claridad no sólo los criterios de una política editorial, sino los problemas materiales objetivos que conllevaban los Nachlass de Marx (y Engels). La posta de su desafío editorial la tomaría no el partido-guía de Occidente, sino un joven estado en plena guerra civil: la Rusia de los Soviets.

Un editor opositor de Lenin, enemigo de Stalin:
La Primera Guerra Mundial de 1914-1918 –sumada a la revolución triunfante en Rusia en octubre de 1917– provocó un paréntesis forzoso y prolongado en la inicial difusión, aunque lenta, tímida y manipulada, del Marx secreto. Pero ya en el trabajo editorial realizado por el SPD se comenzó a ver, de forma a veces grosera, la manipulación y tergiversación que podían sufrir los manuscritos marxianos cuando sus contenidos se cruzaran con los estrechos intereses de la “razón de partido”. Y cómo en la alquimia final perdía, no sólo el mismo pensamiento de Marx, sino sus potenciales lectores y militantes. Lo cierto es que hacia 1910 en el ámbito cultural del austromarxismo se había empezado a discutir el proyecto de unas obras completas de M&E (los socialdemócratas austriacos ya habían empezado a publicar una revista de marxología de enorme importancia, la Marx-Studien, aparecida entre 1904 y 1923 en Viena). Max Adler, Otto Bauer, Adolf Braun, Rudolf Hilferding y Karl Renner, las luminarias marxistas del austromarxismo, se reúnen en Viena durante la famosa Konferenz de enero de 1911 con Riazanov, un socialdemócrata ruso, entonces colaborando con el archivo de Berlín del SPD. La carta-intención del plan aparece firmada en Viena, el 1º de enero de 1911 por Adler, Bauer, Braun, Hilferding, Renner, todos austromarxistas y N. Rjasanoff. Allí se establecen por primera vez las primitivas líneas editoriales de una edición científica de Marx y también los primeros problemas: ¿quién financiará semejante empresa editorial? El SPD no estaba interesado en absoluto. En el horizonte aparecía la necesidad técnico-financiera de ediciones populares, al estilo de la futura Werke. Los preparativos fueron interrumpidos por el estallido de la Gran Guerra. Pero se comenzaba a percibir cierta sensibilidad nacida de la necesidad de tener una edición completa y confiable de los escritos de Marx.

Luego del triunfo y consolidación de la revolución bolchevique, la suerte de los escritos de Marx parecería que sería tocada, por primera vez, por la diosa Fortuna. Todo el potencial de un estado se identifica con su obra y pone a disposición de su difusión todos los recursos a su alcance. ¿Habría de poner el nuevo estado un punto final al derrotero caprichoso de los manuscritos de Marx y publicar su obra póstuma en una edición completa, científica, objetiva, crítica y con precios populares? El hombre que podía asumir con seriedad profesional, honestidad intelectual y eficacia esta tarea dentro del partido socialdemócrata ruso, ya que sus trabajos anteriores y su pasado intelectual lo calificaban de manera indudable para ser el cerebro editorial de semejante empresa, era sin duda un ucraniano-judío, David B. Goldendach, nome de guerre: Riazanov, Ryazanoff o Bukoved.

Rusia, 1921: la pre-historia de un marxismo abierto:
Con Lenin en vida y la guerra civil finalizada, y con el dominio del sistema de partido único desde 1918, durante el IX Congreso del VKP (b), del Partido Comunista Pansoviético (bolchevique), un hombre de la vieja guardia declara: “El Parlamento inglés lo puede todo, excepto cambiar a un hombre en mujer. Nuestro Comité Central es mucho más poderoso: ya ha cambiado a más de un hombre revolucionario en buena mujer, y el número de buenas mujeres se multiplica de un modo increíble”. En 1922 el mismo hombre se opone públicamente a la pena de muerte en el caso de la ejecución sumaria de militantes socialrevolucionarios o de militantes socialistas. ¿Quién era este loco audaz? Odessa, esa gran ciudad autónoma y cosmopolita en Ucrania, en la que en palabras de Pushkin "se puede oler Europa, se puede hablar francés y encontrar prensa europea", vio nacer a David Zimkhe Zelman Berov Goldendach en el seno de una familia judía acomodada un 10 de marzo de 1870. La ciudad era hogar de una numerosa comunidad judía (en el censo de 1897 comprendía el 37% de la población). Ciudad de tristes pogroms zaristas (1821, 1859, 1871, 1881, 1905). Ciudad de soporte económico-cultural del Sionismo. David dit Riazanov fue una de las figuras más capacitadas, comprometidas y relevantes de los primeros tensos años de la historia soviética. Excéntrico, con una excepcional memoria, una personalidad volátil y romántica e imbuido de una capacidad de trabajo ilimitada. Un viejo amigo, Steklov, lo recuerda “leyendo siempre y en todo lugar: cuando caminaba, en compañía de otros, cenando”. Trotsky lo definía como “orgánicamente incapaz de cobardía, o de Perogrullo”, añadiendo que “toda ostentación vistosa de lealtad le repugnaba”. Opositor frecuente de las posiciones de Lenin (él se consideraba un bolchevique no-leninista) o del poderoso Stalin (a quien en plena campaña contra Trotsky interrumpió en un congreso con un “¡Déjalo, Koba! No te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la teoría no es tu fuerte”). Lunacharsky llama a Riazanov “indiscutiblemente el hombre más culto en nuestro partido”, pero tan independiente y autónomo que John Silas Reed lo describe como un hombre-fracción, “as a bitterly objecting minority of one”.

David fue revolucionario desde su misma adolescencia, viviendo gran parte de su juventud en prisión, deportado o en el exilio. A los 14 años era “correo secreto” de los populistas; a los 16 fue excluido del Liceo por insuficiencia en griego antiguo. Es arrestado por primera vez en 1887. En las duras condiciones de las prisiones zaristas organiza la vida de los prisioneros políticos alrededor de tres cosas: gimnasia (mañana y tarde), prohibición de fumar y turnos fijos de estudio (durante los cuales estaba prohibido hacer ruido). En prisión prepara lecturas de Marx y traduce los escritos del economista David Ricardo. En 1890, ya en el exilio europeo, con veinte años, participa como representante ruso en el Congreso de Bruselas de la Segunda Internacional y establece relaciones personales y políticas con las luminarias del socialismo europeo: August Bebel, Karl Kautsky, Eduard Bernstein, Rudolf Hilferding, Charles Rapoport, incluso con la hija de Marx, Laura y su marido, Paul Lafargue. La necesidad le obliga a hablar varias lenguas (alemán, francés, inglés; respetablemente se hace entender en polaco e italiano). En el famoso congreso del POSDR de 1903 en Bélgica, que produce la escisión entre bolcheviques y mencheviques, Riazanov critica el nuevo sectarismo de Lenin, el fetiche antidemocrático del “centralismo democrático” y las tendencias antidemocráticas organizativas. Fuera de las dos tendencias, organiza un grupo propio y autónomo de las finanzas de la Segunda Internacional y lucha por construir un partido socialista copiado del modelo alemán. Retorna a Rusia en 1905, entrando a militar en las organizaciones de los trabajadores metalúrgicos de San Petersburgo. En 1907 es arrestado, en el flujo de la revolución de 1905, y retoma, una vez más, el camino del exilio europeo. Los siguientes diez años vivirá en Occidente y se dedicará, en el intersticio de su vida militante, a investigar y escribir sobre la historia del anarquismo, el socialismo y el movimiento obrero europeo. Escribe en el diario teórico del SPD dirigido por Kautsky, “Die Neue Zeit”; escribe en el diario teórico de la socialdemocracia austriaca dirigido por Bauer, Renner y Braun, “Der Kampf” (donde traducían a nuestro trágico Julián Besteiro). Una importante conexión de afecto y militancia que hizo en estos tiempos duros fue la del padre del austromarxismo Carl Grünberg, fundador del injustamente olvidado Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, conocido simplemente como el “Grünberg Archiv”. Grünberg (1861-1940) austro-rumano, era el primer marxista en acceder a una cátedra en una universidad del Imperio Alemán. El Archiv se editó entre 1910 y 1930, saliendo quince números, finalizó paradójicamente con la aparición de la Zeitschrift für Sozialforschung de Horkheimer, cuya orientación cambió por completo para aggiornarse al nacionalsocialismo. En la revista editada por el Institut für Sozialforschung (la luego famosa “Escuela de Frankfurt” fundada en 1923 por el mismo Grünberg) escribieron notables teóricos de la naciente sociología, como Robert Michels o Franz Oppenheimer, economistas como Henryk Grossmann, filósofos marxistas como Rodolfo Mondolfo, eminentes juristas como Hans Kelsen, hasta Kautsky, Mehring y el mismo Riazanov (como Rjasanoff: por ejemplo en 1916 presentando una carta inédita de Jacoby a Marx). Korsch, Lukács, Max y Friedrich Adler, biógrafos e historiadores como Max Nettlau, Gustav Mayer y Boris Nicolaiievski contribuyeron en sus páginas, indicando numerosos puntos de contacto con el origen del “Marxismo Occidental” o no-leninista y el trabajo de difusión de los escritos de Marx. Riazanov adquiere la merecida reputación de ser una de las más autorizadas voces sobre Marx, Engels y la historia del marxismo. Sus principales trabajos de esta época son sobre Marx y la Rusia zarista, Marx y el trabajo periodístico, Engels y la cuestión polaca, la mayoría publicados en alemán y luego en ruso en el diario teórico de Lenin “Prosveshchenie” o en el diario del ala izquierda “Sovremennii Mir”. En 1909 consigue una comisión como Benützer (usuario) de la Anton Menger Stiftung, que poseía una biblioteca invaluable de los clásicos anarquistas y socialistas (alrededor de 16000 volúmenes), para editar documentos de la Iº Internacional. Este trabajo le permite ingresar en importantes bibliotecas y archivos de toda Europa. Además su amistad con Bebel y Kautsky le permite libre acceso a la vasta biblioteca del SPD y al depósito de los Nachlass (manuscritos) de Marx y Engels. Su amistad con la hija de Marx, Laura Lafargue, le da la posibilidad de investigar los archivos familiares. Por ejemplo, en 1911 mientras ordenaba este archivo encontró varios borradores de cartas in-octavo inéditas: eran las respuestas polémicas de Marx a Vera Zasulich (las pudo publicar recién en 1923). Llegado a este punto un contemporáneo podía decir que Riazanov “conocía hasta los puntos y comas de los escritos de Marx y Engels”. Y no se equivocaba. El SPD lo urge a continuar el irregular trabajo de divulgación de Mehring de trabajos olvidados o inéditos. Hacia el filo de 1917 Riazanov pudo publicar dos volúmenes escritos de la década de 1850 de Marx y Engels, incluyendo alrededor de 250 artículos desconocidos para el gran público de diarios como “The New York Tribune”, “The People’s Paper” y “Neue Oder Zeitung”. Por supuesto no dejó la militancia: tuvo destacada participación en las escuelas pertenecientes a las divisiones internas del POSDR: en 1909 con Aleksandr Bogdanov, el líder bolchevique no-leninista, y su escuela de cuadros en Capri (financiada por Maxim Gorky); en 1911 en la escuela de Longjumeau (París), dirigida por Lenin. Por ese tiempo fue aliado de Trotsky, enfrentándose al tándem Plekhanov-Lenin y colaborando en el diario menchevique “Golos”. Estallada la guerra en 1914, participó en la Conferencia de Zimmerwald, organizada por socialistas críticos del socialchauvinismo y el imperialismo. La revolución de febrero de 1917 lo encuentra exiliado en Suiza. Retorna a Rusia en mayo, atravesando Alemania y Polonia igual que lo había hecho Lenin un mes antes, junto con 280 camaradas de todo color y pelaje (desde los líderes del menchevismo Martov y Axelrod, a socialrevolucionarios y anarquistas). Militará en el “Mezhraiontsy”, un grupo interdistrital de Petersburgo fundado en 1913, de bolcheviques no-leninistas, mencheviques de izquierda e internacionalistas (entre otros: Trotsky, Lunacharsky, Sukhanov, Joffe, Uritsky, etc.). El objetivo de la plataforma era unificar las dos fracciones del POSDR. En julio-agosto se funden con los bolcheviques leninistas después del intento de golpe de estado. Riazanov se transforma en uno de los más prominentes oradores y activistas sindicales antes de octubre del ’17. Es elegido para la presidencia del IIº Congreso de todos los Soviets y miembro ejecutivo del Consejo Central Sindical de Rusia. En octubre se opone al “putsch” y la insurrección armada propuesta por Lenin. Después de la toma del poder, trabaja como miembro ejecutivo del Comisariado de Educación (Narkompros) bajo la dirección de Lunacharsky. Se opone a las posiciones del partido en muchas cuestiones cruciales: sostiene la existencia de un sistema soviético pluripartidista, y no deja de llamar a mencheviques y socialrevolucionarios “camaradas”. Se opone a la dictadura del Comité central, a las cooptaciones a dedo, al uso de la fuerza y a la represión contra partidos obreros, a la dispersión de la recientemente electa Asamblea Constituyente (dominada por mencheviques y S-R’s), a la represión contra los socialrevolucionarios, al Tratado de Brest-Litovsk. En el debate sobre la cuestión sindical se enfrenta a Trotsky y a Lenin, defendiendo la independencia y la autonomía de los sindicatos. Lucha denodadamente por la libre expresión dentro del partido, la legalidad fraccional, la genuina democracia. Una quijotesca cruzada contra la burocracia. Su prestigio, intelectual y militante, hace que nadie tenga autoridad para callarlo o intentar expulsarlo (ni siquiera Lenin). Pero poco a poco fue neutralizada su influencia, primero en el ámbito sindical. Riazanov no se amedrenta: ya muerto Lenin y durante el Congreso del partido en 1924 declara: “sin derecho y responsabilidad a expresar nuestras opiniones esto no puede llamarse Partido Comunista”. En un discurso en la Kommunistischeskoi Akademii (la Academia de los profesores rojos creada en 1918) declara el mismo año: “No soy bolchevique, no soy menchevique; y no soy leninista. Sólo soy un marxista, y como marxista soy comunista”. Sabía que estaba condenado.

Riazanov es nombrado director de los servicios de archivo de la joven república en guerra civil e intervención internacional encubierta. Estará trabajando con destreza y enorme energía entre 1918 y 1920. Rescatando bibliotecas, documentos y materiales de los archivos de los diferentes estados y administraciones se gana el respeto y la lealtad de muchísimos especialistas y académicos no-bolcheviques, en especial en la Universidad de Moscú. A fines de 1920 el Comité Central promueve la idea de fundar un “Museo del Marxismo”, idea que Riazanov transforma en otra cosa: un Instituto, un laboratorio en el cual historiadores y militantes puedan estudiar, en las más favorables condiciones, el nacimiento, desarrollo y maduración de la teoría y la práctica del socialismo científico y que, al mismo tiempo, se transformara en un centro de difusión (“propaganda científica”, en palabras de Riazanov) del propio marxismo. El C.C. aprueba en enero de 1921 la fundación del Instituto Marx-Engels (IME), que funcionará desde diciembre de 1921 en el palacio expropiado un año antes a los príncipes Dolgorukov, situado en el barrio Znamenka, antiguamente el sector Malo-Znamenky, durante la Unión Soviética calle Marx-Engels (hoy de nuevo Znamenka). Riazanov creía que el marxismo (si es que existe algo así) no podía ser entendido aislado del contexto histórico. El instituto pretenderá estudiar a los clásicos relacionándolos con la amplia historia del anarquismo, socialismo y del movimiento obrero europeo. El IME incluirá una biblioteca, un archivo, y un museo, dividido en cinco departamentos (Kabinetts): Marx y Engels, historia del socialismo y el anarquismo, economía política, filosofía e historia de Inglaterra, Francia y Alemania. A lo largo de los años se le sumaron otros: Iº y IIª Internacionales, historia de la ciencia, historia de la sociología, historia del derecho, la política y el estado, relaciones internacionales, historia del marxismo en el movimiento obrero, etc. Seis meses después el IME, bajo jurisdicción de la Academia Socialista, es transferido a la jurisdicción del Comité Ejecutivo del Congreso de los Soviets (del cual Riazanov era miembro). ¿El objetivo? Sacar al instituto de todo control directo del Partido Comunista. Riazanov no sucumbe al espíritu autoritario del Partiinost (mentalidad de partido). El IME empieza a ser observado como un formador de disidentes (de un staff de 109 miembros, sólo 39 tenían el carné del partido).

El corazón del instituto era su biblioteca. Incluía no sólo trabajos escolares sobre la historia del anarquismo, socialismo, comunismo y el movimiento obrero, sino libros raros, incunables, diarios, pasquines, manuscritos, primeras ediciones de clásicos (desde Moro, Harrington hasta el “Manifiesto Comunista”). Riazanov construyó esta colección de diversas formas. Al comienzo, el Instituto se proveyó exclusivamente de las bibliotecas nacionalizadas en la propia Rusia después de 1917, como por ejemplo la de Taniéev, que contenía una excelente colección de autores socialistas y una rara colección de impresos de la Revolución Francesa. Por supuesto, estas fuentes restringidas fueron insuficientes debido a la propia política de censura del zarismo que impidió el ingreso de autores prohibidos, incluyendo no sólo a socialistas o anarquistas sino incluso a autores liberales, como el orientalista Renán, o historiadores sociales de la Revolución Francesa, como Michelet. Riazanov buscó otras opciones. Una era la posibilidad legal de apropiarse, en otras bibliotecas de la URSS, de libros que el IME considerara necesarios o únicos. Otra, que el IME fuera designado el depósito oficial de toda nueva edición de un libro (una ley igual a la del British Museum). La tercera es que se le otorgó un importante presupuesto para viajar o designar “scouts” que compraran materiales para el instituto por todo el mundo. Riazanov creó una red internacional de corresponsales autorizados para buscar y adquirir libros raros y manuscritos en todas las capitales europeas. Un de ellos, del cual ya escribimos, fue Boris Souvarine en París; otro importante fue Boris Nicolaïevski en Berlín. Además intentó desarrollar contactos permanentes con Japón (instituto Ohara), España (a través del traductor Wenceslao Roces) e Inglaterra. Apuntando a su pasado por la Menger Bibliothek, Riazanov adquirió en Viena dos colecciones muy especiales sobre socialismo, anarquismo y movimiento obrero. Fueron las bibliotecas de Theodore Mautner y Wilhelm Pappenheim (20.000 ejemplares más un sustancial archivo de documentos, manuscritos y papeles personales de Lasalle). También la de Carl Grünberg, donada con generosidad, más de 10.000 ejemplares de raros libros, brochures, pamphlets y diarios del movimiento obrero. En 1921 compra la biblioteca del filósofo neokantiano Wilhelm Windelband. En 1925 adquiere la biblioteca más completa dedicada al filósofo anarquista Max Stirner, propiedad del poeta, novelista e historiador escocés John Henry Mackay, son trescientos manuscritos y 1200 libros únicos. Según un balance fechado el 1º de enero de 1925, la librería del Instituto poseía 15.628 volúmenes escogidos, además de numerosos manuscritos de Marx&Engels y miríadas de otros documentos importantísimos de la historia y los integrantes de la Iº Internacional, el Saint-Simonismo, el Fourierismo, todo Babeuf, Blanqui y el movimiento obrero revolucionario y reformista europeo (incluido un periódico obrero editado por Lasalle en su juventud). Entre las joyas halladas por los equipos de Riazanov se encontraban los periódicos originales en los cuales habían colaborado Marx y Engels, incluyendo el Vorwärts publicado por Marx en París en 1844, y el Rheinische Zeitung de 1842-43. Ya en 1930 la biblioteca incluía 450.000 volúmenes, la mayoría raros o incunables. El trabajo de Riazanov, y el soporte financiero en una época de guerra civil, cerco internacional, represión, revueltas (Kronstadt, Mackhno, Tambov) es increíble y nos habla no sólo de su habilidad sino del extraordinario apoyo en las altas esferas del gobierno bolchevique. En esos años, además de Lenin, Riazanov contaba con el apoyo incondicional de Kamenev, Bukharin y Kalinin.

En seguida lanzó su plan de obras completas de M&E (incluso de autores premarxistas) y reclutó entre 1923 y 1925 especialistas en lenguas extranjeras (francés, inglés, alemán) sin considerar sus viejas alineaciones pre-1917. Desde 1924 se lanza con un extraordinario ímpetu a la búsqueda y salvataje de todos los materiales documentales para apoyar el lanzamiento del primer MEGA (“Marx-Engels Gesammtausgabe”). Su sueño era una edición científica en ruso y alemán. En 1925 Riazanov firmó un convenio entre la dirección del SPD y el Institut für…, constituyendo una sociedad editora que publicaría, en forma coordinada con el IME de Moscú, un volumen de estudios marxistas de aparición regular, el Archiv Marx-Engels, equivalente en alemán de su versión en ruso. Durante cuatro o cinco años y por todos los países de Europa, los equipos del IME adquieren numerosas bibliotecas privadas que incluían libros, revistas, diarios y colecciones rarísimas de panfletos, folletos, proclamas y programas, que en algunos casos se remontaban a los orígenes del movimiento obrero moderno y del socialismo y el anarquismo. Pero, en especial, se trató de adquirir todas las primeras ediciones existentes de las obras de Engels y Marx. Así, junto con los archivos heredados del viejo POSDR y los narodniki, se constituyó en el Instituto, único en el mundo en su género, un capital de información cualitativo de información sobre Marx y Engels y su época ideal para iniciar la monumental edición completa diseñada por Riazanov.

La obra estaba planificada en cuarenta y dos volúmenes in-octavo (22,5 cm.), distribuidos en cuatro secciones: I) Obras filosóficas, económicas, históricas y políticas, a excepción de “Das Kapital” (17 volúmenes); II) “Das Kapital”, seguido de un plan completamente nuevo con todos los borradores y manuscritos inéditos (13 volúmenes); III) Toda la correspondencia de Marx y de Engels reproducida in extenso y literalmente (10 volúmenes); IV) Índice general (2 volúmenes).
El albacea que detentaba los derechos testaméntales y de autor sobre la herencia literaria de Engels y Marx (incluida la biblioteca personal de ambos) continuaba siendo, en 1921, el SPD, por lo que fue, naturalmente, el principal proveedor del Instituto. Abrió sus celosos archivos a los equipos de Riazanov, autorizándolos a realizar fotocopias sin ninguna restricción, permitiendo en los hechos una transferencia virtual, hacia Moscú, del conjunto de preciosos manuscritos. Las mismas facilidades le fueron acordadas por otras instituciones, fundaciones, archivos personales y bibliotecas públicas: fotocopiaron en el British Museum, en la New York Library, en la biblioteca del antiguo Estado de Prusia, en los archivos históricos de Colonia, etc. todas las cartas, artículos y manuscritos de y sobre Engels y Marx, junto con documentos sobre la historia del movimiento obrero y popular europeo. Incluso reacios mortales al bolchevismo, como el líder del revisionismo, Eduard Bernstein, en cuyas manos Engels había depositado importantes manuscritos (tenía en su poder, entre otros, los manuscritos de la Deutsche Ideologie de 1845-1846) renunció a un proyecto personal de edición donando el material inédito .

En un “pamphlet” publicado en 1929, el Katalog Izdanij, Riazanov informaba de cómo el viejo proyecto de un “Museo del Marxismo” se había transformado en un verdadero laboratorio para investigadores, académicos, activistas, cuadros y militantes en general. Remarcaba también la decisiva importancia de la institución como amplificadora y divulgadora del pensamiento auténtico de Engels y Marx en Rusia y Alemania. Paralelamente, se inició una política amplia de publicaciones accesorias que acompañaran el proyecto de los MEGA: se planearon dos publicaciones básicas: una anual, el Archiv K. Marksa I F. Engel’sa y la revista semestral Letopisi Marksizma (Anales del Marxismo) aparecieron trece números entre 1926 y 1930. En cuanto a Letopisi Marksizma, muchos de sus artículos se publicaron en la versión alemana de Pod Znamenem Marksizma, Unter dem Banner des Marxismus, que se empezó a editar en alemán en 1925. Aunque ambas se iniciaron en ruso, inmediatamente se intentó traducirlas al alemán, en un enorme esfuerzo político-ideológico como Archiv Marx-Engels. El Archiv tuvo dos ciclos, marcados por la derrota de la revolución alemana y la purga de Riazanov. La primera etapa duró de 1924 hasta 1930, editándose cinco números en ruso, apareciendo como editor D. B. Rjazanov; el segundo ciclo se inició recién en 1933 con el Nº 7, editor: V. Adoratskij; se mantuvo la continuidad de la numeración en los tres primeros números (6, 7 y 8), para finalmente ser renumerados como nueva serie. El último número, Nº 18, se editó en 1982. Mientras Riazanov intentaba mantener un ritmo anual, el stalinismo llegó a demorar diez años entre volumen y volumen. La organización “interna” del Instituto fue proporcionada en un detallado folleto de cuarenta y cuatro páginas, escrito por A. Udalcov, actualmente un incunable, publicado en Moscú en 1926: Bjulletin’ Instituta K. Marksa I F. Engel’sa. Indudablemente la empresa editorial apuntaba políticamente a un combate ideológico contra el revisionismo, la vulgarización y banalización de Marx.

El esfuerzo no concluía aquí: se había diseñado una “Biblioteca del Materialismo”, con ediciones críticas de Holbach, Hobbes, Diderot, La Mettrie, etc.; las obras completas de figuras claves del movimiento socialista mundial, como G. V. Plekhanov (el padre del marxismo ruso y líder del ¡menchevismo!), Karl Kautsky (¡el renegado en 21 volúmenes in-octavo!), Antonio Labriola, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg o Paul Lafargue. Además una “Biblioteca Marxista”, incluyendo ediciones anotadas de los clásicos del marxismo, entre ellas la versión al cuidado de Riazanov del Manifiesto Comunista, una “Biblioteca de Clásicos de la Economía Política” con Adam Smith, Ricardo, Quesnay. Por supuesto, ediciones anotadas de Hegel y Feuerbach. Otra meta de Riazanov era publicar una amplia e insuperable biografía intelectual sobre Marx. Nunca pudo completar este trabajo, como le pasó a Engels. Sus dos mayores trabajos de los años ’20 se aproximan a este deseo: un informe popular sobre la vida y pensamiento de Marx&Engels (1923), basado en lecturas en la Academia Socialista (la versión en español es de la editorial Claridad de Buenos Aires, sin fecha, la cueva del “Grupo Boedo”) y una colección de ensayos, Ocherki po istorii Marksizma (1923), en dos tomos, una re-impresión de sus escritos pre-revolucionarios (en español hay que rastrearlos en su dispersión). Riazanov no era un pensador original, ni un creador vanguardista: en esas obras expone a Marx en sus textos, los documentos hablan por sí solos. Su relación con los Nachlass de Marx y Engels puede ser llamada de “piedad positivista”: el documento es el elemento esencial en la investigación histórica. En 1927 recibe el Premio Lenin. En 1928 es uno de los pocos marxistas miembros de la Academia de la Ciencia. En 1930 Riazanov llega al cenit de su carrera. Es reconocido internacionalmente y su posición en la URSS, ya de Stalin, es aparentemente segura. En diez años ha elevado al instituto en el centro mundial de estudios sobre Marx o de la historia social europea. Es una Mecca para investigadores de todo el mundo: allí llega en 1929 un joven y brillante filósofo yanqui Sydney Hook a trabajar en su biblioteca. Lo visitan personalidades como Kautsky, Clara Zetkin, Bela Kun, Emile Vandervelde, Albert Thomas, Charles Rappoport, Henri Barbusse, Maxim Gorky. Colaboradores internacionales incluyendo a Georg Lúkacs (quién leyó por primera vez los “Manuscritos de 1844” decisivos para su evolución), Friedrich Pollock (de la “Escuela de Frankfurt”), etc. Riazanov se ha hecho construir una pequeña residencia anexa al palacio, donde maneja el instituto como un Grand Seigneur. Se lo puede ver en el jardín removiendo la nieve, ayudando al personal de limpieza o reforzando su prohibición estricta de fumar.

Victor Serge, el anarco-comunista que vivió en la URSS, nos ha dejado un vívido portarretrato de Riazanov en sus Memoires d’un révolutionnaire: “Riazanov, uno de los fundadores del movimiento obrero ruso (que dirigía el Instituto Marx-Engels) alcanzaba hacia los sesenta años la cúspide de un destino que podría parecer un éxito excepcional en tiempos tan crueles. Había consagrado una gran parte de su vida al estudio más escrupuloso de la biografía y de los textos de Marx; y la revolución lo colmaba; en el partido bolchevique, su independencia de espíritu era respetada. Era el único que había elevado incesantemente su voz contra la pena de muerte, incluso durante el terror, reclamando sin cesar la estricta limitación de los derechos de la CHEKA y luego la GPU. Los heréticos de todas clases, socialistas, mencheviques, u opositores de derecha e izquierda, encontraban paz y trabajo en su instituto, con tal que tuvieran amor al conocimiento. Seguía siendo el hombre que había dicho en plena conferencia: ‘No soy de esos viejos bolcheviques a los que durante veinte años Lenin trató de viejos imbéciles’. Me había encontrado con él varias veces: corpulento, de brazos fuertes, barba y bigote tupidos y blancos, mirada tensa, frente olímpica, temperamento tormentoso, palabra irónica… Naturalmente detenían a menudo a sus colaboradores heréticos y él los defendía con circunspección. Tenía entrada libre en todas partes, los dirigentes temían un poco su hablar franco”. ¿Un poco? Stalin visita el IME en 1927 y al ver los retratos de Marx, Engels y Lenin, pregunta a Riazanov: “¿Dónde está mi retrato?”. Riazanov replica: “Marx y Engels son mis maestros; Lenin fue mi camarada. ¿Pero qué eres tú para mí?”. En 1929, en una conferencia del partido, afirma: “El Politburó ya no necesita ningún marxista”. Se niega a participar en los faustos de obsecuencia y culto a la personalidad en el cincuenta aniversario del secretario general Stalin. Elige sus colaboradores por su capacidad: estando exiliado Trotsky en Alma-Ata lo contacta… ¡para que trabaje en la edición crítica de la obra de Marx “Herr Vogt”!
La prensa soviética festeja, durante el 10 y 11 de marzo de 1930, el cumpleaños sesenta como un evento nacional. Aparece un libro de jubileo titulado “En el Puesto de Combate”, donde escriben en su honor Bukharin, Kalinin, Rykov y otras figuras de la Nomenklatura. En un comunicado oficial del Comité Central del VKP (b), que firma el mismo Stalin, se le anuncia un futuro promisorio de leal servicio al partido y se lo glorifica como “un infatigable luchador por el triunfo de las ideas de los grandes maestros del proletariado internacional: Marx Engels y Lenin”. Como decía Bardamu-Céline: “Cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertirnos en carne de cañón… Es el signo. Es infalible”.

En menos de un año Riazanov es arrestado, puesto en prisión, exiliado y expulsado no sólo del instituto sino del partido comunista. El 15 de febrero de 1931 la GPU lo detiene bajo el inventado motivo de recibir paquetes del extranjero, de un supuesto “Centro Internacional Menchevique”. Se le obliga al exilio en aldeas cerca de Saratov, en el Volga. Solamente once volúmenes (de un proyecto de cuarenta y dos) han aparecido y siete están in progress (entre ellos los famosos y desconocidos “Grundrisse…”). Algunos los continuará su sucesor, el apparatchiki Victor Adoratskii (quién luego sería “objeto de represión” en 1940). Bajo su férula fueron publicados entre 1931 y 1935 otros seis volúmenes de la MEGA preparados por el equipo de Riazanov. En 1936 se detiene toda actividad editorial. El último estertor fue la publicación separada (exclusivamente en ruso) en dos volúmenes, en 1940 de los manuscritos de Marx de 1857-58, los “Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie”. El método stalinista fue completo: expulsión, prisión y muerte de sus colaboradores, suspensión total del plan editorial, colocar bajo el martillo-pistón a las pruebas impresas; desaparición de todas las bibliotecas públicas rusas y extranjeras; épuration de las obras de Marx y Engels en ediciones “populares”, aligeradas de toda erudición. Poco a poco Stalin fue sustituyendo a la empresa editorial de la MEGA por una serie de publicaciones aisladas, diseminadas, sin ningún plan conjunto, ni criterio filológico y doxográfico.

Riazanov vive a orillas del Volga. Condenado a la miseria y al hambre, a la decadencia psíquica y física. Las bibliotecas y las publicaciones reciben la orden de expurgar sus obras y sus ediciones de Marx. No existe más, simplemente. Vive apenas de traducir pequeños textos para la universidad local. Comparte su pobres raciones con decenas de famélicos durante la hambruna de 1932-1933 (cuatro años más tarde esta “militancia” será considerada una pérfida maniobra antisoviética). El 11 de junio de 1937 el mundo se sobresaltó ante la noticia de la decapitación de toda la cúpula del Ejército Soviético. La caída de los generales rojos desató una explosión de terror a escala nacional, dirigida contra los mandos dirigentes de todos los niveles y en todas las esferas. Por primera vez Stalin reprime a grandes cantidades de personas que nunca habían sido opositores abiertos y que siempre se habían alineado junto a él en las disputas internas del partido. La nueva política era destruir a todos los sospechosos de deslealtades pasadas, presentes o imaginarias con respecto al grupo dirigente de Stalin. Terror ciego y de masas. Durante ese año las “troikas” (tribunales ad hoc de tres personas) dictarían 688.000 sentencias, la mayoría condenas a fusilamiento. Stalin liquida a toda la cúpula del partido en Saratov. Riazanov esperaba su detención que se produjo en la noche del 22 de julio de 1937. Tenemos la reconstrucción de su duro interrogatorio por parte de la ahora NKVD de Yezhov: Riazanov se niega a representar el papel de arrepentido, no entra en el juego de la delación. Niega una y otra vez las delirantes acusaciones. A la Nomenklatura no le sirve para el ritual público. El 19 de enero el Procurador general de Saratov le dirige una larga acusación de seis páginas, donde entre otras denuncias señala “la extrema hostilidad personal de Riazanov con respecto al camarada Stalin”. El 21 de enero de 1938 es juzgado a puerta cerrada. La sesión se abre a las 19:45 horas y se cierra a las 20:00 horas. El Colegio Militar de la Corte Suprema de la URSS, regional Saratov, lo condena a muerte por pertenecer a una “organización terrorista trotskista” y “la difusión de invenciones calumniosas sobre el partido y el poder soviético”. Es ejecutado. La tragedia humana del terror stalinista se extendía a familiares y amigos. Sabemos que Stalin, Molotov y otros miembros del Politburó aprobaban rutinariamente las listas de mujeres (madres, esposas) e hijos de los Ennemis deu Peuple que debían ser reprimidos. Al día siguiente son arrestados sus familiares directos.

Al día siguiente, agentes de la NKVD arribaron a su humilde dacha para cumplir la última parte de la sentencia: confiscación de sus bienes personales y destrucción de lo inútil. Cargaron todos sus libros en la parte trasera de un camión. Los papeles y notas restantes de Riazanov fueron desparramados en el suelo para alimentar el fuego, incluido todo lo que se encontraba sobre su escritorio de estudio. Entre ellos un retrato del joven Engels con una inscripción dedicada de puño y letra por la hija de Marx, Laura. “¿Quién es éste?”, preguntó uno de los milicianos con su gorra azul-roja a su nieta. “Es Engels”, respondió. “¿Y quién es Engels?”, respondió el agente mientras arrojaba el daguerrotipo a las llamas.