martes, junio 02, 2020

Un cadáver en el canal: el Asesinato de Rosa




 Sobre un reciente libro de Klaus Gietinger[1]


Por Nicolás González Varela








“Solo esto es la verdadera Esencia del Socialismo: hay que destruir un Mundo, pero cada lágrima que pudiera haber sido evitada es un crimen; y la persona que, corriendo a realizar ‘actos importantes’, inadvertidamente pisotea aunque sea a un pobre gusano, es culpable de un crimen”. (Rosa Luxemburg, 1918)


    Los visitantes que llegan hoy al Berlin-Mitte pueden pasear por la AlexanderPlatz,  echar un vistazo al imponente teatro Volksbhüne diseñado por Oskar Kaufmann, construido en 1914 y reconstruido después de 1945, al cine Babylon diseñado por Hans Poelzig y seguramente quedarán desconcertados al notar bajo sus pies una serie de palabras forjadas en metal incrustadas en forma de zigzag formando ángulos sobre el pavimento. Si nos acercamos, notamos que los que se nos revela es en realidad una instalación artística que forma parte de un monumento histórico, uno más de los tantos que Berlín exhibe. Estamos en la Rosa Luxemburg Platz. Esta es un poco particular: se compone de citas escritas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX por una tal Rozalia Luksenburg, mejor conocida como Rosa Luxemburgo. Una personalidad que ni siquiera es alemana, una pensadora militante revolucionaria, socialdemócrata (cuando estas palabras significaban algo), que no dudó en criticar a las vacas sagradas del Socialismo del 1900, de Bernstein a Kautsky pasando Jaurés y Lenin, que no dudó en preferir la cárcel y finalmente el Gólgota a rebajar su Ética socialista.

    Hay que decirlo claro: sus libros son inhallables o están agotados. La última pasión febril sobre su pensamiento nació y murió con el 1968 europeo. Paradójicamente en Alemania continúa siendo una figura popular, una heroína de dimensiones nacionales, un ejemplo alternativo tanto a la fallida antiutopía de Stalin como al Neoliberalismo del capital. Y Rosa “La Roja” es popular tanto en el este como en el oeste. La parábola de su vida y muerte fue llevada al cine por la directora Margarethe von Trotta en 1985, con Bárbara Sukowa como Rosa, en un film multipremiado, aunque la retrataba como una heroína liberal y feminista y diluía su alma revolucionaria socialista; su figura volvió al espectáculo del music hall, una obra llamada simplemente Rosa que en Berlín agotó rápidamente las localidades. En cada aniversario de su muerte militantes de la izquierda, desde anarquistas a la nueva Die Linke e incluso liberales, le rinden un silencioso homenaje con flores en el cementerio Friedrichsfelde. La damnatio memoriae sobre Rosa comenzó en 1933: un ignominioso 10 de mayo de 1933, el ministro de propaganda del IIIº Reich Goebbels, que había bautizado a todos sus hijos con la letra “H” en honor a Hitler, hizo planificadamente que se quemasen “espontáneamente” miles de libros de autores con espíritu anti alemán en plazas y universidades, incluida la del Rektor-führer Heidegger en Freiburg, en un lugar preferencial se encontraban las obras completas de Luxemburg y Liebknecht. La incineración de su pensamiento en papel completaba la damnatio memoriae burguesa, con catorce años de diferencia y demora, el aniquilamiento de su persona en carne y espíritu. Y en la alevosa falta de justicia por su violenta muerte política.

    El historiador y escritor Jörn Schütrumpf, que vive en Berlín, es director gerente de la editorial Karl-Dietz Verlag (que edita a Marx), editor de la compilación de sus textos, Rosa Luxemburg: Der Preis der Freiheit (Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad),[2] que abre con una cita del agudo Karl Kraus, que a su vez re-cita el malogrado Benjamin: “El Comunismo, en cuanto realidad, sin duda es solamente el compañero de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un origen ideal que es, por cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una meta ideal y más pura. Lleve el Diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su condición de amenaza constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes; ésos mismos que, para preservarlos, envían implacables a los otros a los frentes del hambre y del honor patrio, mientras que pretenden consolarlos diciendo y repitiendo que los bienes no son lo más importante en esta vida. Dios nos conserve siempre el comunismo para que, ante él, aquella chusma no se vuelva aún más desvergonzada; para que la sociedad de aquellos únicos autorizados para disfrutar, que cree que las gentes sometidas a ella tienen ya amor bastante cuando de repente les contagian la sífilis, se vea al menos, cuando va a dormirse, atenazada por una pesadilla. Para que al menos pierdan el deseo de predicar moral ante sus víctimas e incluso de hacer chistes sobre ellas.”[3] Afirma con razón que muchos de los que hoy se identifican con su figura, lo hacen impresionados por su cobarde asesinato y no tanto por la comprensión fiel de sus ideas políticas, la mayoría incómodas y heterodoxas. Rosa compone, junto con Marx, Gramsci y el Che, los ideales utópicos que nunca han perdido ni perderán vigencia, símbolos unánimes: “Uno de ellos que casi siempre forma parte de todo esto, pero en cierto modo flota en el aire por encima de todo, y por tanto frecuentemente se olvida su mención, es un judío alemán de la ciudad de Tréveris: Karl Marx. Junto a él quedan solamente las imágenes de tres seres humanos, que son mostradas en casi todo lugar: la de una judía polaca, asesinada de forma bestial en Alemania; la de un argentino, que cayó el año de 1967 en Bolivia en las garras de sus asesinos; y la de un italiano, liberado por los fascistas en 1937, después de diez años de encarcelamiento para dejarlo morir: Rosa Luxemburg, Ernesto Che Guevara y Antonio Gramsci… Los tres no solamente materializan esa congruencia poco común entre la palabra y la acción. Los tres representan también un pensamiento propio, que no se sometió a doctrina o aparato alguno. Y: los tres pagaron por sus convicciones con la vida. Fueron llevados a la muerte no por sus contrarios en el propio campo, sino por el enemigo, lo que no era normal en absoluto en el siglo XX.” Rosa tiene algo en común con Gramsci y Marx: nunca se encontraron en una situación en la que se prestaran al ejercicio del poder de Estado, nunca se obligaron a aplicar de manera reaccionaria una Realpolitik o en que sus manos quedaran manchadas por participar en un régimen dictatorial o totalitario. Ernesto Che Guevara sigue hasta hoy en día avivando la imaginación de la juventud; Gramsci impresiona desde hace décadas sobre todo a los académicos; sin embargo de Rosa, la más multifacética y profunda de los tres, la mayoría sólo conoce vagamente su nombre y lo que le ocurrió, pero no su pensamiento, ni su obra.

    Su biógrafo inglés Nettl señaló que sus ideas “pertenecían al lugar donde la Historia de las ideas políticas se enseña con seriedad”. El gran filósofo Lukács dijo que su obra “muestra el último florecimiento del Capitalismo alemán… los caracteres de una siniestra danza de la muerte”. Lenin, uno de sus opositores dentro de la Socialdemocracia europea de entonces, la definió como “fue y es un águila en obra y pensamiento”. Trotsky decía que detrás de una amenidad femenina surgía una “poderosa mente y gran oradora de masas”. La politóloga conservadora Arendt tenía la esperanza de un reconocimiento tardío de “quién fue y qué hizo, así como también, de que por fin tendrá su lugar en la educación de los científicos políticos en los países de Occidente”. El fundador de la socialdemocracia alemana y amigo-biógrafo de Marx y Engels, Mehring, que murió apenado poco después de su asesinato, dijo que era “la cabeza más genial entre los herederos científicos de Engels y Marx”.

    Lo cierto es que Rosa comenzó su militancia en un pequeño partido socialista sin país soberano, el Partido Socialdemócrata del reino de Polonia y Lituania (SDKPiL). Luego de la revolución rusa fallida de 1905, Rosa fue acusada de “terrorista” y abandonó la Polonia zarista hacia Finlandia para recalar en Suiza, en aquel tiempo el país más libre del Mundo: ¡incluso las mujeres tenían derecho a estudiar! Allí hizo dos doctorados simultáneos, Economía y Derecho, descubrió a un tal Marx y se hizo marxista crítica. Frecuentó los círculos políticos de emigrados de toda Europa, de rusos a polacos, pasando por italianos y austrohúngaros. Las autoridades en Alemania no la tenían registrada como Rosa Luxemburgo, sino como “Rosalia Lübeck”. Mediante un matrimonio de conveniencia con un hijo de inmigrantes socialistas, la economista de 27 años, recién graduada del doctorado en Zúrich, había conseguido la nacionalidad alemana. Nacionalidad muy importante para su protección jurídica en la militancia política clandestina en Polonia. Rosa era políglota: hablaba y escribía el idioma alemán mejor que la mayoría de los alemanes. Ni hablar de todos los otros idiomas que dominaba: ruso, francés, inglés e italiano.

    Se afilió al partido-guía de la socialdemocracia europea, un gigante miope con pies de barro llamado Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD), la organización más numerosa de Occidente, lleno de luminarias y rápidamente se ganó un nombre como teórica en el ala izquierda del partido. Al principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y Engels a la táctica del partido que llevaba como “doctrina oficial” al marxismo, sin mucha creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y teórica con el artículo contra el revisionismo teórico de Bernstein, colaborador de confianza de Engels, albacea testamentario, considerado uno de los máximos teóricos del Socialismo en la época. Rosa era una mujer pequeña, de apariencia física nada favorable; un cuerpo notoriamente menudo, poco equilibrado y simétrico, con un andar defectuoso debido una enfermedad en su cadera. Su rostro, aunque con ojos muy vivaces y despiertos, mostraba casi siempre una sonrisa melancólica, insegura. Tenía tendencia a la introspección. Su nariz era un poco larga para el modelo femenino del siglo XIX. Para empeorar las cosas era polaca (en aquella época los palestinos europeos) y además de ascendencia judía… ¡Y con ideas de izquierda! ¡Un escándalo!

    Dirigente y teórica del modelo socialdemócrata del sigo XIX, el SPD alemán, persona non grata en los círculos del Poder, fundadora del Partido Comunista alemán, crítica de todo Socialismo burocrático y autoritario, brillante intelectual marxista heterodoxa (subrayado), una pensadora multidimensional, como nos lo recuerda en el prólogo a sus obras completas el editor Peter Hudis.[4] Además pedagoga revolucionaria: paralelamente a su praxis como escritora y conferencista, Rosa era además una verdadera maestra. Y lo era, en la escuela central del SPD en Berlín, inaugurada en 1906, y su materia era Nationalökonomie, la Economía Política capitalista, cuyo agudo curso preparado para obreros podemos leerlo en español.[5] Allí Rosa reconocía que la Economía Política “es una Ciencia extraña” porque no tiene un objeto definido. A partir de 1911 además Rosa enseñará un curso de Historia del Socialismo, reemplazando al biógrafo de Marx, Franz Mehring. Al principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y Engels a la táctica del partido que llevaba como “doctrina oficial” al Marxismo, sin mucha creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y teórica Fue gracias a su intervención en la llamada Revisionismusdebatte, una discusión a nivel casi mundial sobre la aparente crisis y caducidad del Marxismo comenzada por Eduard Bernstein en Alemania. Bernstein no era un diletante ni un francotirador externo: había sido colaborador de confianza de Engels, albacea testamentario del Nachlass marxiano y caprichoso editor, considerado uno de los máximos teóricos del Socialismo en la época, una vaca sagrada intocable de la Nomenklatura del SPD. El debate dio lugar a la más severa y penosa crisis final de la gloriosa socialdemocracia europea: todos los pensadores y militantes se congregaron en el campo de batalla. En Alemania encontraremos a Parvus, Kautsky, Mehring, Bebel, Clara Zetkin: en Rusia Plejanov y Lenin; en Italia el filósofo Antonio Labriola y Croce. Aunque Rosa dentro del SPD estaba confinada a la propaganda y agitación en los territorios del este del Elba (de lengua polaca) logró que lo publicara a regañadientes en entregas el diario socialista local, Leipziger Volkszeitung, una obra culmen: Sozialreform oder Revolution? (¿Reforma social o Revolución?, 1888/9). ¿Qué era el Revisionismo? Básicamente el pathos revisionista se sintetizaba en una fórmula del propio Bernstein, que decía “El fin del Socialismo, sea cual fuera, no es nada; el movimiento lo es todo”. Como notaría Luxemburgo (y mucho más tarde Lenin) el revisionismo pretendía desmontar a Marx desde dentro, pero a pesar de su relativa homogeneidad en el fondo no era una contra teoría nueva y crítica, un sistema alternativo serio y científico, sino una amalgama superpuesta, una síntesis de diversos elementos procedentes de críticas burguesas y conservadoras realizadas a Marx desde 1867. Luxemburg comparó al Revisionismus con un “enorme montón de escombros”, en los que los fragmentos y retazos del pensamientos burgués y reaccionario, hallaban una sepultura común.  El Revisionismo teórico tenía una base bien material, absolutamente anclada en el mundo de la vida: primero una época excepcional de expansión del Capitalismo en cuanto al contexto histórico; en segundo lugar un estrato dentro de la Socialdemocracia de funcionarios, diputados parlamentarios, asesores y “liberados”, representantes en la administración local y una plantilla permanente de “cuadros” político-burocráticos. Como lo demuestran las propias estadísticas los “representantes” del Proletariado marxista eran comerciantes, pequeños empresarios, funcionarios, abogados y notarios, profesores universitarios y periodistas de profesión. Su formación política era muy ecléctica, con más influencia del Sindicalismo y de la corriente fabiana que de Engels y Marx. Estratos sociales particularmente receptivos al mensaje de un Socialismo evolutivo, reformista y legalista con el status quo, y todavía atrapado dentro de la jaula de hierro del Nacionalismo burgués. Los rasgos básicos del Revisionismo se los puede resumir en seis puntos homogéneos a todos los autores: 1) en lo económico se eliminaba la Teoría del Valor y de la Plusvalía; 2) en lo filosófico se apoyaba en la Filosofía neokantiana, rechazando la herencia hegeliana y el Materialismo tout court; el objetivo más importante en esta operación crítica era el ataque contra el concepto de Dialéctica; 3) en la concepción de la Historia se rechazaban la teoría de los estadios de las formaciones económico-sociales y los cortes y saltos violentos (lo que se correspondía con la idea de un Proceso evolutivo de la sociedad, de lo viejo a lo nuevo, de una manera gradual y pacífica); 4) políticamente le correspondía, como corolario natural,  un Reformismo consecuente y resistencia epistemológica contra la idea de violencia y Derecho a la revolución (“Socialismo de destrucción” le llamaba el revisionista ruso Struve a las ideas de Marx); 5) con respecto a la transición al Socialismo, se oponía a la teoría de Marx de la Dictadura del Proletariado como medio más eficaz de paso del Capitalismo al reino de la libertad (un “atavismo” según Bernstein); 6) la consecuencia táctica era obvia: para los revisionistas lo único real y racional era la praxis inmediata, el sostenimiento de la forma de Estado burguesa, el afianzamiento del día a día parlamentario, la colaboración y alianza interclases. La Socialdemocracia, como sostenía Bernstein, era la continuadora histórica del Liberalismo político: “no hay ninguna idea liberal que no pertenezca también al bagaje ideológico del Socialismo”. La conclusión de su razonamiento no dejaba lugar a dudas: el partido socialdemócrata debería tener el valor de “emanciparse de una fraseología que, de hecho, ha quedado obsoleta y adoptar la apariencia de lo que realmente es: un partido democrático-socialista de reforma”. Al Standpunkt del revisionismo Rosa le contestó con una superación diríamos hegeliana: Reforma y Revolución, elementos inseparables: “Para el Socialismo la reforma social y la revolución social forman un todo inseparable… Bernstein aconseja el abandono del objetivo final de la Socialdemocracia, la Revolución social, y convertir el movimiento de reforma, de un medio que siempre fue, en el fin de la lucha entre clases… pero como quiera que el Objetivo final (Endziel) es precisamente lo único concreto que establece diferencias entre el Movimiento socialista y la Democracia burguesa y el Radicalismo republicano burgués… al discutir esta postura  con Bernstein y sus partidarios no se trata, en último extremo, de ésta o aquella manera de luchar, de esta o aquella táctica, sino de la entera vida del Movimiento socialista.” Rosa había descubierto el efecto aniquilador del Revisonismus: conservar o no el carácter proletario en las organizaciones socialistas. Lo más grave no eran tanto los consejos prácticos sino el trasfondo objetivo que presentaba, con aires  científicos, del movimiento objetivo de la sociedad capitalista.  Era este diagnóstico estratégico optimista en las sombras del cual se derivaban las opiniones y consignas tácticas. Y el diagnóstico se asentaba en un Método oportunista, die opportunistische Methode, como le llamaba Rosa. Básicamente este Método de reflexión era más o menos la reacción y negación de las premisas básicas científicas del Socialismo que residían en El Capital. Si Marx había demostrado, al nivel lógico e histórico, que los resultados del desarrollo del Capitalismo eran la Anarquía (Anarchie) creciente de su Economía, la progresiva Socialización del proceso de producción (Vergesellschaftung des Produktionsprozesses) y una mayor conciencia de clase de los trabajadores y paralelamente en sus formas de organización (die wachsende Organisation und Klassenerkenntnis des Proletariats), el Revisionismo negaba en el mismo acto la validez de la Ley de Valor y la necesidad objetiva “la justificación del Socialismo basada en el curso del desenvolvimiento social y material de la sociedad”. El dilema de hierro era que o bien la Revolución se concebía como resultado de las contradicciones internas, en su propia historische Notwendigkeit, “del propio Orden capitalista, contradicciones que aumentan al desarrollarse éste haciendo el derrumbe inevitable, no importa el momento ni la forma en que se presente” o, como sostiene el Revisionismo el Capitalismo desarrolla “medios de adaptación” que no conocía Marx en el siglo XIX (crédito de consumo, medios de comunicación, carteles y trusts de empresas) y que son capaces de evitar y superar las contradicciones internas (inneren Widersprüchen der kapitalistischen Ordnung), evitar las crisis cíclicas, esquivar su hundimiento, con lo que “entonces el Socialismo de ser una necesidad histórica, una historische Notwendigkeit, pudiendo ser luego todo lo que quiera, pero nunca el desarrollo material de la sociedad (ein Ergebnis der materiellen Entwicklung der Gesellschaft)”. Al llegar a este punto Rosa sabe que el dilema que si el Revisionismo tiene razón el Socialismo es una mera idea ética, una fantástica utopía más entre Moro, Campanella, Harrington y los falansterios. That is the question… No era casualidad que premonitoriamente ya en esta discusión el ala derecha del SPD apodara a Rosa con el calificativo de “anarcosocialista”. De manera premonitoria, Rosa había afirmado en una carta a Sonia Liebknecht que “a pesar de todo, espero morir en mi puesto, en una batalla callejera o en una prisión”.

    Sabemos el oprobioso final: fue asesinada con crueldad en 1919 por los antepasados de los nazis, las fuerzas paramilitares Freikorps, con la complicidad de parte de la dirigencia de su antiguo partido socialdemócrata. Con ella cae otro dirigente fundamental de la nueva izquierda alemana: Karl Liebknecht. Rosa fue un cadáver más en el Landwehrkanal que atravesaba Berlín. Su crimen se cubrió de impunidad. Una densa impunidad institucional de la cual se intuía demasiado, pero de la cual se sabía muy poco. Hasta ahora. La historia policial –decía Peter Brooks– es la narrativa de las narrativas, su estructura clásica desnuda la estructura de toda narrativa posible. En otras palabras, cuando el yo narrador busca pistas y reúne la información en un todo coherente, es un reflejo de nuestro propio acto de lectura. Chesterton afirmaba que él se quedaba con aquel que consagra un relato breve a afirmar que puede resolver el misterio de un asesinato, antes que con aquel que dedica un libro entero a decir que es incapaz de resolver el problema de las cosas en general. Gietinger cumple el confirma la hipótesis de Brooks y el principio chestertoniano: nos ofrece una definitiva investigación política-criminal de su violenta muerte, en un relato estilo thriller alemán, un Realkrimi, que nos mantiene conteniendo el aliento físico y moral hasta el final. Sin ninguna intención de hacer un pleonasmo, Gietinger afirma que el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht es una de las grandes tragedias de Europa del siglo XX, ya que casi ningún asesinato político ha conmovido tanto las conciencias y ha cambiado el clima político en Alemania como el de la noche del 15 al 16 de enero de 1919 frente al hotel con el paradójico paradisíaco nombre de “Edén”. La ignominia de 1919 será el preámbulo del despertar nacionalsocialista de 1933. O como dice Gietinger: “lo que los líderes del SDP no entendieron al hundir el cuerpo de Luxemburgo en el Canal Landwehr, es que estaban hundiendo la República de Weimar junto con él”.

    El libro se estructura a partir del estado de shock social en las postrimerías de 1918, la sombra de la victoriosa Revolución de Octubre  rusa planeaba sobre la Alemania derrotada y en plena efervescencia consejista. En este marco, la crisis termina afectando a los partidos obreros, que empiezan a fraccionarse acompañando la polarización política y el aumento del derrumbe económico. Se presenta una situación revolucionaria ideal, tanto del lado objetivo como del subjetivo, líderes capaces y una organización llamada Liga Spartakus, pero para la burguesía nunca hay callejones sin salida. Gietinger descubre cómo el Estado en pleno naufragio desarrolla rápidamente sus propios mecanismos de reacción, político-militares, institucionales,  extra institucionales, para aniquilar el kairós revolucionario. Se movilizan tropas de asalto que llegan del frente, se constituyen los cuerpos francos, los Freikorps, anticipo organizativo de las futuras SA y SS de Hitler. No se puede consentir la caída de la capital, Berlín: el partido socialdemócrata, que ya había traicionado sus ideales votando chauvinistamente los créditos de guerra en 1914 (el único diputado en negarse fue precisamente Liebknecht) coincide con las viejas fuerzas del régimen Junker. La capital se encuentra bajo una dictadura de facto a cargo de la Garde-Kavallerie-Schützen-Division (GKSD), una unidad de élite paramilitar ad hoc, traída desde Francia, cuya misión era exterminar toda posibilidad de levantamiento popular y eliminar a los comunistas berlineses. La GKSD se transformaría en la columna vertebral de la reacción del Poder en la situación revolucionaria de 1918-1919, en los vagones de transporte con los que llegaron del frente, se leían amenazantes graffitis: “¡A Berlín! ¡Abajo Liebknecht y sus camaradas!”

    En la noche del 15 de enero de 1919 son apresados Rosa y Karl, a las pocas horas serán asesinados. ¿Quién los mató? El GKSD oficialmente anuncia que Rosa fue linchada por una turba incontrolada y arrojada al canal; en cuanto a Karl le tuvieron que disparar porque se había fugado. En pocos días la verdad fue surgiendo, el GKSD era el responsable. Pero: ¿quiénes fueron los asesinos? ¿Quién emitió la orden de ejecutarlos? Gietinger, después de escarbar en una montaña de mentiras oficiales, desvíos jurídicos y falsos testimonios, puede individualizarlos. El asesino de Rosa es el teniente naval Hermann Souchon, que subido al estribo del coche en que la transportaban, le dispara con una pistola en la sien izquierda. Ella murió instantáneamente y su cuerpo fue arrojado al canal por el oficial de transporte Kurt Vogel en el puente Lichtenstein. Son las 23:45 horas del 15 de enero de 1919. La ignominia no acaba aquí, soldados roban pertenencias personales como trofeos de guerra: su cartera con una edición de bolsillo del Fausto de Goethe, un zapato, una carta nunca enviada a Clara Zetkin. El doble asesinato había sido ordenado por Waldemar Pabst, primer oficial de personal general del GKSD, apodado “pequeño Napoleón”, quien se atribuyó orgullosamente la responsabilidad de los asesinatos en una serie de notorias entrevistas en los 1960’s, afirmando que “los tiempos de guerra civil tienen sus propias leyes” y que los alemanes deberían agradecer a ambos (a él y a Gustav Noske, ministro de defensa socialdemócrata) “de rodillas por ello, ¡construyan monumentos con nosotros y nombren calles y plazas públicas después con nuestros nombres!”. Hitler agradecería ex post el rol clave de Noske, afirmando que “era un roble entre estas plantas socialdemócratas”. Gietinger descubre que Pabst, disfrazado de civil, asiste a mítines del USPD y de Spartakus, que incluso escucha los discursos públicos de Liebknecht y Luxemburg (a la que no conocía hasta su llegada a Berlín); ellos son su auténtica Némesis. Pabst inmediatamente pone su unidad al servicio del ministro Noske; se intercepta la correspondencia de ambos líderes, se pinchan sus teléfonos, se combina el trabajo con fiscales de la extrema derecha, la pinza se cierra. Los gastos de la GKSD los sufraga el Comando Supremo del Ejército, los gastos extraordinarios son cubiertos generosamente por dos grandes industriales: Hugo Stinnes y Friedrich Minoux.

    La investigación de Gietinger no concluye aquí, hablaría mal de su libro: revelará la densa trama post-asesinatos, político-jurídica-institucional-mediática, que encubrirá a ejecutores e ideólogos, siguiendo el hilo rojo que concluye en los años 1960’s. Es la farsa de la tragedia. Su primer y apasionado biógrafo Paul Frölich, que se equivoca al identificar a su asesino,[6] decía con razón que “la prostituida Justicia y la Razón de Estado se unieron para echar tierra sobre sus asesinatos”. Hubo una serie de juicios estrambóticos en los que los líderes del SPD se pusieron de acuerdo con los asesinos, nombrando a sus colaboradores… como jueces; Gietinger los califica como “los juicios más descarados y mendaces de toda la Historia legal alemana”. Ya en la Alemania occidental de la década de 1960, cuando Pabst reveló a Der Spiegel que había ordenado el asesinato y revelado el nombre de Souchon, afirmando que “participé, en aquel entonces (enero de 1919), en una reunión del KPD, durante la cual hablaron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Me llevé la impresión de que los dos eran los líderes espirituales de la revolución, y me decidí a hacer que los mataran. Por órdenes mías fueron capturados. Alguien tenía que tomar la determinación de ir más allá de la perspectiva jurídica. No me fue fácil tomar la determinación para que los dos desaparecieran… Defiendo todavía la idea de que esta decisión también es totalmente justificable desde el punto de vista teológico-moral.” En el consiguiente escándalo, el gobierno federal emitió un escueto comunicado oficial en el que calificaba el doble homicidio como una “ejecución legítima” durante el estado de excepción. Quizá Gietinger tenga un pequeño fallo estructural en su escrúpulo forense: la importancia epocal y la repercusión teórico-política de los asesinatos, el “efecto mariposa” en la Izquierda histórica e incluso el propio Marxismo como Teoría crítica y Praxis de vanguardia. El propio perfil del autor restringía la capacidad de conclusiones materialistas profundas. Al no subrayarlos y establecerlos, pensando por defecto en una suerte de autoevidencia en el lector de 2019, el libro sobreestima la capacidad analítica lectora, incluso de los militantes que reivindican su pensamiento y obra. ¿Por qué fue una tragedia para la Izquierda occidental la desaparición tan temprana de Rosa y Karl? ¿Cómo hubiera impactado su Teoría crítica que combinaba acción directa con formas democráticas de base? Finalmente, Gietinger nos ofrece mucho material en su apéndice: perfiles de asesinos, cómplices y encubridores, fotos inéditas, mapas y documentos imprescindibles para comprender la tragedia.

    Rosa, hoy olvidada, es para muchos meramente icónica, lejana, extraña, pero no hay duda que su combate es y será el nuestro. Ayer, como hoy, el profesionalismo de una nueva clase de políticos profesionales e intelectuales generaba en el seno del movimiento obrero más avanzado de Occidente y en sus partidos políticos el Cretinismo parlamentario, el Oportunismo teórico y la corrupción del Poder. No sólo eso, la miseria del Parlamentarismo desarmado en Weimar abrió las puertas de par en par a la Reacción. La muerte de Rosa fue el primer acto de ascenso del Nacionalsocialismo en Alemania, el disparo de salida para formas cada vez más totalitarias. Parafraseando al historiador y biógrafo de Trotsky y Stalin, Deutscher, el crimen fue el último triunfo de la Alemania imperialista-monárquica de Bismarck y el primero del futuro IIIº Reich de Hitler. Haffner en su Deutsche Revolution 1918/19 señala con justeza que el asesinato impune de Liebknecht y Luxemburg fue el preludio de la matanza por venir, la obertura sangrienta del Nacionalsocialismo sobre Europa.

    El combate mortal de Rosa contra el Colonialismo-Imperialismo, el Estado autoritario y la guerra se desarrolló en tres frentes simultáneos, no cronológicos. Tres momentos que se entrecruzan y conforman el cénit del Pensamiento político más audaz y avanzado del siglo XX. El libro de Gietinger –y ese es uno de sus grandes méritos– nos permite reflexionar sobre la utopía de una reconstrucción abierta de Marx, nos ayuda a vislumbrar los reflejos de un posible Mundo en el cual la Izquierda realmente enarbolaba los principios de Marx encarnados en la Teoría y en la Praxis, una Izquierda en la que las ideas internacionalistas y pacifistas seguían siendo más decisivas que cualquier autodeterminación nacional o momento populista, una Izquierda en la cual el fin de llegar al reino de la Libertad era superior a cualquier cargo parlamentario, una Izquierda en la cual la Revolución proletaria no tenía ninguna necesidad del Terror, una Izquierda que “odia y aborrece el asesinato”.


[1] Klaus Gietinger: Eine Leiche im Landwehrkanal. Die Ermordung Rosa Luxemburgo, Nautilus, Hamburg, 2018. Nacido en 1955 es escritor, guionista, director de cine y sociólogo; como autor ha publicado una biografía novelada de Marx: Karl Marx, die Liebe und das Kapital, 2018; tiene una dilatada trayectoria en cine, TV y documentales, un autor multipremiado, de los cuales se destaca “Hitler vor gericht” (2009), “Wie starb Benno Ohnesorg?” (2o17), donde demuestra que el estudiante de izquierda no murió accidentalmente sino fue asesinado por la policía el 2 de junio de 1967, su último trabajo es un docudrama sobre la relación entre Marx y su sirvienta Demuth: “Lenchen Demuth und Karl Marx” (2018). Web del autor: http://gietinger.de/
[2] Edición en español: Jörn Schütrumpf, Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad, Fundación Rosa Luxemburg-Publicaciones Oficina Región Andina, Quito, 2010.
[3] Karl Kraus: “Antwort an Rosa Luxemburg”; en: Die Fackel, November, 1920, p. 8.
[4] Rosa Luxemburg: Complete Works, Volume I, Economic writings I, Verso, London, 2013.
[5] Rosa Luxemburg: Introducción a la Economía Política; Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1982.
[6] Paul Frölich: Rosa Luxemburgo: vida y obra; editorial Fundamentos, Madrid, 1976; aunque la biografía es de 1939; Frölich había sido designado por el KPD para realizar las obras completas de Luxemburg, planificada en nueve tomos, de los que tan solo aparecieron tres hasta 1928.

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