domingo, enero 28, 2007

El hijo de Stalin y la metafísica

En ninguna de sus biografías, Stalin vino al mundo. Hecho extraño, incluso en las oficiales o semioficiales, como la de los apparatchikis Iaroslavski, Beria o el luego ejecutado Abel Enukidzé (burócratas que disfrutaron de su dictadura y que se divertían con él) o de miopes al estilo Barbusse, las coloquiales como Ludwig, incluso las objetivas y críticas de Boris Souvarine o francamente hostiles y agresivas, como la de Trotski y la de los mencheviques georgianos que fueron sus compañeros de militancia. En todas ellas Iosif Vissarionovich Dzhugashvili tiene un carácter humoso, opaco e inconsistente. Su ascenso al poder fue tan natural y silencioso que da la sensación de ser un hombre sin atributos y que no atraía la atención de sus contemporáneos. No sabemos nada de su padre (Vissarion, un oscuro y violento zapatero alcohólico que murió cuando tenía once años), del cual ha hablado poco (y con reticencia). No hay una acumulación de recuerdos de hermanos (tenía tres, que fueron muriendo durante la infancia, quedando como hijo único), vecinos, maestros, amigos de la infancia, como en el caso del superculto a Lenin. Nada de colecciones de cartas personales y políticas íntimas y reveladoras, ni diarios o notebooks de densa escritura que trasluzcan su élan vital; ninguna autobiografía de vuelo literario al estilo Trotski. Ni de la profesión elegida para él por su madre: ser sacerdote, y es que en Georgia los ambiciosos elegían casi siempre esta carrera porque era la única que permitía a un plebeyo no ruso elevarse socialmente y llegar a ser funcionario del estado. Todo en Stalin es secreto, salvo acciones públicas perfectamente planificadas y documentos purgados. Cuando cumplió cincuenta años, en 1928, incluso el patético Pravda hizo esta misma afirmación: “Stalin, el enigma”. Su vida era cuestión de estado y viceversa: en 1935 Lavrentii Beria, jefe de la policía política (GPU) pronunció un discurso que duró dos días acerca de la ejecución de unas instrucciones perentorias cuyo título eran “Los primeros escritos y las primeras actividades de Stalin”. La “ratio” de la policía política decidía en esos tiempos la falsedad o verdad histórica de los documentos o datos biográficos de Stalin. Estamos tratando con uno de los ejemplos más sorprendentes (sólo comparable a Octavio Augusto a algún populista latinoamericano) de un hombre que ha conseguido inventarse a sí mismo. Todo el mecanismo de agitprop del centralizado estado soviético (prensa, radio, cine, libros de texto, manuales académicos, publicaciones partidistas) han sido consagrados a la tarea de moldear ex novo el pasado del Vzhed (Líder) de acuerdo a sus deseos caprichosos. Todo cuestionamiento a la ortodoxia documental es traición y los críticos son suprimidos (junto con las pruebas). El biógrafo se encuentra con Stalin, como reconoce Laqueur, frente a la tarea sin precedentes de convertir espejos y sombras en realidad.

Koba, “el indomable”, no vivía sólo de la política clandestina en la penosa Rusia zarista. A pesar de ser un revolucionario profesional se casa el 22 de junio de 1904 en Gori, su montañoso pueblo natal, una zona industrial de Georgia. Un antiguo alumno del seminario del cual era alumno Koba celebra la boda en la iglesia de San David de Tiflis. En la Rusia zarista no existe el matrimonio civil y solamente puede registrarse y es legal el matrimonio religioso. Por este motivo no sólo Stalin, sino Lenin, que consideraba inconveniente la existencia de la idea de Dios, se había casado por la Iglesia; Trotski mismo había recibido en la cárcel, junto con su esposa, la bendición de un rabino durante su traslado a Moscú. El pueblo natal de Stalin, Gori es el más importante de aquellos “mundos de bolsillo”, microcosmos enclavados por todo el antiguo reino de Georgia, que sigue siendo, como entonces, un verdadero museo de la historia. No fue sino la política bolchevique de las nacionalidades la que dividió esta zona en 16 provincias-naciones ridículas. Durante su infancia “Soso”, como le llamaba su madre a Stalin, se codeó con una verdadera Babel de pueblos sin historia: judíos azkhenazíes, tártaros, moldavios, kurdos, estonios, polacos, checos, avars, kuniks, laks, ucranianos y por supuesto rusos blancos que dominaban los centros administrativos y la incipiente burguesía de la industria. Cuando Soso elevaba su mirada sobre los tejados de Gori veía al Kazbek que yergue su cima a más de 5.000 metros en el cielo. Los días de fiesta y de mercado, los miembros de las tribus de las altas montañas bajaban a Gori, resplandecientes de bordados de plata y oro, con sus cinturones de cuero lustrado llenos de cartuchos de balas, con sus puñales de largo puño con vainas aceitadas. Pendencieros, desconfiados, batalladores, estos montañeses se entregaban con facilidad a las luchas locales sangrientas en las cuales parientes y amigos estaban sujetos a la vendetta más cruel. Ocultos en los agrestes desfiladeros se encontraban pueblos-museo: los svanéthianos, iberios (si, hay una zona que se denomina ¡Iberia!) o los khevsurs (khevi es en georgiano desfiladero) que en las festividades se ponían cascos, cotas de malla medievales, grebas, escudos y toda la panoplia imaginable de los cruzados de la Edad Media que dejaron en la zona luego del periplo por la Tierra Santa. Un laboratorio extraordinario para un joven que en el futuro será designado Comisario de las Nacionalidades de la joven república soviética.

Todavía no se apoda “Stalin” (acero en ruso, сталь), eso será diez años más tarde. Se puso el apodo de “Koba” por un héroe nacionalista, medio Robin Hood, que luchó con tácticas de guerrilla por la independencia de Georgia. Se había hecho popular gracias a una novela histórica de Alexander Kazbegi titulada “El Patricida” (1883). Como a cualquier humano, los apodos que eligió para despistar a la policía son reveladores del alma: Guerrillero-Bandido y Hombre-de-Acero. En el cenit de su poder, se hacía llamar todavía Koba por su círculo más íntimo, y su única obra teórica de importancia, “El Marxismo y la cuestión nacional” de 1913, estaba firmada como K.(oba) Stalin. Su casi púber esposa se llama Ekaterina Svanidzé, “Kato”, una joven de origen campesino de 15 años de edad. Existe una única fotografía, donde da una excelente impresión en su postura elegante. Trabaja como costurera en el Ejercito Imperial del Zar. Ha nacido en una aldea diminuta, Didi-Lilo y es hermana de un militante bolchevique, su camarada y amigo Alexandr Svanidzé. En 1939 no será un obstáculo para que Koba diezme a toda la familia de su primera mujer: la NKVD lo detendrá junto con su mujer, María, quién será ejecutada en 1942. El mismo día Stalin hace fusilar a otra hermana de su mujer, también de nombre María. Parece que los Svanidzé se habían permitido ciertas críticas superficiales hacia su dictadura personal. Ekaterina es una joven piadosa, saca adelante el matrimonio proletario como costurera y ojaladora. Venera a su marido como a un semi-dios y, durante las reuniones nocturnas clandestinas, ruega incesantemente al Señor para que Koba renuncie a sus ideas heréticas y violentas y sea un ejemplar padre de familia. Esta boda con una joven ajena a toda actividad política es curiosa en un militante ruso de inicio del siglo XX. La hermosa, dulce pero inculta Ekaterina, once años menor que él, le infunde autoestima y seguridad. Todo confirma su devoción por él y el amor tosco de Koba por la mujer-niña, de cabellos azabaches y grandes ojos negros que, según la leyenda bolchevique, se metió debajo de una mesa la primera vez que militantes socialistas aparecieron en su hogar. Stalin recordará, en 1910, los hermosos trajes que le confeccionaba…

El 19 de marzo de 1907 Ekaterina da a luz un varón: Yakov. Según las fuentes, la madre muere el 25 de noviembre de tifus, neumonía o tuberculosis. Koba no soporta el dolor. Deja que la familia organice los funerales. Existe una fotografía tomada en el cementerio: Koba aparece con el cabello revuelto y en punta, los rasgos duros y tensos, un rostro macilento y enflaquecido. Yakov afirmará haber nacido en 1908. Indudablemente su abuela lo inscribió con picardia campesina en marzo de 1908 para retardar el terrible servicio militar zarista. En todo caso el niño huérfano representa una terrible carga para un militante clandestino y Koba le confía el niño a su cuñada. Olvida su existencia. En un cuestionario que rellena para la policía en 1912 ante la pregunta de si tiene hijos, Koba no duda en la respuesta, a pesar de que su Yakov ya tiene cuatro años: “No”. En el mismo fichero el instructor policial anotará como seña particular del futuro "Padrecito de los Pueblos" las marcas de viruela en el rostro, que tiene dos dedos de un pie unidos y el brazo izquierdo ligeramente atrofiado. Se re-encontrará con su primogénito Yakov cuando tenga catorce años, recién en 1921. La revolución bolchevique ha triunfado y se establece el monopolio del partido único. Su padre es un burócrata importante, aunque sin domicilio fijo. Se ve obligado a recibirlo y vivirá con él en su nuevo apartamento. Este muchacho indolente y parco provocará en Stalin una antipatía inmediata que no se desvanecerá jamás. En noviembre de 1921 Stalin sigue esperando un piso cómodo en el nuevo centro de gobierno en Moscú, Lenin se hace cargo del asunto personalmente y pide a Enukizdé “que se acelere la liberación del apartamento destinado al compañero Stalin”. Obstáculos, negligencia y burocracia: nada se produce. Lenin se irrita en insiste: “¿Y el apartamento de Stalin? ¿Cuándo, entonces? ¡Como siempre esta lentitud burocrática!”. Al día siguiente se toma la decisión y Stalin se muda con Yakov.

Stalin no es sólo brutal en política. Yakov, y sus otros hijos, sabrán algo de ella. Su hija mujer Svetlana describe su laconismo y frialdad glacial, su actitud despótica con respecto a él: “Ante su padre, Yakov se sentía como un paria”. Yakov desea independizarse: lo excomulga sin contemplaciones. Yakov se casa con la mujer que quiere, la joven Zoia: se niega a recibirla o conocerla. Stalin, con amplios poderes discrecionales, corta el suministro de víveres a su hijo en pleno racionamiento. El 9 de abril de 1928 le escribe a su segunda mujer: “Transmite de mi parte a Iacha [Yakov] que se ha comportado como un hooligan y un delirante con el que no puedo tener nada en común. Que viva donde quiera y con quien quiera”. Yakov intenta suicidarse (no será la primera vez). La bala le roza el corazón. Tardará en recuperarse de la gravedad de la herida. Stalin está más furioso que antes, lanza sarcasmos e ironías sobre su suicidio: "¡No sabe hacer ni eso!". Después de graduarse en la escuela, Yakov se traslada a Leningrado para trabajar como obrero en una usina eléctrica, según los deseos de Stalin de que viva una verdadera existencia proletaria. Se inscribe en una universidad para obreros, contrariando al Vzhed. Se vuelve a trasladar a Moscú donde intenta obtener el diploma de ingeniero. El verano de 1935 es la estación de los disgustos familiares para Stalin: el año anterior Yakov abandonaba a su primer mujer (a la que dejaba con un hijo) y se aparecía en Moscú en un coche último modelo acompañado por Iulia Meltser (a la que detendrá en un campo hasta 1943), una antigua cantante de cabaret de Odessa, judía, recién divorciada de su marido y mayor que Yakov. Poco después una amante ocasional de Yakov, Olga Mijailina, daba luz a un niño al que inscribió con el nombre del padre y al que su abuelo Stalin no vió jamás. El pequeño Evgueni llegaría a ser el más fiel defensor de la memoria política del dictador y abuelo invisible: en las elecciones legislativas rusas de 1999, ya coronel de reserva, sería uno de los líderes de la lista con el nombre insólito de “Un Bloque Stalinista para la URSS”. Stalin dirige a la familia como al partido y los asuntos de estado: decisión autoritaria y sin ruegos ni preguntas. A Yakov lo obliga a inscribirse en la Academia de Artillería del Ejército Rojo en 1937, graduándose de teniente de reserva en 1940. Según los documentos de la Academia, Yakov no era un alumno brillante, pero era un estudiante silencioso y aplicado; intervenía activamente en cuestiones políticas; en marxismo-leninismo sus notas eran más bajas que en las otras disciplinas. Coherencia: Yakov conocía a fondo la falsedad ontológica del DiaMat. Finalmente Stalin lo obliga a afiliarse al Partido Comunista al año siguiente, justo cuando las tornas de la guerra se desatan sobre Rusia.

Cuando Hitler decide atacar a la URSS el 22 de junio de 1941 Yakov Dzhugashvili se presenta como voluntario. Es teniente de una batería de artillería, howitzers de 152 mm., en la 14º División Blindada. Su división es rodeada cerca de Borissov, en el gigantesco cerco alemán de Smolensk, en el eje de la autobahn Minsk-Moscú. Su brigada es rodeada, Yakov pelea con valor pero queda aturdido por una explosión y se desvanece. Cuando despierta se encuentra que sus soldados lo han abandonado. Se une entonces a una columna de fugitivos que tiraban sus uniformes y se vestían con ropas campesinas y los imitó. Es capturado disfrazado de mujik por soldados de la 17.Panzer Division, dos oficiales de la Luftwaffe lo interrogan in extenso, sin reconocerle. El momento de su captura es registrado por los PK, los corresponsales de guerra incrustados. Es enviado a la retaguardia hacia un campo de prisioneros en Borissov, campo a cargo de uno de los temibles SS-Einsatzgruppe, el “B”, dirigido por el SS-Brigadeführer de cuarenta y seis años Arthur Nebe. Nebe liquidó en el corto tiempo en el que estuvo a cargo (no más de cinco meses), más de 45.000 civiles desarmados (la mayoría judíos, gitanos y comunistas). Los Comandos Einsatz eran una fuerza especial encuadrados en el Reichssicherheitshauptamt (RSHA), la Oficina Central de Seguridad del Reich, dirigida por Reinhard Heydrich, que ya habían seguido al ejército alemán por Austria, Checoslovaquia, Polonia y los Balcanes. Su tarea era “asegurar” los territorios ocupados marchando inmediatamente detrás de las tropas y delante de la administración civil. Confiscaban armas y reunían documentación incriminatoria, seguían y arrestaban a aquellas personas que según los archivos de las SS no eran confiables y asesinaban sistemáticamente a los líderes religiosos y políticos, a los cuadros intelectuales y educativos de los países invadidos. En el primer recuento de prisioneros, un oficial da la orden que los judíos y comunistas den un paso el frente; al no entender la orden el oficial emprende la tarea preguntando prisionero por prisionero. Cuando llega frente a Yakov en un pésimo ruso le grita: “¡Por qué no ha dado un paso al frente, si eres un judío!” (Yakov tenía ojos negros, pelo negro azabache y todo el aspecto de un gitano). Yakov no responde. Pero un anónimo desde las filas le contesta: “Él no es judío. Es georgiano. Es el hijo de Stalin…”. Los alemanes quedan conmocionados. Examinan los papeles de Yakov y le envían inmediatamente con una escolta a un hospedaje confortable. Allí lo interrogan dos oficiales de las SS, primero Wilfred von Strickstrickfeldt, luego el mayor Walter Holters. En 1946 el jefe de la NKVD, Merkulov, le entrega a Stalin el acta de interrogación que fue encontrada intacta por el Ejército Rojo en las ruinas del Ministerio de la Aviación nazi en Berlin. El documento es abrumador: su hijo estaba desmoralizado, no creía en la Patria del Socialismo en un solo país, despotricaba contra la burocracia y el terror: “Yo no llevaba mapas… generalmente en el Ejército Rojo no hay mapas… Entre nosotros todo se hace a lo loco, en medio del desorden… la organización es caótica en general… reina una confusión general…los mandos eran absolutamente incapaces, porque tenían miedo de los años pasados en los campos de trabajo forzado… nuestras tropas están bien equipadas pero no saben usar el armamento…” También estaba convencido que la URSS no está derrotada, que los alemanes no tomarían Moscú y que consideraba una vergüenza haber caído prisionero. Los alemanes le piden que explique el odio general de los comisarios políticos, sobre todo a los judíos, a los que la gente considera como una desgracia nacional. Yakov, a pesar de estar casado con una judía, expone todos los tópicos del antisemitismo: “Los judíos y los gitanos se parecen, no quieren trabajar. Desde su punto de vista, el comercio es lo más importante.”. Además señaló que había hablado por última vez con su padre por teléfono el 23 de junio, y que Stalin le dijo: “¡Ve y lucha!”. Pese a las declaraciones críticas, Yakov se niega a colaborar y se mantiene sereno. Le proponen escribir una carta abierta a su padre. Se niega. Los nazis lo alojan en una suite de la GeStaPo en un hotel de Berlin, el Adlon. Goebbels pretende hacer un buen uso propagandístico de él, incluso que sea el Quisling ruso, pero no lo logra. Yakov se mantienen firme en su negativa. Stalin reacciona: manda detener a su mujer, y abrir una investigación sobre su responsabilidad sobre la rendición de su marido. La Luftwaffe deja caer sobre las tropas soviéticas unos panfletos en los que aparece una foto de Yakov conversando con dos oficiales alemanes, además de una llamada a la deserción: “Los alemanes no matan a sus prisioneros. El propio hijo de Stalin os demuestra con su ejemplo que es falso”. En diciembre es trasladado a un Oflag (Offizierslager campo para oficiales) de Hamburgo y después a otro campo de oficiales polacos, cerca de Lübeck. Se hace de buenos amigos. Allí planearán una fuga conjunta, que fracasará. Es enviado como castigo al campo de concentración KL Sachsenhausen. Allí sufre una severa depresión, se rehúsa a comer y se pelea continuamente con los aristocráticos oficiales británicos que lo tratan con desdén. Al otro día de su captura oficial, Stalin refuerza las medidas represivas en el frente de combate para evitar deserciones y rendiciones masivas y declara que no hay prisioneros de guerra soviéticos, sino “traidores a la madre patria”. El 13 de abril de 1943, Radio Berlín transmite un descubrimiento sensacional: la brutal matanza colectiva del bosque de Katyn, donde yacen los cadáveres de miles de oficiales polacos asesinados por la NKVD en 1940, al ocupar el Ejército Rojo la parte de Polonia. Los propios Einsatzgruppe pero stalinistas. En extraña coincidencia, Yakov el 14 de abril, en un curioso suicidio, se arroja voluntariamente sobre las cercas electrificadas del campo. Los guardias disparan sobre él, pero es tarde: yace muerto. Una foto de su cuerpo es enviada al Reichsführer Heinrich Himmler, quién ordena realizar un informe donde se afirma que fue muerto mientras intentaba escapar. Su cadáver es incinerado en un crematorio. Cuando la noticia llega a Moscú, Stalin manda liberar a la viuda, descargándola de toda responsabilidad en la traición de su marido. El intento de fuga y el asesinato de Yakov son inexplicables, hasta el punto de que un periodista ruso ha visto en ellos un montaje para disimular el canje de Yakov por oficiales de alto rango alemanes: ¡Stalin lo habría recibido de noche en el Kremlin y lo había matado! Según la españolísima Dolores Ibarruri, La Pasionaria, Stalin había encargado a un español infiltrado en la franquista Blaue Division, la División Azul (un tal José Parra Moya) la misión de organizar un comando para liberar a Yakov. El resultado de todo fue un decreto que creaba un nuevo organismo represivo, el “Presidio” (Katorjnye Raboty), un campo de trabajos forzados especial destinado a culpables de alta traición a la patria (colaboración activa y pasiva con el enemigo, es decir: la mayoría de los soldados prsioneros de guerra), reos que serán obligados a extraer carbón, oro y estaño en el Vorkutlag, con condenas de diez, quince o veinte años en condiciones inhumanas extremas. Stalin aparte obligó a su otro hijo, Vasilli, que era piloto, a no realizar salidas de combate. No deseaba otro caso Yakov. Stalin llegó a ofrecer 250.000 dólares de la época en la Alemania del Este por cualquier información acerca de cómo había sido muerto su hijo. Yakov fue rehabilitado en 1977, concediéndosele póstumamente la Orden de la Guerra Patriótica de 1ª clase. Yakov tuvo un papel de antihéroe durante el glásnost de Gorbachov en los años ’80. En una novela de un tal V. Uspenski titulada “El consejero secreto del jefe”, donde Trotski sigue siendo el genio maligno de la historia, Yakov juega un papel secundario y se convierte en amante de su madrastra, Nadezhda. Empezaba una leyenda…

En su alabada y quizá sobreestimada novela “La insoportable levedad del ser”, Milán Kundera sorprende a los lectores con este párrafo, mitad ficción literaria, mitad filosofía política, que nos relata la muerte del primer hijo de Stalin. Según Kundera la muerte de Yakov fue la única metafísica de toda la Segunda Guerra Mundial: “Fue en 1980 cuando pudimos leer por primera vez, en el "Sunday Times", cómo murió Yakov, el hijo de Stalin. Preso en un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial, compartía su alojamiento con oficiales británicos. Tenían el retrete común. El hijo de Stalin lo dejaba sucio. A los británicos no les gustaba ver el retrete embadurnado de mierda, aunque fuera mierda del hijo de quien era entonces hombre más poderoso del mundo. Se lo echaron en cara. Se ofendió. Volvieron a reprochárselo una y otra vez, le obligaron a que limpiase el retrete. Se enfadó, discutió con ellos, se puso a pelear. Finalmente solicitó una audiencia al comandante del campo. Quería que hiciese de juez. Pero aquel engreído alemán se negó a hablar de mierda. El hijo de Stalin fue incapaz de soportar la humillación. Clamando al cielo terribles insultos rusos, echó a correr hacia las alambradas electrificadas que cerraban el campo. Cayó sobre ellas. Su cuerpo, que ya nunca volvería a ensuciar el retrete de los ingleses, quedó colgado de las alambradas. El hijo de Stalin no tenía una vida fácil. Su padre lo había concebido con una mujer a la que, después, según todos los indicios, asesinó. El joven Stalin era por tanto hijo de Dios (porque su padre era venerado como un Dios) y, al mismo tiempo, réprobo. La gente lo temía por partida doble: podía hacerles daño con su poder (al fin y al cabo era hijo de Stalin) y con su favor (el padre podía castigar a sus amigos en lugar de hacerlo con el hijo réprobo). (...) Nada más empezar la guerra lo capturaron los alemanes, y otros prisioneros, que pertenecían a una nación que siempre le había sido profundamente antipática por su incomprensible introversión, lo acusaron de ser sucio. ¿Él, que debía soportar el peso del mayor drama imaginable (ser al mismo tiempo hijo de Dios y ángel réprobo), debía ser ahora sometido a juicio, no por cuestiones elevadas (referidas a Dios y a los ángeles), sino por asuntos de mierda? ¿Está entonces el más elevado drama tan vertiginosamente próximo al más bajo? (...) Si la reprobación y el privilegio son lo mismo, si no hay diferencia entre la elevación y la bajeza, si el hijo de Dios puede ser juzgado por cuestiones de mierda, la existencia humana pierde sus dimensiones y se vuelve insoportablemente leve. En ese momento el hijo de Stalin echa a correr hacia los alambres electrificados para lanzar sobre ellos su cuerpo como sobre el platillo de una balanza que cuelga lamentablemente en lo alto, elevado por la infinita levedad de un mundo que ha perdido sus dimensiones. El hijo de Stalin dio su vida por la mierda. Pero morir por la mierda no es una muerte sin sentido. Los alemanes, que sacrificaban sus vidas por extender el imperio hacia oriente, los rusos, que morían para que el poder de su patria llegase más lejos hacia occidente, ésos sí, ésos morían por una tontería y su muerte carece de sentido y de validez en general. Por el contrario, la muerte del hijo de Stalin fue, en medio de la estupidez generalizada de la guerra, la única muerte metafísica”. El pathos antistalinista del checo Kundera aunque caricaturiza la muerte de Yakov miente o se equivoca en lo esencial. Hoy sabemos porqué Yakov se suicidó, gracias a investigaciones realizadas en los archivos abiertos de la exUrss. El historiador británico John Erickson, que ha escrito la mejor historia de la guerra entre la Alemania nazi y la URSS de Stalin, ha podido comprobar que Yakov vivó su último año prisionero en la más absoluta y devastadora de las depresiónes. Una depresión moral y ética, porqué no: profundamente metafísica, por lo que le contaban sus propios compañeros soviéticos y polacos de las purgas y ejecuciones en la URSS, sobre la prepotencia de la Nomenkaltura, y que todo llegó a un punto de crisis sin retorno al enterarse (al leer un diario alemán) de las masacres de personalidades polacas de la cultura, maestros y militares realizadas por Stalin durante la ocupación de Polonia entre 1939 y 1941. Yakov no murió por la mierda, sino por la vergüenza de 15.oo0 inocentes asesinados en las fosas de Katyn por orden de su padre. Y esa fue su más grande virtud metafísica.

(Foto de Iakov Dzhugashvili, el hijo de Stalin, con su hijo en brazos)

viernes, enero 12, 2007

La tentación fascista de Maurice Blanchot

Blanchot, el oscuro: Maurice Blanchot es indudablemente uno de los ensayistas y literatos más fascinantes de la posguerra. Tanto como crítico literario en sus contribuciones a las más prestigiosas revistas de lettres contemporáneas, ha ejercido una función canonizadora sobre la literatura contemporánea. No sólo eso: la importancia de Blanchot ha excedido y desbordado la mera teoría literaria: ya sea por su propio discurso literario o por la naturaleza filosófica de sus reflexiones, Blanchot a generado –¿sin proponérselo?– una corriente de pensamiento desde los años ’50 de larga influencia. Barthes, Bataille, Derrida, De Man o Foucault no han ocultado el impacto blanchotienne en sus obras. El filósofo Jacques Derrida, el día de la incineración de sus restos decía gravemente: “Un hombre del que admiro tanto la fuerza de exposición, en el pensamiento y en la vida, como la fuerza de retirarse, el pudor ejemplar, una discreción única en estos tiempos. Que le mantuvo siempre lejos, deliberadamente, por principio ético y político, de todos los rumores y de todas las escenas, de todas las tentaciones y de todas las seducciones de la cultura, de todo lo que nos urge y precipita hacia la inmediatez de los medios de comunicación, de la prensa, de la fotografía y de las pantallas.” Pero su importancia teórica se contrapone a un hombre misterioso, un escritor invisible. Aparentemente, según los hagiógrafos, es un caso de hombre invisible, que ha decidido llevar una existencia anónima, en un retiro de soledad essentielle. Su obra es como su vida: externa, silenciosa, no coincide con ninguno de los movimientos de la posguerra, ni con el existencialismo, ni con el estructuralismo, ni con el postestructuralismo. La lectura de su obra conocida y publicada contribuye todavía más a este halo misterioso: un lector corriente la encontrará aparentemente simple pero oscura, con un style denso, opaco, casi inaccesible (incluso para los estándares de la industria filosófica parisina). Deliberadamente Blanchot provoca en el lector falsos pasos, hacia atrás o hacia delante, en busca de una comprensión que no existe. Su lenguaje intenta independizarse de las cosas, ser lenguaje desnudo, extraño a toda matriz o a todo servicio. Muchos intento de comprender su obra (repetimos: su obra literaria más o menos consagrada), han terminado en fracaso debido a esta evanescencia perfectamente buscada y lograda. Resulta imposible relacionar obra y mundo histórico, una obra que parece estar ausente de lo contemporáneo. Pero que sucede si intentamos lo contrario, interrogar a Blanchot, no ya desde su consagración sino desde sus inicios e invertir la fórmula. Si la literatura en términos de Blanchot es el lugar de la experiencia original, busquemos los orígenes de la obra. Situar a Blanchot en sus inicios, en sus dudas, en sus elecciones teóricas, en su lento transformarse, para intentar descubrir las bases en que reposa la arquitectura de su ouvre. La reflexión ya no es un programa mitológico para comprobar el origen de la obra como experiencia imposible, sino más bien la más modesta tarea de cómo aparece y se elabora una reflexión política sobre la literatura. O cómo se elabora literatura desde el compromiso político. Silencio y neutralidad de la palabra literaria como problemática ideológica. Uno de los peligros que nos acechan es el llamado “Vichy Syndrome”. ¿De qué se trata? Su nombre se debe al gobierno de Vichy, establecido en 1940 en la parte de Francia ocupada, y que no sólo colaboró ampliamente con el esfuerzo nazi, sino intentó un fascismo a la francesa, autóctono y bien galo. Como nos lo recuerda el autor del mejor libro sobre el régimen de Vichy, Rousso, el síndrome de Vichy consiste en un sistema heterogéneo de síntomas, de manifestaciones, en particular en la vida política, social y cultural de Francia, que revelan la existencia de un enorme traumatismo generado por la Ocupación nazi entre 1940 y 1945, particularmente ligado a las divisiones internas, a los alineamientos políticos con respecto al invasor, traumatismo que se ha mantenido, e incluso se ha desarrollado y perfeccionado, mucho después del fin de la guerra. Como Rousso argumenta, este síndrome colectivo, en algunos casos promovido y generado desde el estado (la Vª república gaullista), ha producido que los conflictos abiertos en esos años continúen sin conclusión y que los propios franceses no se hayan reconciliado con su propia historia. Ha sido una política estatal “desconstruir” la colaboración francesa con el nacionalsocialismo… El caso Blanchot es uno de los mejores ejemplos del síndrome de Vichy, quizá paradigmático. Como señala un estudioso de Blanchot “es simplemente deshonesto adular piadosamente la dimensión de lo heterogéneo en los escritos de uno de los más grandes escritores del siglo… borrando totalmente el fragmento más indigerible de su obra”.

Revolución de la derecha: durante los años ’30 en Francia Maurice Blanchot fue, antes que nada, un intelectual comprometido, radicalmente engagé. Inimaginable si uno considera sus posiciones teórico-prácticas o sus discusiones contra Sartre de la posguerra. Impensable para la mayoría de sus admiradores de la escritura “pura”, ausente, de los márgenes. Un contraste cegador entre el esteta del silencio, el littératteur construido después de 1945 que pocos pueden imaginar. A modo de ejemplo, daré dos, un reciente biógrafo de Blanchot, Pierre Mesnard, en su libro “Maurice Blanchot: Le sujet de l’engagement”, define al escritor como “novelista y crítico, nacido en 1907, su vida fue devotamente entregada a la literatura”, y según el autor si bien coqueteó con la extrema derecha en 1938 ingresó en la literatura pura; en español, en especial el año de su muerte, aparecieron diversos homenajes autóctonos en el mundo español, la mayoría pequeñas páginas miserables de hagiografía, “copy&paste” y culto al teórico de la decepción, textos cercanos al extravío, como cuando un comentarista poco avispado nos previene que “al revés de sus ensayos, su obra narrativa es prácticamente desconocida en nuestra lengua”. Justamente lo poco conocido de Blanchot son sus ensayos, en especial aquellos que escribió entre 1930 y 1945, eminentemente políticos, y que suman la impresionante cifra de doscientos, muchos nunca republicados o traducidos al español. Otro comentarista lo llama el “maldito ilustrado” y aunque menciona sus artículos en la prensa chauvinista, todo queda como un accidente en la gran ruta del ser literario. Retrospectivamente podemos decir que si Blanchot estaba comprometido con su tiempo, lo estaba del lado equivocado: su escritura y su talento se pusieron al servicio de un arco rocambolesco de revistas y diarios de la extrema droite francesa. Blanchot era, sin lugar a dudas, un activista de la nueva derecha y violento ideólogo antirrepublicano. Participaba personalmente como militante en los grupos de disidentes maurrasianos (discipulos críticos de Charles Maurras, el fundador de la Action Française). Y su pluma se puso al servicio de un variopinto número de revistas y órganos protofascistas. Todas estas publicaciones pertenecían a la corriente conocida como Jeune Droite, que critican a los maurrasianos su inmovilismo, su aceptación del marco de lucha política liberal, su legalismo y falta de acción concreta. Es la deriva fascista de la Action Française, con una mezcla ideológica de neotradicionalismo, antimaterialismo y personalismo católico integrista. Se pueden distinguir dos grandes agrupaciones de los jeunesses: 1) Las cobijadas bajo el liderazgo de Jean-Pierre Maxence, que editaban revistas como “Les Cahiers”, “La Revue Française” y la furibunda antijudía “L’Insurgé”; 2) Y la troika de Robert Brasillach, Thierry Maulnier, Jean de Fabrègues, que editaban “Je suis partout”, “La Revue universelle”, “Réaction”, “1933” (luego “1934”), “Combat” (con Pierre Drieu la Rochelle), “La Revue du siècle”, “Civilisation” y “A l’assaut”, entre otras.

La ideología y la importancia de estos grupos y revistas es difícil de calibrar, pero todos tenían algunos denominadores en común con el amplio espectro del “modernismo reaccionario”: anti-democracia, anti-igualitarismo, anticomunismo, corporativismo neomedieval, crítica de los derechos del hombre y de las libertades civiles, anti-universalismo, racismo. A los ojos de estos círculos por más de un siglo las “ideas de 1789” habían sido responsables de la decadencia de la nación francesa, de su integridad, honor y virilidad. A la crisis económica de 1929, se le sumó el ascenso del nacionalsocialismo, la consolidación de Mussolini y la ascensión de las izquierdas en España y Francia con los frentes populares. Francia se dividió, y el polo de la extrema derecha se movió hacia el golpe militar y la insurrección. Paradójicamente, mientras la izquierda institucional representaba la defensa de la legalidad democrática burguesa, la derecha protofascista se hacía insurreccional y antisistema. Como Blanchot escribía en Le Rempart en el artículo “Quand l’Etat est revolutionnaire” (24 de abril de 1934), en el contexto de un intento de golpe de estado derechista fallido: “Hoy los signos de crisis política general están en todas partes. Después de haber vivido por muchos años con el sentimiento de orden y seguridad… nos encontramos enfrentados con una delegación de los intereses privados guardados celosamente por sus representantes: no hay estado a la izquierda”.

Derivas fascistas: “No es fácil escribir sobre Maurice Blanchot”, recordaba su amigo el filósofo Emmanuel Lévinas, y sabía por qué. ¿Lévinas conocía el viaje sin retorno de Blanchot al fascismo? Los primeros artículos del joven Blanchot datan de 1931, aparentemente son literarios. “Mahatma Gandhi”, el primero, fue publicado en el último número de una revista marginal, “Cahiers de littérature et de philosophie”, editada por estudiantes católicos reaccionarios, aunque se reclamaban “cristianos revolucionarios”. La idea blanchotiana es que la renovación espiritual europea, comparándola con la de la India en rebelión, sólo puede realizarse como una empresa de “purification nationale”. El editor de la revista es un seminarista apasionado y fanático de Maurras, ya lo nombramos, Jean-Pierre Maxence (por cierto: reciclado en la industria editorial francesa omitiendo su pasado); la ideología tiene mucho de la teología de Maritain y en ella se mezclan artículos literarios con conclusiones bien políticas. Se pueden leer artículos de Maritain, Bernanos, Chesterton, Marcel, Eliot, Jacob, Supervielle, incluso un monográfico dedicado a antimoderno Charles Péguy (una de las fuentes del fascismo, según palabras del mismo Mussolini). Al inicio de los años ’30 el discurso blanchotiano es una crítica literaria y cultural que se transforma progresivamente en pensamiento político y en llamada a la acción, a tal punto que lo literario queda eclipsado por lo político. Blanchot cree que la crítica literaria debe tener siempre un juicio de valor, esencialmente antimarxista y nationaliste. Todos los biógrafos y hagiógrafos coinciden en que existe un punto de ruptura entre los años 1931 y 1933: si en los primeros años de la década se mezclan artículos de crítica literaria con corolarios políticos más o menos solapados, ya en 1933 Blanchot se transforma en un escritor político puro y duro. Se trata de una radicalización y politización extrema de toda Francia, se diría epocal, los prolegómenos de una verdadera guerra civil encubierta, pero la de Blanchot en especial refleja casi sismográficamente la evolución de la “Jeune Droite” en particular. El cambio radical fue la coyuntura histórica de 1932, año fatal en lo económico (llegan los efectos del crack del ’29 a toda Europa) y político (las izquierdas se unifican en un Bloc des gauches, un experimento político inédito y están al borde de conquistar el poder por medios pacíficos). Blanchot declama contra la perspectiva demoníaca, no sólo del liberalismo, sino del previsible triunfo del Front Populaire liderado por el judío bolchevique Leon Blum. Negativamente habla de la necesidad de un renaissance político, contra el individualismo burgués, contra la decadencia democrática, “fille du nombre et de la quantité”, denuncia el estatismo y la lucha de clases. A su vez defiende la soberanía monárquica (el principo de gobierno decisionista de una sola cabeza), la sumisión de nuestra vida a un “bien común” corporativo (el orden católico integrista y su utopía comunitaria). Si Maurras y la vieja guardia se basaban en la filosofía política del neotomismo, la “Jeune Droite” se basa en la fenomenología existencial de Martin Heidegger y en las conclusiones políticas derivadas de su libro de 1927, “Ser y Tiempo” (Sein und Zeit). Ya en aquellos años la mentalidad protofascista francesa sacaba las conclusiones más reaccionarias de la filosofía heideggeriana sin problemas. El discurso revolucionario de Blanchot tendrá una estructura paralela a la forma de las críticas literarias que luego se condesaran en su obra “Faux Pas” (1943), netamente antimodernista (como por ejemplo, al rechazar la claridad como cualidad adecuada para evaluar la perfección de la literatura francesa) y nacionalista (como por ejemplo, en un artículo sobre el crítico alemán Curtius, al defender la especificidad francesa en los temas psicológicos del hombre y al defender una idea de hombre, no isolé et abstrait, sino la personne vivante, el hombre-en-el-mundo, en su relación más ontológica con la sangre y la tierra). Ya en esos años aparece una de las ideas fundamentales de la concepción literaria blanchotiana: la creación literaria exige la transformación de lo accidental en un orden y armonía necesarios. La literatura verdadera realiza l´harmonie concrète, entre lo puro y lo esencial y una acción real que cumple el destino de una persona existente. En sus artículos en Le Rempart, Blanchot polemiza agriamente contra la “inhumana Declaración de los Derechos del Hombre”, contra la “Idée 1789”, es decir, todos los ideales de la revolución francesa, que desde su punto de vista habría redefinido desastrosamente el concepto de libertad, descontextualizada de sus antecedentes históricos, liberada de las relaciones naturales (no es otra cosa que la crítica de Burke y De Maestre reciclada). La única solución al desencantado y disfuncional republicanismo decadente, observa Blanchot, es una insurrección de nuevo tipo, tal como lo demuestran las exitosas aventuras de Italia y Alemania: “cuando el estado es incapaz de trabajar para el estado y a favor de la nación, el bien público sólo puede ser defendido por la resistencia contra los poderes políticos… las aventuras de Italia y Alemania son, en este aspecto, plenas de promesas…” El 6 de febrero de 1934, en el contexto internacional del fortalecimiento de Hitler y la remilitarización de Alemania, y en el de una crisis gubernamental por el Affaire Stavisky, se produce un intento de golpe de estado de las organizaciones de la extrema derecha francesa en la Place de la Concorde. Los disturbios callejeros y represión policial dejen 15 muertos y 3000 heridos. El golpe falla al dudar el ejército y levantarse una oposición de la izquierda y los sindicatos. En un artículo en Combat, “Le Fin du 6 Février, 1934”, Blanchot recordará esta magna fecha y calificara al intento de putsch como “magnifico por la virtud de su ardor, por su devoción y sus acciones sublimes”. Otra vertiente ideológica de la Jeune Droite será, por supuesto, Nietzsche, aunque mucho de sus escritos no se han traducido al francés, el recurso ideológico vendrá de segunda mano. Las profecías neonietzscheanas concernientes a la declinación de las naciones blancas, la aristocracia de los mejores y más fuertes, al advenimiento de una nueva Edad Media, abundan entre Blanchot y sus compañeros de ruta. Thierry Maulnier (Jacques Talagrand), el editor de Combat y amigo de Blanchot, escribirá uno de los primeros estudios franceses importantes: “Nietzsche” (1933) y Drieu La Rochelle escribirá el mismo año “Nietzsche contre Marx”. Maulnier, dicho sea de paso, ha escrito la introducción exultante de la traducción al francés del libro protofascista del jungkonservative alemán Arthur Moeller van den Bruck Das Dritte Reich, “El Tercer Reich”.

Terrorismo de derecha y antisemitismo: de 1936 a 1939 Blanchot será un colaborador regular de dos revistas de la extreme droite: L’Insurgé y, como vimos, Combat. L’Insurge tenía un curioso lema: “Contre les oligarchies, au service du Peuple et de la Patrie” y poseía vínculos con una de las principales organizaciones terroristas de la extrema derecha activas durante la década de los ’30, la "Organisation secrète d'action révolutionnaire nationale", conocida como La Cagoule de Eugène Deloncle. La revista funcionará en las mismas oficinas de La Cagoule en la calle Caumartin. Brevemente la organización intentaba a través del terror desestabilizar la república (con asesinatos, uno muy famoso como la ejecución por orden de Mussolini de los hermanos Rosselli, dos intelectuales antifascistas exiliados en Francia; con atentados a la izquierda, contra aviones comprados por la República Española, o contra la derecha, contra la sede de la patronal francesa, para acusar a la izquierda). Con apoyo financiero de Mussolini y Franco (quien incluso le envía armas), La Cagoule intenta otro coûp de main en noviembre de 1937. Fracasa y unos 120 miembros son arrestados a lo largo del año 1938. La mayoría de sus integrantes y sus cuadros dirigentes luego de 1940 participarán en el gobierno fascista y colaboracionista de Vichy o en la zona ocupada por los alemanes. Se rumoreaba que en la organización paramilitar participaba incluso De Gaulle y otros generales en actividad.

En sus sesenta y siete artículos en L’Insurge, Blanchot profundizará sobre la tercera vía entre la democracia liberal y las ideas colectivistas del socialismo y el comunismo, y llamando al uso de la fuerza contra el régimen, hasta que en marzo de 1937 las autoridades lo detengan (hecho poco conocido entre sus admiradores), junto con cinco miembros del comité editorial, por incitación al asesinato. Desde la revista los articulistas pedían venganza a sus lectores y militantes por la reciente muerte de dos activistas de extrema derecha a manos de la policía, y la venganza debía recaer en las muertes de León Blum y el líder del PCF, Maurice Thorez. Blanchot razonaba que si la democracia no es capaz de proteger a sus ciudadanos, si su justicia es sectaria, es tiempo que los ciudadanos más conscientes tomen el asunto en sus manos. El periodismo literario-político de Blanchot será un ejemplo paradigmático de este ethos protofascista, insurrecionalista de derechas, sediciosamente extraparlamentario, donde el climax será el artículo “Le Terrorisme, méthode de Salut Publique” de 1936. A un poder injusto, a un parlamento que erosiona la economía nacional, tiránico, arbitrario, que anuncia “la ruine” de Francia, un ruina en la que confluyen la democracia liberal, el socialismo de los profesores y el marxismo, se opone un “juste révolte”, la promesa de una magnifica revolución “nécessaire et nationale”, que salvará a Francia y fundará un Orden verdadero. La democracia liberal, en ese momento gobernada por El Frente Popular, difama a la verdadera fuerza nacional y produce sólo desorden. La ideología republicana, basada en “l’absurde philosophie pacifiste” ignora o pretende subestimar la superioridad de la violencia. ¿Y el marxismo? No es ni un partido revolucionario, ni un ideal, ni puede pretender inspirar ninguna fuerza verdaderamente revolucionaria… el marxismo es sobre todo extraño a la idea, a la acción, a la fe revolucionaria, porque, como el socialismo, ignora la verdadera fuerza subversiva: la pulsión Nationale. Si localmente el acceso al poder de las izquierdas en junio de 1936 se vivió como una catástrofe en la nueva derecha francesa, en el preludio de la bolchevización de Francia, el golpe de estado de Franco en julio de 1936 en la España republicana despertó sus esperanzas. Blanchot se transforma en un entusiasta de la causa nacional de la Falange, argumentando fervientemente a favor de que Francia interviniera, al lado de la Alemania nazi y la Italia fascista, del lado de Franco. El artículo, “Les deux trahison? Le Front Populaire a ruiné l’internationalisme et ‘turquifié’ la France”, reclama que Francia apoye la lucha antirrepublicana del fascismo español para poder re-establecer sus credenciales de potencia en el juego de la geopolítica mundial; además, Blanchot daba la voz de alarma que como Hitler era el aliado más confiable de Franco, los franceses estaban perdiendo un esfera de influencia históricamente francesa. El antisemitismo y xenofobia normal de la extrema derecha de la época no se hace esperar: en un artículo sobre León Blum, titulado irónicamente “Blum, notre chance du salut”, se lo califica como “el representante de lo más despreciable de nuestra Nación… una ideología atrasada, una mentalidad senil, una raza extranjera”. En ese número en especial, para que calibremos el contexto de la diatriba, en la cubierta de la revista aparece una caricatura antisemita de Blum: el líder socialista aparece con los típicos rasgos judíos exagerados (nariz ganchuda, protuberancia craneal, ojos saltones, labios libidinosos) blandiendo un Menorah apoyado en una pila de ataúdes (una alusión a cinco trabajadores muertos por la Guardia Nacional en el curso de una marcha antifascista de la izquierda). Es la misma época en que Céline inicia su propia deriva antisemita con su pamphlet “Bagatelles pour un massacre”. Como bien señalan dos estudiosos de la cuestión judía en Francia, Paxton y Marrus, “el antisemitismo jugó un importante rol en la derecha francesa para oponerse violentamente al gobierno del Frente Popular de Blum. La sensibilidad antijudía del francés medio es remodelada desde una visión del mundo que engloba lo económico, lo social y lo político, transformándose en un arma combativa, el cri de coeur de un movimiento opositor que se presentaba como defendiendo a Francia de un cambio revolucionario”. La ensayística de Blanchot se encuadra perfectamente en estas coordenadas. Cuando Hitler reocupa militarmente la zona industrial y minera del Rhin en abril de 1936 (violando todos los tratados) y la guerra parece inminente, Blanchot escribe “Après le coup de force allemande” que “nada es tan pernicioso como la propaganda del ‘honor nacional’ promovida por sospechosos oficiales extranjeros [judíos] en las oficinas del Quai d’Orsay [Ministro de Relaciones Exteriores] que intentan forzar a jóvenes franceses a entrar en una guerra en nombre de Moscú o Israel”. En otro artículo de 1936 sobre el terror como método de salud pública, “Terrorismo comme méthode du salud publique”, Blanchot distingue un antisemitismo razonable en tanto anticapitalismo (recordemos que una de las fuentes del fascismo francés es la izquierda) del vulgar antisemitismo basado en la biología de los nazis. Vuelve sobre los temas trillados (antirepublicanismo, antiliberalismo, heroicidad y uso de la violencia sin límites) para calificar al gobierno de Blum de detestable, “eso que con solemnidad se ha llamado el experimento Blum… una espléndida unión, una alianza sagrada… de soviéticos, judíos e intereses capitalistas”. Allí está la paranoica conspiración de comunistas, judíos y plutócratas, un clásico de la demonología fascista y parte indisoluble de la imaginación paranoica de la extrema derecha. El 1º de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia y estalla la Segunda Guerra Mundial; poco tiempo después, entre mayo y junio de 1940, Francia es derrotada ignominiosamente en seis semanas por la Blitzkrieg alemana. Pero para los jóvenes turcos de la Jeune Droite la derrota es la oportunidad de un nuevo inicio y la demostración que la era de la indecisión y de la democracia liberal fue la causante de la humillación más grande vivida por los franceses. Como dijo el maestro, Charles Maurras, el triunfo extraño de Alemania fue una “sorpresa divina”. Blanchot también se comprometerá con este Nuevo Orden, y es quizá la parte de su vida más oscura.

(Imagen: Montaje de Maurice Blanchot con el escudo de la École de Uriage)