domingo, marzo 29, 2009

Nietzsche como Lector (VI)


Contra la lectura ilustrada: como hemos visto Nietzsche tiene profundas objeciones a la práctica de lectura tal como aparece impuesta por la Modernidad burguesa. La mejor expresión de su posición filosófico-política reaccionaria contra la revolución de la lectura en el siglo XVIII se encuentra en el Vorrede de su libro Jenseits von Gut und Böse (1886), donde las razones más profundas de esta Kulturkritik son explicitadas: “La lucha contra la opresión cristiano-eclesiástica durante siglos ha creado en Europa una magnifica tensión del Espíritu (Spannung des Geistes), como no la había habido antes en la Tierra: con un arco tan tenso nosotros podemos tomar ahora como blanco las metas más lejanas. Es cierto que el hombre europeo siente la tensión como un estado de necesidad; ya por dos veces se ha hecho, con gran estilo, el intento de aflojar ese arco, la primera por el jesuitismo (Jesuitismus), y la segunda por la Ilustración democrática (die demokratische Aufklärung) a la cual le fue dado de hecho conseguir, con ayuda de la ‘Libertad de Prensa’ (der Pressfreiheit) y de la lectura de periódicos (Zeitunglesens), que el espíritu no se sintiese ya tan fácilmente a sí mismo con ‘Necesidad’ (Noth) –Los alemanes inventaron la pólvora, ¡todos mis respetos por ello!, pero volvieron a errar, inventaron la Prensa– Mas nosotros que no somos ni jesuitas, ni demócratas (noch Demokraten), nosotros los buenos europeos y espíritus libres, muy libres…” Esta crítica al estilo de lectura burgués, universal y formal, decadente y que conduce a la corrupción instintiva, cuya quintaesencia es la lectura de periódicos y revistas y la forma literaria el ensayo erudito, es un tema recurrente y obsesivo en Nietzsche desde su juventud. Lo repite y reformula en sus libros, en sus conferencias, en su correspondencia y en su Nachlass. Si buscamos su raíz más antigua este prejuicio no es más que una herencia de su rígida educación luterana. En su paso por la Escuela Real de Pforta, la Schulpforta, Nietzsche sufrió el severo sistema de vigilancia y censura, donde estaban prohibidas las lecturas de diarios y revistas (inspectores ad hoc se dedicaban a la tarea), un sistema de internado clerical y conservador que era muy parecido a las instituciones militares prusianas de cadetes (sistema que Nietzsche recordaba después con horror como una “rígida y coactiva ordenación del tiempo”). Un segundo elemento de su crítica, mucho más político, es el que se deduce de su diagnóstico general de la Civilisation y de la formación burguesa basada en la expansión y universalidad, que produce una figura morbosa: el Docto, el filisteo, el erudito como contracara horrenda del Genius. Como resume en Ecce Homo: “El docto (Gelehrte), que en el fondo no hace ya otra cosa que ‘revolver’ libros… acaba por perder íntegra y totalmente la capacidad de pensar por cuenta propia. Si no revuelve libros, no piensa. Responde a un estímulo (un pensamiento leído) cuando piensa, al final lo único que hace ya es reaccionar.” La acción vitalista debe preceder a la comprensión lectora; la lectura debe tener un inicio y un fin en una acción real: “el hombre teórico no es el hombre de acción, cree en la causalidad, le gusta el conocimiento lógico.” La contrapartida es el patético y optimista theoretischen Menschen. Con la misma razón vitalista exclama en La Gaya Ciencia que “Solamente las ideas que se tienen caminando tienen valor.” Los lectores modernos, las masas lectoras, se encuentran en una especie de adicción, de trance similar al de una borrachera: leen para poder pensar “algo”. A esta forma décadent de leer, una antidionysische Tendenz, Nietzsche le opone su propio método, su lector potencial e incluso su propio Stil que intenta quebrar la lectura impersonal de la Volksbidung moderna, la ilustración democrática que propone educación para todos, libros para todos. Para Nietzsche se deber organizar una “verdadera república platónica”, cuya esencia sea “la organización del Estado de los Genios” y cuya forma es una dictadura. Comentario extenso merecería el enorme desprecio de Nietzsche por la prensa y la escritura periodística: el decadente y resentido “Socratismo” en Occidente es sinónimo de prensa, en realidad de “prensa judía”, como concluye su ensayo Sócrates und die griechische Tragoedie de 1871: “quien no comprenda como Germano la seriedad de esa pregunta (sobre la muerte del drama), es víctima del Socratismo de nuestros días, el cual, desde luego, ni es capaz de producir mártires, ni habla el lenguaje de ‘el más sabio de los helenos’, quien ciertamente no se jacta de saber nada, pero en verdad no sabe nada. La prensa judía (jüdische Presse) es ese Socratismo: no digo una palabra más.” El Sokratismus es para Nietzsche “el sentido de la Patria…es insensible hacia el futuro del arte germánico.” La conclusión es que la Ilustración “desprecia al Instinto: cree sólo en razones.” Y la misma lectura se contamina con esta degeneración. Aparte de su momento destructivo, Nietzsche propone ideas positivas, aristocráticas, que enlazan con su intento de salvar la Cultura. En algún momento se plantea recolectar meditaciones y notas para escribir un trabajo didáctico de cómo leer bien. Algo del proyecto de manual de lectura queda en su temprana obra de 1878, Menschliches, Allzumenschliches (Humano, demasiado humano), donde escribe una sección titulada “El arte de leer”, donde aclara que es simplemente se trata de “del deseo de comprender sencillamente lo que el autor dice… toda la ciencia no ha conseguido la continuidad y la estabilidad sino porque el arte de leer bien (die Kunst des richtigen Lesens), es decir la filología, ha llegado a su apogeo.” En otro capítulo, titulado “El lector”, donde señala la importancia del carácter en la lectura correcta. La mala recepción de sus libros, la carencia de lectores o los malentendidos con sus contemporáneos influyeron en que creciera la importancia de que sus potenciales lectores leyeran correctamente, como advierte en el epílogo de Die fröhliche Wissenschaft: “mientras lentamente, muy lentamente, trazo, para terminar, este negro signo de interrogación, con intención de recordar una vez más al lector las virtudes del verdadero acto de lectura –¡cuán olvidadas y desconocidas, ay!...” (La Gaya Ciencia; 383). Nietzsche retorna una y otra vez a recordar que la lectura es un arte muy peculiar: “Tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud… No en vano he sido filólogo, y tal vez lo siga siendo. La palabra ‘Filólogo’ designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud…El arte al que me estoy refiriendo no logra acabar fácilmente nada; enseña a leer bien, es decir, despacio, profundizando, movidos por intenciones profundas, con los sentidos bien abiertos, con unos ojos y unos dedos delicados. Pacientes amigos míos, este libro no aspira a otra cosa que a tener lectores y filólogos perfectos. ¡Aprended, pues, a leerme bien!” (Prólogo a Aurora, 1886).

Lectura: un ars elitista y aristocrático: en realidad lo que está en juego no es algo meramente individual, sino la cuestión más seria y decisiva de todas: recuperar la esencia germana de la corrupción del Sokratismus bimilenario: “Hay un lector que no lee en su totalidad cada una de las palabras (y mucho menos cada una de las sílabas) de una página –antes bien, de veinte palabras extrae al azar unas cinco y ‘adivina’ el sentido que presumiblemente corresponde a esas cinco palabras…”, y agrega más adelante que “¡Y nada digamos del alemán que lee libros! ¡De qué manera tan perezosa, tan a regañadientes, tan mala lee! Que pocos alemanes saben y se exigen a sí mismos saber que en toda frase buena se esconde arte –¡arte que quiere ser adivinado en la medida en que la frase quiere ser entendida! Un malentendido acerca de su tempo, por ejemplo: ¡y la frase misma es malentendida! No permitirse tener dudas acerca de cuáles son las sílabas decisivas para el ritmo, sentir como algo querido y como un atractivo la ruptura de la simetría demasiado rigurosa, prestar oídos finos y pacientes a todo staccato, a todo rubato, adivinar el sentido que hay en la sucesión de las vocales y los diptongos y el modo tan delicado y vario como pueden adoptar un color y cambiar de color en su sucesión: ¿quién entre los alemanes ‘lectores de libros’, está bien dispuesto a reconocer tales deberes y exigencias y a prestar atención a tanto arte e intención encerrados en el lenguaje? La gente no tiene, en última instancia, precisamente ‘oído para esto’: por lo cula no se oyen las antítesis más enérgicas del estilo y se derrocha inútilmente, como ante sordos, la maestría artística más sutil… El alemán no lee en voz alta, no lee para el oído, sino simplemente con los ojos: al leer ha encerrado su oído en el cajón. El hombre antiguo cuando leía –esto ocurría bastante raramente– lo que hacía era recitarse algo a sí mismo…” (Jenseits von Gut und Böse, 192; 246; 247) Nietzsche considera que la lectura adecuada requiere no sólo métodos (una mera ingeniería cultural burguesa) sino un carácter especial por naturaleza, las naturalezas fuertes (que poseen una Tendenz instintiva fuerte) pueden sumergirse en los textos como los antiguos griegos: “Para qué los griegos? ¿para qué los romanos? –Todos los presupuestos de una Cultura docta (gelehrten Kultur), todos los métodos científicos ya estaban allí, se había estatuido el gran arte, el incomparable arte de leer bien (gut zu lesen)– ese presupuesto de la tradición de la Cultura, de la unidad de la ciencia…” (Der Antichrist; 59). Para Nietzsche requiere de dos cualidades: la primera como ya vimos requiere lentitud, cuidado, predisposición a que a través de la lectura estemos predispuestos para la comprensión y la decisión (todas características vitales del Genius, del homo schopenhauer, de los buenos europeos, de los espíritus libres, del Übermensch). Lo de la lentitud se relaciona no sólo con los hábitos filológicos sino con una distinción aristocrática que Nietzsche nunca abandonará: el elogio del Otium, la nobilísima Oisiveté de las clases superiores. Leer “lento” significa sin prisa, sin demandas externas (meritocráticas) y sin cálculo ni utilidad final, salvo el de mejorar el propio carácter y contribuir a la generación de genios. Sólo una pequeña porción de hombres reclamarse con esta cualidad tan elitista de lectura, una ínfima minoría que por definición puede darse el lujo de poseer semejante vida espiritual, semejante indiferencia por el día a día. El Gelehrte burgués, prototipo de la lectura moderna como un proletario de la cultura, es un mero “instrumento de transmisión”, una “máquina inteligente”, un praktikon, una organa poietika que ha perdido irremediablemente el arte lector. En segundo lugar, pero de tanta importancia como la primera, es el compromiso personal-existencial en la lectura (y cierto entrenamiento). En teoría para Nietzsche es simple; en la práctica es muy difícil y raro. El compromiso personal (que también es una exigencia de su propia filosofía) con lo que se lee, señalado en su libro autobiográfico Ecce Homo, exige presencia de ánimo, implicación personal y “rumiar”, rumigare el texto, “masticar” el libro por segunda vez (tal como el propio Nietzsche hacía). Los lectores dionisíacos deberán alimentarse de libros en dos etapas, primero consumirlos como cualquier lector moderno y luego realizar la “rumia”. La lectura intensa sería regurgitar el material teórico semidigerido y volverlo a masticar para deshacerlo y agregarle la “saliva” del carácter. La última cualidad para practicar el arte de leer, die Kunst des richtigen Lesens, es de origen romántico-aristocrática: se trata de tener coraje y audacia, un actitud inactual y pesimista que mira al mundo tal cómo es. El modelo no es Platón (primer décadent de estilo) sino, nos dirá Nietzsche, Tucídides o Maquiavelo, quienes tienen “la voluntad incondicional de no dejarse embaucar por nada y de ver la razón en la Realidad, –y no en la Razón, y menos aún en la ‘Moral’…” No es aquí el lugar para señalar la radical valencia política de el combate de Nietzsche contra el nominalismo (una querelle de los conservadores y reaccionarios de su época contra la filosofía de la revolución francesa). El arte de leer para Nietzsche debe ser una nueva cultura realista “ese inestimable movimiento en medio de la patraña de la Moral y del Ideal propia de las escuelas socráticas…” Realismo, dureza de carácter, ascetismo, objetividad fuerte y rigurosa, genio que no huye al ideal, instinto, valor frente a la realidad: tal el arte dionisíaco de leer correctamente. Y nunca modificó estas opiniones.

Leer como una Vaca: en el Vorwort de Der AntiChrist (1888), Nietzsche retorna sobre sus criterios de lectura y su distinción aristocrática sobre su lector ideal: “Este libro es para los menos (den wenigsten). Tal vez no viva todavía ninguno de ellos. Serán, sin duda, los que comprendan mi Zarathustra… Las condiciones en que se me comprende, y luego se me comprende por necesidad –yo las conozco muy exactamente. Hay que ser honesto hasta la dureza (Härte) en cosas del Espíritu incluso para soportar simplemente mi seriedad (Ernst), mi pasión (Leidenschaft). Hay que estar entrenado en vivir sobre las montañas –en ver debajo de sí la miserable charlatanería actual acerca de la Política y del Egoísmo de los Pueblos. Hay que haberse vuelto indiferente, hay que no preguntar jamás si la verdad es útil, si se convierte en una fatalidad para alguien… Una conciencia nueva para verdades que hasta ahora han permanecido mudas. Y la Voluntad de Economía de Gran estilo (Wille zur Ökonomie großen Stils): guardar junto a la fuerza propia, el entusiasmo propio… El respeto por sí mismo; el amor a sí mismo; la libertad incondicional frente a sí mismo… ¡Pues bien! Solo ésos son mis lectores, mis verdaderos lectores, mis lectores predestinados (vorherbestimmten Leser): ¿qué importan el resto? El resto es la mera Humanidad (Menschheit) –Y hay que ser superior a la Humanidad (Menschheit) por Fuerza (Kraft), por la altura del Alma (Höhe der Seele), –por desprecio…” La recta lectura es atributo natural de los “menos”, los llamados a dominar, a los cuales Nietzsche luego determina con precisión filológica: “El Orden de Castas (Ordnung der Kasten), que es la Ley suprema, dominante (dominierende Gesetz), es tan sólo la sanción de una Orden de la Naturaleza (Natur-Ordnung), de una legalidad natural de primer rango, sobre la que ningún capricho, ninguna ‘Idea Moderna’ (‘moderne Idee’) tiene poder. En toda sociedad sana se distinguen, condicionándose recíprocamente, tres tipos de diferente gravitación fisiológica (physiologisch verschieden-gravitierende Typen), cada uno de los cuales tiene su propia higiene, su propio campo de trabajo, su propia especie en cuanto a sentimiento de perfección y su propia especie de maestría. Es la Naturaleza, no Manú, la que separa entre sí a los preponderantemente espirituales, a los preponderantemente fuertes de músculos y de temperamento, y a los terceros, que no destacan ni en una cosa ni en la otra, los Mediocres, –esto últimos son el gran número; los primeros, la selección. La Casta Suprema –yo la llamo ‘Los Menos’ (Die oberste Kaste – ich nenne sie die Wenigsten)– tiene también, por ser la perfecta, los privilegios de los menos: entre ellos está el de representar en la Tierra la Felicidad, la Belleza, la Bondad. Sólo a los hombres más espirituales les está permitida la belleza, lo Bello: sólo en ellos no es debilidad la bondad. Pulchrum est paucorum hominum (Lo bello es cosa de pocos hombres): el Bien es un privilegio (das Gute ist ein Vorrecht).” (El Anticristo; #57). Si el bien es un privilegio, anterior a toda adquisición social, ya sea legal, meritocrática o de formación, la lectura como arte sólo es posible en la pequeña minoría de espíritus aristocráticos, los Übermensch, que “por ser los más fuertes (als die Stärksten) encuentran la felicidad donde otros encontrarían su ruina;: en el laberinto, en la dureza consigo mismos y con otros, en el experimento; su placer es el autovencimiento: el ascetismo se convierte en ellos en Naturaleza, Necesidad, Instinto (Natur, Bedürfnis, Instinkt)… Ellos son la ‘Especie’ (Art) más venerable de los hombres… Dominan (Sie herrschen) no porque quieran, sino porque son (sind), no tienen libertad para estar en segundo lugar. El Orden de Castas, la Jerarquía (Rangordnung), lo único que hace es formular la Ley Suprema de la Vida misma, la separación de los tres tipos de hombres es necesaria para la conservación de la sociedad, para la posibilitación de tipos superiores y supremos (zur Ermöglichung höherer und höchster Typen) –la desigualdad (Ungleichheit) de Derechos es la condición primera para que llegue a haber Derechos. Un Derecho es un privilegio. En su Ser como Especie (Art Sein) tiene cada individuo su privilegio.” La lectura dionisíaca (así como el buen estilo) se reserva a esos hombres especiales designados por la Naturaleza y su jerarquía. Nietzsche utiliza el concepto Naturbestimmung, para definir a esos seres superiores que forman una nueva Especie (Art) que los hace “máquinas inteligentes”, intelligente Maschinen, espíritus profundos, tieferen Geistes, y a los que Nietzsche quiere recordarles su descendencia aristocrática, sus privilegios en decadencia. Los hombres de excepción (Ausnahme-Mensch) son los que, haciendo un trabajo mayéutico y de entrenamiento riguroso, podrán adquirir tanto el arte de leer “movidos por intenciones profundas” como asumir su rol en la Gran Política “ya que es sencillamente su deber”. El ejemplo de cómo deberían leerse sus libros, dirigido a estos tierfen Geistes, Nietzsche únicamente lo hace explícito en uno de sus libros, en Zur Genealogie der Moral (1887). En su Vorrede, Nietzsche cansado de tanta exégesis demasiado libre, hastiado de tanto admirador bizco advierte: “Si este escrito resulta incomprensible para alguien y llega mal a sus oídos, la culpa, según pienso, no reside necesariamente en mí. Este escrito es suficientemente claro, presuponiendo lo que yo presupongo, que se hayan leído primero mis escritos anteriores y que no se haya escatimado algún esfuerzo al hacerlo: pues, desde luego, no son fácilmente accesibles. En lo que se refiere a mi Zarathustra, por ejemplo, yo no considero conocedor del mismo a nadie a quien cada una de sus palabras no le haya unas veces herido a fondo y, otras, encantado también a fondo: sólo entonces le es lícito, en efecto, gozar del privilegio de participar con respeto en el elemento alciónico (halkyonischen Element) de que aquella obra nació, en su luminosidad, lejanía, amplitud y certeza solares. En otros casos la forma aforística (die aphoristische Form) produce dificultad: se debe esto a que hoy no se da suficiente importancia a tal forma. Un aforismo, si está bien acuñado y fundido, no queda ya ‘descifrado’ por el hecho de leerlo; antes bien, entonces es cuando debe comenzar su interpretación (Auslegung), y para realizarla se necesita un Arte (Kunst) de la misma. En el tratado tercero de este libro he ofrecido una muestra de lo que yo denomino ‘interpretación’ en un caso semejante: ese tratado va precedido de un aforismo, y el tratado mismo es un comentario de él. Desde luego, para practicar de este modo la lectura como arte se necesita ante todo una cosa que es precisamente hoy en día la más olvidada –y por ello ha de pasar tiempo todavía hasta que mis escritos resulten ‘legibles– una cosa para la cual se ha de ser casi vaca y, en todo caso, no ‘hombre moderno’: el rumiar (das Wiederkäuen)…” La referencia un poco enigmática al momento “alciónico” tiene una referencia muy concreta: los alciónidas son, según Nietzsche, ateos, reaccionarios de las ideas modernas, antimetafísicos y antiidealistas. En palabras suyas, son los heraldos de la llegada de los hombres superiores, de la nueva raza de Übermensch. Nietzsche reserva el nombre de alciónidas porque ejercen el papel de mensajeros de la diosa marina griega Alcyone ("la reina que ahuyenta tormentas") y producen el efecto de presagiar la mar serena y el buen tiempo para la cultura alemana renovada según la jerarquía aristocrática de la Natur. Mensajeros de Alcíone, los alciónidas (también conocidos como martín pescadores) alejan las nubes del cielo alemán, apolíneo, socrático e idealista. Alciónidas son Schopenhauer, Wagner, el mismo Nietzsche, Zarathustra… El martín pescador es un ave que se alimenta de peces débiles que captura dentro del agua y su peculiaridad radica en la sustancia que recubre su plumaje y que le permite reiniciar el vuelo tras haberse sumergido en el agua. Pueden “sumergirse” en las aguas pútridas de la Cultur alemana décadent sin que ello interfiera en su misión, sin infectarse y levantar el vuelo político-filosófico. Y pueden, obviamente, “sumergirse” en los propios textos de Nietzsche… y poseer el arte de leer bien. Si el Nietzschéisme y el posmodernismo en general, lo hubieran entendido, nos habríamos ahorrado muchas pésimas interpretaciones. Pese a los esfuerzos del propio Nietzsche, todavía hoy entre su admiradores y hagiógrafos hay muchos lectores modernos y pocas vacas. (Continuará)

*Ilustración: "Un Philosphe" (1635), Salomon Koninck


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domingo, marzo 22, 2009

Nietzsche como Lector (V)

Lector obsesivo, puntual y dialógico: Nietzsche siempre estuvo obsesionado por edificar su biblioteca personal ideal y le dedicó a la tarea muchos esfuerzos, de los que nos quedan muchas huellas, no sólo su propio testimonio en cartas y en el Nachlass, sino muchos documentos materiales. Fue su hermana Elisabeth quién conservó todas las facturas de compras, los catálogos de novedades de librerías, las listas con préstamos de las bibliotecas e incluso una costumbre nietzscheana propia de un “Loco de los libros”: listas ideales de adquisición de ejemplares. Nietzsche borroneaba su catálogo personal y además listaba los libros potenciales a ser adquiridos en sus librerías preferidas. En el Archiv Weimar se pueden estudiar estas curiosas enumeraciones, estas check-lists. La más antigua data de 1858/1859 (¡cuando tenía once años!), jamás publicada, escrita por su hermana, con un listado que contiene treinta títulos, a la que el propio púber Nietzsche le agregó de su propio puño y letra tres libros más. En 1861/1862 Nietzsche hizo una nueva lista (la cuarta) bajo el título Bibliothek. Una quinta lista, con el título Meine Bücher, está datada en 1863 y contiene ya sesenta títulos (muchos sobreviven hoy en la biblioteca personal conservada en Weimar), ya en esta época Nietzsche estudiaba lejos de casa, en Pforta, por lo que dividió su biblioteca físicamente entre Pforta y Naumburg. La sexta y séptima lista se refiere a los libros que ya poseía en estos dos lugares. Al mismo tiempo que tenía esta neurótica costumbre de clasificar y catalogar sus libros (así como planificar sus próximas adquisiciones) Nietzsche desarrolló paulatinamente unos hábitos de lectura profunda complejos. El joven Nietzsche raramente realizaba anotaciones en sus libros, por lo que su manera de “leer” en su juventud diferirá notablemente de sus prácticas en la edad joven y madura. En particular al que podríamos llamar middle Nietzsche (1869/1880), tiene un hábito que lo sumerge en un diálogo frenético con el texto y el autor. Sus libros y revistas están golpeados, manipulados, manoseados intelectualmente y la relación dialéctica se expresa en subrayados de colores (interlineados y marginales), marcas de exclamación y sorpresa, marcas de cuestionamiento, notas benes (NB) en los márgenes, postskriptum (PS) en los finales de capítulos y libros, y, lo más importante, reacciones en lo márgenes o en los espacios superiores e inferiores de la página. Reacciones que van desde un simple signo a extensos comentarios, algo inexistente en el Nietzsche anterior. El hábito de lectura juvenil era más bien oblicuo y en diagonal, con las mínimas anotaciones posibles y muy formales, seguramente relacionadas con sus trabajos escolares. Nada de debate, discusión o intercambio dialéctico en busca de síntesis. Pero en el joven Nietzsche se puede ver que los autores que más le influenciarían ya contienen anotaciones y formas primitivas de diálogo: son libros muy exclusivos, restringidos a tres autores. Son el pastor que filosofaba, Ralph W. Emerson (dos libros, Die Führung des Lebens y Versuche, con muchas anotaciones y subrayados); por supuesto Schopenhauer (algunas anotaciones en Die Welt als Wille und Vorstellung) y del poeta romántico húngaro Sándor Petöfi (pequeñas marcas en algunos poemas), del que intentó musicalizar algunos poemas en una serie de Lieds tituladas Nachspiel, Ständchen, Unendlich y Verwelkt. A partir de 1868 más o menos Nietzsche comienza modificar sus hábitos de lectura y el número y variaciones de sus anotaciones crece en progresión geométrica, posiblemente a causa de su doble exigencia de profesor universitario y docente de instituto en Basilea. Pero también a que comienza su intento fallido de transformarse en un filósofo autodidacta. Con sólo examinar los libros más usados entre 1869 y 1879 podemos deducir que Nietzsche se va haciendo un lector profundo, puntual e interactivo. Muchos de sus libros contienen decenas de anotaciones por página (muchas en interlíneas y en los márgenes) cubriendo capítulos completos. Las anotaciones más extensas en los márgenes nos muestran que Nietzsche entra en una especie de dialéctica (la raíz etimológica de diálogo) con el autor como si estuviera presente. Conversación en el que es frecuente el uso de palabras coloquiales como Nein!, Ja!, Gut!, Sehr Gut!, Bravo!, Warum?, Falsch, ecco., por ejemplo. Ocasionalmente largos comentarios se extienden en el margen o en especial en la parte inferior de la página. Desafortunadamente muchos de sus libros fueron re encuadernados por su hermana Elisabeth cuando se trasladó a Weimar, ya que tenían un uso muy intensivo, y la nueva encuadernación cubrió parcialmente algunos de estos valiosos diálogos. Otra sorpresa es que Nietzsche como lector estaba mucho mejor informado y era más tolerante con los que diferían con sus ideas que lo que muestran sus obras exotéricas. El Nietzsche lector es más humanista y comprensivo que el Nietzsche dionisíaco público. A modo de ejemplo: cuando lee al filósofo, político y economista inglés representante de la escuela económica clásica y teórico del utilitarismo John Stuart Mill, o al historiador y publicista irlandés William Edgard Hartpole Lecky, o a los famosos hermanos Goncourt, aniquilados con rudeza por su martillo crítico en sus libros, sus textos están pesadamente anotados y con positivas exclamaciones y contienen pocas palabras o comentarios negativos. En el Nietzsche maduro las anotaciones y marcas están hechas en lápiz de grafito negro; en algunas ocasiones utiliza lápiz de color azul o rojo; en su juventud no dudaba en utilizar tinta azul o marrón, arruinando el libro. También es visible una característica de Nietzsche: el retornar, una y otra vez, sobre sus autores preferidos, la re lectura obsesiva, justamente él que odiaba al docto por revolver libros, por lo que se acumulan marcas de diferente tipo y color (como en el caso del manual sobre historia del materialismo del socialista liberal Friedrich Lange, donde se pueden calibrar hasta cinco o seis re lecturas). La datación es difícil, Nietzsche no fecha sus lecturas (que hay que reconstruirlas indirectamente a través de su correspondencia y el Nachlass) ni la adquisición del texto, así como tampoco figura su nombre, ni usa Ex libris. En sus libros en francés muchas marcas y exclamaciones están en ese idioma. Ocasionalmente Nietzsche utiliza invectivas y malas palabras, como Esel (culo) y Vieh (vaca). Las anotaciones también tienen una característica de su filosofía de la lectura lenta: raramente aparecen al inicio del libro, posiblemente esperando juzgarlo de manera más objetiva después que despliegue el autor los argumentos completos. Muchos de los libros personales de Nietzsche nunca fueron leídos, aunque pareciera que sí si seguimos al pie de la letra sus cartas o manuscritos. Los casos más conocidos son nombres lustrosos: Kant, Spinoza o Hegel. Algunos conservan el pliego sin cortar; otros apenas fueron ojeados, sólo conservan marcas físicas insignificantes (página doblada) y un lomo intacto.

Ceremonial de la contradicción: una de las principales peculiaridades cuando leemos a Nietzsche (a excepción de Zarathustra), a pesar de tener formación académica y haber sido formalmente un catedrático, es la desaparición voluntaria de todo aparato erudito de citas y bibliografía. Es una estrategia discursiva que directamente apunta a la Modernidad y al modo de expresión del Sokratismus y su figura intelectual decadente: el Docto, el philólogos. Además es reflejo de su creencia ideológica vitalista, de raíz schopenhauerianne, que lo escrito es simplemente una expresión de la personalidad completa de un pensador o viceversa, la personalidad y actitud de un filósofo es su mejor obra, son ideas-personas. Una tercera razón para este rasgo inusual es la profunda repulsa de Nietzsche por el pensamiento abstracto, puramente teórico y textual, la forma ilustrada de argumentar y expresar ideas. Sin citas, sin aparato bibliográfico, Nietzsche hace surgir entre líneas a muchos autores y a pocas obras específicas. Esta larga y rica lista de nombres es un hábito poco frecuente en los demás filósofos, de tal forma que pocos libros y muchos autores aparecen una y otra vez en sus obras. Por supuesto la lista, tanto positiva como negativa, de autores se va modificando a lo largo del tiempo pero el diálogo, el intento dialéctico con grandes, medianos y mediocres pensadores jamás se detiene. Como le dice melodramáticamente en su libro de 1879, Vermischte Meinungen und Sprüche, “para poder hablar con algunos muertos, no solamente he sacrificado carneros, sino que tampoco he escatimado mi propia sangre. Cuatro parejas de hombres no han rechazado mis sacrificios: Epicuro y Montaigne, Goethe y Spinoza, Platón y Rousseau, Pascal y Schopenhauer. Con ellos es con quienes necesito conversar cuando paseo solitario a lo largo de mi camino; por ellos quiero darme y quitarme la Razón, y los escucharé cuando ante mí, se den y se quiten la Razón unos a otros… en estos ocho ojos fijo mis ojos y veo sus ojos fijos en mí.” La misma metonimia dionisíaca aparece en una carta a su madre Franziska en 1885, donde le afirma que él “exclusivamente se comunica con hombres muertos”, aunque cómo veremos muchas influencias sobre Nietzsche provenían no de gloriosos y reconocidos clásicos de la Academia sino de publicistas contemporáneos e incluso personas cercanas a él. La tarea de hacer “visibles” estos autores de segundo nivel o vulgarizadores, empresa que comenzó Mazzino Montinari, es una contribución decisiva a nuestra comprensión del verdadero Nietzsche, y no del modélico filósofo proteico (falso y atextual) del Nietzschéisme. Y esto se magnifica si tomamos en consideración que el rentista Nietzsche fue un pensador que a partir de 1879 se transformó en un anacoreta voluntario, que en su soledad planificada redujo dramáticamente su diálogo interpares (incluso su existencia social se redujo a casi cero). Sus viejas relaciones sociales se trasvolaron a sus libros y la correspondencia con su hermana Elisabeth y un grupo muy pequeño de conocidos. Esto potencia e incrementa la necesidad y el valor extraordinario que para Nietzsche adquirió eses “diálogo con los muertos”. El “otro” nietzscheano de su época madura era en casi todos los casos un interlocutor impreso en papel. La visión general del Nietzschéisme, y la hagiografía más común, obturada por esta peculiaridad casi única de Nietzsche (y, hay que decirlo, a veces alimentada por la falsa auto interpretación del mismo Nietzsche), es que es un self-made-philosopher, que ha creado por sí mismo sus pensamientos con total originalidad. Lo cierto es que a través de sus lecturas es posible llegar a una conclusión muy diferente: los escritos nietzscheanos están profundamente influenciados por sus lecturas (muchas vergonzosas, inconfesables), incluso en sus libros en apariencia más maduros e independientes, incluso en los canonizados por el Nietzschéisme. Recordemos que el catecismo del Nietzsche francés es muy limitado, sólo reconoce arbitrariamente como técnicamente maduros y académicamente aceptables unos pocos textos: el fragmento póstumo “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, la Segunda Intempestiva (“De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida”), algunos aforismos de Más allá del bien y del mal o de El crepúsculo de los ídolos. Pues bien y a modo de ejemplo, el libro de 1886, Jenseits von Gut und Böse, contiene nada más ni nada menos que 107 diferentes nombres de personas, la gran mayoría libros que ha leído y que no cita; en la Zur Genealogie der Moral (1887) se puede comprender, conociendo lo que Nietzsche leía contemporáneamente, como un largo diálogo (a través de la lectura) y de respuesta a la nueva corriente de pensamiento llamada English Psychology, un desarrollo de muchas tesis de Paul Rée y de muchos aportes impensables que provienen de su lectura de historia del derecho (en su biblioteca personal Nietzsche poseía muchos textos de estas materias y al menos diez libros sobre esa temática se encuentran profundamente subrayados/comentados). Götzen-Dammerung (editado en 1889, pero escrito en 1888), el libro donde según Nietzsche se encontraba su filosofía en estado puro, se divide en dos partes, la primera con una exposición de su pensamiento y una segunda parte cuyos capítulos “Die ‘Verbesserer’ der Menschheit”, “Streifzüge eines Unzeitgemäßen” y “Was ich den Alten verdanke” son esencialmente discusiones de las lecturas del propio Nietzsche. El famoso Der Antichrist (editado en 1895 pero escrito en 1888) habría sido un libro muy mediocre si Nietzsche no hubiera leído/dialogado con Jacolliot, Strauss, Renan, Wellhausen, Tolstoi, Dostoievsky, más todos los libros sobre historia de las religiones (budismo, cristianismo), San Pablo, Lutero y por supuesto la Biblia misma. Nietzsche era un verdadero “reactivo” en su práctica de la lectura y podríamos afirmar, con sus propias palabras, que “si no revuelve libros, no piensa.” (Continuará)


*Ilustración: "Musique et Littérature" (1878), HARNETT, William Michael

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lunes, marzo 09, 2009

Nietzsche y el Comunismo (I)

Un arúspice de la contrarrevolución: En un artículo anterior tratamos de sumarnos a este intento de lectura crítica, de “situar” en las coordenadas histórico-políticas las primeras obras de Nietzsche, hablábamos de El Nacimiento de la Tragedia desde el Espíritu de la Música de 1872 y de textos coetáneos. La tarea era entender al filósofo como totus politicus y pensar junto con los textos (manuscritos y correspondencia) que la etapa comprendida entre los años 1869-1879 podía entenderse como el intento y la frustración de llevar a la práctica una plataforma política reaccionaria, antimodernista y esencialmente anticomunista. Sostenemos que los textos escritos por Nietzsche desde Die Geburt… hasta las Consideraciones Intempestivas podían comprenderse como wagnerian Streitschriften, escritos de combate político wagnerianos e inclusos líneas prácticas de aplicación de un verdadero programa aristócrata y reactionnaire. Aunque El Nacimiento de la Tragedia, el primer libro de Nietzsche, no reflexiona sobre política per se, ya que los elementos de la fundamentación socio-política fueron eliminados por consejo de los Wagner al ser demasiado reaccionarios, es indudable su pathos político anidando entre líneas. Ciertos anacronismos sorprendentes para un filólogo, ciertos tiempos verbales en presente del indicativo, el uso de un sospechoso “nosotros” partidario, señalan sin dudas que el libro es una invitación a la reflexión de los problemas alemanes y europeos actuales: es un libro-anzuelo. Quedan en este palimpsesto los restos de las reflexiones del manuscrito escrito en Lugano sobre el estado, la lucha de clases, la plusvalía y la cuestión obrera. Temas que ya analizamos en artículos anteriores. Pero hay dos irrupciones abruptas, desenfrenadas, violentas, incluso para la hermenéutica de la inocencia del Nietzschéisme, en el seductor discurso wagneriano sobre la Artistenmetaphysik. La primera es en el capítulo XVIII. Después de diagnosticar que todo nuestro mundo moderno está enfermo y prisionera en la red de la cultura socrática, hace un paralelismo entre la muerte de la tragedia griega y la crisis revolucionarias. Nietzsche afirma que no debemos ocultarnos más lo que esconde el Sokratismus moderno: “¡Un optimismo (Optimismus) que se imagina no tener barreras! ¡Ahora debemos no asustarnos si los frutos de ese optimismo maduran, si la sociedad, acedada hasta en sus capas más bajas por semejante cultura, se estremece poco a poco bajo hervores y deseos exuberantes, si la creencia en la posibilidad que tal cultura universal del saber se trueca, poco a poco, en la amenazadora exigencia de semejante felicidad terrenal alejandrina, en el conjunto de un deux ex machina euripídeo! Nótese esto: la cultura alejandrina necesita de un estamento de esclavos (Sklavenstand) para poder tener una existencia duradera; pero, en su consideración optimista de la existencia, niega la necesidad de tal estamento, y por ello, cuando se ha gastado el efecto de sus bellas palabras seductoras y tranquilizadoras acerca de la ‘Dignidad del Hombre’ (Würde des Menschen) y de la ‘Dignidad del Trabajo’ (Würde der Arbeit), se encamina poco a poco hacia una aniquilación horripilante (grauenvollen Vernichtung). No hay nada más terrible que un estamento bárbaro de esclavos (barbarischen Sklavenstand) que haya aprendido a considerar su existencia como una injusticia (Existenz als ein Unrecht) y que se disponga a tomar venganza no sólo para sí, sino para todas las generaciones.” Nietzsche llama a estas situaciones revolucionarias, como las que vivió en Basilea (las huelgas salvajes de 1868/69) o las que pudo seguir detenidamente como la Commune de París (1871), como “amenazadoras tempestades” (drohenden Stürmen) al eternamente igual orden aristocrático de la Naturaleza. Pero aún así es posible interpretar entrelíneas el claro mensaje político del filólogo. Otra irrupción sucede en el capítulo XIX: hablando de la ópera moderna (¡en un libro sobre la tragedia griega!) Nietzsche concluye que la génesis de este tipo de arte degenerado “reside en la satisfacción de una necesidad totalmente no-estética, en la glorificación optimista del ser humano en sí (optimistischen Verherrlichung des Menschen), en la concepción del hombre primitivo como hombre bueno y artístico por naturaleza: ese principio de la ópera se ha transformado poco a poco en una exigencia amenazadora y espantosa, que, teniendo en cuenta a los movimientos socialistas del presente (sozialistischen Bewegungen der Gegenwart), nosotros no podemos ya de dejar oír. El ‘Subhombre bueno’ (gute Urmensch) quiere sus derechos. ¡Qué perspectivas paradisíacas!”. ¡El pobre quiere derechos! ¡Qué escándalo, nos dice Nietzsche! Y este reclamo de masas se inscribe en todo: en la lógica, el estilo, en la prensa, en la ópera, en la misma filosofía y, como veremos, en la educación burguesa. El proletariado moderno, como los ilotas, pertenecen a una subclase de hombres que tiene su lugar inamovible en el Ordnung natural. Orden del que sólo intenta elevarse gracias a que le han “enseñado” (tribunos anarquistas, publicistas socialistas, periodistas comunistas, sindicatos, partidos progresistas) a considerar su Existenz als ein Unrecht. Si nos remitimos a la evolución filosófica escolar de Nietzsche no debemos nunca dejar de lado su paralelo y sumergido desarrollo propiamente político. Ya vimos su temprano fervor adolescente por las guerras antinapoleónicas, su idolatría por Napoleón III y el Bundeskanzler Otto von Bismarck su repugnancia por el Iluminismo y la Gran Revolución Francesa, su profesión de fe nacional-liberal prusiana y participación en la campaña electoral de 1866, su chauvinismo en la Guerra Franco-Prusiana (1870/1). Pero lentamente Nietzsche comienza a decepcionarse del IIº Reich: descorazonante es para conservadores y reaccionarios el cuadro que empieza a presentar Prusia y la nueva Alemania a fines de 1871. La artificiosa y antinatural ingeniería social de los Junkers (política de revolución “desde arriba”, la vía prusiana al capitalismo) implicaba un “Iluminismo popular” que amenazaba con abrir la puerta no sólo a la decadencia, sino a la misma revolución. El fantasma del comunismo recorría las reformas sociales y las nuevas instituciones parlamentarias guillerminas. Pese a la intrincada situación interior y a la vigorosa oposición conservadora en el Reichstag (los conservadores llegaban al insulto personal) Bismarck promulgó una legislación social extraordinaria para la época, modélicamente populista, incluso en comparación con EEUU. Decretó, bajo inspiración del pensamiento social-cristiano y la izquierda liberal, un seguro por accidentes de trabajo, seguro de enfermedad, invalidez y vejez. Por primera vez amplias clases de trabajadores tenían cubierto el riesgo a lo largo de su vida y una vejez más o menos digna. Además suprimió el derecho patrimonial de la nobleza terrateniente e impuso un Código Civil inspirado en el napoleónico. Esto era acompañado de una política represiva contra la naciente y cada vez más poderosa socialdemocracia inspirada en Engels y Marx. Hasta los nacional-liberales alemanes, asustados, afirmaron que Bismarck se estaba deslizando por la pendiente que conducía al comunismo. Nietzsche que sigue atentamente los sucesos políticos lo tiene muy claro: esta Weltanschauung antihelénica y antigermánica lentamente se apodera del IIº Reich, una política del ressentiment, que se expresa a través del sufragio universal, las ficciones alucinatorias (Dignidad del Hombre, Dignidad del Trabajo, Felicidad para Todos, progreso indefinido) y con esa institución de indudable tufo hegeliano llamada “educación popular” (Volksbildung). Después de la batalla de Sedán se abría para los reaccionarios alemanes un horizonte despejado y de esperanza. Guiado por una Prusia hegemónica, los sectores más conservadores y recalcitrantes de la derecha comienza a inquietarse por el espectáculo populista que se despliega a sus ojos: el Volksaufklärung, “Iluminismo populista” de Bismarck. El tibio “socialismo de estado” guillermino construye una insensata superestructura democrática, tiende hacia las despreciables formas republicanas, se transforma en un medio e instrumento de movilidad y promoción social, cuyo mascarón de proa más visible y dañino es la instrucción popular burguesa, la Volksbildung. Es el Sokratismus en su quinta esencia. Nietzsche tendrá oportunidad de combatirlo desde una tribuna pública en la misma Basilea. Como señala su biógrafo Janz “en esta conferencias Nietzsche presenta sus reivindicaciones crítico-culturales, que también contienen una buena dosis de crítica social.” Las Vortgrage serán, sobre el marco general esbozado en El Nacimiento de la Tragedia, la parte práctica del programa.


“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma…”: la famosa primera frase del Manifiesto Comunista de Engels y Marx sería una excelente descripción del anticlímax que se apoderaba de muchos pensadores conservadores y reaccionarios europeos luego de la Commune de Paris (1871). En el caso de Nietzsche no necesitamos circunscribirnos al libro El Nacimiento de la Tragedia, a los fragmentos póstumos o a su correspondencia. Nietzsche sostenía estas ideas adelante del mismo público sin pudor. El pathos reaccionario y antimodernista colorea los textos preparatorios del libro, su correspondencia, fragmentos póstumos e incluso una intervención política pública (la última de su vida). Anteriormente Nietzsche había dado una conferencia pública, se trataba de un breve estudio sobre las condiciones religiosas de los emigrantes alemanes en los Estados Unidos de América, titulado Die kirchlichen Zustände der Deutschen in Nordamerika (1865). Ahora las circunstancias históricas han cambiado: ha nacido la gran Alemania en forma imperial, se ha producido la Commune de París que lo había conmocionado profundamente: “aquella tendencia (Hang) hacia la ‘Commune’, hacia la forma más primitiva de la sociedad (primitivsten Gesellschafts-Form), por otro lado usual en todos los socialistas de Europa…”; además ahora es un catedrático y podía expresar sus “augurios” a la elite de la conservadora Basilea. Su biógrafo más importante, Curt Paul Janz, nos dice que con estas conferencias sobre educación Nietzsche, después de haber publicado su primer libro El Nacimiento de la Tragedia, toma “definitivamente el derrotero en el que lo habremos de ver hasta el final de su vida.” Nada más ni nada menos. Así que estos discursos marcan el giro hacia un pathos que en su esencia jamás abandonará. De tal manera que tanto en esencia como en motivos y argumentos el Nietzsche político jamás abandonará esta línea de combate. Las conferencias son las medidas prácticas no expresadas en El Nacimiento de la Tragedia, y su objetivo es la educación del pueblo alemán. Cuando fueron editadas en formato libro, Nietzsche le agregó un Vorrede y una aclaración al lector. En el Vorrede nos advierte que el tema a tratar es tan serio e importante como inquietante. Al sorprendido público suizo le anuncia que el no hablará del sistema educativo de Basilea sino del de la nueva y victoriosa Alemania. Y el objetivo final es “una renovación, un rejuvenecimiento y una purificación del Espíritu Alemán (Deutsche Geist)…” El objeto polémico de saneamiento y profilaxis es el IIº Reich, el iluminismo popular de Bismarck, su política educativa y su sistema de educación general y popular. Nietzsche se autodenomina profeta, heraldo y portavoz de una buena nueva. Utilizará una figura retórica que repetirá: se presenta al auditorio como un profeta inactual, como un arúspice romano, que no hace meros proyectos utópicos, sino que profetiza el futuro inspirándose en el análisis concreto de la situación concreta: “permítaseme adivinar el porvenir basándome exclusivamente, como un augur romano, en las vísceras del presente: en este caso equivale sencillamente a prometer una futura victoria a una tendencia cultural ya existente.” No es casualidad que a sus lectores (y oyentes) los denomina “combatientes, quienes están henchidos de esperanza.” Para convocarlos a esta lucha milenaria contra la decadencia Nietzsche trae a colación al “gran Schiller”, el Schiller teutómano y henchido de galofobia, el Schiller sesgado y limitado a su Wilhelm Tell, la rebelión de los cantones de lengua alemana contra los Habsburgo. Nietzsche es el heraldo y portavoz antimodernista, que se enfrenta a los métodos modernos (en estética, en filología, en educación) que portan en su seno “el rasgo de la antinaturaleza…” Su diagnóstico de la situación es que existen en el IIº Reich dos tendencias aparentemente contrapuestas de acción (igualmente perjudiciales, vagamente identificadas con el liberalismo y los viejos reaccionarios): “una la tendencia hacia la máxima extensión de la Cultura; otra la tendencia a disminuirla y debilitarla.” Contra esta falsa antítesis, Nietzsche anuncia la única tendencia (Hang) verdadera y real que se basa en la ley necesaria de la Naturaleza: “la tendencia a la restricción y conservación de la Cultura, como antítesis de su máxima extensión posible (políticas liberales y democráticas), y la tendencia al refuerzo y a la autosuficiencia de la Cultura, como antítesis a su debilitación (conservadora).” En cambio lo que podrían conseguir las dos tendencias que pujan en el estado por imponer su predominio es “fundar una Cultura falsa.” Una novísima tendencia, que pretende superar tanto al liberalismo caduco como al anacrónico conservadurismo y de la que el propio Nietzsche se autodenomina profeta y augur. Este radicalismo aristocrático (o más bien revolucionario reaccionario, por paradójico que suene) aunque aparentemente esté en franca minoría y no se le aprecie, ni se le honre, no obstante, señala Nietzsche, finalmente “vencerá, como yo creo con plena confianza, ya que tiene de su parte el mayor y más potente aliado: la Naturaleza (Natur)…Todos los métodos modernos de educación llevan en su seno el rasgo de la Antinaturaleza, y que los defectos más fatales de nuestra época están relacionados precisamente con esos métodos antinaturales de educación.” La causa nietzscheana tiene de su lado la verdad, la “ley necesaria del orden de la Naturaleza”, las intenciones eternamente iguales de la jerarquía natural de las cosas. Nietzsche no se anda con medias tintas: “la restricción de la Cultura a pocas personas es una Ley necesaria de la Naturaleza y, en general, una verdad…”

La Advertencia, titulada “Prefacio que debe leerse antes de las conferencias a pesar de que no se refiere exactamente a ellas”, es un dispositivo de distinción clasista, Nietzsche nos lo recuerda con la figura retórica de un “blasón gentilicio que recuerde, a quien se acerque, a qué hacienda está a punto de entrar…” En ella primero, como en muchos de sus libros, despliega su filosofía de la lectura elitista. Identifica a su lector ideal-potencial, que deberá tener tres cualidades “deber ser tranquilo y leer sin prisa,, no debe hacer intervenir constantemente a su persona y a su ‘Cultura’,… y no tiene derecho a esperar, casi como resultado, proyectos.” Su conferencia (y libros) se dirigen a los “hombres serios” (en contraposición al optimismo del homo bourgeois), que están “al servicio de una Cultura completamente renovada y purificada…” Estos hombres serios cuando leen “conocen todavía el secreto de leer entre líneas…” y son los que cargan “con los dolores y las corrupciones del Espíritu Alemán…” Nietzsche se dirige a estos “pocos hombres”, como lo aclara, para enseñarles un “sentimiento enardecido por el elemento específico de nuestra barbarie alemana actual…”. Y se dirige para empujarlos a una acción política, para acicatear su inercia: “¡Leed al menos este libro para destruirlo a continuación con vuestra acción y hacerlo olvidar! Pensad que este libro está destinado a ser vuestro heraldo…” Las Über die Zukunft unserer Bildungs-Anstalten pueden ser consideradas, como veremos, una aplicación práctica del programa reaccionario del Partei Wagner, parcialmente prefigurado en el gran marco teórico del libro El Nacimiento de la Tragedia, y su objeto polémico de ataque no es otro que el Comunismo. (continuará)

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