martes, febrero 24, 2009

Nietzsche como lector (IV)

Un animal cultural enfermo: el pastor que filosofaba, Ralph Waldo Emerson, que tendría tanta influencia en Nietzsche, tenía una máxima que decía “hay que ser inventor para leer como es debido.” El poder de la lectura, de la lectura profundis, la lectura que busca más allá del mero pasatiempo, del puro placer, giraba en esta potente cualidad que es la acción de inventar. Para Emerson, como veremos para Nietzsche, leer es inventus, una actividad que halla y descubre ideas y continentes teóricos a través de un diálogo con el libro/autor. Un diálogo tortuoso que implica primero descubrir y llegar al autor y luego sumergirse en sus intenciones escritas. Nietzsche mismo recomienda su propio método de lectura a sus seguidores en su libro Aurora: “Interrupción. Un libro como éste no se ha escrito para ser leído deprisa, de un tirón, ni en alta voz. Hay que abrirlo muchas veces, sobre todo mientras paseamos o viajamos. Es necesario poder sumergirse en él, mirar luego a otra parte y no encontrar a nuestro alrededor nada de lo que nos es habitual.” Nada de la lectura veloz, en diagonal, sesgada: la metáfora más cercana a la experiencia nietzscheana es la inmersión en el mismo texto, la indiferenciación entre lector y texto, la lentitud como contra táctica anti ilustrada. Pero este diálogo secreto no sólo es una guía invaluable para poder seguir la huella de las influencias y paternidades literarias (lo que tendría un mero valor de anticuariado) sino además nos descubre aristas e intereses intelectuales, permite descifrar cuales eran sus objetivos estratégicos. Por supuesto, la orientación general del pensamiento nietzscheano se manifiesta en primer lugar en sus obras y en sus declaraciones públicas, esta es la base científica mínima de toda interpretatio. Pero como situación hermenéutica conviene modularla, matizarla, urbanizarla, amueblarla gracias al conocimiento no sólo de su Nachlass sino en especial de sus lecturas furtivas. Las prácticas literarias de Nietzsche, poco estudiadas o ignoradas por el Nietzschéisme, apuntan al trasfondo más medular y estratégico de su propia filosofía. En 1867/68 Nietzsche planea irse a Paris, para estudiar en profundidad, pero lo que más le atrae de la ciudad es su estupenda biblioteca pública: “me gustaría mucho, por ejemplo, ir a París a comienzos del año próximo y trabajar allí un año en la biblioteca”, le confiesa a su amigo Deussen. En todas sus cartas de la época a amigos o a su familia habla del placer que sería vivir un año sabático disfrutando de la cultura parisina y en especial de la biblioteca nacional y del circuito de librerías: “nada deseo tanto en estos momentos como ver traducidas a realidad las hermosas imágenes de la vida parisiense.” La “biblioteca” que fascina y embelesa a Nietzsche no es otra que la famosa y monumental Bibliothèque Nationale, heredera lejana de la librairie de Charles V, creada a partir de la expropiación revolucionaria de la Bibliothèque du Roi, paradójicamente una institución jacobina y republicana par excellence. ¡Nietzsche admira una de las instituciones más emblemáticas de la democracia de masas! Ya en esa época había sido profundamente reformada, institucional y arquitectónicamente, siendo una de las mejor provistas del mundo junto con la del British Museum. Frustrado este proyectado año de trabajo intelectual Nietzsche es convocado al servicio militar prusiano en 1867, donde no deja de tener raros hábitos de ratón de biblioteca. En una pequeña mesa de trabajo improvisada en las barracas del cuartel prepara un entorno amigable para leer y escribir, incluso coloca un retrato de Schopenhauer a la vista. La milicia no es obstáculo para su pasión lectora: se lleva una buena provisión de libros recién comprados, estudia y anota los Parerga und Paralipomena de Schopenhauer (la edición en dos tomos de 1851, adquirida en 1865), su inseparable manual del socialista-liberal Lange, el estudio de vulgarización sobre Kant, Immanuele Kant, Entwicklungsgeschichte und System der kritischen philiosophie (“Emanuel Kant, desarrollo histórico y sistema de su filosofía crítica”, 1860) de Kuno Fischer (autor casi completo en su biblioteca personal), además de lecturas literarias como el poeta romántico Lord Byron. El prototipo del Byronic hero será un paradigma inspirador a su radicalismo aristocrático hasta el fin de sus días. Incluso durante su vida como soldado seguía clamando contra la cultura libresca de la Ilustración, esa enfermedad decadente y mortal iniciada por Sócrates, y veía en la autoritaria disciplina prusiana “una llamada constante a la energía de un hombre… un antídoto eficaz contra la manía erudita, pedante, fría, estrecha de miras…, esa manía contra la que lucho cuantas veces tengo la desgracia de encontrarme” le cuenta con orgullo a su amigo Mushacke. Su motto preferido de esta época de su vida, “Esto llevo grabado en el corazón: en el intelecto, lo mejor es el instinto”, no se correspondía con su vida práctica: como un patético erudito Nietzsche continuó frecuentando librerías y libreros, bibliotecas académicas y públicas entre 1870 y 1880, a pesar que en la intimidad odiaba al homo literatus: “he de contemplar a diario toda esa laboriosidad de topos, los buches llenos y la mirada ciega, la alegría del gusano apresado y la indiferencia frente a los problemas urgentes de la vida.”

Un bibliómano fugitivus errans: Nietzsche odia el mundo culto mientras no puede concebir otra forma alternativa de alimento espiritual que encerrarse a leer libros y ser el topo más obsesivo entre los topos. En esta época, 1868, conoció a Richard Wagner, “la más viva ilustración de lo que Schopenhauer llama un Genius”, por supuesto en un café literario bourgeois, con quién compartió su Weltanschauung política, gustos estéticos, lecturas, libros y la idea que el erudito burgués no es otra cosa que un “mozo de comedor filosófico”. La influencia de las lecturas fisiológicas sobre Kant de Kuno Fischer más la preeminencia en Schopenhauer del principio aristocrático de la naturaleza, lo empujan a intentar estudiar ciencias naturales hacia 1869, un faceta poco conocida o minimizada por el Nietzschéisme, como le comunica a su amigo Rohde: “me entraron ganas de proponerte estudiar juntos Química.” Su obsesión por la lectura lo llevó a decisiones extremas y bizarras, como elegir ciudades para vivir de acuerdo a la presencia o no de buenas bibliotecas y librerías. El norte de su brújula nómade lo marcaba, no tanto el instinto, sino la provisión de buenas librerías… Tal es el caso de su elección por pasar los cuarteles de invierno en Turín, ciudad que elogia por sus bien provistas librerías, como le comenta en carta a su hermana. O uno de los argumentos para rechazar la invitación de Elisabeth, aka Lama, de irse a vivir a la colonia alemana en Paraguay era que justamente ese país tan atrasado carecía de librerías estilo europeo o buenas bibliotecas públicas: “la carencia de grandes librerías no ha sido destacada suficientemente… mi querida ‘Lama’, olvídense de mí, de este pobre animal cultural enfermo, tu hermano, si me permiten la broma.” Nietzsche hace suya, en los Nachlass de 1888, la frase libresca de Cicerón que dice si hortum cum bibliotheca habes, nihil deerit (“Si tienes un jardín con biblioteca, no necesitas de nada más”, extraído de Epistularum ad familiares liber nonu). Por supuesto: Nietzsche compró libros de Cicerón desde muy joven, muchos por las necesidades escolares de su secundaria en Pforta y su primera adquisición fue en 1861. Las librerías y bibliotecas fueron un elemento clave de sus lecturas y descubrimientos intelectuales, y la calidad de ellas se constituyó en un importante factor para decidir sus viajes o lugares de residencia. Ocasionalmente el topo Nietzsche lleva esta máxima ad absurdum: antes de visitar una ciudad investiga obsesivamente qué librerías y bibliotecas posee y si son adecuadas para su alimentación filosófica, como en 1887 cuando le consulta a Overbeck sobre un viaje: “necesito un lugar que tenga una gran biblioteca completa para mi próxima obra: he pensado en Stuttgart. Me han enviado las normas muy liberales de la biblioteca de la ciudad.” Cuando necesita un libro y no lo tiene encima se desespera y recurre a sus amigos o familiares. Al mismo Overbeck le escribe angustiado “necesito pronto uno de mis libros de los cajones de Zürich: es el de Spir, ‘Pensamiento y Realidad’,… son dos tomos…” Al mismo Overbeck le solicita sacar a préstamo de la Lesergesellschaften, la sociedad de lectura muy común en la época, revistas científicas y culturales y por supuesto libros de sus bibliotecas personales o de públicas. Cuando pasa unos días en 1887 con su hermana Elisabeth en Coira (Chur) en Suiza, considerada la ciudad más antigua del país, escribe “la biblioteca en Chur, con cerca de 20.000 volúmenes, alcanza para mi educación” y a continuación discute sobre tres libros que leyó allí. Durante sus últimos cuatro años de actividad consciente Nietzsche utilizará con profusión bibliotecas de Niza, Leipzig, Coira (Chur), Venecia, Turín, Zurich e incluso la insignificante biblioteca del Hotel Alpenrosen en Sils-Maria, su base de operaciones. Aparte utilizaba de manera no prevista las bibliotecas públicas, si existían, de los lugares que visitaba por primera vez. Y, por supuesto, vagabundeaba en busca de librerías de viejo, paseos que le hicieron descubrir autores como Schopenhauer o el mismo Dostoievsky. Como buen Büchernarr, “loco de los libros”, Nietzsche le encantaba y mantenía estrecho e íntimo contacto con los libreros durante toda su vida. Coherencia: para un adicto al libro el mejor amigo es el dueño de la librería… Ya cuando era un joven adolescente sus paseos preferidos consistían en largas y agotadoras visitas a librerías. Su hermana Elisabeth lo recuerda en la biografía Der Junge Nietzsche de 1912: “durante unas vacaciones de verano en las cercanías de la ciudad, Fritz [Nietzsche] emprendió algunas expediciones a las librerías de Leipzig, en la cuales estaba inmensamente interesado”; la misma anécdota de estas expediciones librescas la recordará Nietzsche en uno de sus sketches autobiográficos de juventud, su primer autobiografía titulada Aus meinem Leben (“De mi vida”, 1858): “También me agradó mucho el viaje a Schönenfeld, junto a Leipzig, sobre todo porque, precisa mente, podía acercarme cada día a Leipzig a revolver en librerías y tiendas de música.” Como dijimos antes, cuando empezó a estudiar en Leipzig en 1866 Nietzsche planifica con seriedad el plan de adquisición de una sustancial biblioteca personal, compra pensada en bloque y de una sola vez, un plan que colapsa debido a su pobre estado financiero. De todas maneras, continúa comprando libros de manera individual, adquisiciones que comenzaron en Leipzig, muchas en librerías de segunda mano. Su primer contacto personal con el propietario de una librería fue en Leipzig, en la librería de viejo Rohn, donde descubrió al viejo Schopenhauer en 1865; su segunda relación más duradera fue con la famosa librería Domrich (gracias a sus servicios de novedades editoriales descubrió al influyente socialista liberal Lange), en ésta comprará muchos de sus libros. El contacto íntimo con el Buchhändler Julius Domrich continuó a lo largo de su vida, incluso aparece en su autobiografía, ya sea desde la casa de su madre en Naumburg (adonde se hacía enviar las novedades), se conservan cartas y facturas de sus envíos desde 1862, también utilizará su biblioteca de alquiler, la Leihbibliotek, como ya señalamos. Parte de esta nueva infraestructura de lectura se debía a la revolución de las prácticas de leer producidas en el siglo XVIII por el asecienco del capitalismo y la influencia ilustrada. Entre otros cambios radicales apareció la reducción del precio del libro, el triunfo del formato pequeño, los gabinetes literarios y las cámaras de lectura en librerías que permitían leer sin comprar. Además se multiplican las asociaciones de lectura por toda Europa (books-clubs, Lesegesellschaften, cámaras y kabinetts de lectura) así como las modalidades de librerías de préstamo (circulating libraries, Leihbiblioteken). Esto genera una nueva figura, el llamado lector “extensivo”, la encarnación del “furor por leer”, que consume impresos numerosos y diversos, los lee con rapidez y avidez, espera la novedad editorial y ejerce su respecto una actividad crítica que ya no sustrae más ningún dominio a la duda metódica. El lector “extensivo” es, en el plano de las prácticas, la aparición de los que los contemporáneos llamaban la Leserwut, la rabia de leer tan temida por los poderes establecidos, que llegan a prohibir las Lesergesellschaften y Leihbiblioteken de las que se aprovechó Nietzsche. La “rabia de leer” es denunciada incluso por los filósofos muy en el talante antimodernista nietzscheano como “narcótico” que aparta de la vida, como lo hace el mismo Fichte. Incluso la medicina de la época considera a la Leserwut como causa principal de los desarreglos de la imaginación y la sensualidad. Nietzsche, aunque ideológicamente luche contra ello en lo exotérico, es un lector “extenso”, un poseso de la lectura, un animal poseído por la Leserwut. Pero continuemos con sus relaciones con las librerías. Como señalamos la librería Domrich le enviará regularmente a Nietzsche paquete de libros con novedades de su interés con opción de devolución (al estilo de un Club de Lectores moderno). Cuando no se encuentra en Naumburg, Nietzsche a través de su hermana Elisabeth sigue manteniendo el contacto vital y adictivo con la librería de Leipzig. Ya nombrado profesor ordinario de filología en Basilea, en 1869, Nietzsche continúa manteniendo una relación estrecha y regular con librerías y, por supuesto, comprando libros. A modo de ejemplo, a lo largo del año 1875, año en el que parece haber comprado más libros en su vida según la documentación en el Archiv de Weimar, Nietzsche adquirió entre ejemplares nuevos y de segunda mano entre setenta y cien libros. En la década de profesor de filología (1869-1879) mantiene un contacto intenso epistolar con el librero anticuariado de Leipzig Alfred Lorenz, al que le ordena muchos pedidos de compras, tantos que tendrá una gran deuda por saldar por compras de cajones de libros que saldará recién en 1885. A partir de 1880 muchos de los libros que empieza a adquirir o tomar a préstamo ya son en francés, lo que preanuncia el giro hacia el Nietzsche “moralista” interesado en les moralistes français (Montaigne, Pascal, La Bruyère, La Rochefoucauld, Chamfort et altri). Orientación en sus lecturas efectuada bajo la presión del influyente filósofo darwiniano Paul Rée… Estas compras de textos en francés las empieza a realizar en la hiperburguesa Riviére francesa, en Niza, en la que vivirá en sus cuarteles de invierno entre 1883 y 1888. Durante esta época comenzará a escribir Also spracht Zarathustra. Un poco más tarde descubrirá en Turín una librería trilingüe, llamada Löscher, de la cual se hará cliente fiel, suficientemente buen cliente como para que su dueño lo conozca personalmente y le presente incluso el círculo literario turinés. A su madre Franziska le comenta el hallazgo en una carta de 1888: “Ayer un filósofo local, Professor Pasquale D’Ercole, me hizo una visita bien formal. Él, que es ahora el decano de la facultad de filosofía en la Universidad de Turín, escuchó en la librería Löscher, que yo estaba en la ciudad.” Aparte de estas librerías selectas, Nietzsche usa con frecuencia las que encuentra a su paso de fugitivus errans, sigue pidiendo y ordenando libros vía catálogos por correo, se suscribe a boletines de novedades y pregunta recomendaciones de libros y autores nuevos a sus íntimos. A su hermana Elisabeth le pide en 1880 “si, mi querida hermana, al leer Revue des deux mondes ves un libro que se recomienda encarecidamente, escríbeme por favor la novedad, te estaré muy agradecido.” La Revue des Deux Mondes era (es) una publicación bimestral político-literaria, fundada el 1 de agosto de 1829 por Prosper Mauroy y P. de Ségur-Dupeyron. Entre otros famosos escriben en ella Alexandre Dumas, Alfred de Vigny, Honorato de Balzac, Sainte-Beuve, Charles Baudelaire. Por ejemplo en el numero 2, janvier - février de 1880 los artículos hablan del salón literario de Mme. Necker, la represión a la libertad de prensa del Zar, el debate sobre la libertad de enseñanza (tema que obsesionará a Nietzsche), las prácticas parlamentarias, sobre la Fraternité en la ciencia social moderna, la situación agrícola y ¡la historia del socialismo en China! Además se suscribe a revistas científicas “duras” en su intento por encontrar fundamentación en las ciencias naturales al principio del eterno retorno. Recibe por abono los Philosophische Monatshefte, y si le interesan número atrasados no cesa de buscarlos con desesperación en bibliotecas, como por ejemplo en Basilea. A su amigo Overbeck le escribe en 1881: “¿Están en la sociedad de lectura (o en la biblioteca pública) de Zürich los Philosophische Monatshefte Necesito el tomo 9, año 1873, así como el del año 1875. Además necesito la revista Kosmos, tomo I.” La revista filosófica Philosophische Monatshefte (“Entregas filosóficas mensuales”) editada en Leipzig, estaba dirigida por el filósofo Julius Bergmann (un seguidor del influyente y hoy olvidado Hermann Lotze) y era uno de los órganos culturales principales de los neokantianos. Nietzsche estuvo muy influenciado por todo el neokantismo, que básicamente era un intento de superar a Hegel. La pretensión de recuperar el pensamiento del Kant de la Crítica de la Razón pura: es decir, sobre todo la teoría del conocimiento kantiana, en especial la epistemología o teoría del conocimiento. El neokantismo se proponía servir de fundamento teórico a las ciencias particulares (física, química, biología, etc.) que están teniendo un impresionante desarrollo en la Alemania de finales del ‘800. Se trata, por tanto, de una interpretación psicofisiológica del pensamiento kantiano, según la cual la epistemología es una fisiología de los sentidos y un intento de amalgama del materialismo y el idealismo sin renunciar a la dimensión metafísica. Pero además la revista tenía muchos artículos sobre filosofía política, la mayoría de crítica a Marx. En esta revista que lee a Kant en clave fisiológica Nietzsche leyó y anotó a neokantianos como Adolf Fick, Helmholtz, Otto Liebmann, Eduard Zeller o Kuno Fischer. Por supuesto Nietzsche se compró todos los libros de esta corriente, que fueron meticulosamente leídos y anotados. La otra revista es Kosmos, una publicación cuyo insólito subtítulo rezaba Zeitschrift für einheitliche Weltanschauung auf Grund der Entwicklungslehre in Verbindung mit Charles Darwin und Ernst Häckel sowie einer Reihe hervorragender Forscher auf den Gebieten des Darwinismus (“Revista para una cosmovisión unitaria sobre la base de la teoría de la evolución, en contacto con Charles Darwin y Ernst Häeckel, así como una serie de destacados investigadores en el campo del darwinismo”, todo sic). La editaba un comité dirigido por los doctores Otto Caspari, Gustav Jäeger y Ernst Krause y demuestra el enorme interés de Nietzsche por una corriente de la filosofía en Alemania hoy olvidada, la Naturphilosophie.

De hierro como una máquina de escribir: En el medio de este furor de lectura Nietzsche toma una decisión bien moderna: decidirá comprarse un aparato mecánico recién aparecido en el mercado que le ayudará a completar su libro Die fröhliche Wissenschaft (“La Gaya Ciencia”): la máquina de escribir, las Notebooks del siglo XIX… Le escribe entusiasmado a su amigo Köselitz en 1881 “estoy en contacto con su inventor, es un danés que vive en Copenhague…”. Se carteaba con el inventor e incluso recibió pruebas de la tipografía en postales. Por cierto Nietzsche se equivoca: la Schreibkigel, como le llamaba a la máquina de escribir, ya había sido “inventada” y construida diez años antes en América por L. Sholes y desde 1873 producida en serie por Remington, una fábrica de armas y máquinas de coser. Nietzsche se había familiarizado en Basilea y Zürich (gran centro financiero) con la máquina de escribir Remington, Model 2, pero le había resultado muy pesada y voluminosa. Lo cierto es que Nietzsche, ya sea por nacionalismo europeo o por comodidad, prefirió comprarse el modelo danés porque al parecer era más rápido, silencioso, preciso, ligero y cómodo para trasladarlo en su errancia bohemia. El “inventor” era un pastor llamado Hans Rasmus Johan Malling Hansen (1835-1890), que al parecer tuvo la idea al quedar impresionado por la velocidad con la que escribían sus alumnos con sólo dos dedos. Hansen imaginó que podrían escribir más rápido si todos sus dedos fueran utilizados a la vez, y en dos años diseñó un extraño pero elegante aparato, llamado “Malling-Hansen Writing Ball”. Su amigo Paul Rée le llevó la máquina, pagada por su hermana Elisabeth, un modelo 1878, con el número serial 125. Esta máquina fue elegida el producto del año en 1878. Su forma era convexa en forma de máquina de escribir que funcionaba de arriba (un teclado semiesférico de 52 teclas de latón) hacia abajo (portapapel con un sistema que desplazaba impulsado por electricidad). Tenía buenas prestaciones y Nietzsche se quejará en muchas cartas de sus problemas mecánicos…debido a un accidente cuando la transportaba a Génova, a causa del cual fue mal arreglada y nunca más funcionó bien. Hay especulaciones si el medio de escritura mecánica no fue modificando el propio Stil del filósofo…un amigo compositor reconoce que su estilo ha cambiado, de lo retórico a lo telegráfico, desde que utiliza la máquina, a lo que Nietzsche responde: “Tienes razón… nuestro equipamiento para escribir participa en la formación de nuestros pensamientos." Nietzsche llegó a mecanografiar 60 manuscritos, entre cartas, poemas y notas. Y será el primer filósofo en utilizar una Schreibkigel… Encantado con su Notebook mecánica, Nietzsche le dedicó incluso un poema el 16 de febrero de 1882:

“La máquina de escribir es como yo: de

hierro

y fácilmente retuerce nuestros viajes.

Paciencia y tacto se requieren en abundancia

Así como finos dedos, para usarla”

*Ilustración: "Etagères" (1725), de CRESPI, Giuseppe Maria

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sábado, febrero 14, 2009

Nietzsche como lector (III)


De la biblioteca a la librería: el testimonio documental más antiguo de un intelectual en el interior de una librería es el del enigmático Zenón de Citio, el Estoico. En uno de sus fragmentos cuenta que estando en una librería de Atenas se enteró de la existencia del historiador, militar y filósofo griego Jenofonte al escuchar leer un párrafo de su nuevo libro, Memorables, por un empleado. Las librerías como nervios culturales (informales) nacieron en Grecia, se importaron a Roma y se expandieron por el Imperium. Allí la librería era no sólo un punto de venta sino sala de lectura, de declamación, lugar de reunión de los intelectuales que discutían la agenda literaria y por supuesto, como nos cuenta Zenón, plataforma ideal para el lanzamiento de novedades. En Roma la fórmula se perfeccionó: los más jóvenes, con vocación literaria, se reunían a escuchar cómo los viejos clientes de la librería peroraban entre los libros (en realidad rollos) que cuidadosamente colocados se alineaban encima de ellos. La puerta de la librería, una típica tabernae, estaba cubierta de inscripciones anunciando las obras en venta; si el caso lo requería a veces el primer verso o línea del libro se reproducía bajo un busto más o menos realista del autor. La publicidad se desplegaba en las columnas vecinas, acompañada del clásico voceo. El rollo de papiro era el medio dominante para la publicación de libros. Las ediciones también variaban según el poder adquisitivo del lector: los libros más caros se escribían en papiros de colores, guardados en cajas con tapas de marfil y cubiertas de seda de tonos brillantes. Las librerías estaban estratégicamente ubicadas, naturalmente, muy cerca del poder y de la elite político-cultural: primero tímidamente en la vecindad del Foro; ya en tiempos de Cicerón en el Foro mismo, más tarde a lo largo del Argiletum (una de las calles más importantes del centro, unía el Foro romano con el distrito de Subura… ¡el barrio de César!). Argiletum fue conocida como “la calle de los libros” y tenemos testimonios de visitas y anécdotas en Horacio, Marcial y Séneca. Después las librerías siguieron la huella de las bibliotecas públicas de Augusto y los edificios públicos más importantes, como la Basilica Aemilia. Los libreros-editores más importantes, los Sosii, que fueron los “editores” de Horacio, se transformaron en un importante grupo cercano al poder imperial. Como grupo editorial se establecieron ya en el imperio tardío cerca de la estatua de Vertumnio, a la salida de la Vicus Tuscus. No sólo esa moda llegó de Grecia: cuando el rey de Pérgamo, que tenía una magnífica biblioteca pública con 200.000 ejemplares, envió a Roma a su enviado, Crátes de Mallos, éste dio una serie de conferencias que estimularon a los políticos a crear librerías públicas similares, tanto privadas como estatales. El cónsul Lúculo, conquistador de Asia Menor, inició la moda: era un bibliómano obsesivo pero muy generoso; su villa en Tusculum, cercana a la de Cicerón, contenía una imponente biblioteca producto de sus saqueos militares, en su mayor parte tomada al rey Mitrídates de Ponto. Puso a disposición del cenáculo intelectual romano su patrimonio libresco y su biblioteca se transformó en un hogar literario, donde se podría leer y debatir. Cicerón cuenta que en una de esas reuniones de lecto-debate encontró al joven Catón. Por el lado del estado los romanos también expandieron la fórmula griega de la biblioteca pública gracias a Julio César. Invitado por Cleopatra visitó la mítica biblioteca de Alejandría. AL volver le encargó a Varrón que organizara la primera biblioteca pública de Roma, con dos salas, una para libros griegos y otra para latinos. Su plan quedó inconcluso por su asesinato, pero lo continuó su sobrino nieto Octaviano, el emperador Augusto, quién creó no una sino dos. Las bibliotecas romanas servían tanto como sala de lectura como de conferencias, presentación de libros y lecturas públicas, pero sólo eran circulantes y a préstamo para el emperador y sus íntimos. La costumbre cultural prosperó y en todo el imperio se habilitaron bibliotecas públicas, algunas cerca de las termas (centros socioculturales de masas) e incluso en lugares banales, como en Tívoli, un lugar de veraneo para la aristocracia, que tenía una biblioteca pública con libros a préstamo. Roma inaugurará un Complex cultural que ya nunca nos abandonará en Occidente: el circuito culto del editor-librería comercial-biblioteca estatal. Con Nietzsche asistimos a una recuperación de la antigüedad clásica en clave teutónica, pero no en cuanto tal, ni siquiera in toto. De la decadencia milenaria de Occidente se rescata la Grecia trágica pero se excluye con repugnancia Roma, sinónimo de espíritu utilitario: “un pueblo que, a partir de una vigencia incondicional de los instintos políticos, cae en una vía de mundanización extrema, cuya expresión más grandiosa, pero también más horrorosa, es el Imperium romano” (GT, 21, I). El pecado del mundo romano es el exceso de mundanización y esto incluye, por supuesto, la superestructura cultural-literaria. Nietzsche sigue la tradición reaccionaria (que llamaba a los jacobinos los “nuevos romanos”) y el clima ideológico de su tiempo, de Kleist a Fichte concluyendo en Wagner. Aunque estamos en presencia de un motivo ideológico de extraordinaria vitalidad en todo el ‘900 (piénsese en Heidegger). Aunque Nietzsche aborrece la romanitá y la herencia latina, un mero completamiento de la decadencia iniciada por Sócrates en Grecia, sin embargo en su vida práctica terrestre se comportaba como un romano culto y hacía amplio “uso” de la instituciones inventadas y perfeccionadas en la Roma imperial: librería y biblioteca pública.


Sobrealimentación libresca de un dionisíaco: Nietzsche podría haber repetido aquellas palabras de Giacomo Casanova “pasé ocho días en esta biblioteca, de donde no salía más que para volver a casa, en la que no pasaba más que la noche y el tiempo necesario para las comidas, y puedo contar aquellos ocho días entre los más felices de mi vida…”. Ya en su sketches autobiográficos de juventud, Nietzsche confiesa que cuando visitaba a su abuelo materno cada verano, su actividad favorita era utilizar el estudio y revolver en la librería de su casa. Esta librería la utilizó con frecuencia hasta su adolescencia, leyendo y tomando notas allí o incluso llevándose libros a préstamo. Más adelante el joven Nietzsche frecuenta y hace un uso intensivo de librerías académicas y especializadas tanto en Pforta, Bonn y Leipzig. En Pforta podemos ver su enorme interés, que nunca abandonará, por el pastor-filósofo Ralph Waldo Emerson, uno de los autores más influyentes en su desarrollo intelectual. Emerson fue el primer encuentro con un filósofo, mucho antes que su estudio de Platón y Schopenhauer. Leyó la traducción en alemán Die Führung des Lebens (La conducta de la vida, 1860), aparecida en 1862 y adquirida por Nietzsche como novedad en una librería. Emerson será su lectura (y re-lectura) favorita hasta el final de su vida activa y su biblioteca personal contiene cuatro libros en traducción alemana y ensayos en inglés aparecidos en la revista Atlantic Monthly que Nietzsche se hacía traducir. Además de estudiar historia de la literatura, obras sobre Shakespeare y Esquilo, así como su creciente obsesión por perfeccionar su propio estilo literario. Repetidamente pide para leer Die Technik des Dramas (Técnica del Drama, 1863) un manual de moda en la época, obra del escritor nacionalista y filólogo Gustav Freytag, donde explica su sistema, la famosa pyramidalen Aufbau. Ya en Bonn no sólo visitaba bibliotecas y librerías, sino visitaba las tumbas de Schumann, Schlegel y del patriota antisemita Ernst Moritz Arndt, el reaccionario antinapoleónico, llevando como homenaje una corona de flores. Sabemos que Nietzsche es un estudiante muy flojo, regular (no sigue ningún curso con asiduidad), sus intereses se alejan de la currícula universitaria y que sus preocupaciones empiezan a pasar por la política y la historia. Se asoció a la Gustavus-Adolphus Union, una asociación político-religiosa protestante, donde dio una curiosa conferencia sobre los eclesiásticos alemanes en Estados Unidos. En la misma época, en la asociación estudiantil que había cofundado, Franconia, leyó una conferencia pública sobre los poetas políticos alemanes del siglo XIX que lamentablemente se ha perdido. Ambas conferencias tenían un espíritu reaccionario, promonárquico y antidemocrático profundo. Además en Bonn toco levemente a Hegel, sin profundizarlo y sin entenderlo en su complejidad y también descubrió a su amigo-enemigo, el teólogo David Friedrich Strauss. Como le dice en una carta a su amigo Mushacke en 1865 “si tengo poco apetito, tomo una píldora de Strauss, ‘La mitad y la totalidad’, por ejemplo…”. De Strauss compró y leyó con detenimiento su Lessings Nathan der Weise (“El camino del ‘Nathan’ de Lessing, 1865); por supuesto el ya nombrado Die Halben und die Ganzen (“La mitad y la totalidad”, 1865) y el más famoso de sus textos: Das Leben Jesu, kritisch bearbeitet (“La vida de Jesús, críticamente examinada”, 1835) libró que finalmente compró en 1865. Finalmente el Nietzsche maduro tendrá en su biblioteca personal… ¡todos los libros de Strauss! A Strauss lo lee, cuando vuelve a su casa, a dúo con su hermana Elisabeth. En Leipzig Nietzsche repite las mismas prácticas librescas: asiste con desgano a los cursos, su compromiso con la carrera de filología es más bien laxo y ocasional. En lo específicamente filosófico Nietzsche no fue productivo en esta etapa de Leipzig porque se enfrascaba una y otra vez en leer con obsesión o en la neurótica búsqueda de libros. Sus verdaderas pasiones hay que buscarlas más en sus lecturas y visitas a bibliotecas y librerías. Le interesan otras cosas y las encuentra no en el claustro, no en las materias que cursa sino en el vagabundeo por librerías. En una de ellas, en la librería Rohn, ocurre un encuentro que hará historia, como cuenta en una carta: “Creo que no será difícil imaginar la impresión… tenía por fuerza que causarme la lectura de la obra principal de Schopenhauer. Encontré un día este libro por casualidad en la librería de viejo del anciano Rohn. Ignorándolo todo sobre él, lo tomé en mis manos y me puse a hojearlo. No sé que Daemon me susurró: ‘Llévatelo a casa’. Ocurrió, en cualquier caso, contra mi usual costumbre de no precipitarme en la compra de libros. Una vez en casa me arrojé con el tesoro recién adquirido a un ángulo del sofá y comencé a dejar que aquel Genius enérgico y sombrío influyera en mí.”Se trataba de una edición usada del principal libro del filósofo Arthur Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vörstellung (“El mundo como voluntad y representación”), Nietzsche tenía veintiún años y será desde ese momento schopenhauerienne durante una década. El reaccionario Schopenhauer (crítico a la idea de progreso, a la cual contrapone la inmutable realidad aristocrática de la Natur) representaba a sus ojos “una seriedad fuertemente viril, un rechazo de lo vacío, insustancial, y una inclinación a lo sano y sencillo. Schopenhauer es el filósofo de un clasicismo redivivo, de un helenismo germánico, Schopenhauer es el filósofo de una Alemania regenerada.” Hellas y Bismarck podía lograr una síntesis magnífica e insuperable y ser la expresión más fuerte e inactual de su tiempo. Por supuesto todos los libros de Schopenhauer serán incorporados a su biblioteca personal, estudiados en detalle, profusamente anotados. Además Nietzsche trató de leer (y comprar) todos los estudios o monografías sobre su maestro. Nietzsche no sólo pide a préstamo libros sino incluso partituras musicales por ejemplo, como está testimoniado en el Goethe-Schiller Archiv de Weimar, de la Leihbibliothek, una biblioteca de alquiler de libros muy costosos (una moda que pervivirá hasta finales del siglo XIX y que utilizará Marx en Londres), parte de la librería comercial Domrich, en Naumburg su ciudad natal. Nietzsche pagaba una cuota mensual para tener acceso a ella, tal como se conserva el recibo fechado en marzo de 1868. La Leihbibliothek es citada en muchas cartas de Nietzsche además se conservan listas personales de libros alquilados, así como boletines de suscripción con las novedades editoriales. En cuanto a su educación de bachiller en Pforta, Nietzsche no sólo utilizó la biblioteca del instituto durante sus años escolares (además de pedir prestados libros a sus profesores), sino que siguió haciéndolo durante su madurez. Su estadía en Leipzig fue decisiva en el desarrollo de su pensamiento político: allí participó apoyando en las elecciones al candidato de la derecha Stephani, un político pro-prusiano. Allí fue donde confesó sus afinidades políticas, en carta a su madre y hermana: “Soy un fanático prusiano…”. Allí fue donde se hizo admirador incondicional de Bismarck: “posee valor y una coherencia implacable…” Nietzsche lleva una vida libresca que complementa frecuentando los cafés literarios como el famoso Caffé Kintschy o el Théâtre, donde según propia confesión leía todos los periódicos y revistas culturales, discutía con amigos, para o bien encerrarse en la biblioteca o merodear las librerías. Nietzsche utiliza las bibliotecas de la ciudad con obsesión e intensidad. Especialmente la biblioteca universitaria, como es lógico, pero además visita con frecuencia y saca a préstamo libros de la Stadtbibliothek (referidas en sus cartas como la Rathbibliothek). En ella asombra la frecuencia y el tiempo que pasa en ella: disciplinadamente trabaja en ella los lunes, miércoles y sábados por la tarde, leyendo y tomando notas en sus Nachlass. El uso de la biblioteca de la universidad fue todavía más riguroso, Nietzsche mismo confiesa con orgullo a su madre y hermana en una carta de pedir a préstamo libros… ¡todos los días! Lamentablemente no hay documentación sobre este período de qué libros y autores prefería el joven Nietzsche. Cuando está de vacaciones o cuando tiene que hacer el servicio militar obligatorio y regresa a Naumburg lamenta el alejamiento de las bibliotecas públicas de Leipzig, y le comenta a su amigo Mushacke que “tengo sed como la del ciervo bíblico por esa gran ciudad y sus bibliotecas”. Ya en su madurez, en la década de 1880, cuando le era dificultoso viajar con continuidad a Alemania, muchas veces viajaba exclusivamente a Leipzig con el objeto de visitar las bibliotecas públicas y realizar compras de libros. Gracias al servicio de novedades de librería hace su otro gran descubrimiento filosófico: el manual de historia del materialismo de Friedrich Albert Lange, el socialista-liberal, titulado Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart (“Historia del Materialismo y crítica de su significado en el presente”, 1866). Nietzsche se había abonado a un servicio de novedades literarias, como le cuenta a su hermana en una carta de 1868, donde uno seleccionaba temas de preferencia; la librería le enviaba a domicilio los libros interesantes y el cliente devolvía por correo los ejemplares que no adquiría. Lange le causó una conmoción espiritual como le cuenta a su amigo Mushacke el mismo año que compró el libro, 1866: “la obra filosófica más importante del último decenio es, sin duda, la de Lange… sobre la que podría escribir un discurso laudatorio de un montón de páginas. Kant, Schopenhauer y este libro de Lange. No necesito más.” Lo curioso era que primero Lange no era un filósofo de cátedra, ni un especialista académico: era un outsider, simple profesor de secundaria y periodista de la izquierda burguesa. Compró ejemplares del manual de Lange y se lo regaló a sus amigos íntimos. Como buen bibliómano Nietzsche no sólo leyó y releyó, anotó y escribió resúmenes del libro, sino que… ¡compró las cinco ediciones ampliadas desde 1866 hasta 1887! Además adquirió todos los libros escritos por Lange, incluso los tratados políticos, como Die Arbeiterfrage in ihrer Bedeutung für Gegenwart und Zukunft (“La cuestión obrera y su significado para el presente y el futuro”, 1865) aunque hacia sus lectores y admiradores jamás podría haber reconocido su admiración y deuda intelectual por un décadent socialista-liberal. Por supuesto su vida práctica, sus oficios terrestres se contradecían de manera chocante con su pathos trágico, ya que en la misma época Nietzsche sostenía en una carta a su amigo Deussen que “a mi estomago cerebral le fastidia la sobrealimentación. Mucho leer embota de modo lamentable la cabeza. La mayoría de nuestros sabios serían más valiosos inclusos como sabios de no ‘saber’ tanto. No comas platos demasiados pesados.” Y a von Gersdorff le señala que “los cien libros que hay sobre mi mesa son otras tantas tenazas que esterilizan el nervio del pensamiento autónomo.” La hybris libresca de Nietzsche jamás lo abandonará. (Continuará)


Ilustración: "Der Bücherwurm", Carl Spitzweg (1850)

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