domingo, agosto 27, 2006

Comprender el fascismo: la excusa Grass

El compromiso militante de Grass con las Waffen-SS de Hitler fue una excusa. La discusión da una vuelta de tuerca. Han defendido la tardía y táctica confesión John Berger, Salman Rushdie y Vargas Llosa. El "Centro Simon Wiesenthal", fundado por el famoso caza-nazis, ha reclamado que Grass aclare en profundidad su participación en la 10º SS-Panzerdivision "Frundsberg", específicamente en el 10.SS-Panzerjäger-Abteilung (Regimiento de Cazatanques, donde Grass era artillero de un Jagdpanther como lo recuerda en sus memorias). En una carta de su director, Dr. Efraim Zuroff, se le reclama más luz sobre su compromiso político, así como datos de en qué batallas participó, nombre de sus oficiales superiores y subalternos y de sus actividades durante 1945. El Centro pregunta además por los lugares en los que sirvió, los horarios que cumplió y los documentos, y critica la escasa y paupérrima memoria de Grass al recordar tan poco. ¿Una amnesia à lá Oskar Matzerath? En Alemania las encuestas demuestran que la credibilidad de Grass no ha sido mermada sino aumentada por su confesión. Y no fue una travesura, él mismo descarta esa hipótesis salvadora: “Lo que hice no puede minimizarse como tontería juvenil. No sentía ninguna opresión en la nuca, y ningún sentimiento de culpa autoinducido, por ejemplo por haber dudado de la infalibilidad del Führer, exigía ser compensado por un celo voluntario.” Ahora podría leerse toda la obra de Grass como un largo y tortuoso mea culpa. La izquierda más esclerótica y paranoica ha visto un intento de linchamiento de Grass por ser un icono de izquierdas y la derecha elegante ha jugado con la ironía al reclamar el mismo tipo de "confesión penitente" para intelectuales que defendieron el stalinismo, el maoísmo o incluso a Fidel Castro. Las especulaciones giran en el vacío: que operación de marketing, que lo confesó en lugar y tiempo equivocado, que lo ocultó para acceder al Nobel, etc. El caso Grass no trata tanto de la calidad de su obra literaria (reconocida universalmente casi sin discrepancias), no pone en juego su historia personal (la individualidad histórica es siempre opaca y única) como de explicarnos el "Why?" de una decisión. Y mediatamente volver al tapete la tradicional incomprensión de qué fue y que es el fascismo en su versión nacionalsocialista. Como Schwob recordara, la ciencia de la historia nos sumerge en la incertidumbre acerca de los individuos. Nos los muestra sólo en los momentos en que se entrecruzan con las acciones generales. Pascal especula con la nariz de Cleopatra o con la arenilla en la uretra de un irascible Cromwell, o con la bisexualidad de Julio César, pero todos esos hechos individuales no tienen valor (o lo tienen muy devaluado) sino y en cuanto modifican los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su concatenación. No se trata de perdón intelectual, ni de remisión de pecados. Tampoco un esquema de filosofía de la historia indulgente. Lo que Grass permite (o el testimonio de Böll, Heidegger, Feyerabend, Jaspers, Gadamer, Wagner, Jünger, Hamsun, Céline, Bergman, Michels…) apunta a poder comprender lo incomprensible, lo políticamente incorrecto: que el estado populista racial de Hitler, el "Volkstaat" nazi, era inmensamente popular hasta horas antes de su derrumbe. Y que la seducción no sólo hacía mella en el candoroso suelo mental de la masa amorfa y plebeya, sino en los cerebros de su clase más refinada y culta: la Intelligentsia.

En su "Diario de Trabajo", el Arbeitsjournal 1938-1955, Bertolt Brecht anota inocentemente en la entrada del día 12 de septiembre de 1944: "la impaciencia de la izquierda ante la actitud de los trabajadores alemanes [con respecto a Hitler] es comprensible… los ejemplos históricos… han demostrado lo que puede lograr una gavilla de delincuentes equipados con las armas y los vehículos más modernos y apoyados por un bien organizado sistema policial…". Brecht intentaba entender, con las lentes de la teoría stalinista del fascismo, cómo era tan baja la resistencia interna del pueblo alemán y cómo, pese a los terribles bombarderos diurnos y nocturnos sobre casi todas las ciudades alemanas más las derrotas catastróficas en Francia y la destrucción de todo el Grupo Centro en la URSS (Operación Bagration), Alemania seguía combatiendo y no se notaba resquebradura alguna en la legitimidad interna del NS-Staat. Brecht entendía al nacionalsocialismo como una mezcla de paramilitares aventureros, policía, técnica armamentística y financiación del gran capital. Su esquema interpretativo es una exhibición del extravío general de la izquierda de la época con respecto al ascenso del fascismo. El intento de interpretar el nacimiento, la vida activa y la caída del fascismo en términos de "intrusión" de elementos extraños en una masa proletaria ingenua (ya atomizada; ya sin experiencia; ya forzada) se arrastra desde la Marcha a Roma de Mussolini. Uno de los primeros libros de interpretación, "Die Faschistengefahr"(1923) de Julius Deutsch, dirigente de la socialdemocracia austriaca y del cuerpo armado "Schutzbundes", sostenía que el fascismo era un movimiento político que demagógicamente fanatizaba a elementos pequeños-burgueses y juveniles de la población al servicio, obviamente, de la "reacción capitalista". No obstante los años pasados, las variaciones en la información y la base documental, los dramatis personae en su interpretación no han variado nada. El primer intento marxista-leninista ortodoxo de interpretar al fascismo fue divulgado en el IVº Congreso Mundial de la Tercera Internacional, reunido inmediatamente en que Mussolini accedía al poder. Los comunistas italianos definieron al fascismo como un arma en manos de los grandes propietarios terratenientes, una suerte de "fascismo agrario", instrumento consciente usado por el capital agrario para derrotar a la revolución de la clase trabajadora. Ni los propios militantes italianos habían podido deducir teóricamente la enorme novedad del fascismo como una cultura política alternativa y de masas.

El fascismo y su variante nacionalsocialista (racista) no fue un "paréntesis" en la historia occidental; no mantuvo prisioneras a sus poblaciones a punta de pistola; no fue una "infección" inyectada por la personalidad de sus líderes; tampoco un síntoma de una "Sonderweg" especial de Italia y Alemania; tampoco de renacimiento maquiavélico; ni una reacción antiproletaria a un capitalismo al borde del derrumbe. Por el contrario: el nacionalsocialismo es parte integral y medular de la historia europea. Y es una ideología compleja, un proyecto no conformista, vanguardista y revolucionario. El nacionalsocialismo, y es lo que esconde el verdadero motivo de la discusión sobre Grass, ha sido una fuerza rupturista, anti-burguesa, capaz de arremeter contra el orden burgués establecido después de 1918, con utopías populistas y programas completos, y lo más importante (que enloquecía a Brecht): capaz de competir eficazmente con el marxismo "tercerointernacionalista" de los años 20' y '30 en la mente, voluntad y preferencia tanto de intelectuales maduros o en formación, así como en las masas de trabajadores y empleados. El nacionalsocialismo es una ideología disruptiva, síntesis del nacionalismo orgánico y de la revisión antimaterialsta burda del marxismo vulgar (es más: muchos definen al fascismo como una variante del marxismo del siglo XIX). Expresa, como lo recordó Grass (y Feyerabend, y Heidegger…) una aspiración revolucionaria fundada en el rechazo del individualismo liberal e intenta crear una cultura política comunitaria, antiindividualista y antinacionalista, basada en el repudio de la Aufklärung y de la Revolución Francesa. En una segunda fase se proponía la construcción de una solución de recambio total, de un marco intelectual, moral y político, único capaz de garantizar la perennidad de una colectividad humana, la "Gemeinschaft" racial opuesta a la "Gesellschaft" formal del liberalismo, en la que se integrarían perfectamente todas las capas y clases sociales. El nacionalsocialismo pretendía hacer desaparecer los efectos más desastrosos del capitalismo salvaje de los años '20, la atomización de la sociedad, la disgregación del alma comunitaria, la alienación del hombre convertido en mera mercancía lanzada al mercado. El nacionalsocialsmo también se rebeló contra la deshumanización introducida por la secularización y la modernización, intentando hacer una revolución que cambie las relaciones entre el individuo y la colectividad sin romper el Deus absconditus de la burguesía: la propiedad privada y el mercado. La revolución nacionalsocialista se sustenta en formas controladas, planificadas y altamente reguladas de una economía regida por los automatismos de mercado, por la vieja Ley de Say. Su comunidad se basa, ya no en la clase o en el consumo, sino en la sangre, es una "Blutgemeinschaft". El nacionalsocialismo antes de convertirse en una fuerza política fue un fenómeno cultural y que no debemos menospreciar, subestimar, que en la hegemonía y lealtad de masas su marco conceptual cumplió un rol de especial importancia. Grass es su prueba viviente.

Al año de la rendición incondicional de Alemania, en plena desnazificación, el conservador historiador Friedrich Meinecke (luego nombrado rector de la Universidad de Berlín) con 85 años escribe lo que será su opera postuma: "Die Deutsche Katastrophe" (1946). Poco sospechoso de afinidades electivas con los nazis, testigo de primera línea, empezaba su librito de comentarios y recuerdos con la siguiente pregunta: "¿Será posible llegar un día a comprender totalmente las tremendas experiencias que nos deparó el destino en los doce años del Tercer Reich?". Su pesimista conclusión era que la experiencia nacionalsocialista la habían "vivido" pero "sin exceptuar a ninguno de nosotros, sólo incompletamente la hemos entendido". Con valentía descubría esa opacidad y quizá fuera el primero en reconocer el lado "bueno" del NSDAP. Ahora y antes un escándalo teórico. Su capítulo XI se titulaba irrespetuosamente "Del contenido positivo del Hitlerismo". ¿El IIIº Reich poseía cosas valiosas, progresistas, vitales para el 95 sobre 100 de los alemanes arios? Sí. La gran idea, dice Meinecke, "que se agitaba en el ambiente" era fundir el movimiento ideológico nacional con el pensamiento socialista. Hitler fue "su ardiente profeta y su más decidido ejecutor". Y esta participación del nacionalsocialismo en la gran idea objetiva de su época es lo que debe reconocérsele categóricamente. Y no sólo. Meinecke reconoce los aportes en la ideología fascista del "romanticismo técnico" que se sumo a los dos elementos anteriores: un "pasaporte ancestral" que servía para re-componer lazos comunitarios, conservar pura y renovada la raza nórdica y modernizar reaccionariamente la Nación. También reconoce el papel fascinante de su radical ateísmo, casi "comparable al Bolchevismo", ascenso de un nuevo paganismo y una secularización de sesgo nuevo, paralela a la del stalinismo y del liberalismo. Incluso Meinecke reconoce en el nacionalsocialismo una crítica al imperialismo y una concepción de nación proletaria que desafiaba el status quo mundial del Tratado de Versailles y de la inútil Sociedad de las Naciones. Pero el contenido positivo, epocal del nacionalsocialismo había sido la intención deliberada de unir "en una sola corriente la dos grandes olas ideológicas". Las dos grandes "olas" de Meinecke formaron un coherente sistema ideológico, creído por millones y seguido hasta la muerte. Aunque el "socialismo nacional" había sido registrado por Barrès en Francia (el verdadero laboratorio ideológico del fascismo) alrededor de 1898, la idea se extiende rápidamente por toda Europa. El segundo elemento esencial que en simbiosis con un nacionalismo antiliberal y antiburgués, conforma la identidad fascista, es la revisión antimaterialista vulgar del marxismo. Es esta rebelión, que enfervoriza tanto a la izquierda contestataria más radical y a franjas anarquistas, como a la nueva derecha nacionalista, la que permite la asociación de una nueva variedad inédita de socialismo con nacionalismo tribal y radical. Palabras más, palabras menos del propio Alfred Rosenberg: “El socialismo depurado del marxismo, aparece como un medio político al servicio del individuo y de la Gemeinschaft para proteger la unidad del Pueblo de los apetitos de los particulares desenfrenados”. Es lo que sedujo a Grass y que todavía como influjo no ha podido censurar, ni olvidar: un movimiento anticapitalista y jacobino que movilizó a su generación ("Das Antibürgerliche am Nationalsozialismus sei entscheidend für die Mobilisierung seiner Generation gewesen").

Y tenemos un dato más: las figuras de la mediación de la ideología nacionalsocialista. Las propias elecciones autónomas de Grass, primero ser miembro de los U-Boot, luego un SS, no hacen sino reconducirlo al corazón mismo de la ideología nacionalsocialista. Recordemos que los arquetipos nazis fueron variando a medida que Alemania entró en guerra. Antes de 1939, ya en "Mein Kampf", Hitler exaltaba la educación física en primer plano. La formación de carácter era por añadidura. El arquetipo antes de la toma del poder era el Stürmer de las paramilitares S.A., por ejemplo Horst Wessel , a quién se le dedicó un himno oficial, films, novelas, obras de teatro, una división de las Waffen-SS, estación de metro (hoy "Rosa Luxemburg"), etc.; un segundo arquetipo de la propaganda fue el corredor de autos de carrera, por ejemplo Bernd Rosemeyer (muerto en un accidente en 1938 y el más grande piloto alemán antes de Schumacher; por cierto miembro de las SS), enterrado con honores militares y con un discurso del Führer. En ambos casos es el heroísmo, el movimiento, el romanticismo, voluntad de conquista. A partir de 1939 la Gestalt del trabajador-soldado empieza a predominar. El soldado era el símbolo del trabajador y el luchador moderno, que combinaba un mínimo de ideología con un máximo de actuación y cuya misión era "modelar lo alemán en una nueva figura" (Jünger). En lugar del bólido de carreras lo ocupa el Panzer, el tanque; el lugar del conductor romántico, el conductor de blindados con su mono negro y sus calaveras (el soldado raso llamaba conductor, Führer, no sólo al que manejaba el vehículo, sino a todos sus integrantes). A éste se le sumo el comandante de submarinos, también tropa de élite, que combinaba en la ideología el dominio intelectual de la tecnología con las cualidades militares primordiales, una hazaña creativa que ligaba "la inmediatez primordial a la racionalidad más avanzada" (Gunther). Ni hablar del hombre perfecto de las SS. Grass cumplió metódicamente los pasos previstos del nuevo hombre alemán: primero intentó ser un marino de submarinos; luego un Führer de las Panzer División. Y lo logró.

La ideología nacionalsocialista es una contradoctrina, como lo fue en su nacimiento el liberalismo y el marxismo. Es una ideología crítica-racista que diagnostica el derrumbe y la decadencia de Occidente, anti capitalista (Marcuse hablaba de su "progresividad"): "derrotar los síntomas de decadencia… esa es la gran tarea del movimiento nacionalsocialista. De ese esfuerzo a de surgir un nuevo Cuerpo Popular, que borre las más negras sombras del presente, la escisión de clases de la que por igual son responsables la burguesía y el marxismo" (Hitler), antiparlamentaria (a los políticos profesionales se los trata de parásitos, traficantes parlamentarios, proxenetas de la política, cleptómanos de partido, maleantes antinacionales). Su programa político se basaba en la lucha contra el capital usurero, exigía la nacionalización de la banca y las industrias estratégicas, el cierre de la Bolsa de Comercio, abolir la “esclavitud del interés” (art. 11), incluso se reclama la estatización de “todas las empresas constituidas en sociedades anónimas (Trusts)” (art.13). Se exige la participación en las ganancias de las empresas, prohibir el trabajo infantil, municipalización de los grandes centros comerciales, reforma agraria (expropiación sin indemnización), eliminación del derecho romano por ser base del orden materialista liberal, acabar con el trabajo como mercancía (si, así de marxistizante), educación secundaria y superior gratuita, laica y sin restricciones… ¡Hasta la disolución del “viejo ejército de mercenarios y la constitución de un ejército popular”! Los controles y regulaciones al capital, por ejemplo, en 1938 no los tenía ninguna nación del mundo a excepción de la URSS. La composición socioprofesional del NSDAP nos dice mucho: el 53% de sus afiliados al 30 de enero de 1933 eran trabajadores y empleados dependientes; los proletarios puros eran un 31,5%. En cuanto a su composición generacional: el 41% de sus miembros eran jóvenes con edades comprendidas entre los 20 y los 29 años, duplicando la proporción en la población total. Un auténtico “Volkspartei”, un partido populista. Daniel Guerin, el anarco-comunista francés, recorrió Alemania durante 1934 en bicicleta recabando información para un libro contra el fascismo. Su objetivo era reunir “investigaciones eruditas” para poder combatir eficazmente al fascismo europeo. Editado en julio de 1936 con el título de “Fascisme et grand capital”. Como el título lo indica, estaba influenciado por las teorías simplistas de la IIIº Internacional y los escritos de Trotsky del fascismo como mero instrumento, agente de intereses empresariales o pelele de la burguesía más concentrada. Pero Guerin que palpó la realidad, no podía engañarse y se preguntaba “la extraordinaria capacidad de mantenerse que tiene el fascismo”, y concluía que “sería erróneo creer que el fascismo es un régimen totalmente impopular, basado exclusivamente en el terror… consiguió de las masas una cierta adhesión. Si no, hubiera sido más frágil”. Un inobjetable observador socialdemócrata alemán, Harry Bark, observaba en el año 1940: “La clase obrera alemana aprecia que los ‘privilegiados’ de siempre hayan dejado en la práctica de serlo”. Hitler lo repetía a quién quisiera oírle: “En esta Nueva Alemania todo hijo de obrero o de campesino debe de poder llegar…, gracias a la ayuda de nuestra organización y a una selección consciente de la elite, hasta las cumbres más altas de la nación”. Fue de esta constelación ideológica y material (no solo demagógica) de donde extrajo su energía criminal y racista el “Volkstaat” hitleriano.

Nada ha cambiado desde ese año. Un gran historiador del fascismo, especialmente del español, Stanley Payne, se preguntaba en 1995 que “a fines del siglo XX el fascismo todavía se mantiene como uno de los términos políticos principales más vagos” y Walter Laqueur, otro importante teórico e historiador creía que estamos recién en el inicio de poder formular una teoría científica sobre el fascismo en cuanto fenómeno político. Hay una anécdota trágica pero significativa de esta enorme atracción del nacionalsocialismo incluso en personas vacunadas contra la mística del socialismo “Blut und Boden”. La cuenta Margarete Buber-Neumann, la deportada “doble”, en su libro autobiográfico “Als Gefangene bei Stalin und Hitler” (1958), traducido al español como “Prisionera de Stalin y Hitler”. Margaret, militante del KPD, el Partido Comunista Alemán, vivía con su compañero en la URSS, trabajando en el Komitern de la IIIº Internacional. Cae en la purga de 1937 y es envíada a un campo en Siberia, En virtud de los protocolos secretos del pacto Stalin-Hitler de 1939 (por la cual intercambiaban presos políticos de sus respectivas nacionalidades), Margaret junto con centenas de militantes antistalinistas de procedencia alemana, son devueltos a Hitler. En el transcurso del terrible viaje dantesco hacía las fauces de la GeStaPo, mientras esperan en un vagón de mercancías su nuevo destino, se desata una discusión entre los veintiocho hombres y mujeres que había con ella. Escuchemos sus palabras: “La mayoría había pertenecido al Partido Comunista alemán o al austríaco. Todos se habían convertido en enemigos encarnizados del régimen stalinista. Yo les comprendía demasiado bien, pero cuando la discusión se orientó hacia el nacionalsocialismo no podía dar crédito a lo que oía. Muchos de ellos empezaron a descubrir los lados positivos del régimen hitleriano, como el carácter progresivo de su política, su economía abiertamente socialista, así como la legislación sobre el trabajo… Estaban desesperados, habían sufrido mucho y habían sido engañados, pero ¿es que todo eso justificaba aquella actitud?”. Estamos igual que Margarete, sin comprender la seducción real del nacionalsocialismo. La incomprensión como fenómeno de masas había sido la gran derrota. La de ayer y la futura.

sábado, agosto 19, 2006

Los últimos días de Friedrich Engels

Como decía De Quincey a propósito de Kant, doy por sentado que toda persona instruida confesará cierto interés por la historia personal de Friedrich Engels, aunque le haya faltado afición para conocer la historia de sus opiniones filosófico-políticas. Y es que suponer a un lector del todo indiferente a Engels es suponerlo del todo inintelectual. Esta simple presunción es la que también nos obliga a escribir este breve esbozo conmemorativo de su vida y práctica después de 1883.

El tortuoso recorrido, entre errático y azaroso, que sufrieron a lo largo de su historia editorial los escritos de Marx sólo puede compararse con las coincidencias afortunadas, fantásticas, triviales y casi increíbles con las que pudo salvarse para la posteridad la mayor parte de la obra de Aristóteles.[i] Al igual que Marx, sus escritos sufrieron las inclemencias de los intereses políticos y los caprichos culturales en los cambios en la forma de atención. Y, al igual que Aristóteles, los manuscritos de Marx guardan una peculiaridad muy especial: la mayor parte son apuntes, bocetos, notas y “memoranda”, producto de una técnica de trabajo intelectual limitada por la extrema pobreza y las constantes emigraciones políticas. Pero a Marx se le agrega una condición suplementaria: que el mismo marxismo nació, se desarrolló, se profesionalizó en escuela (y en ideología oficial de un estado) cuando la obra de Marx no era aún accesible en su totalidad e incluso cuando importantes partes de su “corpus” estaban inéditas. El éxito del marxismo como ideología de partido y ortodoxia de estado ha precedido en décadas a la divulgación científica y exhaustiva de los escritos completos de sus fundadores. Repasemos en primer lugar las propias rarezas de las condiciones intelectuales de Marx. Conociendo la enorme angustia existencial de Marx, en las bellas palabras de Frossard “su itinerario está jalonado de hojas muertas, gacetas sin lectores, libros y panfletos incautados que devoran sus escasos ingresos”, y las limitaciones de su técnica de investigación, su “Forschungswiese” sin biblioteca personal, es asombroso el talento para vencer tantas restricciones y lograr un texto limpio, coherente y profundo. Pero este “laboratorio” artesanal de Marx al mismo tiempo hizo nacer un problema editorial de implicancias ni siquiera imaginadas por él mismo: que su producción “diurna”, sus largos períodos de estudio en el escritorio Nº 0-7 de la “Reading Room” del British Museum superaran con creces la parte esotérica y “nocturna” de su obra, como puede verse gráficamente en el biorritmo entre su vida y obra. La parte publicada era sólo la punta de un iceberg, menos de un tercio de su obra, que emergía de una masa sumergida de manuscritos inéditos, un verdadero continente compuesto con minúscula taquigrafía y que constituía un dilema editorial de primer orden.[ii]

"Es un verdadero diccionario universal, capaz de trabajar a cada hora del día o de la noche, comido o en ayunas, veloz en escribir y comprender como el mismo diablo", decía Marx de su amigo, compañero y segundo violín. Tenemos un expediente criminal lombrosiano de la Polizei de Colonia: “Nombre: Friedrich Engels. Profesión: comerciante. Lugar de nacimiento: Barmen. Religión: luterano. Estatura: 1,70 m. Cabello y cejas: rubio oscuro. Frente: normal. Ojos: grises. Nariz y boca: proporcionados. Dentadura: buena. Barba: castaña. Mentón y cara ovalados. Tez sana- Constitución: esbelta”. A la muerte de Marx, Engels se enfrentó con este gigantesco filón de manuscritos codificados en la minúscula letra característica de su amigo y con cuidado trató de salir del problema, preparando la edición de los tomos restantes de El Capital, aunque actualmente se está analizando críticamente su tratamiento editorial e incluso su tándem teórico-práctico con el mismo Marx. Una de las razones que esgrimía Engels para no trasladarse a Alemania, tal como se lo pedían desde el recién creado SPD, Partido Socialdemócrata Alemán (luego albacea de los Nachlass) era su deseo de completar el trabajo de edición de Das Kapital en Londres y reordenar el enorme fárrago de manuscritos heredados. Kautsky le escribía en 1886 a Bernstein sobre el asunto: “Si yo estuviera en lugar de Engels, no seguiría viviendo en Londres ¿Qué es lo que ofrece Londres? Nada. Casi nunca va al teatro y no visita los museos o las exposiciones. No tienen allí amigos. Casi todas las personas a quienes quería, Marx, Lafargue, Longuet y otros han muerto o se han ido a vivir a otras partes”.

Engels apreciaba de Londres, según sus propias palabras, “la perfecta neutralidad que rodea a quien lleva una actividad científica”. A Bebel le hizo saber que no iría a ningún país donde existiera persecución policial o la posibilidad de verse desterrado. Además, estaba en los planes de Engels hacer, con el material y la correspondencia existente, una biografía completa de Karl Marx y una historia social del movimiento obrero alemán de 1843 a 1863. Pero Kautsky no se equivocaba en su juicio: “El General” estaba realmente muy solo. Y muchos lo relacionaban con su carácter poco político, lo confirma el propio Kautsky: “…reinaba la opinión de que Marx tenía mucho más talento para tratar con los camaradas que Engels. Se cuenta que la redacción de la Neue Rheinische Zeitung trabajaba en la mayor concordia con Marx y en ocasión de un viaje a Viena, Engels le sustituyó en la redacción. Cuando regresó Marx, reinaba en el periódico una total perturbación y una actitud de viva hostilidad contra Engels. Sin embargo, Marx pronto consiguió restablecer muy pronto la concordia”. Liebcknecht comentando el mismo incidente concluye en la naturaleza dictatorial de Engels, un “amante del orden” a toda costa.

Engels casi en solitario en un Londres ya hostil social y políticamente. Fanny Kravchinskaia, narodovolcen rusa, en sus visitas describe que “los días de la semana Engels trabajaba muy concentrado y vivía bastante retirado de todo, pero los domingos le gustaba estar rodeado de gente. Ese día su casa estaba abierta a todos… Un domingo cuando llegamos a su casa, ya había una veintena de personas en torno a la mesa: socialistas, escritores, políticos. Una reunión internacional. Se hablaba en varias lenguas. En un extremo de la mesa, presidiéndola, se hallaba el ya encanecido Engels, quién me gustó a primera vista. Era el alma de la reunión. Los presentes discutían acaloradamente, gritaban, y también se volvían hacia Engels… quién contestaba solícito en alemán, inglés, francés…” Engels sin embargo prefería escribir y polemizar desde el papel, pero era un orador con pocas dotes y muy poco popular. El sastre emigrée Lessner, miembro de la Bund der Kommunisten, señala que la última aparición pública de Engels tuvo lugar en 1893, cuando habló en el Congreso de Zürich, en Viena y en Berlín, y que siempre “exponía abiertamente lo que pensaba, tanto si ello gustaba como si no”. A pesar de su edad, Engels participaba todos los 1º de mayo en las manifestaciones de los obreros de Londres y subía siempre a la tribuna montada en la caja trasera de un camión engalanado, pero nunca hacía uso de la palabra, se consideraba un orador “flojo”. Kautsky también reconoce que Engels “rehuía mucho más que Marx la agitación oral y la participación en congresos”.

Bernstein recuerda esos días de 1884: “Marx había fallecido… y todas sus obras póstumas pasaron a manos de Engels, quién las seleccionó y ordenó con la mayor dedicación, con el fin de que el mayor material posible de su amigo pudiera ser publicado. Cuando yo llegué allí, Engels me leía noche tras noche, hasta altas horas de la madrugada, fragmentos de esos manuscritos y del esbozo de un libro, basado en extractos que Marx había tomado de la obra ‘Ancient Society’ del americano Lewis Morgan… Después de la cena, Engels descansaba un rato, para hablarme, luego, sobre los trabajos de Marx y leerme algo de sus manuscritos. Esta era nuestra forma de vida durante todos aquellos días…” En el mismo año, Kravchinski (aka Stepniak, del cual Eleanor Marx realizó dos artículos), el terrorista ruso lo visitaba dándole la impresión de que “Engels es muy inteligente y endiabladamente culto ¡¡Cómo habla el francés!! Además imagínate: incluso entiende el dialecto de Milán. Hace treinta años estuvo tres meses en Milán y hasta hoy no ha olvidado aquel dialecto. Es muy inteligente”. Aveling, el poco recomendable yerno de Marx lo describía en esos días como “de una estatura de 1,85, y hasta su última enfermedad era un hombre de porte erguido, militar, que llevaba con facilidad la carga de su más de setenta años. Ese porte militar y el paso rápido y elástico guardan cierta relación con el nombre que sus íntimos le daban: el General… Engels era capaz de hablar con cada uno de sus visitantes en su lengua materna… era un admirable anfitrión. Era la hospitalidad en persona y tenía unos modales excelentes”.

Como una especie de Theofrasto de Marx, Engels, con 62 años, se ocupó del desciframiento y edición, temiendo no concluir con esa misión, pues, como le confesara a Lavrov por carta: “…soy el único ser viviente que puede descifrar esa escritura y esas frases abreviadas…”. (carta a Lavrov, 5 de febrero de 1894, en MEW, Tomo 36, p. 28). Es curioso que Engels, incluso con Marx en vida, había vislumbrado su destino no-deseado de editor póstumo, ya sea por las limitaciones del propio estilo de trabajo de Marx (lento, minucioso, autocrítico ad nauseam), ya por conocer el ritmo del trabajo de su amigo. “No costará poco trabajo”, escribió al Roten Becker, “manejar los manuscritos de un hombre como Marx, cada una de cuyas palabras vale lo que pesa. Pero, para mí es un trabajo grato, ya que me siento otra vez al lado de mi viejo amigo”.

Recién fallecido Marx, Engels confesaba a Sorge que era mejor que se lo hubiera llevado la muerte, ya que: “…vivir teniendo ante él numerosos trabajos inacabados, devorado por el ansia de acabarlos y la imposibilidad de conseguirlo —esto le hubiera sido mil veces más doloroso que la dulce muerte que se lo ha llevado…” (carta a Sorge, 15 de marzo de 1883). Lo que encontró era, según el comentario sincero que le hizo a Kautsky, una criptografía propia de un jeroglífico. Charles Rappoport que lo conoció en 1893, cuenta que “a mi pregunta sobre la publicación del IIIº tomo de Das Kapital, Engels señaló un enorme volumen de manuscritos y me propuso que al menos leyera una sola línea de ellos. Pero no logré descifrar absolutamente nada, pues la escritura era completamente ilegible. ‘Ahora comprenderá’, dijo Engels, ‘cuan difícil me resulta establecer tan sólo el texto’”. Engels sistematizó su labor de editor en una pequeña cadena de producción: en primer lugar copiaba los manuscritos escritos por Marx entre 1861 y 1880; luego cotejaba las citas y comentarios, hilaba los párrafos, secciones y capítulos inconexos, seleccionando la versión más elaborada para entregarla a la imprenta, finalmente corregía las galeras (“proof”) para entregarlas a la imprenta. Ayudado por un secretario copista, a quien le dictaba ocho horas por día, pudo editar en 1885 el segundo tomo de Das Kapital, siendo exclusivamente por su criterio la decisión de dividir los manuscritos inéditos de Marx en dos tomos y publicar en un cuarto la historia crítica de las doctrinas económicas. La redacción y establecimiento del tercer tomo le costó un enorme trabajo de casi diez años, debido a su complejidad y al carácter críptico que tomó el estilo de trabajo intelectual de Marx. En esta tarea lo ayudó ahora Karl Kautsky, futuro renegado, quien cuenta detalles del laborioso trabajo: “El tercer tomo de Das Kapital trata sobre una ingente cantidad de los más importantes y difíciles problemas. El material para ese tomo tuvo que reunirse con enormes esfuerzos (muchos más que en el segundo) a partir de manuscritos fragmentados, que luego habría que elaborar para convertirlos en una exposición coherente…”. El cubano Lafargue, otro yerno de Marx, relata este trabajo de Sísifo: “Está trabajando en el tercer tomo. Kautsky le está ayudando. Ya conoce Usted la letra minúscula de Marx. En sus Nachlass todavía resulta peor, dado que contiene abreviaturas que es preciso adivinar, así como tachaduras y correcciones que hay que descifrar; todo ello entraña las mismas dificultades de lectura de un palimpsesto griego con ligaduras. Kautsky es el primero que lee el manuscrito y hace una copia a Engels, que revisa y completa según los otros manuscritos. En una de sus últimas cartas, Engels me escribió que se siente satisfecho de esta forma de trabajo y que Kautsky es muy diestro descifrando el texto de Marx… Realmente es extraordinario cómo logra realizar todos los trabajos de la edición de las obras de Marx…”. Mientras los trabajos de pre-edición y editoriales de Engels al segundo tomo alcanzaron escasamente las diez páginas, en el tomo tercero tuvo que recomponer capítulos y secciones enteras. Rubel nota que: “…Engels da la apariencia de obras terminadas a páginas a menudo informes y mal redactadas, materiales de un trabajo del que el propio Marx decía que era necesario completarlo y aún escribirlo… Los tomos II y III son eso: bosquejos, tanteos, a veces desesperados, materiales para los futuros ‘libros’ y nada más…” (K. Marx, Ouvres. Economie, Tomo II, NRF-Gallimard, París, 1968, p. XI y s.s..). Es digno de mencionar que Rubel, último sobreviviente de la generación de marxistas autónomos o libertarios, amigo de Pannekoek y Korsch, hasta su muerte (1996) y desde 1965 intentó realizar una edición crítica completa de la opera omnia de Marx, en la famosa colección “Bibliothèque de la Pléiade” en la editorial Gallimard y un léxico terminológico marxiano en colaboración con Louis Janover. De la edición planeada han aparecido: Économie I (1965), Économie II (1968), Philosophie (1982) y Politique I (1994). La muerte lo sorprendió trabajando en el segundo volumen de Politique. A modo de ejemplo, Rubel publicó todos los manuscritos escritos por Marx del tomo II de Das Kapital (nada menos que ¡seis versiones distintas!) más la versión conocida de Engels de 1885.

Así que Engels asumió la tarea de divulgar, concluir y presentar como sistema concluso una teoría en realidad abierta e inconclusa. Un torso, como precisó la intuitiva Rosa Luxemburg. Mucha de estas presiones por presentar un Marx científico se debieron al propio rol de Engels en la lucha y consolidación de la socialdemocracia alemana. A Bebel cuando publicó el tomo II de Das Kapital le señaló que “cuando este tomo aparezca, también los filisteos dentro del partido volverán a recibir un rudo golpe, que les dará de pensar”. El amigo-editor empezaba a verse influido por la petit politique y la lucha de fracciones, por el surgimiento del Revisionismus dentro del propio partido. No sólo: combatió el “idiotismo parlamentario” así como la tendencia izquierdista y autónoma de los “Jóvenes”. Esta tarea se superpuso a la de editor o más bien, se subsumió estratégicamente. Al mismo Rappoport, que le preguntó por la falta de base teórica o cierta incompletitud de la filosofía de Marx, Engels enfadado le respondió: “¿Qué más quiere? ¡Si ya tiene Das Kapital, Moisés y los profetas! ¡Haga el favor de estudiarlo!”. Comenzaba una larga marcha por el desierto rojo, donde las necesidades de rápida vulgarización, simplificación popular, esquematismo y reducción a un esquema ideológico elemental marcarían el inicio de los diversos marxismos, el “segundointernacionalista”, el de la “segunda-y-media” y finalmente el leninismo. El “ismo” en Marx nació en la época de Engels como timonel, en las revistas de partido dirigidas por los futuros centristas, revisionistas y socialistas de derecha, Kautsky, Bernstein; nació en la correspondencia de Engels con Bebel; nació en la Vulgata de los textos y prólogos de Engels y de las polémicas del propio Engels con fracciones, escuelas, críticos, socialistas de cátedra, populistas. Hasta tal punto que la historiografía define esta fase “paulina” con la misma fecha, la periodización coincide con los doce años en que Engels desarrolló su actividad de editor, difusor y sistematizador de un pensamiento inacabado.

La casa de Engels se transformó en un centro de correspondencia mundial, encuentro de revolucionarios peregrinos y mesa redonda de política, en especial los domingos, con invitados rotativos y circunstanciales. Axelrod, fundador de la socialdemocracia rusa y futuro compinche de Lenin, recuerda “por aquel entonces Engels tenía más de setenta años. La fama que le rodeaba no había disminuido en lo más mínimo su sencilla cordialidad que le distinguía desde siempre… nos servía formidablemente… había pastel de carne, ponche, y también cerveza…”. August Bebel lo recuerda en 1895 como “un hombre atractivo, amable, que se mostraba partidario del lema de Martín Lutero, según el cual el vino, al mujer y el canto son los condimentos de la vida, no olvidándose con ello la seriedad de la vida… siempre alegre y de buen humor, poseía una sombrosa memoria para toda clase de pequeñas vivencias y situaciones cómicas en su agitada vida… Engels era también un buen bebedor, que comandaba una respetable bodega y se alegraba cuando sus invitados rendían honores a sus vinos”. La enorme Vera Zasulich, le escribe a Georgi Plekhanov (el padre del marxismo ruso): “Banquete de gala en casa de Friedrich Engels con motivo de su cumpleaños 70º. Un pavo del tamaño de un niño de dos años y medio. Para cada plato un bouquet y una tarjeta de mesa. Fue de lo más aburrido…”. Eleanor, una de las hijas de Marx, lo describe en una vignette familiar: “tiene barba, que adopta una extraña inclinación lateral y que ahora comienza a encanecer. Su cabello, por el contrario, se mantiene castaño y sin una sola cana… Pero si el aspecto externo de Engels es joven, él todavía lo es mucho más que su aspecto…”. Voden, socialdemócrata ruso, también describe como en su primera visita “Engels le enseñó primeramente su enorme gato… y se sonrojó cuando le pregunté por los escritos juveniles, debiendo creer que yo me refería a sus primeros ensayos como poeta… Le expliqué la necesidad de publicar lo antes posible todos los escritos de Marx… se autopreguntó: ¿debería emplear el resto de su vida en publicar viejos manuscritos del trabajo publicista de 1840 o bien debería, después de publicado el tomo III de Das Kapital, editar los manuscritos sobre la historia de las teorías de la plusvalía?... Al día siguiente regresé, me entregó una lupa y permitió que leyera un manuscrito tras otro de puño y letra de Marx: Sankt Max; una versión más extensa de Kritik der hegelschen Rechtsphilosophie, y partes de la Deutsche Ideologie... la caligrafía me hizo comprender la desesperación de sus profesores de la época de Treveris”. Hasta un conservador prusiano, Helmuth von Gerlach, en viaje de estudios a Londres, reconocía muy a su pesar que “Engels me causó una impresión imborrable. Es un profundo pensador, al que le gusta recibir en la biblioteca, y en la conversación era un alegre renano… Con motivos de triunfos del movimiento obrero, me invitó con amigos londinenses a beber un barril de cerveza… Fue una velada muy divertida, y yo, que no era socialdemócrata, no tuve en ningún momento la impresión de ser un intruso. Engels resultó ser un anfitrión de tanta naturalidad y tan formidable, que cualquier persona tenía que sentirse a gusto en su compañía.”. Jenny, una de las hijas de Marx, le hizo una confesión, y cuando le tocó el turno a su idea de felicidad, Engels no dudó: vino “Chateau Margaux” cosecha 1848.

En los dos prólogos a ambos tomos, Engels reconoce que no fue una tarea amena preparar la publicación de los manuscritos inéditos heredados de Marx. No lo fue porque el trabajo editorial debía forzar a que el producto final pareciera una obra coherente, articulada, sistemática, con una unidad en sí misma, y sin que el lector percibiera la mano oculta de su edición. Engels resume así los manuscritos de Marx: estilo desaliñado (“nachlässiger Stil”), expresiones y giros familiares (“familiäre Ausdrücke”), terminología técnica en idioma inglés y francés que Marx no manejaba muy bien (“englische und franzözische technïsche Bezeichnungen”); además de páginas enteras en inglés de las ideas bajo la misma forma en que las desarrollaban los autores que glosaba en la biblioteca, partes expuestas de manera pormenorizada, otras apenas insinuadas, materiales de hechos demostrativos o ilustrativos acopiados pero sin clasificar, sin ningún tipo de elaboración, frases inconexas entre los capítulos, comentarios de corrección, análisis inconclusos y, por último: el hecho conocido que la letra de Marx no pocas veces resulta ilegible hasta para él mismo o sus hijas. (Das Kapital, Band II, Ullstein, Frankfurt, 1985, p. 7 y s.s.). El tomo tercero, que inicialmente para Engels sólo ofrecía dificultades técnicas (“technische Schwiergkeiten”), luego se presentó como un embrollo de difícil solución: Marx sólo había delineado un primer borrador, colmado de lagunas, digresiones, puntos secundarios sin lugar definitivo e ideas in statu nascendi. Engels lo relata con sus propias palabras: “…Mi trabajo comenzó dictando, para efectuar una copia legible, todo el manuscrito a partir del original, que a menudo resultó difícil de descifrar hasta para mí mismo, y esta tarea me quitó mucho tiempo. Sólo entonces pudo comenzar la redacción propiamente dicha. La he limitado a lo más imprescindible, conservando en la medida de lo posible el carácter del primer borrador toda vez que la claridad lo permitía…cada vez que mis alteraciones o agregados no son meras correcciones estilísticas o cuando he debido elaborar el material fáctico ofrecido por Marx…Todo el pasaje ha sido colocado entre corchetes y señalado con mis iniciales…Como no podía ser de otro modo en un primer bosquejo, se hallan en el manuscrito numerosas referencia a puntos que deben desarrollarse más adelante, sin que tales promesas se hayan cumplido en todos los casos…” (Das Kapital, Band III, Ullstein, Frankfurt, 1985, p. 9.). Se daba por satisfecho con haber “reproducido” los escritos con la mayor literalidad posible, intercalando proposiciones explicativas y nexos únicamente en los puntos indispensables. Por supuesto, las controversias en torno a Engels como ejecutor testamentario del legado del Marx desconocido se emparentan directamente con la contribución general de Engels no sólo a la divulgación y establecimiento de la herencia literaria sino de su contribución al mismo marxismo.[iii]

Un debate paralelo a la difusión del Marx desconocido es sin lugar a dudas la relación activista-intelectual y afectiva entre los dos “violines”. El debate viene de lejos, pero se ha actualizado debido a justamente la posibilidad fáctica que existe a partir de la edición de los sucesivos MEGA’s (Obras Completas) de constatar documentalmente las diferencias y afinidades entre los dos amigos. No se trata de hagiografía o de psicoanalizar la novela familiar, sino de profundas implicaciones que socavan el mismo estatus científico del comunismo y su propia validez y coherencia interna como “las condiciones de emancipación del proletariado”. Dada la propia historia interna del marxismo, el rol de Engels como albacea testamentario, editor, leyenda viva y popularizador es absolutamente crucial para una satisfactoria comprensión de lo que se entendió por marxismo durante un siglo. Es decir en este aspecto debemos cambiar al vieja óptica, ¡inducida por la misma autointerpretación del “El General”, y analizar a Engels en primer plano, y a Marx en un segundo.[iv]

Al morir Marx surgió inmediatamente la idea de unas obras completas. En un año tan temprano como 1883, la socialdemocracia rusa reunida en el Congreso de Copenhague realizó un llamado al SPD aléman para iniciar una edición popular exhaustiva.[v] Un año más tarde, abril de 1884, el propio Engels le comenta la misma necesidad a Rudolf Mayer, hablando de una “…Gesamtausgabe von Marxens zerstreuten Aufsätzen…”. En mayo de 1885 es Hermann Schülter, responsable del diario socialdemócrata suizo Sozialdemokrat, quién le propone a Engels un plan de editar un tomo de compilación de escritos de Marx, dentro de una futura serie titulada “Sozialdemokratische Bibliothek”.[vi] La noble y gigantesca tarea le estaba reservada al joven estado bolchevique. Pero esa es otra historia…

En los doce años que le sobrevivió a Marx, Engels además de trabajar como editor y co-autor, escribió un gran número de artículos y publicó dos libros de gran importancia, tanto positiva como negativa. Uno de ellos, Der Ursprung der Familie, des Privateigentums und des Staats. Im Anschluß an Lewis H. Morgans Forschungen” (1884) (“El origen de la Familia y el Estado”), se basó en los propios manuscritos de Marx y notas críticas a las investigaciones del antropólogo Morgan; el segundo fue “Ludwig Feuerbach und der Ausgang der klassischen deutschen Philosophie” (1886) (“Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”), una serie de artículos contra el neokantismo y el materialismo vulgar como un intento de renacimiento de la dialéctica de Hegel. Sin embargo Engels nunca más pudo ocuparse ni de la biografía planeada sobre Marx (algunos esbozos los utilizó en el artículo histórico sobre la historia del Bund der Kommunisten y sobre la “Neue Reinische Zeitung”), ni de una historia sobre Irlanda, ni de concluir su “Dialektik der Natur” (recién publicada por Riazanov en la URSS en 1925), ni de un pamphlet sobre la teoría de la violencia.

Un cáncer mortal, de esófago, comienza a invadirle. Estamos a principios de marzo de 1895. No se dio cuenta de su carácter incurable, viviendo esperanzado en una pronta recuperación. Lo malcuidaba Louise Kautsky, la esposa ya divorciada de Karl, quién vivía en su casa con su nuevo marido. Era intención de Engels dedicarse al cuarto volumen de Das Kapital, las teorías de la plusvalía (que mereció otro debate internacional), Theorien vom Mehrwert, finalmente editadas por Kautsky. Además dedicarse a los escritos juveniles de Marx, la correspondencia Marx-Lasalle (luego editadas por Franz Mehring en cuatro volúmenes), una Historia de la Internacional (también aprovechada por Mehring) y a la fallida biografía de homenaje su amigo. Planes que seguían en su mente durante la primavera de 1895, pocos días antes de su muerte. La Kravchinskaia, populista rusa, lo cuidó en algunas oportunidades: “Estuve al lado de Engels cuidándolo. Él se despertó, se alegró cuando me reconoció y comenzó a mostrarme todos los sillones en los que había estado sentado Karl Marx. También cartas de Marx, sus fotografías, así como alguna caricatura. Todo ello lo hizo Engels con enorme amor… Tenía una peligrosa enfermedad: padecía cáncer de laringe. Sin embargo, hasta último momento Engels se interesaba por todos los acontecimientos y escribía mucho. Todos sabían que la muerte estaba cerca… Vi que a Engels no se le dispensaban los cuidados necesarios.” Zasulich le escribe a sus compañeros en Rusia: “Engels, el pobre, se encuentra muy enfermo: algún pertinaz tumor en la garganta. Ya hace casi dos meses que no puede dormir. No habrá nadie capaz de sustituirle y alcanzar alguna vez esa confianza general que se le concede y que él ha sabido aprovechar tan sabiamente.” Su testamento lleva la fecha de 29 de julio de 1895 y de su considerable fortuna dejo una buena parte más su biblioteca y papeles al partido socialdemócrata alemán. Las hijas de Marx fueron ampliamente favorecidas. El domingo, o sea la víspera de su muerte, el lunes 5 de agosto, Engels, que ya no podía hablar, convoca a la hija de Marx, Tussy, y le comunica escribiendo en una pizarrita, que Frederick Demuth es hijo de Karl Marx con la fiel sirvienta Helene Demuth. Engels lo había reconocido como propio para salvaguardar el delicado equilibrio de la familia de su amigo. Tussy no lo puede creer y llora aferrada a Louise Kautsky. Engels sólo ingiere alimentos líquidos, necesita ayuda para vestirse y desnudarse, así como para acicalarse. Bebel se asombra de su gran estado de ánimo, y que ayudado por su pizarra, “hace los más alegres chistes”… Falleció con total tranquilidad a las once de la noche.

Había expresado el “resuelto deseo” de que sus restos mortales fuesen incinerados y las cenizas lanzadas al mar lo antes posible. Esta determinación era no dejar ni una posibilidad de un “culto de héroes”. Sus exequias debían ser estrictamente privadas y que sólo asistieran a ella su íntimo círculo personal y familiar. Al sencillo acto celebrado ante su cuerpo, antes de ser trasladado al crematorio de Woking (en la estación Westminster Bridge del South Western Railway) sólo asistieron unas ochentas personas. Pronunció unas palabras un sobrino de Engels; luego Samuel Moore en nombre de los amigos; Bebel en nombre del partido alemán y austríaco; Lafargue por el francés; Vera Zasulich y Stepniak; Valera por los italianos. Solamente los Aveling (Eduard y Eleonor Marx), el sastre Lessner y Bernstein acompañaron las cenizas hasta Eastbourne, su lugar en la costa preferido y, en una barca, a unas cinco millas marítimas de Beachy Head, arrojaron la urna al mar. Según las biografías soviéticas, en un lugar cerca de Istborn. Era un día muy depresivo, plomizo y lluvioso.

Engels falleció dejando su misión inconclusa, que él mismo calificó irónicamente como de “mera selección” entre las diferentes versiones y diferentes redacciones trabajadas por Marx, sirviéndole de base siempre la última redacción disponible cronológicamente y cotejándolas con todas las anteriores. De esta manera finalizó la primera operación editorial sobre los manuscritos de Marx, realizada por aquel que siempre se consideró el “segundo violín”. Fue durante este trabajo de edición que polémicamente se constituyó el “marxismo” como Doctrina, lo que podría dar una hipótesis plausible de hasta qué punto y en qué medida tales presiones “políticas” externas influyeron sobre el propio trabajo editorial de Engels.[vii] Y si podemos hablar de “Marx-Engels” o de “Engels-Marx”… No todo lo que Engels quería que se leyera fue realmente leído, su misma insistencia en combatir una lectura simplificada de la obra de Marx y propia indica el éxito de las interpretaciones revisionistas, mecanicistas y vulgares. Quizá el mejor epitafio fue el aviso que le hizo al ruso Voden en una de sus visitas: “preferiría que los militantes, rusos o no, acabaran por una vez de ir buscando citas de Marx y Engels, y que en lugar de ello pensaran tal como Marx hubiera pensado en su lugar. Afirmó que si la palabra marxiste tenía alguna razón de existir, éste era su único sentido”.



[i] Las informaciones filológicas y la historia de los escritos del Estagirita pueden consultarse en el notable libro de I. Dühring: Aristóteles, UNAM, México, 1990, p. 65 y s.s.; ver además el clásico de W. Jäeger: Aristóteles, FCE, México, 1978; p. 4 y s.s.

[ii] Hobsbawm, a propósito de los originales de los Grundrisse, ha dicho que se trata de una “…especie de estenografía intelectual privada, que se vuelve impenetrable…”; E. Grillo, el exquisito traductor al italiano, concluye que no sólo es un texto difícil de traducir, sino extremadamente complejo para un lector avezado. Ya Engels le había comentado a Kautsky el carácter de jeroglífico de los manuscritos de Marx, acompañados con subrayados y destacados hechos con tres colores de lápices.

[iii] En 1843, siendo estudiante, Marx comenzó con su costumbre de escribir resúmenes y comentarios de sus adquisiciones de libros en cuadernos y “notebooks”; hasta 1849 escribió treinta y uno de estos cuadernos, y su biblioteca personal con anotaciones y marginalias sumaba 800 volúmenes. Cuando comenzó su proceso judicial, por seguridad se la dio para su custodia a su amigo de Colonia, Ronald Daniels, quien en un inventario escrito en 1851, contabilizó 400 títulos individuales (la llamada “Daniels-Liste”). Marx estuvo separado de esta biblioteca juvenil durante doce años, y al recuperarla descubrió que le habían vendido muchos de sus volúmenes más preciosos (entre ellos todo Fourier, Goethe, libros de economistas del siglo XVIII y de lírica griega). Al parecer, luego de la muerte de Ronald, los cajones con su biblioteca pasaron a manos de su hermano. Después de morir Marx pareciera ser que la proverbial generosidad de Engels fue la causante de la dispersión y pérdida de la importante biblioteca marxiana, según testimonio a Nikolaj Sergejevic Ruzanov en la primavera de 1892.

[iv] Al debate crítico de Engels como editor, en los últimos años se sumó las controversias sobre las raíces del revisionismo. La discusión, de vieja data, fue relanzada por el famoso libro de Lucio Coletti De Rousseau a Lenin, en el capítulo: “Bernstein y el marxismo de la Segunda Internacional”, traducido al español como: Ideología y Sociedad. A partir de los años ’80 se conformó lo que algunos comentadores irónicamente llaman “the Anti-Engels faction” (C.J. Arthur) de parte de académicos del mundo anglosajón; véase: Levine, N, The Tragic deception: Marx contra Engels, Clio, Oxford, 1975; y Dialogue within the Dialectic; Allen & Unwin, London, 1984.

[v] En este aspecto existe una amplia bibliografía de notable importancia, en especial entre los “scholars” académicos del mundo anglo-sajón, que sin dudas se inicia con el pionero tanteo de Alvin W. Gouldner, Los dos marxismos. La controversia es antiquísima: ya en 1899 un tal Woltmann intervino en un Congreso del SPD, para señalar las diferencias de fondo entre Marx y Engels "y los llamados marxistas".

[vii] Schülter (1851-1919) le escribe a Engels solicitándole ayuda y apoyo. Las obras escogidas parecerían en el proyecto de difusión “Sozialdemokratischen Bibliothek” En esos momentos el General se encontraba trabajando en los manuscritos de Das Kapital. Engels colaborará con él en el libro sobre el movimiento obrero inglés: Die Chartistenbewegung in England. Mit Anlangen: a) Rede von Jos. Rayner Stephens, gehalten am. 10 Februar 1839 (…), b) Beschlüsse der Chartisten-Konferenz vom April 1851, Sozialdemokratische Bibliothek, 16, Hottingen-Zürich, 1887.

[viii] Tal la pregunta que se hace Rubel, concluyendo que “marxismo” es un término abusivo y que Engels a través de su trabajo de sistematización y divulgación es el primer “marxista”. “En la historia del marxismo como culto de Marx, Engels ocupa el primer plano”, en: “La leyenda de Marx o Engels como fundador (1972)”, ahora en: Marx sin mito, Octaedro, Barcelona, 2003, p. 31.

sábado, agosto 12, 2006

Günter Grass y la utopía nazi

I. "Ein globaler Schock". "Ende einer moralischen Instanz". Tales los epítetos de biógrafos y columnistas culturales en Alemania. Hasta Lech Walesa ha pedido que le retiren el Premio Nobel. ¿De qué se trata? El escritor premionobel Günter Grass, cabeza visible del Gruppe 47 y de la literatura engagée, ha confesado en el Frankfurter Algemeine Zeitung que perteneció a las Waffen SS, el cuerpo de combate de élite del Tercer Reich. "Ich war Mitglied der Waffen-SS". Grass, militante de la izquierda socialdemócrata y pacifista realizó esta confesión como una preliminar a la aparición de sus memorias: “Beim Häuten der Zwiebel” (“Con la piel de cebolla”), que saldrán a la venta en septiembre en Europa. Las declaraciones han sorprendido más por lo que callan que por lo que descubren. Hasta ahora en sus biografías aparecía que había servido en la Segunda Guerra Mundial como ayudante de artillería antiaérea, Flakhelfer, en 1944 (casualidad o no: el papa Benedicto XVI parece que también). En las repercusiones en los medios en español, cualquiera de ellas, el tema se banaliza, oscurece y pierde toda dimensión. En los archivos alemanes su ficha de detención y su pertenencia y grado siempre estuvieron a disposición del público. Según sus declaraciones en alemán, fue miembro de la Hitler-Jugend y realizaba trabajos en el “ReichsArbeitsDienst” (RAD), el servicio de trabajo público, y por voluntad propia, trató de ingresar en la Kriegsmarine primero (en submarinos), y luego en la Waffen SS, en concreto en la 10. SS-Panzer-Division “Frundsberg”. Fue una de las mejores unidades de combate de las SS. Su nombre es en honor a Georg von Frundsberg, un comandante alemán creador en el siglo XV de un formidable cuerpo de infantería mercenario, los Landsknechts.

El comienzo del último llamamiento a filas tuvo lugar en octubre de 1944: en plena noche se colgaron carteles en postes, árboles, ruinas de edificios y vallas en lo que quedaba del Reich. Se convocaba a todos los hombres entre 16 y 60 años que pudieran portar un arma. En 1944-1945 la tasa de muertes diarias de la Wehrmacht era de 5000 hombres. Más de dos millones de jóvenes entre 17 y 25 años fueron alistados en lo que se denominó “el sacrificio de los niños”. Para completar las unidades se alistaron miles de chicos entre 15 y 16 años. Grass ingresó en las Waffen SS durante este llamado. Cosa difícil por las estrictas condiciones de admisión. Seguramente tuvo entrenamiento en ¿Bad Töldz?, luego fue enviado a combatir en la malograda operación “Sonnewende” (“Solsticio Radiante”) en Pomerania que se inició el 16 de febrero de 1945. La “Frundsberg” formaba parte del IIIº SS Panzerkorps. Hubo una pelea por el nombre de la contraofensiva: los oficiales prusianos del Estado mayor querían llamarla “Husarenritt” (Cabalgata de Húsares), lo que en sí mismo parecía reconocer que la pomposa maniobra no pasaba de una incursión à lá Balaklava. Los de las Waffen SS insistieron con el nombre más enfático y nacionalsocialista de Sonnewende. No es una discusión sin sentido como parece: en el lenguaje del IIIº Reich, la Lingua Tertii Imperii (LTI), todo era radiante, sonnig (de sonne: Sol) y era un término muy extendido desde la guerra. Todo alemán auténtico en la jerga oficial era radiante: designaba una característica germana común, un atributo racial. El Solsticio era uno de los ritos de los antiguos germanos recuperado en el calendario nacionalsocialista (tenemos un bonito discurso de Heidegger sobre esta fiesta de la “Sangre y Tierra”).

La idea era del brillante estratega general Guderian: resuelto a mantener un corredor abierto al borde de Prusia Oriental, quería realizar un movimiento de tenaza desde el río Oder (sur de Berlín), y un ataque desde Pomerania que aislaría a los ejércitos rusos de Zhukov. El inicio comenzó bajo la dirección de Wenck, conocida como la batalla de tanques de Stargard (donde pelearon ¡voluntarios españoles fascistas!), y no fue un solsticio, ya que no cambió nada de la situación estratégica. Lo único fue darle a Berlín dos semanas más de respiro. En la mitad de abril parte de la división de Grass fue rodeada en Spremberg. Hace poco se impidió, justamente, una reunión de veteranos de la “SS-Frundsberg”… Hay un poema de Grass titulado: "Hallazgos para no-lectores" que recuerda esta experiencia: "Cuando con mis diecisiete años / y un cacharro en la mano / como el que Luisa, mi nieta / lleva cuando sale con los exploradores, estaba / sobre el margen de la ruta de Spremberg / comiendo guisante a cucharadas / cayó una granada: / La sopa se volcó / pero yo escapé / sólo con ligeros rasguños / y feliz". Seguramente allí fue herido el 20 de abril y trasladado a la retaguardia. En el reportaje aún recuerda sus terribles experiencias tras las líneas rusas… Tuvo mucha suerte: de los muchachos y chicos nacidos entre 1919 y 1928, casi dos millones perdieron la vida durante la entrada en acción en la guerra. Otras estadísticas nos indican la locura colectiva: el que fue llamado a filas en 1939 tenía una esperanza de vida de cuatro años; los reclutados en 1944 y 1945 la duración media de superviviencia había bajado a un mes.
La Waffen SS era el Corps del Führer, que intentaba suplantar y eliminar al viejo ejército aristócrata alemán. Pero no sólo eso. S. S. es el acrónimo de Schutzstaffel (Cuerpo de Protección), una organización que iba más allá de lo que su nombre indica: para Himmler, su alma mater, no era una simple y temporal institución político-militar, sino que constituiría la base de los futuros clanes o tribus germanas renacidas (“Sippe”) del Imperio. Las mismas cualidades raciales (genealogía aria, fertilidad, etc.) del voluntario se le exigían a su mujer o esposa. Los casamientos cristianos se anulaban y se realizaban ritos neopaganos. El espíritu general era antiliberal y ateo. Como decía Degrelle, un nazi belga fervoroso: “Los jóvenes sentían que la SS era la única Fuerza Armada que representaba a sus ideales. Las nuevas formaciones de la joven SS capturaron la imaginación pública. Vestidos con elegantes uniformes negros, los SS atraían más y más jóvenes”. ¿Motivos?: según Grass la enorme atracción del nacionalsocialismo como movimiento anticapitalista y jacobino (“Das Antibürgerliche am Nationalsozialismus sei entscheidend für die Mobilisierung seiner Generation gewesen”). Sí, han leído bien. La utopía nazi. En pleno año catástrofe de 1944 Grass no sólo seguía creyendo en el Führer, en la ideología del nacionalsocialismo sino que ofrecía su vida en la Totale Krieg declarada por Goebbels. Y, para agravar la situación, se ofrecía como voluntario en las Waffen SS, la élite fanática de combate, las tropas de la calavera, que para el otoño del ’44 manejaba toda la estructura político-económica alemana. Pero no era algo raro entre intelectuales, literatos y científicos en formación. Es parte de la fascinación populista del “Volkstaat” nazi.

II. “Amaba a Hitler”, confesaba el director de cine Ingmar Bergman en sus memorias; “El único rostro entre gentes sin rostro” afirmaba el filósofo Heidegger. “Hitler hizo más por los trabajadores que Stalin” sostenía Céline. “Es un fenómeno; qué lástima que yo sea judío y él antisemita”, dijo Joseph von Sternberg, el gran director de cine. Y siguen las firmas notables. “Esta juventud”, afirmaba Hitler en 1938 con un matiz sarcástico, “no aprende otra cosa que pensar como alemán, actuar como alemán”. Grass siguió el camino habitual de un niño de la generación de 1927: con 10 años formar parte como Pimpfe de la organización “JungVolk” DJ (Pueblo Joven); con 14 de las “Hitler Jugend” (Juventudes Hitlerianas”); después, del partido NSDAP y del “Reichs Arbeits Dienst” RAD (Servicio de Trabajo del Tercer Reich); luego, en palabras del propio Hitler: “…los incorporamos a las SS o a las SA y así sucesivamente, y ya no volverán a ser libres durante toda su vida”. En el “JungVolk” se tenían que soportar pruebas de ingreso muy duras (un triatlón y determinadas características raciales); después de haberlas aprobado, los nuevos miembros recibían un anhelado cuchillo de excursionista con la inscripción: “Mi honor significa fidelidad”. Solamente entonces se era un miembro auténtico de la nueva Alemania. En 1936 el 90% de los niños de esa edad ya estaban encuadrados. La “HJ” estaba compuesta por muchachos de 14 a 18 años; se ponía énfasis en la preparación militar, tiro con armas, mitos nórdicos, la comunidad racial, la preservación de la pureza de la sangre alemana, la biografía de Hitler y sus compañeros de lucha, el espacio vital. No sólo: realizaban patrullas de control del alcoholismo, de la prohibición de fumar y verificaban documentación en las calles. También denunciaban a la GeStaPo actitudes anti régimen o de la oposición. En “Mein Kampf” ya habían quedado claros los objetivos del Volkstaat: “Toda la labor educativa del Estado Popular debe hallar su coronación en la inculcación instintiva e intelectual del sentido y el sentimiento de la Raza en el corazón y el cerebro de la juventud que está a su cargo…”. Las condiciones de servicio en las Waffen SS iluminaban su carácter de formación de élite. De cada 100 aspirantes voluntarios solo entre 10 y 15 eran admitidos. Además existían las famosas y populares “NaPoLas” (“Nationalpolitische Lehranstalt”, por cierto existe una gran película sobre el tema), las Escuelas Adolf Hitler que educarían a la crema de los líderes juveniles. No es de extrañar la fascinación de muchas generaciones de jóvenes por Hitler.
El NDSAP se basaba en la desigualdad de las razas y la igualdad social dentro de la raza. Les prometió a los alemanes mayor igualdad de oportunidades de la que habían tenido en el podrido liberalismo de Weimar. En la práctica esto se llevó a cabo mediante la guerra de exterminio, el neocolonialismo, el saqueo y la expropiación. Vista desde adentro, la lucha de razas y su dinámica superaba y clausuraba tanto el individualismo del liberalismo anglosajón, como el materialismo limitado del judeo-bolchevismo. Hitler aufheben la lucha de clases (como lo reconocía Heidegger) y con ello propagaba una de las contra-utopías socialrevolucionarias y nacionalrevolucionarias que lo hizo inmensamente popular y de la que extrajo las energías de la política criminal estatal. Hablaba continuamente del Volkstaat, de construir un “Estado Social del Pueblo”, que en el futuro existiría, y que quebraría todas las barreras sociales. Como todos los revolucionarios, los seguidores del movimiento nacionalsocialista, muy jóvenes en su inmensa mayoría, sentían la urgencia del “ahora-o-nunca”. En el momento de la toma del poder (enero de 1933) Goebbels tenía treinta y cinco años; Heydrich veintiocho; Speer veintisiete; Eichmann veintiséis; Mengele veintiuno; Himmler treinta y dos; Göring, el más viejo, cuarenta. La edad media de los cuadros dirigentes del NDSAP era de treinta y cuatro años, la mayoría de clase media baja y del proletariado, entre los que abundaban hijos rebeldes con una utopía comunitaria romántica, altamente tecnicista, modernista y reaccionaria. En el programa nacionalsocialista muchos jóvenes no veían una dictadura, una represión del estado de derecho, sino libertad, aventura, anti-individualismo. El socialismo nacional no era un chiste: Eichmann reconocía en sus memorias que sus sentimientos políticos más intuitivos siempre estuvieron a la izquierda y que lo socialista era tan poderoso como lo nacional; y que en la época de Weimar el comunismo y el nacionalsocialismo eran considerados como “hermanos enfrentados”. Ni Kamerad, el término comunista de camaradería, ni Genosse, la palabra para el compañero utilizado por el movimiento socialista desde el siglo XIX, sino Volksgenosse: camarada racial. Era una dictadura de los jóvenes, como la califica el historiador Aly: “La juventud debe ser dirigida por la Juventud” (Hitler).
El Volkstaat de Hitler no fue una quimera sino una seducción real y objetiva: introdujo el entonces casi desconocido concepto de vacaciones pagadas a los trabajadores, la paga de Navidad, pagas por invalidez, duplicó el número de días festivos, educación superior totalmente gratuita, comenzó a desarrollar el turismo de masas y la motorización generalizada (con el Volkswagen), promovió la familia con el subsidio familiar (tratando fiscalmente peor a los solteros o adultos sin hijos), protegió al campesino frente a los caprichos del mercado mundial y la meteorología, reguló la circulación de carreteras, seguro obligatorio para automóviles, declaración tributaria en conjunto para matrimonios, se limitó la “depauperación del pueblo” mediante embargos y desalojos, leyes de protección de la naturaleza e incluso el concepto de pensión de vejez moderno (vital y móvil) según el cual “el nivel de vida de los veteranos del trabajo no puede diferir mucho de los Volksgenossen en activo”. Decía Hitler que “Alemania será tanto más grande cuanto más fieles le sean sus ciudadanos más pobres”.
También ideológicamente el nacionalsocialismo aparecía como un gran integrador ideológico y cultural en su aufheben. A título de ejemplo, en 1938 se cambió en el barrio de Berlín-Spandau el nombre de la “Calle de los Judíos” por el de Carl Schurz y otra de Bonn por el de Gottfried Kinkel, dos grandes revolucionarios de 1848-1849, conocidos y aliados de Marx y Engels en esas jornadas. Hitler se asumía no como un presidente o canciller, sino como Caudillo de todo el Pueblo Alemán y de toda su tradición anti burguesa. El NS-Staat era el realizador y legítimo heredero de las aspiraciones truncas de las revoluciones alemanas de 1848: “La obra por la que lucharon y dieron su vida hace noventa años nuestros antepasados, puede darse ahora por consumada”, señaló en un discurso en 1938 en Frankfurt, la ciudad revolucionaria en el Parlamento de la Paulskirche. Hitler hablaba del “cadáver estatal de los Habsburgo” que había sido enviado al fondo de la historia junto con el liberalismo materialista de Weimar en 1933. El comunismo era la otra cara del liberalismo, su contraparte necesaria. Era una nueva era, la joven Gran Alemania nacionalrevolucionaria despertaba por fin. Era la Comunidad Nacional Racial, la “Volksgemeinschaft” después de años de politiquería, burocracia, partidocracia, corrupción y despotismo empresarial. “¡Dentro de la Nación Alemana la mayor comunidad y posibilidad de formación para cualquiera, y hacia el exterior una actitud absolutamente señorial!”…era el “socialismo de la sangre pura”, como lo sintetizó en una fórmula feliz Himmler.

III. Estaban los Volksgenossen activos, como el voluntario Grass. Pero para el régimen y su legitimidad de masas existía otro escalón de lealtad política esencial: los jóvenes pasivos y los neutrales. “En aquella época consideré la posibilidad de incorporarme a las SS. ¿Por qué? Porque un hombre de las SS tenía un aspecto mejor y hablaba mejor y caminaba mejor que los mortales corrientes. La razón era la estética, no la ideología”. Las declaraciones son del filósofo anarquista de las ciencias, autor de un famoso libro “Against Method: Outline of an Anarchistic Theory of Knowledge” de 1975, en español: "Contra el Método". Una obra heterodoxa plagada de citas de Marx, Engels y Mao, el vienés Paul Karl Feyerabend. La confesión se encuentra en sus minimalistas memorias, Zeitverschwendung (“Matando el Tiempo”) editadas póstumamente en 1995. Feyerabend era de la generación de 1924, y como Hitler, era austriaco y un voraz lector de las novelas de aventuras románticas de Karl May. Vivió el Anchluss, la unificación de Austria en la Gross Deutschland en 1938, con entusiasmo. “’Pronto trabajaremos de nuevo’, decían los desempleados; ‘Van a ocuparse de nosotros’, decían los indigentes; ‘Por fin somos libres’, decían destacados socialistas”, señala en su entrada de marzo de 1938. La anexión de Hitler sería el comienzo de una era comunitaria y la liberación “de la Tiranía del Totalitarismo católico que gobernaba Austria desde hacia años”. Sólo una despreciable minoría se oponía al nacionalsocialismo. Su padre leía “Mein Kampf” en voz alta a toda la familia. Feyerabend también entró en las “HJ”. En sus lecturas estaba impresionado e influido por el antirracionalismo de Nietzsche en “Also sprach Zarathustra” y por “Der Mythus des zwanzigsten Jahrhunderts”, de Alfred Rosenberg, teórico de la teoría racial nazi y de la estética völkisch: “casi sentía el flujo de la sangre nacional y el poder del Todo del que procedía…”. Rosenberg en las primeras páginas afirmaba: “Alma significa Raza vista desde adentro. A la inversa, la Raza es la externalización del Alma”. Pensemos hasta dónde habrá llegado la influencia anti-racionalista del modernismo reaccionario en sus perspectivas metodológicas… Con estas afinidades electivas, Feyerabend pasó por el “RAD”, se presentó como voluntario para ser oficial, terminó su instrucción en la Yugoslavia ocupada y fue enviado en 1943 a combatir en el Ostfront, en la zona del Lago Peipus, en Staraia Russa, cerca de Pskov. Por su valor y arrojo se ganó la Ritter Kreuz de Segunda Clase, la deseada “Cruz de Hierro”, a comienzos de 1944, además de tres orificios de bala en la cara, la mano y la columna vertebral. Terminó combatiendo en 1945 en Polonia, muy cerca de Grass, donde recibió heridas gravísimas. Anduvo con muletas hasta su muerte. La seducción que ejercía el nacionalsocialismo era para Feyerabend por su irradiación estética y su avanzado populismo ateo. “A menudo sueño que he cometido traición o asesinato” concluye su relato de esa época.

IV. Los neutrales pueden ser identificados con Heinrich Böll, el escritor igualmente premionobelado. Lejos de ser un asesino voluntario, ni siquiera un simpatizante difuso del nacionalsocialismo, Böll ejemplifica el hombre medio alemán que simpatiza con el demonio mejor que Grass o Feyerabend. Fue reclutado en la Wehrmacht en 1939 después de pasar por el obligatorio “RAD”; era de la generación nacida en 1917 y estudiaba filología, como soldado participó en Países Bajos, Francia, Rumania y Rusia. Pacifista y cristiano, su fuerte texto “Carta a un joven cristiano” (1958) recuerda sus experiencias en Francia y cómo miembros de su unidad robaban sábanas, mantas o juguetes en las casas abandonadas, dividiendo los objetos más voluminosos para poder hacer paquetes y encomiendas que se enviaban a casa. Allí nos relata que él, mientras tanto, se dedicaba a visitar catedrales y debatir la práctica del catolicismo en un mundo atroz. En el año 2001 se editaron en Alemania sus cartas de la época de guerra en dos volúmenes, Briefe aus dem Krieg 1939-1945. La compiladora, Annemarie Böll, realizó cortes que se indican en el texto, pero es un documento de primer orden para entender la hegemonía del nacionalsocialismo incluso en personas como Böll. Uno de los proyectos del Volkstaat, una vez ganada la guerra contra la URSS, era la colonización brutal con limpieza étnica (“Rusia será nuestra India” comentaba Hitler en sus charlas de sobremesa), un plan general de asentamiento en el Ost que debía ofrecerles a los alemanes más espacio, más materias primas y posibilidades de desarrollo personal. En su forma más difundida, fijada en 1942, antes de Stalingrado, el plan preveía desplazar hacia Siberia a cincuenta millones de eslavos. Ese plan era concebido como parte fundamental del “socialismo nacional” y estímulo de un ascenso de clase en Alemania. Hitler se entusiasmaba: “Podemos sacar a nuestras familias pobres de Turingia… para darles grandes espacios”. En sus charlas de café Hitler se ensoñaba en cómo se comportaría con esos aborígenes eslavos y asiáticos: “a los ucranianos les haremos llegar pañuelos de la cabeza, cuentas de cristal y todas esas fruslerías que tanto le gustan a los pueblos coloniales… durante el período de cosecha se establecerá en cada pueblo grande un mercado, al que nosotros llevaremos nuestros cacharros… el percal más barato y más multicolor es para ellos maravilloso”. El plan se proponía eliminar al ejército industrial de reserva en sentido marxista, incluso los campesinos pequeños e improductivos, y apuntaba formar colonos con aquellas capas sociales que treinta o sesenta años atrás habían debido emigrar a América. El 31 de diciembre de 1943, desde un hospital de campaña en Ucrania, Böll escribía a sus padres: “Echo mucho de menos el Rhin, Alemania, y sin embargo pienso a menudo en la posibilidad de una vida colonial aquí en el Este después de haber ganado la guerra”. Las promesas era que uno se podía en convertir en rico en Ucrania de la noche a la mañana. Existe un cuento de Böll, “Aquellos días en Odessa”, donde varios soldados alemanas, mientras esperan que los trasladen al frente en Crimea, intentan matar el tiempo comprando comida y emborrachándose con su pobre paga, incluso malvendiendo objetos personales en el puerto de Odessa. Gracias a sus Briefe podemos saber que desde el mismo hospital le escribía a sus padres “en el bazar podíamos comprar lo que quisiéramos”. Lo que el cuento oculta e invierte es el perverso mecanismo de “botín de guerra” que el NS-Staat aplicaba durante la ocupación: se imponía un tipo de cambio forzoso altísimo favoreciendo el poder del Reichsmark, las tropas alemanas vaciaron literalmente las tiendas de Europa, África y el Este, enviando a casa millones de paquetes desde los frentes. Zapatos, terciopelo, seda, licores, café, tabaco de Grecia, miel, tocino y cueros de Rusia, arenques y bacalao de Noruega, etc., etc. Producían no sólo inflación, sino desabastecimiento y mercado negro: hambre para la población local. Böll estaba fascinado por lo que podía comprar con su paga de soldado, y ya en 1939 empezó a enviar café desde Rötterdam y a pedir que la familia le enviara todo el dinero posible. Escribía: “quiero empaquetar rápidamente la mantequilla y también jabón (cuatro grandes pastillas) para que salgan hoy al mediodía… me siento feliz cuando tengo para enviaros algo…”. Böll remitía un hermoso grabado desde París, cosméticos, cebollas, un par de zapatos, tijeras de uñas, huevos, chocolate…El efecto corruptor de las nuevas posibilidades de pillaje ampliadas se deducen de sus cartas inocentes: “parece como si estuviésemos despojando a un cadáver”. Así surgieron millones de lealtades basadas no sólo en las promesas del programa político de Hitler sino de este calculado enriquecimiento ilícito individual, lealtades pasivas. Pero la dictadura de Hitler no necesitaba más para funcionar políticamente ni para continuar una guerra de conquista ad eternum. La familia de Böll, muy católica y políticamente alejada de la Weltanschauung nazi, se encontraba plenamente satisfecha. Nacionalsocialismo: una utopía siniestra pero casera y concreta para todos los alemanes. La máxima aspiración demagógica del nacionalsocialismo, mantener el buen ánimo y la lealtad de la mayoría de los alemanes con una combinación de populismo, progresismo fiscal, asistencia social, welfarismo, junto al terror puntual en los pliegues sociales, se logró con demasía. Así pudieron destruirse la felicidad, el futuro y la vida de millares de miles de personas.