domingo, septiembre 17, 2006

Tanques y Orcos: Tolkien en la Gran Guerra

“El instante –relata Ernst Jünger– en que hacen aparición ante las posiciones alemanas en el Somme los primeros carros blindados impulsados por motores, es un momento de elevado rango en la historia de las guerras. El carro de asalto es un medio de expresión de una nueva época de la guerra”. La idea no era nueva, Jünger lo reconoce. Da Vinci ya había pensado un tanque propulsado por caballos u hombres con manivelas. H. G. Wells lo imaginó como “largos y torpes insectos negros” y a vapor en “Land Ironclads” (1903). Este fin de semana se cumplieron 90 años de la aparición en los campos de batalla de un arma monstruosa que cambiaría la forma de la intuición bélica: el Tanque. En realidad la fecha exacta es 15 de septiembre de 1916. Lo recordó, cómo no, la memoriosa BBC. El lugar geográfico del bautismo fue, bautizado irónicamente por los british, “the Chimpanzee Valley”. Se trata, tal vez, del lugar en la tierra que concentra más personas muertas de manera violenta y atroz: el triángulo formado por Baupame, Péronne y Albert, en el noroeste de Francia. Un lugar tenebroso que sin embargo inspiró poesía, prosa y literatura mayores, donde convivieron en la penuria los mayores talentos de Europa.

El tanque surgió como una nueva táctica del ejército inglés para quebrar el Stalemate de la guerra de trincheras. Se puso muchísima esperanza en la nueva arma maravillosa, que era una evolución de un tractor pobremente blindado que debía transportar artilleros, piezas y armamentos vadeando las trincheras. Winston Churchill, joven Lord del Almirantazgo, creía que los “caterpillar” podrían principalmente transportar armas, romper las alambradas y dominar la línea de fuego. Debían combinarse en ataques con infantería, humo y gas mortal. Su primer fabricante fue William Foster & Co Ltd of Lincoln, un manufacturero de trilladoras y máquinas de vapor móviles. Ya tenía un buen y suculento contrato en 1914 para proveer tractores con motores de petróleo de 105 HP y vagones artilleros al ejército. De casualidad, esos tractores fueron probados atravesando obstáculos varios, entre ellos una trinchera de 8 pies de ancho. Se pensó que el mismo tractor podía transportar su propio puente portátil. Se reemplazaron las tradicionales ruedas por una cadena llamada “Centipede Tracks” (luego serían cambiadas por el modelo americano). La idea estaba ahí. Las exigencias de Whitehall eran “to design a machine strongly armoured, carrying powerful guns, capable of negotiating reasonable obstacles in the battle area and crossing the opposite trenches”. Se exigía que pudiera cruzar una trinchera de 5 pies. Nada más, ni nada menos. En 37 días bíblicos se construyó el primer prototipo, “Little Willie”, que pesaba 14 toneladas y lo conducían tres hombres, marchaba a una velocidad de 2 millas por hora. Hoy se puede ver en el Bovington Tank Museum. Paradójicamente llevaba un confiable motor diseñado por el enemigo: Daimler. El prototipo se mejoró con el “Mark I” y la primera prueba fue un poco vergonzosa. De 49 tanques disponibles, sólo 36 estaban listos para partir; de ellos sólo dos cruzarían las complejas y profundas trincheras alemanas. La prensa chauvinista los llamó “Steel monsters”, “Land Cruisers”, “Hannibal’s elephant”. Uno se hizo muy famoso, lo habían bautizado “Creme de Menthe”. El avance sólo consiguió una ganancia de 4,8 km. con un costo de 420.000 bajas británicas (125.000 muertos). Sólo el primer día cayeron casi 60.000 soldados ingleses, la jornada más sangrienta en la historia militar del Reino Unido. Muchos críticos la llamaron la “Segunda Balaklava”. El matadero continuó sin descanso cuatro meses más…

La Primera Guerra Mundial, o “Great War”, sacudió las estructuras sociales, económicas y demográficas de Europa más profundamente que cualquier otro acontecimiento desde la Revolución Francesa. Desencadenó procesos y dinámicas que modificaron radicalmente la forma de ver, hacer y entender la política. Se derrumbó para siempre el Ancien Regime, sea la monarquía victoriana, el zarismo o el imperio Junker alemán. El gran matadero imperialista acabó, cosa que nadie se esperaba, con el viejo status quo y se despertaron y movilizaron nuevas figuras sociales, algunas creadas por la misma guerra. En la cultura se vivió la gran crisis de la middle class, una de las víctimas de la pobreza y principal soporte del costo de los gastos bélicos. El resultado fue hambre, explotación, éxodo, emigración y muerte. Esta decadencia tuvo consecuencias nefastas, tanto en lo político-ideológico (fascismos) como en lo económico: mayor concentración de la riqueza, depresión salarial. Lo cierto es que la guerra aceleró procesos ya existentes, preparó el terreno para las revoluciones, ya de derecha, ya de izquierda. No sólo Rusia y Alemania, toda Europa central, Italia y en parte Francia estuvieron al borde de la revuelta popular. Y un buen sismógrafo fue la misma cultura, la poesía y la literatura, incluso la fantástica.

John Ronald Reuel Tolkien describía en 1945 la Segunda Guerra Mundial como “the First War of the Machines”. De la primera guerra recordaba la matanza mecánica y el horror del servicio activo. Muchos biógrafos explican su monumental obra, mitad escrita y mitad pensada en medio de la mayor masacre de la época, como producto de la experiencia de la guerra y el desencantamiento del mundo victoriano. Es enlistado en el 11th Lancashire Fusiliers. Pasó su primera noche en Étaples, el centro logístico de la BEF en Francia. Luego es enviado al frente justo para la sangrienta y polémica ofensiva en la zona del Somme. En carta a su hijo, Tolkien la llama simplemente “la carnicería”. Después de una larga barrera de artillería británica sobre la red de trincheras, los oficiales gritaban a las tropas: “¡No vais a necesitar vuestros fusiles; todos los alemanes estarán muertos en sus trincheras!” Entra por primera vez en combate entre el 14 y 16 de julio. Una compañía completa de su división desaparece en la primera oleada del ataque contra un strong point alemán en Ovilliers. Una sola ametralladora arrasa a los hombres. Después de una carnicería de 48 horas es relevada del frente, sin ganancia alguna. Lo trasladan de un lado al otro del frente (¡cuarenta y tantas veces!). En la 25º división es oficial de señales (teniente). Ha aprendido el código Morse, el uso de señales y bengalas y los teléfonos de campaña (el “Fullerphone”). Septiembre lo encuentra enterrado en una trinchera en Ovillers. Para tanto horror Francia es una pobre compensación. Salvo el vino, odia la lengua (¿se inspiró en estos babélicos chapuceos al crear el lenguaje “Elvish”?) y la cocina francesa. Los franceses le parecen brutales, sucios e indecentes. Sufre de “Gallophobia”. Con el bautismo del primer ataque de tanques, su división es enviada el 26 de septiembre a Hédauville, apoyando la penetración hacia el este. En un sucio y maloliente dugout en Thiepval Wood revisa durante dos días y noches, en un notebook que no abandona, un cuento con un título provisorio: “Kortirion among the trees” (Kortirion a través de los árboles). Escribe un poema: “The Lonely Isle” (La isla solitaria) cuando cruza el Canal de la Mancha con su regimiento. Comienza parte del inconcluso “The Book of the Lost Tales” (El libro de los cuentos perdidos), editado póstumamente como “El Silmarillion”. En plena guerra de trincheras ha nacido toda su cosmogonía. En una carta al profesor L. W. Forster (31/XII/1960) le señala: “’El Señor de los Anillos’ fue, en realidad, empezado como obra independiente aproximadamente en 1937, y había llegado a la taberna de Bree antes de que asomara la sombra de la segunda guerra. Quizás el paisaje ‘Las Ciénagas de los Muertos’ y las inmediaciones de Morannon deben algo al norte de Francia después de la Batalla del Somme”.

El Mash Valley (Valle machacado), como llamaban los soldados a la carretera de Albert a Bapaume, se transformó en la segunda parte de “The Lord of the Rings” en la pavorosa marcha a través de las ciénagas putrefactas y llena de cadáveres de soldados anónimos. Sam y Frodo, guiados por Gollum, tratan tomar un atajo para llegar a Mordor: “A ambos lados y al frente de los viajeros se extendían grandes ciénagas y marismas, internándose al este y al sur en la penumbra pálida del alba. Unas brumas y vahos brotaban en volutas de los pantanos oscuros y fétidos. Un hedor sofocante colgaba en el aire inmóvil”, relata Tolkien en su novela. La No Man’s Land en el frente del Somme, como puede verse en muchas fotos, era una ciénaga monstruosa e inaudita, llena de cráteres y hondonadas revueltas en cadáveres, barro, armas, árboles tronchados y el olor nauseabundo de la muerte. Como en el Mash Valley, cubierto de humo y bruma, “pronto se perdieron en un paisaje umbrío y silencioso, aislado de todo el mundo circundante, desde donde no se veían ni las colinas que habían abandonado ni las montañas hacia donde iban”. Un paisaje inhumano, sin señales o vestigios de vida: “aquel pantano inmenso era en realidad una red interminable de charcas, lodazales blandos, y riachos sinuosos y menguantes. En esa maraña, sólo un ojo y un pie avezados podían rastrear un sendero errabundo… Nada de pájaros aquí. Hay serpientes, gusanos, cosas de las ciénagas. Muchas cosas, montones de cosas inmundas. Nada de pájaros”. Una Wasteland igual de artificial, creada por antecesores de Sauron y Saruman. En la parte más oscura de la ciénaga pueden ver las luces de los miles de cadáveres, como en el Mash Valley: “Sí, nos rodean por todas partes... Los fuegos fatuos. Los cirios de los cadáveres, sí, sí. ¡No les prestes atención! ¡No las mires! ¡No las sigas!...”. Sam, el verdadero héroe de la trilogía, es un personaje inspirado en el soldado inglés raso, el Tommy “rank-and-file”, en especial en la figura del “Batman”, el ordenanza de los oficiales (Tolkien dixit: "My Sam Gamgee is indeed a reflexion of the English soldier, of the privates and batmen I knew in the 1914 war, and recognized as so far superior to myself"). Hasta su nombre, tomado del inglés coloquial, es de reminiscencias populares. Sam cae en las aguas y horrorizado comprueba que “hay cosas muertas, caras muertas en el agua… ¡Caras muertas!” ¿Quiénes son? Frodo contesta como lo haría el teniente Tolkien: “caras horrendas y malignas, y caras nobles y tristes. Una multitud de rostros altivos y hermosos, con algas en los cabellos de plata. Pero todos inmundos, todos putrefactos, todos muertos. En ellos brilla una luz tétrica”. Todos muertos, todos descompuestos: alemanes, ingleses, franceses, “Elfos y hombres y orcos”. Muerte y pobreza para muchos; inaudita riqueza y seguridad para pocos. Como decía Clive Staple Lewis en una recensión en 1955, allí está todo lo que vivió su generación en la guerra (Lewis combatió y fue herido en Arras): vívida camaradería, comunidad vital entre los compañeros, fraternidad con el enemigo, enemistad con las estructuras burocráticas y clasistas, sinsentido de las tácticas, la desilusión de los veteranos, todas vívidas “war scenes”.
Tolkien sigue en guerra, participa de otro ataque sangriento y absurdo sobre un reducto fortificado alemán, el “Schwaben Redoubt” (actualmente hay un cementerio con 1.304 tumbas). Allí estaba su propio y sangriento Morannon: “Al pie de las colinas, de extremo a extremo, habían cavado en la roca centenares de cavernas y agujeros; allí aguardaba emboscado un ejército de orcos, listo para lanzarse afuera a una señal como hormigas negras que parten a la guerra. Nadie podía pasar por los Dientes de Mordor sin sentir la mordedura, a menos que fuese un invitado de Sauron, o conociera el santo y seña que abría el Morannon, la puerta negra”. Como Morannon, el “Schwaber Redoubt” tenía una vigilancia insomne…y mortífera.
El último ataque, esta vez exitoso, fue contra la peligrosa saliente de “The Pope’s Nose” a fin de septiembre. Tolkien y su compañía acaban con las letales ametralladoras, toma más de treinta prisioneros y conversa en correcto alemán con un joven teniente sajón a quién le ofrece agua fresca. Contrae la Trench Fever y es relevado del servicio a fin de ese año. Volviendo a la retaguardia se encuentran con una columna de fabulosos tanques, el arma secreta, arrastrándose como gusanos escandalosos hacia la línea de fuego. Un oficial de caballería herido le comenta: “Neither horses nor riders had ever seen, or heard, any tanks before” (Ni los caballos ni los jinetes habían visto, u oído, tanques antes). Tolkien no los olvidará: ahí estarán sus propias máquinas fantásticas, sus propios tanques y asesinos voladores en “Silmarillon”: los dragones-gusano como Glaurung; los Balrogs con alas. A su hijo le confesó años después que “I took to 'escapism': or really transforming experience into another form and symbol with Morgoth and Orcs and the Eldalië (representing beauty and grace of life and artefact)…”. O transformaba su amarga experiencia en otra cosa… o llegaba la locura.
En noviembre de 1917 llega al hospital de Birmingham, la ciudad donde vivió su adolescencia. Sobre un cuaderno de ejercicios escolares escribirá un título: “Tuor y el exilio de Gondolin”. Luego lo tachará rabioso, para escribir a continuación: “Un teniente en el Somme”. Las memorias nunca las escribirá. No hacía falta. Su extraordinaria mitología es, al mismo tiempo, una memoria de las trincheras y una crítica al racionalismo industrial, al orden monárquico, a la uniformidad de masas, a la sociedad de consumo. En la primavera de 1918 recibe la noticia que su batallón completo ha sido aniquilado o tomado prisionero en la batalla de “Chemin des Dames” (reflejada en la famosa película de Kubrick, “Paths of Glory”). En el Foreword a la primer edición de “The Lord of the Rings” escribe: “One has personally to come under the shadow of war to feel fully its opresión… By 1918 all but one of my close friends were dead.” Uno tiene que salir de debajo de la sombra de la guerra para sentir plenamente su opresión… Como decía un gran poeta de la guerra, Siegfried Sassoon (que combatía junto con Robert Graves muy cerca de Tolkien):

La guerra es nuestro azote, aunque la guerra nos hace sabios,
y, luchando por la libertad, somos libres.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Como amante de la obra de Tolkien, especialmente de El Señor de los anillos y El Silmarillion, ¿qué puedo decirte?...que efectivamente, desde niña, sentí el horror de la guerra má vívidamente que años después en las Tormentas de acero de Jünger.

Siempre me pareció que Tolkien abominaba realmente de la guerra.

Mi aplauso, NGV

8:22 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

la historia es la misma en la guerra y la paz la humanidad es un lobo con piel de cordero pero hay esta lo bueno de los humanos

4:06 p.m.  

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