Filosofía como Fútbol: el Ser es redondo
Sabemos que el cardenal, teólogo y filósofo Nicolaus Krebs, mejor conocido como Nicolás de Cusa fue el primer pensador en reflexionar sobre ese ejercicio lúdico practicado entre dos equipos de once jugadores, que disputan un balón con los pies y tratan de introducirlo en la portería contraria. Escribió un tratado sobre el antepasado del fútbol moderno, el libro se llamaba De Ludo Globi (El juego de la pelota), se imprimió en Roma en 1463. Cusa, que se refería al Calcio in livrea o Calcio in costume nacido en la Florencia de los Borgia, decía que en el juego desplegado “los movimientos físicos son imágenes del ascenso espiritual.” El balón esférico era el símbolo de la divinidad, de la perfección matemática. El dispositivo del juego recreaba el principio de la oportunidad, la intervención de la diosa Fortuna y la vuelta a un nuevo inicio. En la pelota además coinciden, dirá Cusa, principios ontológicos divinos: el caos y el orden, razón y locura, la belleza y la fealdad, el descanso y el ejercicio. Este notable (y casi único) documento filosófico fue creado a partir de largas charlas educativas con los hijos del duque de Baviera. Pero su conclusión no dejaba dudas: Dios podía ser redondo. Sabemos que a Kafka le apasionaba el fútbol, igual que a Jean Paul Sartre y Albert Camus. En el mundo de lengua alemana la cosa ya cambia. El escritor Martin Walser sostenía que Sinnloser als Fußball, pensar en el fútbol es un simple sin sentido. Un intelectual del fútbol es casi impensable, una verdadera contradicción en los términos. Además el fútbol es estéticamente inaceptable del que se horrorizarían los griegos clásicos. Pero muchos intelectuales ven en el fútbol algo más que el momento grotesco de veintidós voluntades persiguiendo una pelota llena de aire. Algo más que ese momento arcaico-tribal donde la complejidad del mundo burgués se transforma en un mecánico e infantil “amigo-enemigo”. Y entre estos raros intelectuales se destaca por luz propia uno de los pensadores de mayor estatura en la historia de la filosofía. El nombre del filósofo alemán Martín Heidegger, el llamado Meister aus Deutschland, evoca con unanimidad el capítulo más excitante, polémico y profundo del pensamiento del siglo XX. Nuestra cultura desde 1945 no podría darse sentido, ni explicarse sin su influencia duradera, desde el existencialismo de Sartre, pasando por al hermenéutica de Gadamer, hasta el estructuralismo y la deconstrucción posmoderna de Derrida. Su sombra perversa, fue aliado intelectual del régimen de Adolf Hitler, permanece nítida y destacada en el panteón de la cultura de Occidente. Pero Heidegger, que eleva a la Vida como concepto central filosófico y que definía la existencia humana como “práctica en el mundo” era un verdadero Fußballfan, un fanático del pedestre fútbol. Se destacaba entre el mojigato mandarinado académico alemán por sus gestos plebeyos: despreciaba el uso de la levita y toga, muchas veces se presentaba a dar clases vestido con un style de amante de la actividad física. Sabemos que vivía distanciado en su cabaña, al mítica Hutte en plena montaña, que practicaba el senderismo y escalaba cumbres, que era eximio esquiador pero en especial era un temible delantero izquierdo, único en su puesto por su rapidez y “gambeta”. Era un wing endiablado, que desbordaba, y ya era titular en el equipo de fútbol local de su pueblo natal, Messkirch, y luego siguió jugando con bastante efectividad hasta sus días de catedrático en Marburg (1924). El fútbol para Heidegger podía ser situado dentro de su propia analítica del Ser como parte de la Sorge, un término que en alemán significa “cura”, el cuidado del hombre arrojado al mundo. El Ser (Sein) era redondo por unos instantes. Además el fútbol era un momento, un Kairós, en el cual se vivía una verdadera comunidad de destino, una Gemeinschaft concreta y vital, que generaba una verdadera praxis, líderes y seguidores, héroes y sacrificio de la voluntad en pos de un interés colectivo. El fútbol bien jugado era la demostración práctica que el destino es siempre colectivo, cooperativo. Dentro de la misma filosofía de Heidegger la sabiduría práctica era siempre superior a la mera técnica, y esta dimensión de la praxis del Dasein (el Ser-ahí) también puede observarse y desplegarse en el mismo campo de fútbol. El fútbol era, de alguna manera, la épica del Dasein: camaradería, disposición, honor, estado de resolución, fidelidad y servicio. El espíritu de una verdadera comunidad. Y no se trata de mera teoría: Heidegger trató de llevar a la práctica esta dimensión práctica de su filosofía. Siendo rector de la Universidad de Freiburg, que asumió después del ascenso de Hitler al poder, introdujo la práctica obligatoria de gimnasia marcial entre los estudiantes universitarios además de crear un centro experimental de entrenamiento deportivo (que incluía el fútbol) en Todtnauberg. Heidegger mismo se colocó a la cabeza de este “Campo de trabajo científico” en Todtnauberg, tomando como modelo uno administrado por las S.A. en Bebenhausen. La experiencia duró del 4 al 10 de octubre de 1933.
Hay dos anécdotas que ilustra bien este fanatismo hacia el fútbol de Heidegger, fanatismo fundado con rigurosidad en su propia filosofía. Hacia 1959 Heidegger era un filósofo respetable, un anciano que había logrado suavizar su autoritarismo, soberbia y rigurosidad. Había logrado sortear con habilidad y picardía su pasado nazi y su devoción incondicional por Adolf Hitler. Coherente con su propia Weltanschauung, su visión del mundo reaccionaria enfrentada al dominio de la Técnica y el Amerikanismus, vivía en su comarca natal de Messkirch. No tenía ni radio ni televisión. En abril de 1955 la UEFA aprobó una competición entre clubes europeos, la Copa de Campeones de Europa, más conocida como la “Copa de Europa”. Fue una sensación a nivel popular. En la temporada 1960-61 el CF Barcelona eliminó al Real Madrid, que había ganado todas las ediciones anteriores, se enfrentaba para llegar a la final, al Hamburg SV, el campeón alemán. Se necesitó un tercer partido de desempate en territorio neutral. Fue un match de leyenda jugado en el estadio Heyssel de Bruselas el 3 de mayo de 1961. Y fue una de las primeras transmisiones en directo para la televisión. Heidegger no se podía contener: se cruzaba a la casa de los vecinos, que tenían una flamante televisión Telefunken, para ver todas las transmisiones de la Copa de Europa que podía. En el legendario partido de Bruselas no podía mantenerse sentado y con la excitación del juego se volcó una taza de té caliente cuando el Barcelona convirtió el único gol del encuentro, gracias a Evaristo, que le daría la victoria.
Hacia principios de los años ’60 el director artístico del decano teatro de Freiburg, Hans-Reinhard Müller, fundado en 1866, se encontró de casualidad con Heidegger en un tren que venía de Karlsruhe. Al reconocerlo emocionado, Heidegger, ya era una estrella intelectual a nivel mundial, pretendió desarrollar un charla profunda sobre literatura y arte, cosa que no logró. Heidegger, que venía de dar unas conferencias en la Academia de Ciencias de Heildelberg, como un zorro-zen, esquivaba el bulto, ya sea con silencios o con monosílabos. De repente el filósofo, todavía bajo la impresión de un partido regional de fútbol, le habló todo el tiempo de un jugador maravilloso, un tal Franz Beckenbauer, que jugaba en un equipo mediocre, el FC Bayern Munich. Se deshizo en elogios por su estilo de juego, admirado relató la precisión y la delicadeza con la que trataba al balón, incluso con lenguaje corporal le visualizó al estupefacto director las fintas de su juego. Heidegger calificó a Beckenbauer, de tan sólo veinte años, de großartiger Spieler, jugador genial, además de subrayar su invulnerabilidad en al marca o lucha cuerpo a cuerpo. Heidegger ya había intuido en ese novato al futuro Kaiser, al König von Westfalen como le empezó a llamar la prensa deportiva alemana. Müller además concluyó acertadamente que a Heidegger no le interesaba en absoluto el teatro.
Seguramente su locura por el fútbol se relaciona secretamente con su propia idea de lo que es el hombre en el mundo, de lo que debe entenderse por filosofía: una inquietud cultivada metódicamente y cuyo objetivo es abrir el mundo por medio de una praxis auténtica. El Fussball sería simplemente “la iluminación de los comportamientos que contemporaliza la Vida en su propio ser...”. El fútbol, como dispositivo de juego, es para Heidegger una verdadera Gesamtkunstwerk, una obra de arte total. El Ser es redondo, en suma. (Nicolás González Varela)
Hay dos anécdotas que ilustra bien este fanatismo hacia el fútbol de Heidegger, fanatismo fundado con rigurosidad en su propia filosofía. Hacia 1959 Heidegger era un filósofo respetable, un anciano que había logrado suavizar su autoritarismo, soberbia y rigurosidad. Había logrado sortear con habilidad y picardía su pasado nazi y su devoción incondicional por Adolf Hitler. Coherente con su propia Weltanschauung, su visión del mundo reaccionaria enfrentada al dominio de la Técnica y el Amerikanismus, vivía en su comarca natal de Messkirch. No tenía ni radio ni televisión. En abril de 1955 la UEFA aprobó una competición entre clubes europeos, la Copa de Campeones de Europa, más conocida como la “Copa de Europa”. Fue una sensación a nivel popular. En la temporada 1960-61 el CF Barcelona eliminó al Real Madrid, que había ganado todas las ediciones anteriores, se enfrentaba para llegar a la final, al Hamburg SV, el campeón alemán. Se necesitó un tercer partido de desempate en territorio neutral. Fue un match de leyenda jugado en el estadio Heyssel de Bruselas el 3 de mayo de 1961. Y fue una de las primeras transmisiones en directo para la televisión. Heidegger no se podía contener: se cruzaba a la casa de los vecinos, que tenían una flamante televisión Telefunken, para ver todas las transmisiones de la Copa de Europa que podía. En el legendario partido de Bruselas no podía mantenerse sentado y con la excitación del juego se volcó una taza de té caliente cuando el Barcelona convirtió el único gol del encuentro, gracias a Evaristo, que le daría la victoria.
Hacia principios de los años ’60 el director artístico del decano teatro de Freiburg, Hans-Reinhard Müller, fundado en 1866, se encontró de casualidad con Heidegger en un tren que venía de Karlsruhe. Al reconocerlo emocionado, Heidegger, ya era una estrella intelectual a nivel mundial, pretendió desarrollar un charla profunda sobre literatura y arte, cosa que no logró. Heidegger, que venía de dar unas conferencias en la Academia de Ciencias de Heildelberg, como un zorro-zen, esquivaba el bulto, ya sea con silencios o con monosílabos. De repente el filósofo, todavía bajo la impresión de un partido regional de fútbol, le habló todo el tiempo de un jugador maravilloso, un tal Franz Beckenbauer, que jugaba en un equipo mediocre, el FC Bayern Munich. Se deshizo en elogios por su estilo de juego, admirado relató la precisión y la delicadeza con la que trataba al balón, incluso con lenguaje corporal le visualizó al estupefacto director las fintas de su juego. Heidegger calificó a Beckenbauer, de tan sólo veinte años, de großartiger Spieler, jugador genial, además de subrayar su invulnerabilidad en al marca o lucha cuerpo a cuerpo. Heidegger ya había intuido en ese novato al futuro Kaiser, al König von Westfalen como le empezó a llamar la prensa deportiva alemana. Müller además concluyó acertadamente que a Heidegger no le interesaba en absoluto el teatro.
Seguramente su locura por el fútbol se relaciona secretamente con su propia idea de lo que es el hombre en el mundo, de lo que debe entenderse por filosofía: una inquietud cultivada metódicamente y cuyo objetivo es abrir el mundo por medio de una praxis auténtica. El Fussball sería simplemente “la iluminación de los comportamientos que contemporaliza la Vida en su propio ser...”. El fútbol, como dispositivo de juego, es para Heidegger una verdadera Gesamtkunstwerk, una obra de arte total. El Ser es redondo, en suma. (Nicolás González Varela)
Etiquetas: Beckenbauer, Camus, Derrida, Fútbol, Gadamer, heidegger, Kafka, Nicolás de Cusa, Sartre, Walser
1 Comments:
Nicolás!
Interesantísimo el artículo que escribiste, nunca pensé que nuestro amado filósofo también era un fanatico, como la mayoría de los argentinos, de la redonda. Saludos
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