lunes, noviembre 27, 2006

Cierta cura para el anhelo de sangre. Graves y el boche muerto

Boche es un sustantivo y adjetivo que proviene del argot francés. El significado es peyorativo, pudiendo traducirse como “cabeza cuadrada” o “cabeza de asno o burro”. La version más razonable de su origen (algunos deliran suponiendo que proviene de la marca alemana Bosch) es la que figura en el “Dictionnaire de la langue du 20e siècle”: desde 1886 se inscribe en el argot militar como sinónimo de alemán. Es una aphérèse de caboche o alboche, un procedimiento en el cual una palabra pierde una sílaba o varias letras en su parte inicial. Boche es un sufijo muy común en el argot francés, en especial en el de Marsella, palabra que deriva del italiano boccia. Tiene significado de libertino, mala persona. La idea propagandística era que todos los alemanes eran brutos, bestiales, sádicos, sin sentimientos humanos. De allí se deriva toda una familia: bocheux (=alemán), Bochemanie (=Alemania), bocherie (=crueldad alemana); tire-boche o tourne-bouche (=bayoneta), etc. Existe otra versión, más peregrina: se cuenta que en la guerra de 1870 unos soldados prusianos entraron en un pueblo francés gritando: “Wir sind alle Burschen!” (“¡Somos todos hermanos!”), de allí se derivó a alleburschen, y de allí a alboche. Los insultos, el racismo de baja intensidad, la caricatura del enemigo y su deshumanización es típico de la ideología de guerra imperialista: la alta cultura francesa ha llamado a sus vecinos del Este con nombres tribales (visigoth, escribía Voltaire), vándalos, tudesques, teutones, uhlans, hunos, fridolines, frisons, pruscoffs, hasta… ¡góticos!. Algunos insultos patrióticos eran originales: cochons (los alemanes comían mucho cerdo y chucrut) o doryphores, por una plaga de coleópteros que castigó la campiña francesa antes de la guerra. Los franceses consideraban a los alemanes, al no haber sido influidos por la cultura greco-romana, como seres más inferiores, toscos y poco civilizados. Un pueblo con poco gusto y refinamiento, de inteligencia elemental. En la Gran Guerra también se utilizó el apodo despectivo “Fritz”, diminutivo del nombre más común en los alemanes, Friedrich y con reconocible ligazón con la dinastía Hohenzollern, que gobernaba el Segundo Reich. Los medios de comunicación saturaron toda Francia con el desprecio por el enemigo y la propagación de mentiras propagandísticas centradas en la figura diabólica del Boche alemán. Es más fácil matar sin miramientos a un ser inferior, incluso en un peldaño más bajo que los animales superiores. Robert von Ranke Graves (su primer apellido era alemán, descendía del famoso historiador) participó en la Gran Guerra como voluntario y con prontitud descubrió la miseria cotidiana de la muerte industrial en las trincheras. Como Theodor Adorno, desechó por problemas sociales su apellido germánico. Será famoso mundialmente por sus novelas, en especial “Yo, Claudio” (seguido de la miniserie de la BBC) y sus ensayos sobre mito y religión. Destacado en el frente del Somme, participó de la gran carnicería masiva iniciada el 1 de julio de 1916, junto con otros grandes poetas, Siegfried Sassoon, David Jones (a quién Eliot y Auden consideraba el mejor poeta del siglo XX), Ellis Humphrey Evans, alias Hedd Wyn (muerto en el frente en Boezinge, Bélgica en 1917). Todos ellos estaban por el azar reunidos en el regimiento Royal Welch Fusiliers. A Graves le tocó la primera línea, tuvo heridas mortales, se le consideró muerto (incluida una pomposa esquela mortuoria oficial en “The Times”). Acampados en el bosque cercano al pueblo de Mametz, Graves se interna en la espesura en busca de tabardos de muertos alemanes que pudieran ser usados como mantas, para combatir el inclemente frío. El bosque estaba lleno de cadáveres, gigantescos y pequeños. No había un solo árbol que no estuviera desgajado. Allí descubre un cuerpo que llama su atención y anota en su diario: “Hice el viaje de ida y el de regreso por la única ruta posible, pasé junto al cadáver hinchado y fétido de un alemán con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Llevaba gafas. Tenía la cara verdusca y el cabello cortado casi al rape; unos coágulos de sangre le manchaban la nariz y la barba.” Al llegar, tomó su notebook y garabateó este poema debajo de otro titulado "The Last Post". Una cura contra la sed de vidas inocentes, un documento contra la victoriana grandeza de Blood and Fame. Será incluido en su libro de poemas antibélico “Fairies and Fusiliers” (1918) y calificado por la mayoría de los especialistas como el punto de ruptura de un nuevo realismo poético:

A Dead Boche

To you who’d read my songs of War
And only hear of blood and fame,

I’ll say (you’ve heard it said before)
"War’s Hell!" and if you doubt the same,

Today I found in Mametz Wood

A certain cure for lust of blood:

Where, propped against a shattered trunk,
In a great mess of things unclean,

Sat a dead Boche; he scowled and stunk

With clothes and face a sodden green,

Big-bellied, spectacled, crop-haired,

Dribbling black blood from nose and beard.

Un Boche Muerto

Tú que lees mis canciones de Guerra
Y solamente oyes de sangre y de fama,
Te voy a decir (habrás oído esto anteriormente)
“¡La Guerra es el Infierno!” y si todavía tienes dudas,
Hoy encontré en el Bosque de Mametz
Cierta cura para el anhelo de sangre:

Donde, apoyado contra un tronco destrozado,
En un gran lío de cosas sucias,
Sentado un Boche muerto; tiene mal gesto y apesta.
Con una mojadura verde en ropa y cara
Gran barriga, anteojos, pelo largo,

Goteando sangre negra de nariz y barba.

(Traducción: Nicolás González Varela)

lunes, noviembre 20, 2006

Crítica a la guerra y el poder: Siegfried Sassoon

El llamado “Camino de Menin”, pintado en óleo para la eternidad por el artista-soldado Paul Nash en un cuadro que resume futurismo y vorticismo, era en la Primera Guerra Mundial la llave de acceso por carretera desde el este a la ciudad de Ypres (Bélgica). En 1914 la ciudad contaba con una población de alrededor de 20.000 habitantes. Jamás pudo ser tomada por los alemanes. Fue considerado uno de los puntos calientes de la guerra en el Oeste, uno de los tantos “hottest spots” y lugar de una serie de sangrientas batallas (cuatro), teatro del estreno del uso de gas tóxico, del lanzallamas y de la muerte horrenda y miserable de generaciones de jóvenes reclutas. Su nombre frío y técnico en la jerga militar-burocrática fue “The Salient”, la saliente. Más de 250.000 soldados aliados, en su mayoría británicos o del Commonwealth, cayeron allí. Winston Churchill recomendó construir, por su evidente simbolismo, un monumento perdurable para recordar el sacrificio del Reino Unido en la victoria sobre Alemania. Diseñado por Sir Reginald Blomfield, arquitecto y jardinero real enfrentado a los estilos de Ruskin y Morris, se construyó gracias a un enorme esfuerzo financiero de los aliados. Blomfield, con influencias clásicas, diseñó un gran arco del triunfo en la más venerable tradición imperial romana. Quedaba bien claro el mensaje del poder. Menin Gate se transformó en el paradigma de los Memorials of War británicos. En el cenit del monumento surge un bravo león británico del escultor escocés Sir William Reid Dick (autor de la famosa estatua de Georges V en Westminster Abbey y de alguna Lady Godiva) que vigila pacientemente y con mirada endurecida, el camino que apunta hacia las fronteras alemanas. Oficialmente se inauguró el 24 de julio de 1927, con la asistencia del Mariscal de Campo Plumer, y la presencia del entonces Rey de Bélgica, Albert I. El acontecimiento fue transmitido en directo por la broadcasting radial de la BBC, todo un suceso en las comunicaciones de la época. Plumer, en su discurso, afirmó pomposamente que esos soldados no estaban desaparecidos sino que vivirían eternamente allí. En su memorial figuran inscriptos 54.896 nombres de soldados aliados (de todos los rincones del Empire: galeses, escoceses, irlandeses, canadienses, australianos, neocelandeses, sudafricanos e indios) que murieron en la zona, pero cuyos cuerpos nunca fueron encontrados. La cifra se queda corta: como desbordaba la estilística monumental, otros 34.984 nombres fueron quitados y recolocados en otro memorial más modesto en un cementerio adyacente, el de Tyne Cot. El poeta y veterano oficial, Siegfried Loraine Sassoon, crítico feroz de la guerra inter-imperialista y satírico de la sociedad capitalista de entreguerras, fue lógicamente invitado, permaneciendo durante toda la ceremonia calladamente amargo y distante. Sassoon ya había demolido con anterioridad el romanticismo de las clases altas inglesas por la guerra del Imperio, la ideología de la guerra como vigorización de las sociedades humanas, la caricatura comunitaria del esfuerzo bélico, la propaganda mentirosa y perversa, el enriquecimiento desmesurado de unos a costa de las vidas de otros. Soportó como pudo esa actuación ritualística de las clases dominantes, confirmando que cuanto más amenazante sea el poder más gruesa será su máscara. Al día siguiente, en la habitación de un hotel en Bruselas, comenzó a escribir las primeras palabras de este poema duro, doloroso y sin medias tintas. Jamás lo incluirá en sus libros. Será descubierto entre sus papeles después de su muerte. Para Sassoon detrás de la pompa, las leyes suntuarias, la parafernalia, las insignias y las ceremonias públicas del tributo sólo se escondía un sepulcro de un crimen colectivo:

On Passing the New Menin Gate

Who will remember, passing through this Gate,
the unheroic dead who fed the guns ?
Who shall absolve the foulness of their fate, -
Those doomed, conscripted, unvictorious ones ?
Crudely renewed, the Salient holds its own.
Paid are its dim defenders by this pomp;
Paid, with a pile of peace-complacent stone,
The armies who endured that sullen swamp.

Here was the world's worst wound. And here with pride
'Their name liveth for ever', the Gateway claims.
Was ever an immolation so belied
as these intolerably nameless names ?
Well might the Dead who struggled in the slime
Rise and deride this sepulchre of crime.

Atravesando el nuevo Arco de Menin

¿Quién recordará, al pasar por ésta puerta,
los antiheroicos muertos que alimentaron las armas?
¿Quién absolverá la repugnancia de su destino,
Aquellos condenados, reclutados e invictoriosos?
Crudamente renovada, la 'Saliente' se mantiene por sí misma.
Pagados están sus débiles defensores por ésta pompa;
pagados, con una pila de piedras satisfechas de paz,
los ejércitos que han soportado ese horrible pantano.
Aquí estaba la peor herida del mundo. Y aquí con honor
"Sus nombres vivirán por siempre", dice en el arco del portal.
¿Ha habido alguna vez una inmolación tan insoportable
como la de esos intolerables nombres anónimos?
Tranquilamente podrían los muertos que lucharon en el barro
Levantarse y quitarle importancia a éste sepulcro criminal.

Imagen: “The Menin Road” (óleo, 1919), Paul Nash
Traducción: Nicolás González Varela

Recorrido actual por Menin Gate (requiere QuickTime)

viernes, noviembre 10, 2006

Del lado de los verdugos: sobre "Les Bienveillantes" de Littell

“Hermanos humanos, déjenme contarles cómo eso ha pasado” ("Frères humains, laissez-moi vous raconter comment ça s'est passé..."). ¿Escucharían la confesión de un verdugo voluntario de las SS que empezara con este proemio? Esta es la primer línea de la novela ganadora del Prix Goncourt 2006, de un autor desconocido y primerizo. Y ni siquiera es francés, ni vive en Francia. Su título es: “Les Bienveillantes” (las benévolas o las benevolentes, una guiño a Esquilo y las Erinias que de tan vengativas y crueles eran irónicamente llamadas así). Son 912 páginas, editadas en la colección blanca de Gallimard. Fresco memorable y documento literario archidocumentado al mejor estilo de Flaubert. El libro son las memorias en primera persona de un empresario alemán de telas y encajes de hilo, Herr Maximilien Aue, que vive en el norte de Francia y explica cómo sesenta años antes fue ferviente nacionalsocialista primero, miembro de la Sicherheitsdienst Reichsführer-SS (SD) y luego de las Schutzstaffel der NSDAP (SS), encargado de tareas de “aniquilación” contra los enemigos del Reich. Al recordar su pasado Aue reflexiona sin cinismo: “En fait, j'aurais tout aussi bien pu ne pas écrire. Après tout, ce n'est pas une obligation. Depuis la guerre, je suis resté un homme discret ; grâce à Dieu, je n'ai jamais eu besoin, comme certains de mes anciens collègues, d'écrire mes Mémoires à fin de justification, car je n'ai rien à justifier, ni dans un but lucratif, car je gagne assez bien ma vie comme ça”. (“En realidad, habría podido también no escribir. Después de todo, no es una obligación. Desde la guerra, seguí siendo un hombre discreto; gracias a Dios, nunca he tenido necesidad, como algunos de mis antiguos colegas, de escribir mis Memorias como justificación, ya que no tengo nada que justificar, ni en un objetivo lucrativo, ya que gano bastante bien en mi vida como está”). Aue se distancia de las memorias y recuerdos post-fabricados, como los de Speer o las autojustificaciones estilo Heidegger. Pero Aue es un cultísimo hijo de la clase media alta (ama a Flaubert, Lermontov o Stendhal), con formación universitaria en derecho, hijo de un alemán y una francesa alsaciana. Perturbado por una relación incestuosa con su hermana y con ciertas experiencias homosexuales, con la llegada de la Segunda Guerra Mundial recorrerá el auge y decadencia de las victorias militares nazis. Guerrero-funcionario convencido, con una ética burocrática patriótica bien prusiana, ejerce con profesionalidad su oficio de matar y asesinar. Su fin es servir con abnegación y sacrificio a su nación amenazada. Su ideal es la comunidad racial de los alemanes, la “Volksgemeinschaft”. Él era un oficial de las SS que eliminó sin miramientos a comunistas, homosexuales, gitanos, guerrilleros, minorías étnicas, bolcheviques, alemanes traidores. Perteneció a los temibles “Einsatzgruppen”, equipos especializados en asesinato de masas, que seguían en segunda línea los avances de las tropas normales del ejército alemán en el Este. El grupo al que pertenecía Max Auer, el "C", seguía la ruta del Grupo de Ejércitos Sur, estaba en 1941 bajo el mando de SS-Gruppenführer Dr. Otto Rasch y se componía de los Sonderkommandos 4 a y 4 b (Sonderkommando 4A comandado por Paul Blobel, quizá el alter ego de Auer) y los Einsatzkommandos 5 and 6, incrustados en el Heeresgruppe C . Este grupo, que se dedicó al exterminio en Ucrania, llegó incluso a trabajar en la misma Stalingrado. Contra todo mito. sólo el 34% de estas tropas de asesinato masivo estaban compuestas por Waffen-SS. La mayoria eran policías ordinarios o miembros de la SD. Aue es un monstruo moderno, adoctrinado, con profundidad teórica y conciencia política, seguro de sí mismo: “Ce que j’ai fait, je l’ai fait en pleine connaissance de cause, pensant qu’il y allait de mon devoir et qu’il était nécessaire que ce soit fait, aussi désagréable et malheureux que ce fût” (“Lo que hice, lo hice con pleno conocimiento de causa, pensando que se trataba nada menos que de mi deber y que era necesario que esto se haga, por desagradable e infeliz que eso fuera”).

El Prix Goncourt fue creado en 1896 según la voluntad del testamento del historiador Edmond de Goncourt. El espíritu del premio fue expresado por Daudet como "le meilleur ouvrage d'imagination en prose paru dans l'année". Es decir: abría la posibilidad de que el autor fuera o no francés. Generalmente el premio se anuncia en noviembre en el restaurant Drouant (Place Gaillon, Paris). El jurado de diez miembros estaba compuesto por François Nourissier, Daniel Boulanger, Robert Sabatier, Françoise Mallet-Joris, Didier Decoin, Edmonde Charles-Roux, Jorge Semprún, Michel Tournier, Bernard Pivot et Françoise Chandernagor. Littell compitió hasta el final con una novela de un psicoanalista, Marilyn, dernières séances”, de Michel Schneider (Grasset). El resto de los finalistas eran Alain Fleischer, “L'amant en culottes courtes” (Seuil) y François Vallejo, “Ouest” (V. Hamy). Los votos fueron de siete a favor de Littell contra tres para Schneider. El Goncourt fue entregado por primera vez en 1903, recibiéndolos escritores como Barbusse, Proust, Malraux, Simone de Beauvoir, Tournier, Mediano, Duras, Orsenna, Maalouf. “Les Bienveillantes” ha causado un verdadero terremoto cultural y político en Francia. Ha sido calificada de "Nouveau Guerre et Paix" (Le Nouvel Observateur), d'"évènement du siècle" (Jorge Semprun, miembro del jury Goncourt), de "livre le plus impressionnant jamais écrit sur le nazisme" (Le Monde), d'"éblouissant" (L'Express), de "passionnant" (Le Figaro), d'"impressionnant hommage à la langue française" (Renaud Donnedieu de Vabres, ministro de Cultura), sin olvidarnos de los calificativos más rimbombantes: "Chef d'oeuvre", "Ovni littéraire", "Hors norme". Lo mejor de la prensa cultural anglosajona lo alaba sin dudar (New York Times, Publishers Weekly). Hay voces discordantes: Claude Lanzmann ha acusado a la novela de ser profundamente antijudía, lo que ha avivado la polémica sobre el libro (y por supuesto, sus ventas). Su autor es Jonathan Littell, de padre norteamericano de origen judío (el escritor de novelas de espías, Robert Littell, que es además un periodista de “Newsweek” especializado en el Cercano Oriente) y madre francesa, su único antecedente literario es una oscura novela de ciencia ficción escrita a los veinte años que abomina: Bad voltage (Signet Book, 1989). Curioso pero parte de la novela transcurre en la catacumbas de Paris. Nació en New York en 1967, diplomado en la U. de Yale en Arte y Literatura, trabaja desde hace un tiempo, siete años, en la ONG “Action contra la Faim”; en su trabajo visitó países lacerados por la guerra y la limpieza étnica: Afganistán, Yugoslavia, Chechenia y el Congo. Esta vivencia límite lo marcó: “es una experiencia que me ha permitido empezar a comprender qué es lo que convierte a las personas en verdugos, en asesinos. Ése es el tema central de mi novela”. Actualmente vive en Barcelona con su mujer belga y dos niños. Parece que habla y escribe en cinco lenguas (inglés, francés, ruso, serbo-croata y ¡español!). Ha confesado en reportajes la influencia sobre su escritura de Sade, Flaubert, Genet, Blanchot, Bataille, pero también de la novelística testimonial de Vasiili Grossman y de la línea clásica de Dostoievski y Melville. Seguramente de Flaubert ha copiado su trabajo de laboratorio: la recopilación documental es impresionante, durante cuatro años ha visto archivos fílmicos y sonoros sobre la guerra y el genocidio, estudiado los organigramas administrativos y militares, leído estudios históricos e interpretativos (¡200 libros!) sobre Hitler, la Alemania nazi y en particular sobre la guerra en el frente del Este. Además ha visitado personalmente los lugares por donde pasará Aue: Karkhov, Kiev, Piatigorsk, Stalingrado… siguiendo las señales sangrantes de los grupos de exterminio en el avance profundo a partir de junio de 1941.

Por supuesto: Littell ha sido comparado con Shakespeare, Dante, Tolstoï, Dostoïevski, Balzac, Genet, Grossman, Visconti, Malaparte,…Céline. Semprún ha dicho que “a humanidad sabrá dentro de cincuenta años, lo que ocurrió en Europa gracias a esta novela” y agregó: “no es una novela francesa sino una novela escrita en francés. Su modelo es la gran novela rusa del XIX, Tolstói o Dostoievski. Para la cultura francesa lo que es importante es que el autor haya elegido el francés como idioma. Eso prueba que sigue siendo una gran lengua de expresión cultural”.

Littell no cayó del cielo en el Barrio Latino, es un producto manufacturado al mejor estilo editorial posmoderno. Fue llevado al mercado editorial francés por el agente literario inglés Andrew Nurnberg, amigo de su padre y representante literario. Según la leyenda urbana parisina, Nurnberg presentó el manuscrito original (de 1.500 páginas, según las malas lenguas en un mauvais francés) a cuatro editores (Grasset, Calmann-Lévy, Lattès y Gallimard) con el seudónimo de Jean Petit. El editor de Gallimard sabía la identidad del verdadero autor y vislumbró en la temática de la novela un posible Goncourt. Con un adelanto excesivo para una primera obra (30.000 euros), la casa editora deriva el manuscrito a un négre, el cual reescribe la obra en un francés correcto y reduciéndola al formato final, sin modificar el estilo sombrío de Littell. En junio de 2006 esta novela prefabricada es presentada a influyentes del mundo cultural parisino, escritores y journalistes littéraires, que se presenta en el dossier de prensa como una gran oeuvre littéraire. Littell adopta un aire misterioso, anti-vedette, al mejor estilo Pynchon: no hace declaraciones, no acepta ir a la televisión, no acude a la lectura de la decisión del jury y no prestó la tradicional conferencia de prensa del ganador. El 21 de agosto sale la primera tirada de 12.00 ejemplares. Las signatures de la prensa, muchos del catálogo de Gallimard, el bombardero de los mass-media más el buzz parisino, hacen que se haya batido todos los records para una primera obra en el mercado editorial francés: 250.000 ejemplares vendidos. Desde septiembre aparece a la cabeza de los mejores libros vendidos de ficción. En la Feria del Libro de Frankfurt batió cifras en las ventas de derechos al exterior: 400.000 euros para la edición alemana; un millón de dólares para la edición en EE.UU…. La industria editorial cerró el círculo: el 26 de octubre Littell recibe el Grand Prix du Roman de l'Académie Française por mayoría absoluta. La cultura francesa oficial está con una rara tendencia: tres de los grandes premios literarios franceses han recaído en 2006 en autores cuyo idioma materno no es el francés. Es el caso de Littell pero también de la canadiense Nancy Houston, que ha obtenido el Femina por Lignes de faille” (Actes du Sud), y el del congoleño Alain Mabanckou, quien ganó el premio Renaudot. con sus Mémoires de porc-épic” (Seuil). La versión castellana de "Les Bienveillantes" no se editará hasta principios de 2008. La editorial es RBA, que publicará la traducción en España. Las 900 páginas serán traducidas al castellano por la premio nacional de traducción de España, María Teresa Gallego Urrutia. Parece que la complejidad de la novela, su intertextualidad y trasfondo histórico, hace muy difícil su traducción rápida. “Las benévolas" o “Las benevolentes” son los dos títulos que se barajan para la traducción, una obra por la que la editorial “luchó incluso a través de una subasta por conseguir sus derechos en castellano”.

Parece que el trabajo de Littell es una novedad creativa: una memoria desde el punto de vista del verdugo. La perspectiva de una bestia parda voluntaria y militante. Este es el lado más banal y criticable de la novela, pero como señala Semprún “hay quienes critican a Littell porque aseguran que se identifica con su protagonista y retrata a Aue haciéndolo atractivo. No es cierto. O si lo es, entonces hay que decir que Dostoievski también se identifica con Raskolnikov en Crimen y castigo”. El perspectivismo del verdugo no es una novedad. Este cronista recuerda la novela, en forma no de memoria sino de epistolario, del gran escritor serbio Borislav Pekic (perseguido por el régimen de Tito emigró a Inglaterra en 1971). titulada en inglés: “How to Quiet a Vampire” (“Kako upokojiti vampiro”, 1977) (Now Northwestern University Press, 2004). Allí, también un ex nazi, en este caso Konrad Rutkowski, profesor de historia medieval en la Universidad de Helidelberg, que retorna a la Dalmacia yugoeslava (vacaciones a Dubrovnik) en 1965, el lugar en que estuvo como oficial de la GeStaPo, Obersturmbannführer, en 1943. Es una novela de ideas desde el lugar del crimen. En sucesivas y cada vez más profundas cartas (veintiséis en total) a su hermano político, a su editor, a su antiguo comandante (un nazi convencido) y a un psiquiatra, va recordando sus experiencias de guerra y ocupación, conciliando su ideología liberal con su pasado de instrumento del terror. Fundamentando sus ideas aparecen Marco Aurelio, Platón, San Agustín, Abelardo, Bergson, Hume, Locke, Nietzsche, Kant, Hegel, Wittgenstein, entre otros. Él era un liberal que colaboró con al SS-Staat para cambiarlo desde adentro. En los argumentos y justificaciones de Rutkowski queda implicada, en la conformación del fascismo y el nacionalsocialismo, toda la alta cultura europea. Es una mirada al interior de la bestia y de cómo el anti-iluminismo, el modernismo reaccionario, la utopía racial podían corroer hasta las costuras un espíritu culto. En sus remembranzas crueles recuerda cómo arruinó su primer interrogatorio enviando a la horca a un vendedor inocente y en otro caso como golpeó hasta la muerte a un detenido. Pekic mismo reflexiona sobre la ilusión perdida del liberal europeo: “Rutkowski está equivocado cuando cree que simplemente por ser un producto de la civilización cristiana y de la tradición pequeñoburguesa era inmune a los impulso atávicos y bárbaros”. Los horrores que vuelven se representan con un vampiro al cual él desea silenciar. Alucina que el vampiro habita un paraguas que poseía el vendedor ahorcado; el paraguas perseguirá a Rutkowski hasta causarle la muerte. En el nacionalsocialismo (y en futuras perversiones) se muestra la tradición occidental como un sistema artificial, autoritario, opresivo, disociado de la espontaneidad y la simplicidad de la vida. Las ideologías totalitarias están ahí, incubándose y esperando reaparecer en circunstancias cambiantes. Como dice el personaje: “Hay todavía mucha gente que no ha hecho frente a sus propios vampiros”. Por supuesto otra novela desde el interior del Behemot es la de Martin Amis sobre un médico nazi que trabajó en los experimentos de Auschwitz, “Time’s Arrow, or the Nature of the Offence” (Vintage, 1992) (“La Flecha del Tiempo”, Anagrama, 1993) o la extraordinaria colección de cuentos y nouvelles de William T. Vollmann, “Europe Central” (Viking Press, 2005), 2005 National Book Award Winner Fiction, una serie de historias, sketches, cuentos pareados, por ejemplo la del Feldmariscal Friedrich Wilhelm Ernst Paulus, comandante del Sexto Ejército alemán aniquilado en Stalingrado, tomado prisionero y colaborador del regímen de Stalin, titulada: “The Last Fieldmarshall” y la del brillante general Andreï Andreïevitch Vlassov, titulada “Breakout”, prisionero y luego colaborador de los alemanes y ejecutado después de la guerra por Stalin. Todas las historias se centran en un arco temporal entre la década del ’30 y la posguerra, tanto en la Alemania nazi y la URSS, donde los dilemas morales se subsumen en un extraordinario esfuerzo de los personajes por intentar ir más allá en sus decisiones de las determinantes de la cultura autoritaria de sus épocas. A Vollmann, como a Littell, se le acusa de ser ambiguo con los personajes nazis, de dudar de la incorrección moral del totalitarismo.

¿Es válido escribir y tratar de entender desde el lado de los verdugos? ¿Se puede aprender de la epopeya de un asesino de estado? El escritor y editor francés Jean Cayrol, él mismo antiguo deportado a Mauthausen, al comentar las biografía novelada escrita por Robert Merle sobre el comandante de Auschwitz Höess, La Mort est mon métier” (1952) en una artículo en la revista Esprit, había denunciado la novela como un intento indebido de materializar en un cuerpo novelesco “à ce qui n'était qu'un monstre impossible à décrire”. En el caso de Littell parece aplicarse el mismo virulento precepto moral. Aunque, coincidiendo con muchos especialistas y viendo el florecimiento no sólo de novelas sino de estudios históricos, sociales y sociológicos desde el lado de los verdugos (y como caso piloto la discusión sobre Günter Grass o Jürgen Habermas), que nos estamos interrogando sobre el fenómeno del totalitarismo por primera vez de una manera nueva. Escandalosamente nueva, diríamos ontológica, que nos permite preguntarnos por los mecanismos de adhesión más profundos, por la estructura de legitimidad, por el nivel micropolítico, por la fascinación hacia Hitler o Stalin, sobre el pasaje de la ideología a la acción. ¿Qué elecciones individuales hubiéramos hecho, nosotros cómodos lectores, si hubiéramos vivido en Alemania entre 1933 y 1945?