Sobre un reciente libro
de Klaus Gietinger[1]
Por Nicolás González Varela
“Solo esto es la verdadera Esencia
del Socialismo: hay que destruir un Mundo, pero cada lágrima que pudiera haber
sido evitada es un crimen; y la persona que, corriendo a realizar ‘actos
importantes’, inadvertidamente pisotea aunque sea a un pobre gusano, es
culpable de un crimen”. (Rosa Luxemburg, 1918)
Los visitantes que llegan hoy al Berlin-Mitte pueden pasear por la AlexanderPlatz, echar un vistazo al imponente teatro Volksbhüne diseñado por Oskar Kaufmann,
construido en 1914 y reconstruido después de 1945, al cine Babylon diseñado por Hans Poelzig y seguramente quedarán
desconcertados al notar bajo sus pies una serie de palabras forjadas en metal
incrustadas en forma de zigzag formando ángulos sobre el pavimento. Si nos
acercamos, notamos que los que se nos revela es en realidad una instalación
artística que forma parte de un monumento histórico, uno más de los tantos que
Berlín exhibe. Estamos en la Rosa
Luxemburg Platz. Esta es un poco particular: se compone de citas escritas a
finales del siglo XIX y principios del siglo XX por una tal Rozalia Luksenburg, mejor conocida como Rosa Luxemburgo. Una
personalidad que ni siquiera es alemana, una pensadora militante
revolucionaria, socialdemócrata (cuando estas palabras significaban algo), que
no dudó en criticar a las vacas sagradas del Socialismo del 1900, de Bernstein
a Kautsky pasando Jaurés y Lenin, que no dudó en preferir la cárcel y
finalmente el Gólgota a rebajar su Ética socialista.
Hay que decirlo claro: sus libros son inhallables o están
agotados. La última pasión febril sobre su pensamiento nació y murió con el
1968 europeo. Paradójicamente en Alemania continúa siendo una figura popular,
una heroína de dimensiones nacionales, un ejemplo alternativo tanto a la
fallida antiutopía de Stalin como al Neoliberalismo del capital. Y Rosa “La
Roja” es popular tanto en el este como en el oeste. La parábola de su vida y muerte
fue llevada al cine por la directora Margarethe von Trotta en 1985, con
Bárbara Sukowa como Rosa, en un film multipremiado, aunque la retrataba como
una heroína liberal y feminista y diluía su alma revolucionaria socialista; su
figura volvió al espectáculo del music
hall, una obra llamada simplemente Rosa
que en Berlín agotó rápidamente las localidades. En cada aniversario de su
muerte militantes de la izquierda, desde anarquistas a la nueva Die Linke e incluso liberales, le rinden
un silencioso homenaje con flores en el cementerio Friedrichsfelde. La damnatio memoriae sobre Rosa comenzó en
1933: un ignominioso 10 de mayo de 1933, el ministro de propaganda del IIIº
Reich Goebbels, que había bautizado a
todos sus hijos con la letra “H” en honor a Hitler, hizo planificadamente que
se quemasen “espontáneamente” miles de libros de autores con espíritu anti
alemán en plazas y universidades, incluida la del Rektor-führer
Heidegger en Freiburg, en un lugar preferencial se encontraban las obras
completas de Luxemburg y Liebknecht. La incineración de su pensamiento en papel
completaba la damnatio memoriae burguesa, con catorce años de diferencia
y demora, el aniquilamiento de su persona en carne y espíritu. Y en la alevosa
falta de justicia por su violenta muerte política.
El historiador y escritor Jörn Schütrumpf, que vive
en Berlín, es director gerente de la editorial Karl-Dietz Verlag (que edita a
Marx), editor de la compilación de sus textos, Rosa Luxemburg: Der
Preis der Freiheit (Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad),[2]
que abre con una cita del agudo Karl Kraus, que a su vez re-cita el malogrado
Benjamin: “El Comunismo, en cuanto realidad, sin duda es solamente el compañero
de su ideología ultrajadora de la vida, pero tiene un origen ideal que es, por
cierto, más puro; es un medio funesto en busca de una meta ideal y más pura.
Lleve el Diablo su praxis, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su
condición de amenaza constante sobre las cabezas de quienes tienen bienes; ésos
mismos que, para preservarlos, envían implacables a los otros a los frentes del
hambre y del honor patrio, mientras que pretenden consolarlos diciendo y
repitiendo que los bienes no son lo más importante en esta vida. Dios nos
conserve siempre el comunismo para que, ante él, aquella chusma no se vuelva
aún más desvergonzada; para que la sociedad de aquellos únicos autorizados para
disfrutar, que cree que las gentes sometidas a ella tienen ya amor bastante
cuando de repente les contagian la sífilis, se vea al menos, cuando va a dormirse,
atenazada por una pesadilla. Para que al menos pierdan el deseo de predicar
moral ante sus víctimas e incluso de hacer chistes sobre ellas.”[3]
Afirma con razón que muchos de los que hoy se identifican con su figura, lo
hacen impresionados por su cobarde asesinato y no tanto por la comprensión fiel
de sus ideas políticas, la mayoría incómodas y heterodoxas. Rosa compone, junto
con Marx, Gramsci y el Che, los ideales utópicos que nunca han perdido ni
perderán vigencia, símbolos unánimes: “Uno de ellos que casi siempre forma
parte de todo esto, pero en cierto modo flota en el aire por encima de todo, y
por tanto frecuentemente se olvida su mención, es un judío alemán de la ciudad
de Tréveris: Karl Marx. Junto a él quedan solamente las imágenes de tres seres
humanos, que son mostradas en casi todo lugar: la de una judía polaca,
asesinada de forma bestial en Alemania; la de un argentino, que cayó el año de
1967 en Bolivia en las garras de sus asesinos; y la de un italiano, liberado
por los fascistas en 1937, después de diez años de encarcelamiento para dejarlo
morir: Rosa Luxemburg, Ernesto Che Guevara y Antonio Gramsci… Los tres no
solamente materializan esa congruencia poco común entre la palabra y la acción.
Los tres representan también un pensamiento propio, que no se sometió a
doctrina o aparato alguno. Y: los tres pagaron por sus convicciones con la
vida. Fueron llevados a la muerte no por sus contrarios en el propio campo,
sino por el enemigo, lo que no era normal en absoluto en el siglo XX.” Rosa
tiene algo en común con Gramsci y Marx: nunca se encontraron en una situación en
la que se prestaran al ejercicio del poder de Estado, nunca se obligaron a
aplicar de manera reaccionaria una Realpolitik
o en que sus manos quedaran manchadas por participar en un régimen dictatorial
o totalitario. Ernesto Che Guevara sigue hasta hoy en día avivando la
imaginación de la juventud; Gramsci impresiona desde hace décadas sobre todo a
los académicos; sin embargo de Rosa, la más multifacética y profunda de los
tres, la mayoría sólo conoce vagamente su nombre y lo que le ocurrió, pero no
su pensamiento, ni su obra.
Su biógrafo inglés Nettl señaló que sus
ideas “pertenecían al lugar donde la Historia de las ideas políticas se enseña
con seriedad”. El gran filósofo Lukács dijo que su obra “muestra el último
florecimiento del Capitalismo alemán… los caracteres de una siniestra danza de
la muerte”. Lenin, uno de sus opositores dentro de la Socialdemocracia europea
de entonces, la definió como “fue y es un águila en obra y pensamiento”.
Trotsky decía que detrás de una amenidad femenina surgía una “poderosa mente y
gran oradora de masas”. La politóloga conservadora Arendt tenía la esperanza de
un reconocimiento tardío de “quién fue y qué hizo, así como también, de que por
fin tendrá su lugar en la educación de los científicos políticos en los países
de Occidente”. El fundador de la socialdemocracia alemana y amigo-biógrafo de
Marx y Engels, Mehring, que murió apenado poco después de su asesinato, dijo
que era “la cabeza más genial entre los herederos científicos de Engels y
Marx”.
Lo cierto es que Rosa comenzó su militancia
en un pequeño partido socialista sin país soberano, el Partido Socialdemócrata
del reino de Polonia y Lituania (SDKPiL). Luego de la revolución rusa fallida
de 1905, Rosa fue acusada de “terrorista” y abandonó la Polonia zarista hacia
Finlandia para recalar en Suiza, en aquel tiempo el país más libre del Mundo: ¡incluso
las mujeres tenían derecho a estudiar! Allí hizo dos doctorados simultáneos,
Economía y Derecho, descubrió a un tal Marx y se hizo marxista crítica.
Frecuentó los círculos políticos de emigrados de toda Europa, de rusos a
polacos, pasando por italianos y austrohúngaros. Las autoridades en Alemania no
la tenían registrada como Rosa Luxemburgo, sino como “Rosalia Lübeck”. Mediante
un matrimonio de conveniencia con un hijo de inmigrantes socialistas, la
economista de 27 años, recién graduada del doctorado en Zúrich, había conseguido
la nacionalidad alemana. Nacionalidad muy importante para su protección
jurídica en la militancia política clandestina en Polonia. Rosa era políglota: hablaba
y escribía el idioma alemán mejor que la mayoría de los alemanes. Ni hablar de
todos los otros idiomas que dominaba: ruso, francés, inglés e italiano.
Se afilió al partido-guía de la
socialdemocracia europea, un gigante miope con pies de barro llamado Sozialdemokratische Partei
Deutschlands (SPD), la organización más numerosa de Occidente, lleno
de luminarias y rápidamente se ganó un nombre como teórica en el ala izquierda
del partido. Al principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y
Engels a la táctica del partido que llevaba como “doctrina oficial” al
marxismo, sin mucha creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y
teórica con el artículo contra el revisionismo teórico de Bernstein,
colaborador de confianza de Engels, albacea testamentario, considerado uno de los
máximos teóricos del Socialismo en la época. Rosa era una mujer pequeña, de
apariencia física nada favorable; un cuerpo notoriamente menudo, poco
equilibrado y simétrico, con un andar defectuoso debido una enfermedad en su
cadera. Su rostro, aunque con ojos muy vivaces y despiertos, mostraba casi
siempre una sonrisa melancólica, insegura. Tenía tendencia a la introspección. Su
nariz era un poco larga para el modelo femenino del siglo XIX. Para empeorar
las cosas era polaca (en aquella época los palestinos europeos) y además de
ascendencia judía… ¡Y con ideas de izquierda! ¡Un escándalo!
Dirigente
y teórica del modelo socialdemócrata del sigo XIX, el SPD alemán, persona
non grata en los círculos del Poder, fundadora del Partido Comunista
alemán, crítica de todo Socialismo burocrático y autoritario, brillante
intelectual marxista heterodoxa (subrayado), una pensadora
multidimensional, como nos lo recuerda en el prólogo a sus obras completas el
editor Peter Hudis.[4]
Además pedagoga revolucionaria: paralelamente a su praxis como escritora y
conferencista, Rosa era además una verdadera maestra. Y lo era, en la escuela central
del SPD en Berlín, inaugurada en 1906, y su materia era Nationalökonomie,
la Economía Política capitalista, cuyo agudo curso preparado para obreros podemos
leerlo en español.[5]
Allí Rosa reconocía que la Economía Política “es una Ciencia extraña” porque no
tiene un objeto definido. A partir de 1911 además Rosa enseñará un curso de
Historia del Socialismo, reemplazando al biógrafo de Marx, Franz Mehring. Al
principio Rosa simplemente intentaba aplicar la letra de Marx y Engels a la
táctica del partido que llevaba como “doctrina oficial” al Marxismo, sin mucha
creatividad, pero en 1899 llegó su fama como polemista y teórica Fue gracias a
su intervención en la llamada Revisionismusdebatte,
una discusión a nivel casi mundial sobre la aparente crisis y caducidad del
Marxismo comenzada por Eduard Bernstein en Alemania. Bernstein no era un
diletante ni un francotirador externo: había sido colaborador de confianza de
Engels, albacea testamentario del Nachlass
marxiano y caprichoso editor, considerado uno de los máximos teóricos del Socialismo
en la época, una vaca sagrada intocable de la Nomenklatura del SPD. El debate
dio lugar a la más severa y penosa crisis final de la gloriosa socialdemocracia
europea: todos los pensadores y militantes se congregaron en el campo de
batalla. En Alemania encontraremos a Parvus, Kautsky, Mehring, Bebel, Clara
Zetkin: en Rusia Plejanov y Lenin; en Italia el filósofo Antonio Labriola y
Croce. Aunque Rosa dentro del SPD estaba confinada a la propaganda y agitación
en los territorios del este del Elba (de lengua polaca) logró que lo publicara
a regañadientes en entregas el
diario socialista local, Leipziger Volkszeitung, una obra culmen: Sozialreform oder Revolution? (¿Reforma social o Revolución?,
1888/9). ¿Qué era el Revisionismo? Básicamente el pathos revisionista se sintetizaba en una fórmula del propio
Bernstein, que decía “El fin del Socialismo, sea cual fuera, no es nada;
el movimiento lo es todo”. Como notaría Luxemburgo (y mucho más tarde Lenin) el
revisionismo pretendía desmontar a Marx desde dentro, pero a pesar de su
relativa homogeneidad en el fondo no era una contra teoría nueva y crítica, un
sistema alternativo serio y científico, sino una amalgama superpuesta, una
síntesis de diversos elementos procedentes de críticas burguesas y
conservadoras realizadas a Marx desde 1867. Luxemburg comparó al Revisionismus con un “enorme montón de
escombros”, en los que los fragmentos y retazos del pensamientos burgués y
reaccionario, hallaban una sepultura común.
El Revisionismo teórico tenía una base bien material, absolutamente
anclada en el mundo de la vida: primero una época excepcional de expansión del
Capitalismo en cuanto al contexto histórico; en segundo lugar un estrato dentro
de la Socialdemocracia de funcionarios, diputados parlamentarios, asesores y
“liberados”, representantes en la administración local y una plantilla
permanente de “cuadros” político-burocráticos. Como lo demuestran las propias
estadísticas los “representantes” del Proletariado marxista eran comerciantes,
pequeños empresarios, funcionarios, abogados y notarios, profesores
universitarios y periodistas de profesión. Su formación política era muy ecléctica,
con más influencia del Sindicalismo y de la corriente fabiana que de Engels y
Marx. Estratos sociales particularmente receptivos al mensaje de un Socialismo
evolutivo, reformista y legalista con el status
quo, y todavía atrapado dentro de la jaula de hierro del Nacionalismo
burgués. Los rasgos básicos del Revisionismo se los puede resumir en seis
puntos homogéneos a todos los autores: 1) en lo económico se eliminaba la
Teoría del Valor y de la Plusvalía; 2) en lo filosófico se apoyaba en la Filosofía
neokantiana, rechazando la herencia hegeliana y el Materialismo tout court; el
objetivo más importante en esta operación crítica era el ataque contra el
concepto de Dialéctica; 3) en la concepción de la Historia se rechazaban la
teoría de los estadios de las formaciones económico-sociales y los cortes y
saltos violentos (lo que se correspondía con la idea de un Proceso evolutivo de
la sociedad, de lo viejo a lo nuevo, de una manera gradual y pacífica); 4)
políticamente le correspondía, como corolario natural, un Reformismo consecuente y resistencia
epistemológica contra la idea de violencia y Derecho a la revolución (“Socialismo
de destrucción” le llamaba el revisionista ruso Struve a las ideas de Marx); 5)
con respecto a la transición al Socialismo, se oponía a la teoría de Marx de la
Dictadura del Proletariado como medio más eficaz de paso del Capitalismo al
reino de la libertad (un “atavismo” según Bernstein); 6) la consecuencia
táctica era obvia: para los revisionistas lo único real y racional era la
praxis inmediata, el sostenimiento de la forma de Estado burguesa, el
afianzamiento del día a día parlamentario, la colaboración y alianza interclases.
La Socialdemocracia, como sostenía Bernstein, era la continuadora histórica del
Liberalismo político: “no hay ninguna idea liberal que no pertenezca también al
bagaje ideológico del Socialismo”. La conclusión de su razonamiento no dejaba
lugar a dudas: el partido socialdemócrata debería tener el valor de
“emanciparse de una fraseología que, de hecho, ha quedado obsoleta y adoptar la
apariencia de lo que realmente es: un partido democrático-socialista de
reforma”. Al Standpunkt del
revisionismo Rosa le contestó con una superación diríamos hegeliana: Reforma y
Revolución, elementos inseparables: “Para el Socialismo la reforma social y la
revolución social forman un todo inseparable… Bernstein aconseja el abandono
del objetivo final de la Socialdemocracia, la Revolución social, y convertir el
movimiento de reforma, de un medio que siempre fue, en el fin de la lucha entre
clases… pero como quiera que el Objetivo final (Endziel) es precisamente lo único concreto que establece diferencias
entre el Movimiento socialista y la Democracia burguesa y el Radicalismo
republicano burgués… al discutir esta postura
con Bernstein y sus partidarios no se trata, en último extremo, de ésta
o aquella manera de luchar, de esta o aquella táctica, sino de la entera vida
del Movimiento socialista.” Rosa había descubierto el efecto aniquilador del Revisonismus: conservar o no el carácter
proletario en las organizaciones socialistas. Lo más grave no eran tanto los
consejos prácticos sino el trasfondo objetivo que presentaba, con aires científicos, del movimiento objetivo de la
sociedad capitalista. Era este
diagnóstico estratégico optimista en las sombras del cual se derivaban las
opiniones y consignas tácticas. Y el diagnóstico se asentaba en un Método
oportunista, die opportunistische Methode, como le llamaba Rosa.
Básicamente este Método de reflexión era más o menos la reacción y negación de
las premisas básicas científicas del Socialismo que residían en El Capital. Si Marx había demostrado, al
nivel lógico e histórico, que los resultados del desarrollo del Capitalismo
eran la Anarquía (Anarchie) creciente
de su Economía, la progresiva Socialización del proceso de producción (Vergesellschaftung
des Produktionsprozesses) y una mayor conciencia de clase de los trabajadores y
paralelamente en sus formas de organización (die wachsende Organisation
und Klassenerkenntnis des Proletariats), el Revisionismo negaba en el
mismo acto la validez de la Ley de Valor y la necesidad objetiva “la
justificación del Socialismo basada en el curso del desenvolvimiento social y
material de la sociedad”. El dilema de hierro era que o bien la Revolución se
concebía como resultado de las contradicciones internas, en su propia historische Notwendigkeit, “del propio Orden
capitalista, contradicciones que aumentan al desarrollarse éste haciendo el
derrumbe inevitable, no importa el momento ni la forma en que se presente” o,
como sostiene el Revisionismo el Capitalismo desarrolla “medios de adaptación”
que no conocía Marx en el siglo XIX (crédito de consumo, medios de
comunicación, carteles y trusts de empresas) y que son capaces de evitar y
superar las contradicciones internas (inneren
Widersprüchen der kapitalistischen Ordnung), evitar las crisis cíclicas,
esquivar su hundimiento, con lo que “entonces el Socialismo de ser una
necesidad histórica, una historische
Notwendigkeit, pudiendo ser luego todo lo que quiera, pero nunca el
desarrollo material de la sociedad (ein
Ergebnis der materiellen Entwicklung der Gesellschaft)”. Al llegar a este
punto Rosa sabe que el dilema que si el Revisionismo tiene razón el Socialismo
es una mera idea ética, una fantástica utopía más entre Moro, Campanella,
Harrington y los falansterios. That is
the question… No era casualidad que premonitoriamente ya en esta discusión el ala derecha del SPD apodara a Rosa con el
calificativo de “anarcosocialista”. De manera premonitoria, Rosa había
afirmado en una carta a Sonia Liebknecht que “a pesar de todo, espero morir en
mi puesto, en una batalla callejera o en una prisión”.
Sabemos
el oprobioso final: fue asesinada con crueldad en 1919 por los antepasados de
los nazis, las fuerzas paramilitares Freikorps, con la complicidad de
parte de la dirigencia de su antiguo partido socialdemócrata. Con ella cae otro
dirigente fundamental de la nueva izquierda alemana: Karl Liebknecht. Rosa fue
un cadáver más en el Landwehrkanal que atravesaba Berlín. Su crimen se cubrió
de impunidad. Una densa impunidad institucional de la cual se intuía demasiado,
pero de la cual se sabía muy poco. Hasta ahora. La historia policial –decía Peter
Brooks– es la narrativa de las narrativas, su estructura clásica desnuda la
estructura de toda narrativa posible. En otras palabras, cuando el yo narrador
busca pistas y reúne la información en un todo coherente, es un reflejo de
nuestro propio acto de lectura. Chesterton afirmaba que él se quedaba con aquel
que consagra un relato breve a afirmar que puede resolver el misterio de un
asesinato, antes que con aquel que dedica un libro entero a decir que es
incapaz de resolver el problema de las cosas en general. Gietinger cumple el confirma
la hipótesis de Brooks y el principio chestertoniano: nos ofrece una definitiva
investigación política-criminal de su violenta muerte, en un relato estilo thriller
alemán, un Realkrimi, que nos mantiene conteniendo el aliento físico y moral
hasta el final. Sin ninguna intención de hacer un pleonasmo, Gietinger afirma
que el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht es una de las grandes tragedias de
Europa del siglo XX, ya que casi ningún asesinato político ha conmovido tanto
las conciencias y ha cambiado el clima político en Alemania como el de la noche
del 15 al 16 de enero de 1919 frente al hotel con el paradójico paradisíaco
nombre de “Edén”. La ignominia de 1919 será el preámbulo del despertar
nacionalsocialista de 1933. O como dice Gietinger: “lo que los líderes del SDP
no entendieron al hundir el cuerpo de Luxemburgo en el Canal Landwehr, es que estaban
hundiendo la República de Weimar junto con él”.
El libro
se estructura a partir del estado de shock social en las postrimerías de 1918,
la sombra de la victoriosa Revolución de Octubre rusa planeaba sobre la Alemania derrotada y
en plena efervescencia consejista. En este marco, la crisis termina afectando a
los partidos obreros, que empiezan a fraccionarse acompañando la polarización
política y el aumento del derrumbe económico. Se presenta una situación
revolucionaria ideal, tanto del lado objetivo como del subjetivo, líderes
capaces y una organización llamada Liga Spartakus, pero para la burguesía nunca
hay callejones sin salida. Gietinger descubre cómo el Estado en pleno naufragio
desarrolla rápidamente sus propios mecanismos de reacción, político-militares,
institucionales, extra institucionales,
para aniquilar el kairós revolucionario. Se movilizan tropas de asalto que
llegan del frente, se constituyen los cuerpos francos, los Freikorps,
anticipo organizativo de las futuras SA y SS de Hitler. No se puede consentir
la caída de la capital, Berlín: el partido socialdemócrata, que ya había
traicionado sus ideales votando chauvinistamente los créditos de guerra en 1914
(el único diputado en negarse fue precisamente Liebknecht) coincide con las
viejas fuerzas del régimen Junker. La capital se encuentra bajo una dictadura de
facto a cargo de la Garde-Kavallerie-Schützen-Division (GKSD), una unidad de
élite paramilitar ad hoc, traída desde Francia, cuya misión era
exterminar toda posibilidad de levantamiento popular y eliminar a los
comunistas berlineses. La GKSD se transformaría en la columna vertebral de la
reacción del Poder en la situación revolucionaria de 1918-1919, en los vagones
de transporte con los que llegaron del frente, se leían amenazantes graffitis:
“¡A Berlín! ¡Abajo Liebknecht y sus camaradas!”
En la noche del 15 de enero de 1919 son
apresados Rosa y Karl, a las pocas horas serán asesinados. ¿Quién los mató? El
GKSD oficialmente anuncia que Rosa fue linchada por una turba incontrolada y
arrojada al canal; en cuanto a Karl le tuvieron que disparar porque se había
fugado. En pocos días la verdad fue surgiendo, el GKSD era el responsable.
Pero: ¿quiénes fueron los asesinos? ¿Quién emitió la orden de ejecutarlos? Gietinger,
después de escarbar en una montaña de mentiras oficiales, desvíos jurídicos y
falsos testimonios, puede individualizarlos. El asesino de Rosa es el teniente
naval Hermann Souchon, que subido al estribo del coche en que la transportaban,
le dispara con una pistola en la sien izquierda. Ella murió instantáneamente y
su cuerpo fue arrojado al canal por el oficial de transporte Kurt Vogel en el
puente Lichtenstein. Son las 23:45 horas del 15 de enero de 1919. La ignominia
no acaba aquí, soldados roban pertenencias personales como trofeos de guerra:
su cartera con una edición de bolsillo del Fausto de Goethe, un zapato,
una carta nunca enviada a Clara Zetkin. El doble asesinato había sido ordenado
por Waldemar Pabst, primer oficial de personal general del GKSD, apodado
“pequeño Napoleón”, quien se atribuyó orgullosamente la responsabilidad de los
asesinatos en una serie de notorias entrevistas en los 1960’s, afirmando que “los
tiempos de guerra civil tienen sus propias leyes” y que los alemanes deberían
agradecer a ambos (a él y a Gustav Noske, ministro de defensa socialdemócrata) “de
rodillas por ello, ¡construyan monumentos con nosotros y nombren calles y
plazas públicas después con nuestros nombres!”. Hitler agradecería ex post
el rol clave de Noske, afirmando que “era un roble entre estas plantas
socialdemócratas”. Gietinger descubre que Pabst, disfrazado de civil, asiste a
mítines del USPD y de Spartakus, que incluso escucha los discursos públicos de
Liebknecht y Luxemburg (a la que no conocía hasta su llegada a Berlín); ellos
son su auténtica Némesis. Pabst inmediatamente pone su unidad al servicio del
ministro Noske; se intercepta la correspondencia de ambos líderes, se pinchan
sus teléfonos, se combina el trabajo con fiscales de la extrema derecha, la
pinza se cierra. Los gastos de la GKSD los sufraga el Comando Supremo del
Ejército, los gastos extraordinarios son cubiertos generosamente por dos
grandes industriales: Hugo Stinnes y Friedrich Minoux.
La investigación de Gietinger no concluye
aquí, hablaría mal de su libro: revelará la densa trama post-asesinatos,
político-jurídica-institucional-mediática, que encubrirá a ejecutores e
ideólogos, siguiendo el hilo rojo que concluye en los años 1960’s. Es la farsa
de la tragedia. Su primer y apasionado biógrafo Paul Frölich, que se equivoca
al identificar a su asesino,[6] decía
con razón que “la prostituida Justicia y la Razón de Estado se unieron para
echar tierra sobre sus asesinatos”. Hubo una serie de juicios estrambóticos en
los que los líderes del SPD se pusieron de acuerdo con los asesinos, nombrando
a sus colaboradores… como jueces; Gietinger los califica como “los juicios más
descarados y mendaces de toda la Historia legal alemana”. Ya en la Alemania
occidental de la década de 1960, cuando Pabst reveló a Der Spiegel que
había ordenado el asesinato y revelado el nombre de Souchon, afirmando que “participé,
en aquel entonces (enero de 1919), en una reunión del KPD, durante la cual
hablaron Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Me llevé la impresión de que los dos
eran los líderes espirituales de la revolución, y me decidí a hacer que los
mataran. Por órdenes mías fueron capturados. Alguien tenía que tomar la
determinación de ir más allá de la perspectiva jurídica. No me fue fácil tomar
la determinación para que los dos desaparecieran… Defiendo todavía la idea de
que esta decisión también es totalmente justificable desde el punto de vista
teológico-moral.” En el consiguiente escándalo, el gobierno federal emitió un escueto
comunicado oficial en el que calificaba el doble homicidio como una “ejecución
legítima” durante el estado de excepción. Quizá Gietinger tenga un pequeño
fallo estructural en su escrúpulo forense: la importancia epocal y la
repercusión teórico-política de los asesinatos, el “efecto mariposa” en la
Izquierda histórica e incluso el propio Marxismo como Teoría crítica y Praxis
de vanguardia. El propio perfil del autor restringía la capacidad de
conclusiones materialistas profundas. Al no subrayarlos y establecerlos,
pensando por defecto en una suerte de autoevidencia en el lector de 2019, el
libro sobreestima la capacidad analítica lectora, incluso de los militantes que
reivindican su pensamiento y obra. ¿Por qué fue una tragedia para la Izquierda
occidental la desaparición tan temprana de Rosa y Karl? ¿Cómo hubiera impactado
su Teoría crítica que combinaba acción directa con formas democráticas de base?
Finalmente, Gietinger nos ofrece mucho material en su apéndice: perfiles de
asesinos, cómplices y encubridores, fotos inéditas, mapas y documentos
imprescindibles para comprender la tragedia.
Rosa, hoy olvidada, es para muchos
meramente icónica, lejana, extraña, pero no hay duda que su combate es y será
el nuestro. Ayer, como hoy, el profesionalismo de una nueva clase de políticos
profesionales e intelectuales generaba en el seno del movimiento obrero más
avanzado de Occidente y en sus partidos políticos el Cretinismo parlamentario,
el Oportunismo teórico y la corrupción del Poder. No sólo eso, la miseria del
Parlamentarismo desarmado en Weimar abrió las puertas de par en par a la
Reacción. La muerte de Rosa fue el primer acto de ascenso del
Nacionalsocialismo en Alemania, el disparo de salida para formas cada vez más
totalitarias. Parafraseando al historiador y biógrafo de Trotsky y Stalin, Deutscher,
el crimen fue el último triunfo de la Alemania imperialista-monárquica de
Bismarck y el primero del futuro IIIº Reich de Hitler. Haffner en su Deutsche Revolution 1918/19 señala con
justeza que el asesinato impune de Liebknecht y Luxemburg fue el preludio de la
matanza por venir, la obertura sangrienta del Nacionalsocialismo sobre Europa.
El combate mortal de Rosa contra el
Colonialismo-Imperialismo, el Estado autoritario y la guerra se desarrolló en
tres frentes simultáneos, no cronológicos. Tres momentos que se entrecruzan y
conforman el cénit del Pensamiento político más audaz y avanzado del siglo XX.
El libro de Gietinger –y ese es uno de sus grandes méritos– nos permite reflexionar
sobre la utopía de una reconstrucción abierta de Marx, nos ayuda a vislumbrar
los reflejos de un posible Mundo en el
cual la Izquierda realmente enarbolaba los principios de Marx encarnados en la
Teoría y en la Praxis, una Izquierda en la que las ideas internacionalistas y
pacifistas seguían siendo más decisivas que cualquier autodeterminación
nacional o momento populista, una Izquierda en la cual el fin de llegar al
reino de la Libertad era superior a cualquier cargo parlamentario, una
Izquierda en la cual la Revolución proletaria no tenía ninguna necesidad del
Terror, una Izquierda que “odia y aborrece el asesinato”.
[1] Klaus
Gietinger: Eine Leiche im Landwehrkanal. Die
Ermordung Rosa Luxemburgo,
Nautilus, Hamburg, 2018. Nacido en 1955 es escritor, guionista, director de
cine y sociólogo; como autor ha publicado una biografía novelada de Marx: Karl Marx, die Liebe und das Kapital,
2018; tiene una dilatada trayectoria en cine, TV y documentales, un autor
multipremiado, de los cuales se destaca “Hitler vor gericht” (2009), “Wie starb
Benno Ohnesorg?” (2o17), donde demuestra que el estudiante de izquierda no
murió accidentalmente sino fue asesinado por la policía el 2 de junio de 1967,
su último trabajo es un docudrama sobre la relación entre Marx y su sirvienta
Demuth: “Lenchen Demuth und Karl Marx” (2018). Web del autor: http://gietinger.de/
[2] Edición en español: Jörn Schütrumpf, Rosa Luxemburg: el precio de la Libertad,
Fundación Rosa Luxemburg-Publicaciones Oficina Región Andina, Quito, 2010.
[3] Karl Kraus: “Antwort an Rosa Luxemburg”; en: Die Fackel, November, 1920, p. 8.
[4] Rosa Luxemburg:
Complete Works, Volume I, Economic
writings I, Verso, London, 2013.
[5] Rosa Luxemburg: Introducción a la Economía Política; Cuadernos de Pasado y
Presente, México, 1982.
[6] Paul Frölich: Rosa
Luxemburgo: vida y obra; editorial Fundamentos, Madrid, 1976; aunque la
biografía es de 1939; Frölich había sido designado por el KPD para realizar las
obras completas de Luxemburg, planificada en nueve tomos, de los que tan solo
aparecieron tres hasta 1928.
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