domingo, marzo 21, 2010

Marx, lector anómalo de Spinoza (I)


“Karl Marx, el genial investigador, desterrado de Alemania y de Francia, que aplicó a la ciencia social el método de Spinoza…” Prosper Olivier Lissagaray, 1876


El subversivo judío de Voorburg: Existió una época en Occidente en que uno podía ser condenado a muerte por ser spinozista. Y no se trataba de un malentendido ni una alegoría. Ya en 1717 Buddeus denomina a Bento de Spinoza como el atheorum nostra aetate princeps (“el gran jefe de los ateos de nuestros tiempos”). Alrededor de 1744 un profesor de Pisa, llamado Tommaso Vincenzo Moniglia, resumía en un libro en el que atacaba los llamados “filósofos fatalistas”, que la erosión del altar, el trono y los privilegios se debía a una corriente diabólica llamada Spinosismo. Otro escritor, Daniele Concina, llamaba a las ideas derivadas de Spinoza de ‘questa mostruosa divinita spinosiana’. Bayle en su difundido Dictionnaire historique et critique, escrito entre 1647 y 1706, afirmaba que Spinoza era el primer ateo sistemático: “Il a été un athée de système, et d’une méthode toute nouvelle, quoique le fond de sa doctrine lui fût commun avec plusieurs autres philosophes anciens et modernes, européens et orientaux”, incluso llamaba a uno de sus libros más políticos, el Tractatus theologicus-politicus de “livre pernicieux et détestable”. Y no era exageración: El Tractatus justamente será colocado en el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum de la Inquisición como “libro prohibido” el 3 de febrero de 1679. Incluso en el tardío año de 1816, realizando una revisión del estado de Europa, un contrailustrado llamado Antonio Valsecchi razonaba que las causas intelectuales de la Gran Revolución francesa no se encontraban en Rousseau o Voltaire sino en las obras de “Tommaso Hobbes d’Ingilterra, e Benedetto Spinosa di Olanda.” No hay duda que Spinoza fue el bogeyman de la Ilustración radical europea, y pocos historiadores de la filosofía o comentadores enfatizan este hecho: su nombre era sinónimo de sedición y cuestionamiento a los poderes espirituales y terrenales. Su nombre se unía a otros dos teóricos que destruían toda moral, toda religión, toda tradición: Maquiavelo y Hobbes. Entre 1650 y 1750 Spinoza, el escritor de “hideous hypotesis” (Hume), era el autor más subversivo y no tenía parangón en cuanto a su trascendencia revolucionaria materialista, atea, libertina y democrática. Sus enseñanzas desembocarían en los libertines érudites, en La Mettrie y Diderot e influenciarían a Hegel y a sus epígonos de izquierda: los jóvenes hegelianos, entre ellos a Moritz Hess y a una joven promesa filosófica: un renano llamado Karl Marx. Es muy tentador comparar dos pensadores radicales, democráticos y materialistas como Spinoza y Marx. Un estudio de la recepción de Spinoza en Marx puede ser una tarea no meramente arqueológica sino esencial para entender la filosofía política del Marx, maduro los alcances éticos y políticos de su proyecto. En este intento corremos varios peligros, en primer lugar sobredeterminar la formación del Marx filósofo exclusivamente por su contacto absoluto e irreversible con Hegel y el hegelianismo, como lo ha hecho la tradición de la Marxología y muchos biógrafos; otro peligro es al revés: desde Spinoza tratar de completar el aparente "torso incompleto" de la obra teórica de Marx (que incluye la misma dialéctica), forzando a Spinoza hasta el límite de la interpretación; en tercer lugar olvidar que si Hegel fue la encrucijada en el desarrollo y maduración del pensamiento de Marx, ya el mismo Hegel produjo una suerte de Spinozismus hegeliano, al integrarlo, no sólo dentro de su historia de la filosofía, sino que la propia filosofía hegeliana ya contiene elelmentos esenciales de Spinoza. La paradoja puede formularse así: Marx, un joven hegeliano, un hegeliano de izquierda, se apropiará de la filosofía de Spinoza de una manera antihegeliana. La lectura de Spinoza es, al mismo tiempo, reconocimiento de Hegel y su parricidio. Pero antes debemos preguntarnos: ¿En qué condiciones político-filosóficas recibió el joven Marx a Spinoza?

Marx, un estudiante liberal: pocos biógrafos trataron de escudriñar en los años de Marx como estudiante de secundario y sus primeros años universitarios, una época decisiva de su vida entre 1830 y 1835 poco conocida. En especial la influencia profunda de la figura paterna en la formación de su filosofía política. Es evidente la ascendencia ideológica dominante en sus primeros años de su padre Heinrich (Hirschel) Marx, con quién mantenía una relación inusualmente cercana, íntima y moderna. Su hija Eleanor contaba que su padre Karl “tenía un enorme apego a su padre (Heinrich). Jamás se cansaba de hablar de él y siempre llevaba encima una fotografía suya, reproducida de un antiguo daguerrotipo…” Su padre, Heschel, rompe con toda una venerable tradición, tanto paterna como materna, de generaciones de rabinos y elige una estilo de vida y una profesión alejada de la cultura judía ortodoxa. De joven el padre de Marx será testigo entusiasta de la ocupación de su ciudad, Trier (Tréveris), por las tropas napoleónicas en 1794 y lo que es más decisivo para su vida: la eliminación material del ghetto y la emancipación legal de los judíos gracias a la aplicación revolucionaria del Code civil des Français, o sea al Code Napoleon. Trier y la provincia de Renania entera serán parte de Francia hasta el fin de la era napoleónica en 1815. El padre de Marx recibe una educación controlada por las autoridades de ocupación jacobinas: laica, afrancesada, iluminista, materialista y deísta. Su biblioteca, que luego usaría Karl, contenía más textos en francés que en lengua alemana, mucha literatura de la llamada “Cuestión Social” y como lo describe su nieta Eleanor su abuelo “era un auténtico hombre francés clásico del siglo XVIII, que conocía a Voltaire y Rousseau de adentro hacia fuera…” Riazanov, que pudo consultar los manuscritos y la correspondencia de Marx como editor de sus primeras obras completas en el IME de Moscú en la década de 1920 , señala que “su padre, Heinrich Marx, de profesión abogado del estado, hombre culto y libre de prejuicios religiosos, era gran admirador de la literatura filosófica del siglo XVIII e indujo a su hijo a leer las obras de escritores como Locke, Voltaire y Diderot.” Heschel Marx se recibirá de abogado y entrará en el servicio jurídico estatal, la Oberapellationsgericht, la Alta Corte de Apelaciones de Trier, donde será funcionario por el resto de su vida. En Trier, como en toda la Renania, el entusiasmo por la Gran Revolución Francesa fue instantáneo y duradero: se plantó un árbol de la Libertad e incluso funcionó durante un tiempo un Club revolucionario jacobino. Después de la reocupación prusiana en enero de 1815, recibida por Heschel con euforia, un decreto le obligó a recibir el bautismo o abandonar el cargo público. El padre de Marx se bautiza bajo el nombre de Heinrich por ritos evangelistas y paralelamente su liberalismo desencantado se transforma en un realismo prusiano. Incluso incita a su hijo Karl a escribir una oda patriótica sobre la batalla de Waterloo para destacar el rol esencial de la monarquía de Prusia en la derrota final de Napoleón, quién habría puesto “a la Humanidad y especialmente a la inteligencia toda, bajo duraderas cadenas.” Los renanos originalmente fervorosos pro-franceses fueron modificando sus posiciones ideológicas hasta hacerse antinapoleónicos debido a las presiones impositivas y la leva forzada de conscriptos para la Grande Armée. Especialmente afectados fueron los judíos, que, a partir del decreto del 17 de marzo de 1808 de Napoleón, habían perdido muchos derechos de emancipación otorgados por la Revolución Francesa. A la vez las tibias reformas liberales de Prusia, que concluyeron con un decreto de semi-emancipación de los judíos en 1812, atraían a los viejos affranchis de Trier, entre ellos el padre de Karl, quién dirigió una carta personal al nuevo gobernador general de Renania impuesto por Prusia, el general von Sack, alabando al “justo monarca” que había derogado una ley especial que castigaba con dureza y discriminadamente la usura judía. Pero era un espejismo: a medida que disminuía el poder subversivo de Francia, también la monarquía prusiana al mismo ritmo abandonaba su barniz liberal: no sólo no se anuló el decreto napoleónico de 1808, sino se diseño uno específicamente prusiano, que, por ejemplo, excluía a todo judío de la administración pública y la educación. En 1822 Prusia prohibió el acceso de judios a todas las profesiones liberales. Como ya mencionamos, para no perder su puesto de funcionario Heschel, ahora bautizado Heinrich, convierte a toda su familia al luteranismo , en una región tradicionalmente católica, con el fin de agradar a los autoridades prusianas. Ya en 1813 se casa con Henriette Pressburg, hija de un rabino holandés, la cual tendrá nueve hijos, del cual Karl Marx, nacido el 5 de mayo de 1818, será el mayor de los supervivientes y, manteniendo la ficción religiosa de su padre, será bautizado en 1824 y hará la confirmación en 1834. Toda la infancia y pubertad de Marx se desarrolllará bajo la reacción que siguió a la caída de Napoleón, el sistema de la Santa Alianza. En 1834 sucede un hecho esclarecedor, que nos ayudará a comprender las ideas políticas del padre de Marx. Heinrich organizó un banquete ofrecido a los diputados liberales de Trier en la Dieta renana, el Landtag, en la Sociedad y Casino Literario (del que era uno de los fundadores). El acto político, realizado el 2 de enero, era parte de una campaña regional de banquetes, que coordinadamente se celebraron en todo el sur de Alemania para reclamar una constitución liberal. Allí se brindó por el parlamentarismo, por una monarquía constitucional liberal, se entonaron canciones revolucionarias burguesas (tales como “La Marsellesa” y “La Parisiense”… ¡y en francés!), se enarbolaron banderas republicanas tricolores, coronas cívicas y Heinrich además dio un discurso donde le pedía al rey la instauración de instituciones basadas en la representación popular “a cuya magnanimidad estamos en deuda por las primeras instituciones de representación popular. En la plenitud de su omnipotencia dispuso que las Dietas se deben reunir para que la verdad asecienda paso a paso hacia el trono.” Al final de su discurso, Heinrich concluye que el establecimiento de instituciones liberales duraderas será gracias a la generosidad del monarca, el “Padre” de todos los alemanes: “así que miremos con confianza hacia un futuro sereno, ya que estamos en manos de un buen padre, un Rey en justa posición, cuyo noble corazón siempre permanecerá abierto y bien dispuesto para los justos y razonables deseos de su Pueblo.” El gobierno prusiano reprimió esta manifestación, inició una investigación policial, muchos miembros del Kasino fueron enjuiciados por alta traición (sin embargo, no el padre de Marx) y se modificaron sus estatutos para eliminar toda connotación política. A pesar de la reacción antiliberal y de cierto antisemitismo generado desde la misma Prusia, lo cierto es que Heinrich Marx se transformó después de este incidente republicano en un entusiasta sostenedor de la monarquía cuasi absolutista prusiana y de su hegemonía en el resto de Alemania, se hizo un resignado liberal en toda la regla. Y su hijo Karl fue profundamente influenciado por su ideología y autoridad, tal como le escribía en otra carta orientando sus ideas políticas: “sólo los liberales híbridos pueden idolatrar hoy a Napoleón. Bajo su dominio, nadie se atrevió ni siquiera a pensar en voz alta lo que hoy se puede escribir sin problemas en Alemania y especialmente en Prusia. Quien haya estudiado la historia de Napoleón y su loca ideología puede, con toda conciencia, celebrar su caída y la victoria de Prusia.” Para Heinrich Marx, y asi se lo hacía saber a Karl, la resignación constituía una de las más altas virtudes en la política práctica de Alemania. Sintomático para nosotros es que Heinrich abandonó sin pena la religión hebrea milenaria de su familia y abrazó con pasión un racionalismo deísta muy típico del Iluminismo, diríamos muy spinoziano. En una carta de noviembre de 1835, Heinrich le urge al joven Karl permanecer “fiel en una creencia pura en Dios”, tal como lo hicieron “Newton, Locke y Leibniz.” Pero Heinrich abrazó no sólo el deísmo sino las ideas principales del liberalismo, siendo, como ya vimos, uno de los fundadores e ideólogo de la Sociedad y Casino Literario de Trier, establecida durante la ocupación francesa y formado por affranchis de la localidad, liberales y librepensadores, y que reunía en banquetes y galas republicanas a la élite cultural progresista. A los ojos de Karl, su padre aparecía como un filósofo político nacido del riñón mismo del Iluminismo francés, encarnando el programa liberal paradigmático de inicios del siglo XIX en Alemania: igualdad ante la ley, libertad de expresión, libertad de cultos, laicidad del estado, además de la forma monárquica de gobierno con una constitución mixta que comparta el mecanismo dinástico con una limitada legislatura representando la Besitz und Bildung de las clases propietarias y educadas. Un liberalismo paternal, diríamos extrañamente “gótico”, híbrido entre refeudalización y modernismo, que abjura del jacobinismo y toda forma republicana, ni hablar de la revolución, y que con una fe ingenua deposita todas su esperanzas en la generosidad del monarca y las posibilidades de reformas desde arriba del sistema prusiano. Karl Marx indudablemente abrazó esta Weltanschauung política-filosófica liberal hasta la muerte de su padre en 1838, un poco después de adherirse a los jóvenes hegelianos de Berlín.
Una segunda influencia a destacar, también de corte nacional-liberal, y que llega a reforzar la ideología paterna, es la de su vecino y futuro suegro el barón Johann Ludwig von Westphalen. Biógrafos como Raddatz consideran sin dudar a Westphalen de ser el verdadero maestro y mentor de Karl Marx, incluso “su ‘Super-Yo’, su ‘Super-Padre’, la encrucijada más importante en su desarrollo intelectual.” A Westphalen lo homenajeará en una larga y afectuosa dedicatoria en su tesis doctoral de filosofía, la
Doktordissertation titulada Die Differenz der demokritischen und epikureischen Naturphilosophie, es decir “La diferencia entre la Filosofía de la Naturaleza democriteana y epicureana”. Westphalen llegó a Renania en 1816 envíado con el cargo de Regierungsrat (Consejero de Gobierno) por el ministro liberal Hardenberg para administrar una región burguesa y anexionarla sin conflictos al sistema provincial de Prusia. Inmediatamente se domicilió en Trier, se hizo miembro del jacobino Kasino, donde conoció a su vecino el abogado Heinrich Marx. En sus visitas a su casa, le tomó cariño a su joven y sagaz hijo, Karl. Junto al joven, con quién desarrolla una rara relación, Westphalen, que contaba con más de sesenta años, realizaba largas caminatas, en las cuales conversaban de literatura, filosofía y política. A través de Westphalen el joven Marx conoció al socialista utópico Saint-Simon, aunque las verdaderas enseñanzas de su futuro suegro fue afianzar todavía más su credo monárquico-constitucional en el espíritu de las innovaciones de los ministros Stein-Hardenberg y en las reformas liberales de Prusia desde arriba.
Una tercera y durable influencia liberal en la formación política del joven Marx fue la propia ciudad de Tréveris y su paso por el instituto secundario. Ya mencionamos las características liberales y jacobinas de Renania. Prusia se propuso especialmente, aunque evitando la violencia extrema y brutal, “purificar” y germanizar a Trier. El llamado “lado izquierdo” del Rin, la región renana, era el territorio subversivo
par excellence, la zona más afrancesada, peligrosa, revolucionaria. El control policial prusiano se hizo total. Se estableció toque de queda a partir de las 21 horas y los propietarios de alojamientos tenían que entregar a la policía los pasaportes de los huéspedes. Y así toda una serie de medidas de control y represión casi totales. Incluso el mismo alcalde Wilhelm Haw, que ejerció el cargo desde 1818 hasta 1840, era considerado como “de la clase de hombres más peligrosos de la orilla izquierda del Rin”. Se le acusaba de conectarse con los emisarios que traían propaganda republicana francesa. En sus informes Haw enunciaba el maltrato a la población por parte de la policía local y provincial. Las autoridades prusianas fueron erosionando su poder local, hasta que se le quitó cualquier tipo de autoridad sobre la policía. Tal era el estado de situación cuando Marx llegó a la edad de ingresar en el instituto. Naturalmente Heinrich enviará a Karl al Friedrich Wilhelm-Gymnasium, donde cursará su secundario entre 1830 y 1835. En 1801 los territorios al oeste del Rin (Trier incluída) fueron anexados oficialmente a la Francia napoléonica. El colegio de Trier, que en 1804 era ya reconocido como Escuela de Secundaria, pasó a llamarse durante la ocupación francesa Collège de Trèves. El colegio jamás se liberó de una definida y radical orientación liberal, racionalista, netamente afrancesada, casi jacobina. El director era un kantiano liberal, erudito y arquéologo llamado Johann Hugo Wyttenbach, muy amigo de su padre y que también participaba como miembro muy activo en el Kasino, quién además enseñaba Historia Moderna, Medieval y Antigua. Era la principal figura y alma del colegio, del que fue su director desde 1815 hasta 1846. Su prestigio en la ciudad era notable y su influencia en la formación racional y liberal de los estudiantes durante sus treinta años como director, era profunda y con gran autoridad. Wyttenbach, además, había hecho de joven toda la carrera eclesiástica católica que abandonó sin llegar a ordenarse sacerdote. Entre los sacerdotes que tuvieron directamente a Marx como alumno están Heinrich Schwendler (uno de sus profesores de francés), Nikolaus Martini (latín, francés y alemán) y Michael Schoefer (geografía, historia e historia natural). Y entre los ex-sacerdotes, Cosme Damian Wirz (profesor de alemán). Por ejemplo, Johann Steininger (profesor de Marx para matemáticas, física y química) era un reconocido y criticado promotor del materialismo y del ateísmo entre sus estudiantes vigilado por la policía. En el Gymnasium parece que se respiraba una inusual atmósfera liberal y republicana, y estaba bajo vigilancia de la policia prusiana, que ya había descubierto material literario subversivo en 1833. El mismo Wyttenbach y dos profesores de Marx tenían dossiers policiales abultados. Después de los sucesos represivos de parte de las autoridades prusianas como respuesta al famoso banquete liberal de 1834, Wyttenbach, junto con el profesor de matemáticas Steiniger y el de hebreo Schneemann, fueron acusados de “demagogos” por una Comisión especial llamada curisoamente “Para la supresión de los grupos políticamente peligrosos”. Aunque Wyttenbach no renunció, se le rebajó de director a adjunto, se lo responsabilizó del clima subversivo del Gymnasium y se nombró director a un conocido reaccionario y proprusiano, el profesor de latín Vitus Loers. Sintómatico de la madurez política alcanzada por Marx en esta época fue que intentara escribir un poema político-filosófico en honor del mártir liberal Wyttenbach antes abandonar el Gymnasium. El rendimiento escolar de Marx no fue muy destacable: curiosamente tenía buenas notas en Latín y Griego, un satisfactorio en Religión, regular en Francés y Matemáticas, y las peores notas las tenía en… Historia.
Una prueba fehaciente de su inicial credo racionalista, panteísta e iluminista son sus trabajos escolares de examinación en la secundaria, los llamados
Abiturientenarbeit, de los cuales que se han conservado tres de un total de siete. En su escrito Betrachtung eines Jünglings bei der Wahl eines Berufes (“Reflexiones de un adolescente al elegir profesión”) Marx enarbola, además de un Deísmo radical, la idea bien iluminista del progreso como camino hacia la libertad y la perfección, además como profesión de fe se declara convencido que la salvación no es nunca individual, sino comunitaria: “También al Hombre le ha trazado Dios un fin general: el de ennoblecer a la Humanidad y ennoblecerse a sí mismo, pero encargándole al mismo tiempo de encontrar los medios para alcanzarlo…si las condiciones de nuestra vida nos permiten realmente escoger la profesión deseada, debemos procurar elegir la de mayor dignidad… que abra ante nosotros el mayor campo de acción para poder actuar en bien de la Humanidad, que nos permita acercarnos a la meta general al servicio de la cual todas las profesiones son solamente un medio: la perfección… la experiencia demuestra que el ser más dichoso es el que ha sabido hacer a mayor número de hombres felices; la misma Religión nos enseña que el ideal al que todos aspiran a acercarse se sacrificó por la Humanidad.” La felicidad y la perfección son elementos interdependientes entre el pleno desarrollo del individuo y la completa emancipación de la comunidad humana. Muchos han encontrado sorprendentes paralelos entre el ensayo de Marx y Rousseau. El sabor vagamente spinozianne del texto es indudable. Cuando termine de escribir Das Kapital, luego de años de miseria y persecución policial, Marx con cuarenta y nueve años sostendrá la misma ética y la misma profesión de fe de este temprano trabajo escolar juvenil. También es notable que, frente a una cuestión cultural liberal abstracta, como la elección de una “profesión independiente”, un Marx adolescente introduzca abruptamente la idea que los hombres no pueden elegir las condiciones materiales de existencia en total libertad, tal como clama la ideología burguesa, e incluso que esas relaciones son finalmente las que determinan las decisiones más vitales: “Pues no siempre podemos escoger en la vida la profesión por la que creemos sentir vocación, pues las relaciones en que nos encontramos inmersos en la sociedad se encargan, hasta cierto punto, de decidir por nosotros antes que nosotros mismos lo hagamos.” Y más adelante vuelve a insistir que su razonamiento tiene sentido en el caso en que “las condiciones de nuestra vida nos permiten realmente escoger la profesión deseada…” Marx utiliza el tanto el término Verhältnisse in der Gesellschaft (relaciones dentro de la sociedad) como el de Lebensverhältnisse (relaciones existenciales o vitales), para explicar esta fatal determinación que escapa al libre albedrío. Son términos que evocan sin duda a Saint-Simón y Rousseau. Ya Marx esta de alguna manera “reparando”, con los materiales teóricos que encuentra a mano, la propia concepción liberal de libertad negativa y formal (como podría encontrarla en Kant y Hegel), y quizá inconscientemente, tratando de superar la escisión burguesa entre bourgueois y citoyen, entre economía y política. El derecho igual (entre individuos en condiciones materiales desiguales) presupone la desigualdad real, incluso en un acto tan terrestre como elegir una profesión. También en el mismo texto Marx señala que “las actividades que, en vez de entrelazarse con la vida, se alimentan de verdades abstractas, son las más peligrosas de todas para el joven cuyos principios aún no están formados, cuyas convicciones no son firmes e inconmovibles…”, señalando ya una repugnancia por formas alienadas de trabajo teórico y su ansiedad por una unidad entre idea y mundo, entre razón y vida, entre teoría y praxis.
Existe un segundo ensayo muy significativo de la época de estudiante de secundario, titulado
Die Vereinigung der Gläubigen mit Christo nach Joh. 15. 1-14, in ihren Grund und Wesen, in ihrer Wirkungen dargestellt (“Unión de los Creyentes en Cristo de acuerdo con Juan 15: 1-14, mostrando sus bases y esencia, como su absoluta necesidad y sus efectos”). Formalmente el tema era “una demostración”, según el Evangelio de San Juan, pero Marx trata el tema de la unión creyentes-Cristo en términos puramente éticos de autorrealización del individuo y perfeccionamiento de la virtud, sin ninguna referencia al pecado, los milagros, el cielo o la inmortalidad y además no menciona ninguna iglesia organizada. En muchos casos el joven Marx da la sensación de parafrasear a Voltaire, Kant, Hegel, Lessing o Spinoza. Fundamenta su texto citando negativamente a la filosofía estoica y a Epicuro. Justifica la necesaria unión con Cristo tanto desde la propia historia de los pueblos del mundo (filogénesis) como desde el punto de vista de la historia individual del hombre (ontogénesis), y concluye diciendo que “por lo tanto la unión con Cristo da una alegría que los epicúreos se esfuerza en vano de obtener de su filosofía frívola o el más profundo pensador de las profundidades más ocultas de sus conocimientos, una alegría conocida sólo por la mente ingenua, infantil, que está vinculada con Cristo y por medio de ellla con Dios , una alegría que hace la vida más sublime y más hermosa.” Algunos biógrafos ven en esta concepción deísta y racionalista, la influencia además de la personalidad del pastor Josef Küpper, su profesor de Religión en el Gymnasium, quién además tenía a su cargo la parroquia protestante de Trier y, por supuesto, era amigo de su padre.
Un último y tercer texto de esta época es un curioso ensayo histórico-político escrito para su
Abitur en Latín sobre el reinado en Roma de Octaviano (Augusto) titulado An principatus Augusti merito inter feliciores rei publicae romanae aetates numeretur? (“¿Merece el principado de Augusto ser considerado como uno de los períodos más felices del Imperio Romano”) ha sido interpretado, en el clima ideológico de los años 1950 y 1960, como muestra que ya en sus primeros pasos Marx era un intelectual proclive al totalitarismo y las formas dictatoriales, que en sus primero garabatos ya estaba enroscada la sombra de Stalin y el Gulag. Desde la otra orilla, muchos comentaristas y exegétas pertenecientes a la ortodoxia del DiaMat han ignorado este texto por la incómoda aprobación tout court de Marx de la dictadura populista de Augusto. Marx coloca a Augusto en la encrucijada entre la virtuosa simplicidad perdida de la República romana y la tiranía ilimitada y morbosa de Nerón (…illamque Neronis, qua nulla miserior,..). La meta de Augusto fue “rescatar al Estado”, tomando todo el poder supremo en sus manos, le quitó a los ciudadanos romanos “toda la libertad, incluso toda la apariencia de libertad” (quamvis omnis libertas, omnis etiam libertatis species evanuerat), pero lo hizo como última razón y con gran clemencia como criterio de gobierno. El rol de Augusto como unificador y restaurador de la unidad del Estado es realzada por Marx señala la paradoja histórica que un imperator potius quam libera res publica populo libertatem afferre valet (“un Autócrata puede propiciar la libertad al Pueblo mejor de lo que una República (fraccionada y dividida) podía hacerlo…”). En su conclusión totalmente positiva, Marx concluye que Augusti principatus merito inter meliores aetates numerandus valdeque vir aestimandus, qui, etsi omnia ei licerent, tamen, assecutus imperium, reipublicae salutem tantum efficere studuit (“se debe enumerar, merecidamente, el Principado de Augusto entre las mejores épocas de Roma, debiendo admirar el hombre que, a pesar de todo lo que pudiera permitirse, tuvo siempre en su mira el bien del Estado, después de la conquista de su dominación”). No hay que excluir de estas palabras de Marx una transliteración escolar de su adhesión a las ideas monárquicas (la necesidad y positividad de una autoridad monárquica por sobre la lucha de facciones y partidos), aunque además exista subsumida una valoración de la eticidad de la República romana primitiva. Sintomáticamente el joven Marx nunca llama a Augusto dictator (dictador) sino princeps o imperator, y a su gobierno imperium. Son ideas comunes y típicas del corpus ideológico del Liberalismo alemán de la época, tal como podían sostenerlo desde su padre Heinrich, su suegro von Westphalen o el director Wyttenbach en el Gymnasium. Podemos decir que el joven Marx era, a estas alturas, con tan sólo diecisiete años, un deísta y liberal monárquico convencido. (Continuará)
Nicolás González Varela

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